martes, 24 de diciembre de 2024

NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR. —25 de diciembre.

 

Ramo Espiritual“Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él”. 1 Juan 4:16





   ¡Navidad! ¡Navidad! Tal fue el grito de alegría de nuestros padres, en aquel tiempo en que la fe reinaba viva y ardiente en el corazón de las familias, de las instituciones y de toda la sociedad. Este grito se ha debilitado considerablemente en nuestros días, donde la ingenuidad de la fe tiende a desaparecer. Sin embargo, la Navidad sigue siendo, de todas las fiestas cristianas, quizás la más querida y popular.

 


   Dios utiliza los acontecimientos aparentemente más indiferentes para lograr sus fines. María vivía en Nazaret y los profetas anunciaron que el Mesías nacería en Belén. Pero ahora un edicto de César Augusto ordena a todos los habitantes de Judea acudir, a una hora concreta, a empadronarse en su ciudad natal. Belén fue el lugar de nacimiento de José; así que hacia allí se dirigieron los santos esposos; es allí, según el anuncio de los Profetas, donde Jesús hará su aparición en este mundo.

 


    ¡Qué nacimiento para un Dios! José busca posada, pero no la hay para gente tan pobre; son rechazados, despreciados y obligados a buscar asilo en un establo aislado. 



   Es allí, en mitad de la noche, donde María da a luz milagrosamente a Jesús; ¡Allí el dulce Salvador recibe las primeras adoraciones, allí le prodigan los primeros besos y las primeras caricias, allí derrama sus primeras lágrimas! María toma al Niño en brazos, lo envuelve en pobres pañales y lo acuesta suavemente en un pesebre frío. 



   Oh primeros momentos que María y José pasaron a los pies de Jesús, qué precioso y lleno de encanto fuiste para ellos! ¡Probaremos un poco de esta alegría y de estos encantos yendo a visitar la representación de tan gran misterio en nuestra iglesia! Los gozos de la tierra son engañosos; pero los gozos de servir a Dios son verdaderos y duraderos.

 


   Nace Jesús, y he aquí los Cielos resuenan con cánticos de alegría; los ángeles cantan el cántico de triunfo: “¡Gloria a Dios en las alturas!” el canto de paz: “¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!” Nace Jesús, e inmediatamente los pobres pastores, advertidos por los ángeles, adorarán, en este pequeño Niño, al Redentor de Israel. 



   Nace Jesús, y pronto los príncipes de Oriente, guiados por una Estrella, rinden homenaje a Sus pies. 




   Saludemos la Navidad, aurora de paz y salvación.

 


Abad L. Jaud, Vida de los santos para todos los días del año, Tours, Mame, 1950.


LA VIGILIA DE NAVIDAD —24 de diciembre.

 



  Siendo la fiesta del nacimiento temporal del Salvador del mundo, que vulgarmente llamamos Navidad, de la palabra latina Nativitas que significa nacimiento, una de las más antiguas y más solemnes en la Iglesia, no debe admirarnos el que la vigilia haya sido mirada en todos tiempos como un dia solemne, y como una solemnidad privilegiada. La misa, el oficio, todo se dirige a inspirarnos una gran veneración a este gran dia; y el número de homilías y de discursos de los santos padres dan bastantemente a conocer la devoción con que en todos tiempos han celebrado los fieles la vigilia de Navidad. Se ha podido ver en el dia 14 de agosto, vigilia de la Asunción de la santísima Virgen, el origen y el espíritu de estas vigilias, que se pasaban en la iglesia la noche que precedía a las fiestas solemnes, y que siempre iban acompañadas de ayuno para preparar a los fieles con la oración y la penitencia a celebrar dignamente estas solemnidades. Después la Iglesia ha abolido estas asambleas nocturnas por el abuso que se hacía de ellas muchas veces, y no ha conservado esta costumbre sino en la vigilia de Navidad.

   A la verdad, como el adviento no es otra cosa en el uso y en el espíritu de la Iglesia que un tiempo prescrito antes de Navidad para prepararnos con ejercicios de devoción a hacernos favorable el advenimiento o la venida de Jesucristo, pues esto significa la palabra adviento, se puede decir que todo el tiempo de adviento no es otra cosa que una vigilia de la fiesta de Navidad; así como el tiempo de cuaresma puede llamarse en el mismo sentido la vigilia o preparación para la solemnidad del santo dia de Pascua: este es el espíritu con que tantas órdenes religiosas y tantas personas devotas santifican el tiempo de adviento con el ayuno y con la observancia de muchos ejercicios de religión; pero de todo el tiempo de adviento ningún dia debe ser tan santo como el que precede al nacimiento del Salvador del mundo. La Iglesia le mira como que hace una parte de la celebridad de esta fiesta: el oficio de él le hace doble desde laudes, que quiere decir desde el amanecer, cuando en las otras vigilias el oficio doble no comienza hasta vísperas.

   El espíritu y la intención de la Iglesia en esta institución es mover y llevar los fieles a santificar este dia con todos los ejercicios de devoción que pueden servir de preparación para esta gran fiesta. Antiguamente toda obra servil y todo trabajo corporal cesaba la vigilia de Navidad; después se han contentado las gentes con cerrar los tribunales desde este dia hasta el dia después de Reyes; pero la Iglesia al dispensar en la cesación del trabajo, no ha pretendido dispensarnos de los ejercicios de piedad y de penitencia. Como cuando nació el Salvador fué hacia media noche, la Iglesia destina todo el dia precedente para prepararnos a celebrar este dichoso nacimiento, pedido, deseado y suspirado por tantos siglos.

   Ninguna cosa es más propia para hacernos entrar con el espíritu de la Iglesia en la solemnidad de este dia, que las expresiones tan dulces y tan llenas de consuelo de que se sirve en el oficio de este dia y en la misa. Parece que ha reunido en estos actos de religión cuanto hay en la Escritura de más tierno, de más patético y más capaz de mover, tocante al nacimiento del Mesías. Votos de los santos patriarcas, deseos ardientes y enigmáticos de los profetas, figuras sagradas, acontecimientos misteriosos, símbolos proféticos, todo se reúne el dia de hoy: de todo se hace como un resumen para excitar la confianza, la esperanza y la fe en el corazón de los cristianos; y todo conspira a hacer sentir aquel gozo puro, que hace olvidar las amarguras del destierro a los fieles.

   Hodié scietis, quia veniet Dominus, et salvabit nos, canta la Iglesia en el invitatorio y en el introito de la misa de este dia, et mané videbitis gloriam ejus: Hoy sabréis que vendrá el Señor, y os salvará, y mañana veréis su gloria. Estas palabras, tan llenas de consuelo, las ha tomado la Iglesia del Éxodo. Pueblo de Judea y de Jerusalén, no gimáis ya por vuestro destierro, cesen vuestros lloros y vuestros sustos, mañana tendréis un Salvador que os sacará de esta triste región de llanto: Judea et Jerusalem, nolite timere: cras egrediemini, et Dominus erit vobiscum: Alegraos, pueblos del universo, porque la iniquidad que inunda toda la tierra, se debe borrar mañana por el nacimiento del Salvador del mundo que viene a reinar sobre nosotros; Crastina die delebitur iniquitas terræ, et regnabit super nos Salvator mundi. ¡Qué dicha, Dios mío, y qué gozo! Dominus veniet, el Señor vendrá en persona, salidle al encuentro, diciendo: Dios todopoderoso, Príncipe de la paz, soberano Señor del cielo y de la tierra, cuyo supremo poder y cuyo reino no tendrá jamás fin, como tampoco ha tenido principio. Occurrite, dicentes: Magnum principium, el regni ejus non erit finís: Deus fortis, et dominator princeps pacis. Hasta aquí es la Iglesia la que habla en el oficio de este dia. Finalmenteconsolaos porque la dilación no es grande: Crastina erit vobis salus, dicit Dominus exercituum: Mañana, sí, mañana seréis salvos; el Señor es quien lo dice, el Dios de los ejércitos os lo promete.

   Como el dia, según el lenguaje de la Escritura, empieza desde la tarde que le precede: factum est vesperé et mané dies unus: lo que observaba David cuando empezaba también los días que consagraba al servicio de Dios por la tarde del dia antes: vesperé et mané et meridié narrabo, etc., a la tarde, a la mañana y al mediodía cantaré sus alabanzas, le expondré mis miserias, y oirá mis votos; la Iglesia ha guardado siempre este estilo, y en consecuencia de este uso empieza sus fiestas por las primeras vísperas, es decir, desde la tarde, o después del mediodía del dia antecedente, que es la vigilia; y de aquí viene que las segundas vísperas nunca son tan solemnes como las primeras. A vespera usque ad vesperam dies dominica servetur, dice el canon 21 del concilio de Francfort. Las que la Iglesia canta en esta tarde, como que son el principio de la solemnidad de mañana, no nos inspiran menores sentimientos de devoción, de gozo y de confianza.





   Rex pacificas magnificatus est, cujus vultum desiderat universa térra: El rey pacífico, esto es, el supremo Señor del universo, que viene a establecer la paz entre Dios y los hombres, cuya venida esperan con una santa impaciencia todos los verdaderos hijos de Dios para ser librados del yugo del pecado; este Dios, este Salvador ha hecho ostentación de su grandeza en su nacimiento temporal. Magnificatus est rex pacificas super omnes reges universæ terræ: Este Rey pacífico, cuyo nacimiento os parece tan oscuro, es más glorioso en este lugar vil y despreciable, en que, ha querido nacer, que todos los monarcas del mundo en sus soberbios palacios; pues toda la magnificencia de los palacios de los reyes no los saca de la condición de puros hombres; pero la pobreza del pesebre en que el Salvador acaba de nacer, no le quita el que sea el solo verdadero Dios. Completi sunt dies Mariæ, continúa la Iglesia, ut pareret filium suum primogenitum: En fin, llegó el tiempo en que María debía dar al mundo a su Hijo; ya se han cumplido las profecías de Jacob y de Daniel, tocantes al Mesías. Non auferetur sceptrum de Juda, donec veniat qui mittendus est: El reino que habían ocupado los descendientes de Judas había pasado a Herodes Ascalonita, idumeo de nación, y las setenta semanas predichas por Daniel habían espirado; luego el tiempo del nacimiento del Mesías había llegado, y así añade la Iglesia: Scitote quia propé est regnum Dei: Amen dico vobis, quia non tardabit: Sabed que el reino de Dios está cerca; en verdad os digo que no tardará, pues el Salvador, el verdadero Hijo de Dios, el verdadero Mesías debe nacer dentro de pocas horas: ¿con qué sentimientos de religión, de gozo, de amor y de respeto no debemos prepararnos y disponernos para recibirle? ¿hay en todo el año día más digno de la devoción de los fieles? En fin, para excitar a los fieles a que aviven sus votos, su piedad y sus ansias para que venga el Salvador del mundo, clama la Iglesia al acabar el oficio de este dia: Levantad vuestras cabezas, mirad que se acerca vuestra redención: Levate capita vestra: ecce appropinquat redemptio nostra.


   ¡Buen Dios, y cuántos preparativos para el nacimiento de un príncipe! no se hacen tantos para el de Jesucristo: a los fieles toca indemnizarle hoy de la indiferencia, del olvido, y también del menosprecio que se hizo de él aun antes que naciera; pues la santísima Virgen, su madre, y san José, que llegaron a Belén la tarde de este dia, no hallaron en todos los mesones y hospicios de la ciudad un rincón en que alojarse: una vieja majada fuera de la ciudad, que servía de establo a las bestias, fué el solo alojamiento que pudo escoger el dueño soberano del universo. Es fácil imaginar cuáles fueron los sentimientos interiores de María, su divina madre, todo el tiempo que aguardó la hora de su parto.


   Este día ha sido en todos tiempos un día privilegiado y célebre en toda la Iglesia: en muchas partes era día de fiesta, a lo menos después de mediodía, o desde las primeras vísperas. Después se ha contentado la Iglesia con prohibir este día todo negocio forense, y hacerle por la tarde fiesta de consejo.


    San Agustín quiere que se santifique el domingo y las fiestas, como Dios lo había mandado antiguamente respecto del sábado, desde las primeras vísperas hasta la tarde del dia siguiente, empleando la noche y el día en alabar a Dios, y asistiendo a las vísperas y a las vigilias; y si no se puede acudir a la iglesia, añade el mismo padre, a lo menos empléese cada uno en su casa en ejercicios de piedad durante la noche; pero por el día nadie deje de oír misa. ¡Qué indignidad, o por mejor decir, qué vergüenza estarse en casa mientras los demás están en la iglesia! Hasta aquí san Agustín. Y a la verdad, cuando se abolieron las vigilias públicas que se hacían en las iglesias por los abusos y desórdenes que se cometían con ocasión de estas devociones nocturnas, no se dispensó a los fieles de la obligación de rogar a Dios más tiempo, de ayunar y de emplear una parte de la vigilia en ejercicios de devoción y en buenas obras.


   La vigilia de Navidad es la única que la Iglesia ha conservado sin innovar nada; la solemnidad del día, la grandeza y la santidad del misterio pedían esta distinción. Pero ¡qué impiedad si se profanara un tiempo tan sagrado con introducciones irreligiosas! ¡y qué delito no sería profanar con disoluciones é irreverencias, enteramente paganas, la sola vigilia de todo el año que la Iglesia ha querido hacer pública, y el tiempo en que nació Jesucristo!; ¡Cuántos, después, de haber llenado el estómago de viandas y de vino en una colación en que la tolerancia de los prelados permite tomar alguna cosa de más en señal de alegría, o en atención al mayor trabajo que se tiene esta noche en la iglesia; cuántos de estos, digo, después de haber hecho de la colación una espléndida cena, van después al templo a dormir, á bostezar, y aun a vomitar; mientras los demás están dando gracias a Dios, por el beneficio grande que les acaba de hacer de venir a vivir entre los hombres después de haberse hecho hombre!



AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la COMPAÑÍA DE JESÚS. (1864).

jueves, 19 de diciembre de 2024

EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN.

 


 

Nuestra Señora de la Expectación.

 

 

   Esperar al Señor que ha de venir es el tema principal del santo tiempo de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad. La liturgia de este período está llena de deseos de la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectación, que empezaron en el momento mismo de la caída de nuestros primeros padres. En aquella ocasión Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo desde entonces pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia que la concreción religiosa del pueblo de Israel se reduce en uno de sus puntos principales a esta espera del Señor. Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos, todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este ambiente de expectación toma la Iglesia las expresiones anhelantes, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la “nueva Natividad” del salvador Jesús.

 

   En el punto culminante de esta expectación se halla la Santísima Virgen María. Todas aquellas esperanzas culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno el verdadero Hijo de Dios.

 

   Sobre Ella se ciernen los vaticinios antiguos, en concreto los de Isaías; Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor.

 

   Invócala sin cesar la Iglesia en el devotísimo tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.

 

   Con una profunda y delicada visión de estas verdades y del ambiente del susodicho período litúrgico, los padres del décimo concilio de Toledo (656) instituyeron la fiesta que se llamó muy pronto de la Expectación del Parto, y que debía celebrarse ocho días antes de la solemnidad natalicia de nuestro Redentor, o sea el 18 de diciembre.

 

   La razón de su institución la dan los padres del concilio: no todos los años se puede celebrar con el esplendor conveniente la Anunciación de la Santísima Virgen, al coincidir con el tiempo de Cuaresma o la solemnidad pascual, en cuyos días no siempre tienen cabida las fiestas de santos ni es conveniente celebrar un misterio que dice relación con el comienzo de nuestra salvación. Por esto, “Speciáli constitutióne sáncitur, ut ante octávum diem, quo natus est Dóminus, Genitrícis quóque ejus dies habeátur celebérrimus, et præclárus” 

(Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre).

 

   En este decreto se alude a la celebración de tal fiesta en “muchas otras Iglesias lejanas” y se ordena que se retenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo. De hecho, fue en España una de las fiestas más solemnes, y consta que de Toledo pasó a muchas otras iglesias, tanto de la Península como de fuera de ella. Fue llamada también “día de Santa María”, y, como hoy, de “Nuestra Señora de la O”, por empezar en la víspera de esta fiesta las grandes antífonas de la O en las Vísperas.

 

   Además de los padres que estuvieron presentes en el décimo concilio de Toledo, en especial del entonces obispo de aquella sede, San Eugenio III, intervino en su expansión —y también a él se debe el título concreto de Expectación del Parto— aquel otro gran prelado de la misma sede San Ildefonso, que tanto se distinguió por su amor a la Señora.

 

   La fiesta de hoy tenía en los antiguos breviarios y misales su rezo y misa propios. Los textos del oficio, de rito doble mayor, tienen, además de su sabor mariano, el carácter peculiar del tiempo de Adviento, a base de las profecías de Isaías y de otros textos apropiados como los himnos. Nuestro Misal conserva todavía para la presente fecha una misa, toda a base de textos del Adviento. Es un resumen del ardiente suspiro de María, del pueblo de Israel, de la Iglesia y del alma por el Mesías que ha de venir. Sus textos —casi coinciden con la misa del miércoles de las témporas de Adviento, y todavía más con la misa votiva de la Virgen, propia de este período—son de Isaías (introito, epístola y comunión) y del evangelio de la Anunciación. Las oraciones son las propias de la Virgen en el tiempo de Adviento.

 

Precisamente en la víspera de este día dan comienzo las antífonas mayores de la O, llamadas así, por empezar todas ellas con antífonas mayores del Magnificat: O Sapientia, O Adonai, O Emmanuel..., veni!

 

ROMUALDO Mª DÍAZ CARBONELL OSB.

 

 


ORACIÓN

 

 

   Oh Dios, que quisisteis por el anuncio del Ángel que vuestro Verbo se hiciera carne en el seno de la bienaventurada Virgen María, concedednos os suplicamos, que cuantos la creemos verdaderamente como Madre de Dios, podamos ser socorridos por su intercesión ante Vos. Por el mismo J. C. N. S. Amén.

 

 


LA EXPECTACION DEL PARTO DE LA SANTISIMA VIRGEN, QUE TAMBIEN SE LLAMA LA FIESTA DE LA 0. —18 de diciembre.

 


   

   Se celebra este día en la Iglesia de España, y en muchas iglesias de Francia, una fiesta particular en honra de la santísima Virgen, que en España se llama la fiesta de la Expectación del parto de la santísima Virgen, y en Francia se llama la semana de preparación; porque esta fiesta comienza ocho días antes de Navidad, y continúa esta devoción todos los días hasta el del sagrado parto de la santísima Virgen; de suerte que esta fiesta es propiamente una octava antes de Navidad, destinada toda a prepararnos para el nacimiento del Salvador por medio de una devoción particular al parto de su santísima Madre.

 

   Como la Anunciación de la Virgen era a un mismo tiempo la encarnación del Verbo y la concepción de Jesucristo, se celebraba su fiesta en la Iglesia desde los primeros tiempos el 25 de marzo con una solemnidad general; pero como esta fiesta caía algunas veces en Semana Santa, aun en Viernes Santo, o en la semana de Pascua, se hallaba no sé qué inconveniente en celebrar la encarnación del Verbo en un tiempo que estaba destinado a solemnizar la triste memoria de su pasión y de su muerte, o el triunfo de su resurrección gloriosa. En el compendio de los cánones que compuso Harmenópulo se encuentra todavía una constitución del patriarca Nicéforo, que dice que, si la fiesta de la Anunciación cae en Jueves o Viernes Santo, se podrá sin escrúpulo comer de pescado y beber vino: Non peccamus, si tunc vino et piscibus utatur: No pecamos si luego utiliza vino y pescado.

 



   Este inconveniente obligó a los obispos del concilio décimo de Toledo, celebrado el año 656, a trasladar esta fiesta al día 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad, como a un tiempo únicamente consagrado a celebrar la encarnación del Hijo de Dios, y la divina maternidad de la santísima Virgen. No pareciendo conveniente, dicen los Padres de aquel Concilio, celebrar la encarnación del Verbo en un tiempo en que se solemnizan la fiesta de su muerte y de su resurrección gloriosa, los Padres juzgaron debían ordenar que ocho días antes de Navidad se celebrara en España con toda la celebridad posible la fiesta particular de la Madre de Dios, para que, así como la fiesta de Navidad tiene una octava solemne, así también la fiesta de la Madre de Dios no careciese de esta santa solemnidad. ¿Por ventura, añaden los mismos Padres, la encarnación del Verbo no es una de las mayores fiestas dé la Madre? La Iglesia de España tuvo por conveniente trasladar esta fiesta de la maternidad divina de la santísima Virgen a este día, para darle una solemnidad perfecta y una octava entera en tiempo de Adviento, el que no es propiamente otra cosa que una continuada fiesta del misterio de la Encarnación y de la augusta maternidad de la Virgen. Esta fiesta, dice el mencionado Concilio, estaba ya establecida en España y en otros muchos reinos del orbe católico: In multis namque Ecclesiis, a nobis el spatio remotis et terris, hic nos agnoscitur retineri: Porque en muchas iglesias, alejadas de nosotros en el espacio y en las tierras, aquí se nos reconoce retenidos.

 

   No obstante, habiendo juzgado después la Iglesia de España que era más conveniente conformarse con la Iglesia romana, que es la madre y maestra de todas las otras, y que siempre había perseverado celebrando la fiesta de la Anunciación el 25 de marzo, como que era el día en que se había obrado el misterio de la Encarnación, quiso sin embargo retener la fiesta de la Madre de Dios ocho días antes de Navidad, a la que desde entonces dio el nombre de la fiesta de la Expectación del parto de la santísima Virgen. Aunque la Iglesia católica no haga otra fiesta de la Anunciación fuera de la del 25 de marzo, sin embargo, la iglesia de Toledo celebra siempre las dos, la una a 25 de marzo, por conformarse con la Iglesia romana, que es la madre y maestra de todas las otras iglesias, la otra a 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad, según el establecimiento de la iglesia de Toledo, recibido después por todas las iglesias de España, en donde esta fiesta se celebra con mucha pompa y devoción. Las palabras de este decreto son dignas de notarse: Quamvis Annuntiationis beatæ; Mariæ festum suum solum nunc teneat, et octavo kalendas aprilis in universa Ecclesia catholica celebratur; Toletana tamen ecclesia utramque retinet solemnitatem; alteram mense martio, ut romanæ Ecclésiæ, quæ magistra omnium ecclesiarum et mater est, sanctissimum institutum sequatur; alteram octavo ante natalem Domini die; tum quod hæc solemnitas ab ipsa Toletana ecclesia instituta fuerit, et magna veneratione ab aliis ecclesiis suscepta, per universam Hispaniam hactenus celebratur; tum vero, etc.: A pesar de la Anunciación; Ahora sólo la fiesta de María se mantiene firme, y el octavo día de abril se celebra en toda la Iglesia católica; La iglesia de Toledo, sin embargo, conserva ambas solemnidades; el segundo en el mes de marzo, para seguir la santísima institución de la Iglesia Romana, que es maestra y madre de todas las iglesias; el otro al octavo día antes del cumpleaños del Señor; y que esta solemnidad fue instituida por la misma iglesia de Toledo, y fue recibida con gran veneración por otras iglesias, y todavía se celebra en toda España; entonces efectivamente, etc.

 


   San Ildefonso, sucesor de san Eugenio en la silla de la iglesia de Toledo, y uno de los más devotos de la Madre de Dios, y muy celoso de su culto, confirmó este establecimiento, y fue quien le dio el nombre de Expectación del parto de la Virgen santísima, para dar a entender a los fieles que, aunque en todo el Adviento deben pedir y desear fervorosamente con la Iglesia el nacimiento del Salvador; pero particularmente deben en estos ocho días aumentar sus deseos , sus votos, sus ansias, sus suspiros por el sagrado parto de la santísima Virgen. El papa Gregorio XIII aprobó después esta fiesta, la que

bien pronto pasó a Francia y a otras partes, y se celebra todavía hoy con mucha magnificencia en muchas iglesias. En España se celebra por ocho días continuos con no menos pompa que piedad. Se dice todos los días una misa solemne por la mañana, a la cual todas las mujeres preñadas, de cualquiera calidad y condición que sean, procuran asistir, y el no hacerlo se mira como una especie de irreligión; y así puede decirse que son ocho días de fiesta para ellas.

 


Esta fiesta de la Expectación de la Virgen se llama también la fiesta de la O, a causa de los grandes deseos que manifiesta la Iglesia durante estos ocho días de ver nacer al Salvador del mundo, y por los ardientes votos que hace y explica por medio de antífonas particulares, que comienzan todas por la letra O: O Sapientia, O Adonai, O radix Jesse, O clavis David, O Oriens splendor, O Rex gentium, O Emmanuel, y que acaban todas con un Veni. Venid a enseñarnos el camino de la prudencia. Venid, Señor, a redimirnos con la fuerza de vuestro poderoso brazo. Venid, hijo de David, a ponernos libertad, y no tardéis. Venid, llave de David y rey de Israel, y sacad de la cárcel a los que gimen en las tinieblas y sombra de la muerte. Venid, luz del eterno día, sol de justicia, y disipad las tinieblas en que vivimos. Venid, Rey de las naciones, y salvad al hombre que formasteis de la tierra; finalmente, venid, Manuel, Dios grande, que queréis venir a habitar con nosotros, venid a salvarnos, pues sois nuestro Señor y nuestro Dios. Esto es lo que se llama las Oes; las que, como se ve, no son otra cosa sino unas cortas pero ardientes súplicas, sacadas todas de los más notables pasajes de la Escritura, por las cuales la Iglesia, entrando en el espíritu y en el sentido de los antiguos Patriarcas y de los más santos Profetas, manifiesta, a imitación de estos santos personajes, los ardientes deseos que tiene de ver nacer de la santísima Virgen aquel divino Salvador, a quien Jacob llama la esperanza o expectación de las naciones, y el deseado de los collados eternos (Gen. XLIX ): y el profeta Aggeo le llama el deseado de las naciones. (Agg. II). Esta misma expectación hacia prorrumpir á Isaías en estas expresiones que tienen o parecen tener tanto de entusiasmo: Cielos, enviad de lo alto vuestro rocío, y hagan las nubes que el Justo baje como una lluvia; ábrase la tierra, y brote al Salvador, y nazca la justicia al mismo tiempo: Rorate cæli desuper, et nubes pluant Justum. Aperiatur terra, et germinet Salvatorem. ¡Ojalá rompieras los cielos y bajaras! Utinam disrumperes cælos, et descenderes: Ojalá rasgaras los cielos y descendieras; a imitación de este hablan todos los otros Profetas.

 

   Si todos los Santos del Antiguo Testamento suspiraron con tanto ardor, con tanta ansia por el nacimiento del Salvador del mundo, ¿cuáles serían los deseos de la que este Señor había escogido para ser su Madre, sobre todo cuando vio que se acercaba el tiempo de su dichoso parto? ¿cuál la santa impaciencia de esta divina Madre durante los ocho días que precedieron a su santo parto? ¡Con qué ardor, con qué ansia suspiraría por aquel feliz momento en que debía dar al mundo a su divino Salvador, su Dios, la alegría del universo, la esperanza de todas las naciones, y la salud de todos los hombres! Pues todo esto sabia era el fruto bendito de su vientre. No se duda que la santa Virgen pasó todos estos ocho días en transportes de amor, en los más ardientes deseos, y en una continuada contemplación de las maravillas encerradas así en el misterio de la Encarnación como en el del nacimiento del Mesías. Estos votos reiterados de la criatura más santa, más amada de Dios, estos deseos inflamados de la Hija muy amada de la santísima Trinidad, estas ansias amorosas de la inmaculada Madre del Verbo encarnado, esta santa preparación, esta expectación entusiástica de su parto son el objeto de la fiesta de este día, a la cual san Ildefonso dio el nombre de Expectación, bajo cuyo nombre se celebra el día de hoy.

 

   En el día del sagrado parto de la Madre de Dios, dice Gerson, fueron oídos los deseos de los Patriarcas y Profetas; este dichoso día, añade el mismo, puede llamarse la primera y principal fiesta de la santísima Trinidad, pues es el día de sus más pasmosas maravillas: Hodie completa sunt omnia desideria. Hodie primum est et principale Trinitatis festum: Hoy todos los deseos se cumplen. Hoy es la primera y principal fiesta de la Trinidad.

 


   Entremos en el sentido de esta fiesta; honremos los ardientes deseos de la Madre con unos afectuosos deseos de ver nacer al Hijo. La devoción a la santísima Virgen es la más eficaz preparación para todas las fiestas del Salvador. El culto que damos a la Madre atrae sobre nosotros las gracias de predilección, que son tan necesarias para celebrar con fruto los más santos misterios. Acordémonos, dice san Bernardo, de que, así como no hay señal más sensible de predestinación que esta tierna y religiosa devoción a la santísima Virgen, así tampoco hay socorro más eficaz para la salvación que el suyo. Busquemos la gracia, añade el mismo Padre, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca, y nunca deja de alcanzar lo que pide: Quæramus gratiam, et per Mariam Quæramus; quia quod quærit invenit, et frustrari non potest: Busquemos la gracia, y busquémosla por María; porque encuentra lo que busca y no puede frustrarse. Esta obtuvo la reparación de todo el mundo, esta es la que alcanzó la salud de todos los hombres; porque es constante que tuvo mucho cuidado de que se salvara todo el género humano. Por si queréis agradar a María, concluye el mismo Padre de quien es cuanto vamos diciendo, si tenéis una verdadera devoción para con ella, manifestadla imitando su vida y sus virtudes: Si Mariam diligitis, si vultis ei placere, æmulamini: Si amas a María, si quieres complacerla, emítala.

 

AÑO CRISTIANO

ESCRITO EN FRANCÉS

POR EL P. JUAN CROISSET,

DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS,

Y TRADUCIDO AL CASTELLANO

por el P. José Francisco de Isla,

de la misma Compañía


miércoles, 18 de diciembre de 2024

ANTÍFONAS DE LA O.

 


 

Las Grandes Antífonas de Adviento (o Antífonas de la O) son una serie de siete antífonas que son cantadas o recitadas antes y después del Magníficat de las Vísperas del Divino Oficio tradicional siete días antes de la Vigilia de Navidad (17 a 23 de Diciembre). Su nombre deriva de la interjección latina para invocar, “O” (en castellano “Oh”), con la cual comienzan. No hay otra fiesta que se anteceda de una forma similar. La espera por la venida del Mesías, que es la principal característica del Adviento, es vista muy poéticamente en estas Antífonas de la O. La melodía con la cual son cantadas (el modo segundo o tristis) expresa admirablemente el intenso deseo con que los Patriarcas, los Profetas, el pueblo hebreo, y ahora los gentiles, esperan la presencia de Dios en el Mesías, Jesucristo, quien es invocado cada día por un atributo distinto (Traducción tomada del Breviario Romano, edición de Dom Alfonso María de Gubianas y Santandréu OSB, vol. I, Editorial Litúrgica Española S.A., Barcelona 1936, págs. 271-272).

 




 17 de Diciembre: O Sapiéntia, *quæ ex ore Altíssimi prodiísti, attíngens a fine usque ad finem, fórtiter suavitérque dispónens ómnia: veni ad docéndum nos viam prudéntiæ 

(Oh Sabiduría, * que salisteis de los labios del Altísimo, extendiéndoos del uno al otro confín y disponiéndolo todo con firmeza y suavidad: venid y mostradnos el camino de la prudencia).

 

 

18 de Diciembre: O Adonái * et Dux domus Israël, qui Móysi in igne flammæ rubi apparúisti, et ei in Sina legem dedísti: veni ad rediméndum nos in brácchio exténto. 

(Oh Adonaí * y caudillo de la casa de Israel, que aparecisteis a Moisés en medio de las llamas de la zarza, y le disteis vuestra ley en el Sinaí: venid a librarnos con el poder de vuestro brazo).

 

 

19 de Diciembre: O radix Jesse, * qui stas in signum populórum, super quem continébunt reges os suum, quem gentes deprecabúntur: veni ad liberándum nos, jam noli tardáre.

(Oh raíz de Jesé, * que aparecéis como estandarte de los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones: venid a librarnos, no tardéis más).

 

 

20 de Diciembre: O Clavis David, * et sceptrum domus Ísraël; qui áperis, et nemo cláudit; cláudis, et nemo áperit: veni, et educ vinctum de domo cárceris, sedéntem in tenébris, et umbra mortis. 

(Oh llave de David, * y cetro de la casa de Israel, que abrís y nadie puede cerrar, que cerráis y nadie puede abrir: venid y librad de la cárcel al cautivo que yace en las tinieblas y en la sombra de la muerte).

 

 

21 de Diciembre: O Óriens, * splendor lucis ætérnæ, et sol justítiæ: veni, et illúmina sedéntes in tenébris, et umbra mortis. 

(Oh Oriente, * resplandor de la luz eterna y sol de justicia: venid e iluminad a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte).

 

 

22 de Diciembre: O Rex géntium, * et desiderátus eárum, lapísque anguláris, qui facis útraque unum: veni, et salva hóminem, quem de limo formásti. 

(Oh Rey de las naciones* y objeto de sus deseos, piedra angular que hacéis de dos pueblos uno: venid y salvad al hombre que del barro de la tierra formasteis).

 

 

23 de Diciembre: O Emmánuel, * Rex et légifer noster, exspectátio géntium, et Salvátor eárum: veni ad salvándum nos, Dómine, Deus noster. 

(Oh Emmanuel, * Rey y legislador nuestro, esperanza y Salvador de todas las naciones: venid a salvarnos, Señor Dios nuestro).

 

 




   De estas siete antífonas, que debieron existir antes del siglo V (puesto que en tiempos de San Severino Boecio eran ya de uso habitual, a juzgar por la mención que hace de ellas en su obra De consolatióne Philosophíæy en el siglo VIII entraron en la Liturgia Romana, dice el Beato Santiago de la Vorágine OP, Arzobispo de Génova, en su Leyenda Áurea:

 

    «Antes de la venida de Dios en la carne, éramos ignorantes, sujetos al castigo eterno, esclavos del diablo, encadenados a nuestros hábitos pecaminosos, perdidos en la oscuridad, y exiliados de nuestra verdadera patria. Por tanto, las antiguas antífonas anuncian a Jesús como nuestro Maestro, nuestro Redentor, nuestro Libertador, nuestro Guía, nuestro Iluminador y nuestro Salvador».

 

 

   Y las iniciales de cada atributo (Sapiéntia, Adonái, Radix, Clavis, Óriens, Rex, Emmánuel), dispuestas inversamente, dan la frase latina «ERO CRAS» (Vendré mañana), aludiendo a la respuesta que desde la Eternidad el Verbo de Dios daba a quienes lo esperaban durante milenios.

 

   Una particularidad en Inglaterra era que las Antífonas comenzaban el 16 de Diciembre (para lo cual se anticipaban las antífonas), y el día 23 se recitaba esta:

 

   O Virgo vírginum, * quómodo fiet istud?: quia nec primam símilem visa es nec habére sequéntem. Fíliæ Jerúsalem, quid me admirámini? Divínum est mystérium hoc, quod cérnitis. 

(Oh Virgen de vírgenes, * ¿cómo será esto?, porque nunca antes se vio semejante a ti, ni la habrá después. Hijas de Jerusalén, ¿por qué os admiráis de mí, si esto que veis, misterio divino es?).


   Este uso proviene de los canónigos Premostratenses o Norbertinos (que tuvieron gran presencia en Inglaterra antes de la Revolución Protestante). La antífona como tal es conservada en el Divino Oficio tradicional para las Vísperas de la Expectación del Parto de Santa María (18 de Diciembre) —fiesta establecida en España luego que se adoptara el Rito Romano, donde la Anunciación es celebrada el 25 de Marzo y no el 18 de Diciembre, como se ordenaba por el canon 1º del X Concilio de Toledo—; y como la Antífona octava de las 19 que se cantan en la procesión de la Purificación de Nuestra Señora en la Liturgia Ambrosiana.

 

   Todas ocho están presentes en muchos manuscritos latinos u occidentales, según el musicólogo dom René-Jean Hesbert OSB, que en su obra Corpus Antiphonálium Offícii (Herder, 1963-1979) recoge otras Antífonas de la O de manuscritos germánicos u orientales (posteriores al siglo IX), y de uso local, según informara su correligionario Dom Prósper Guéranger en el primer volumen de su monumental obra El Año Litúrgico:

 

18 de Diciembre: O mundi Dómina, régio ex sémine orta, ex tuo jam Christus procéssit alvo tamquam sponsus de thálamo; hic jacet in præsépio qui et sídera regit. 

(Oh Señora del mundo, * nacida de regia estirpe, ahora Cristo ha salido de tu seno como el esposo de su tálamo: ahora yace en un establo quien rige los Cielos).

 

 

20 de Diciembre (y en la Anunciación): O Gábriel, * núntius cœlórum, qui jánuis cláusis ad me intrásti, et Verbum nuntiásti: Concípies et páries, Emmánuel vocábitur. 

(Oh Gabriel, * mensajero de los Cielos, que te presentaste ante mí con las puertas cerradas y anunciaste al Verbo: Concebirás y darás a luz, y le llamarás Emmanuel).

 

 

21 de Diciembre: O Thoma Didýme! * qui Christum meruísti cernére; te précibus rogámus altísonis, succúrre nobis míseris; no damnémur cum ímpiis, in advéntu Júdicis. 

(¡Oh Tomás el Mellizo!,* que mereciste ver a Cristo, te suplicamos por tus más fervientes ruegos, nos socorras a nosotros miserables, para que no seamos condenados con los impíos en el adviento del Juez).

 

 

22 de Diciembre: O Rex pacífice, * tu ante saecula nate, per áuream egrédere portam: redémptos tuos visíta, et eos illuc revóca unde rúerunt per culpam. 

(Oh Rey pacífico, * nacido antes de los siglos, que salisteis por la Puerta dorada: visitad a vuestros redimidos, y llamadlos nuevamente allí de donde por la culpa fueron expulsados).

 

23 de Diciembre (en algunos Monasterios de Francia): O Jerúsalem, * cívitas Dei summi: leva in circúitu óculos tuos, et vide Dóminum tuum, quia jam véniet sólvere te a vínculis. 

(Oh Jerusalén, * ciudad del Dios altísimo: levanta tus ojos y mira a tu Señor, que ya viene a liberarte de las cadenas).

 

 

23 de Diciembre (en Lieja): O summe Ártifex, * pólique Rector síderum altíssime, ad hómines descénde, sedéntes in tenébris et umbra mortis. 

(Oh Artífice sumo, * y altísimo Director de los polos celestes, descended hacia los hombres, sentados en las tinieblas y sombra de muerte).

 

 

   O cœlórum Dómine, * qui cum Patre sempitérnus es una cum Sancto Spíritu, áudi tuos fámulos, veni ad salvándum nos, jam noli tardáre. 

(Oh Señor de los cielos, * que sois uno con el Padre sempiterno y el Espíritu Santo, escuchad a nuestros siervos, venid a salvarnos, no tardéis más).

 





   Y en el Breviario de París de 1736, se agregan dos antífonas más, trasladando las cinco primeras antífonas latinas a partir del 15, y las dos últimas al 21 y 22 respectivamente:

 

 

20 de Diciembre: O Sancte Sanctórum, * spéculum sine mácula Dei majestátis, et Imágo bonitátis illíus: veni ut deleátur iníquitas, et addúcatur justítia sempitérna. 

(Oh Santo de los Santos, * espejo sin mancha de la majestad de Dios e Imagen de su bondad: venid para borrar la iniquidad, y conducir a la justicia sempiterna).

 

 

23 de Diciembre: O Pastor Ísraël,* et dominator in domo David, cujus egréssus ab inítio, a díebus æternitátis; veni ut pascas pópulum tuum in fortitúdine, et regnes in justítia et judício

(Oh Pastor de Israel, * y dominador de la casa de David, que nacisteis desde el inicio para apacentar a vuestro pueblo en fortaleza, y reinad en justicia y juicio).

 

 

De varias de estas Antífonas toman origen algunos de los Gozos de la Novena de Navidad tradicional.

 

   Como dato anecdótico, cabe resaltar que el 23 de Diciembre de 1869, los canónigos de la Basílica de San Pedro pidieron al Papa dispensa para remplazar la antífona «O Emmánuel» del día por otro texto, por temor a ser mal interpretados como deseando la entrada del rey Víctor Manuel II de Saboya (cuyas tropas tenían a Roma en la mira).


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