Se celebra este día en la Iglesia de España,
y en muchas iglesias de Francia, una fiesta
particular en honra de la santísima Virgen, que en España se llama la fiesta de
la Expectación del parto de la santísima Virgen, y en Francia se llama la semana de preparación; porque esta
fiesta comienza ocho días antes de Navidad, y continúa esta devoción todos los días
hasta el del sagrado parto de la santísima Virgen; de suerte que esta
fiesta es propiamente una octava antes de Navidad, destinada
toda a prepararnos para el nacimiento del Salvador por medio de una devoción
particular al parto de su santísima Madre.
Como la Anunciación de la Virgen era a un
mismo tiempo la encarnación del Verbo y la concepción de Jesucristo, se
celebraba su fiesta en la Iglesia desde los primeros tiempos el 25 de marzo con
una solemnidad general; pero como esta fiesta caía
algunas veces en Semana Santa, aun en Viernes Santo, o en la semana de Pascua, se
hallaba no sé qué inconveniente en celebrar la encarnación del Verbo en un
tiempo que estaba destinado a solemnizar la triste memoria de su pasión y de su
muerte, o el triunfo de su resurrección gloriosa. En el compendio de los
cánones que compuso Harmenópulo se encuentra todavía una constitución del
patriarca Nicéforo, que dice que, si la fiesta
de la Anunciación cae en Jueves o Viernes Santo, se podrá
sin escrúpulo comer de pescado y beber vino: Non peccamus, si tunc vino et piscibus utatur:
No pecamos si luego utiliza vino y pescado.
Este inconveniente obligó
a los obispos del concilio décimo de Toledo, celebrado el año 656, a trasladar
esta fiesta al día 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad, como a un
tiempo únicamente consagrado a celebrar la encarnación del Hijo de Dios, y la
divina maternidad de la santísima Virgen. No pareciendo conveniente, dicen
los Padres de aquel Concilio, celebrar la encarnación
del Verbo en un tiempo en que se solemnizan la fiesta de su muerte y de su resurrección
gloriosa, los Padres juzgaron debían ordenar que ocho días antes de Navidad se
celebrara en España con toda la celebridad posible la fiesta particular de la
Madre de Dios, para que, así como la fiesta de Navidad tiene una octava
solemne, así también la fiesta de la Madre de Dios no careciese de esta santa
solemnidad. ¿Por ventura, añaden los mismos Padres, la encarnación del
Verbo no es una de las mayores fiestas dé la Madre? La Iglesia de España tuvo por conveniente trasladar
esta fiesta de la maternidad divina de la santísima Virgen a este día, para
darle una solemnidad perfecta y una octava entera en tiempo de Adviento, el que
no es propiamente otra cosa que una continuada fiesta del misterio de la
Encarnación y de la augusta maternidad de la Virgen. Esta fiesta, dice el mencionado Concilio, estaba ya establecida en España y en otros
muchos reinos del orbe católico: In multis namque Ecclesiis,
a nobis el spatio remotis et terris, hic nos agnoscitur retineri:
Porque en muchas iglesias, alejadas de nosotros en el espacio y
en las tierras, aquí se nos reconoce retenidos.
No obstante, habiendo
juzgado después la Iglesia de España que era más conveniente conformarse con la
Iglesia romana, que es la madre y maestra de todas las otras, y que siempre
había perseverado celebrando la fiesta de la Anunciación el 25 de marzo, como
que era el día en que se había obrado el misterio de la Encarnación, quiso sin
embargo retener la fiesta de la Madre de Dios ocho días antes de Navidad, a la
que desde entonces dio el nombre de la
fiesta de la Expectación del parto de la santísima Virgen. Aunque la
Iglesia católica no haga otra fiesta de la Anunciación fuera de la del 25 de
marzo, sin embargo, la iglesia de Toledo celebra siempre las dos, la una a 25
de marzo, por conformarse con la Iglesia romana, que es la madre y maestra de
todas las otras iglesias, la otra a 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad,
según el establecimiento de la iglesia de Toledo, recibido después por todas
las iglesias de España, en donde esta fiesta se celebra con mucha pompa y
devoción. Las palabras de este decreto son dignas de notarse: Quamvis
Annuntiationis beatæ; Mariæ festum suum solum nunc teneat, et octavo kalendas
aprilis in universa Ecclesia catholica celebratur; Toletana tamen ecclesia
utramque retinet solemnitatem; alteram mense martio, ut romanæ Ecclésiæ, quæ
magistra omnium ecclesiarum et mater est, sanctissimum institutum sequatur;
alteram octavo ante natalem Domini die; tum quod hæc solemnitas ab ipsa
Toletana ecclesia instituta fuerit, et magna veneratione ab aliis ecclesiis
suscepta, per universam Hispaniam hactenus celebratur; tum vero, etc.: A pesar de la Anunciación; Ahora sólo la fiesta de María
se mantiene firme, y el octavo día de abril se celebra en toda la Iglesia
católica; La iglesia de Toledo, sin embargo, conserva ambas solemnidades; el
segundo en el mes de marzo, para seguir la santísima institución de la Iglesia
Romana, que es maestra y madre de todas las iglesias; el otro al octavo día
antes del cumpleaños del Señor; y que esta solemnidad fue instituida por la
misma iglesia de Toledo, y fue recibida con gran veneración por otras iglesias,
y todavía se celebra en toda España; entonces efectivamente, etc.
San Ildefonso,
sucesor de san Eugenio en la silla de la iglesia de Toledo, y uno de los más
devotos de la Madre de Dios, y muy celoso de su culto, confirmó este establecimiento,
y fue quien le dio el nombre de Expectación del parto de la Virgen santísima, para
dar a entender a los fieles que, aunque en todo el Adviento deben pedir y desear
fervorosamente con la Iglesia el nacimiento del Salvador; pero particularmente deben en estos ocho días aumentar
sus deseos , sus votos, sus ansias, sus suspiros por el sagrado parto de la
santísima Virgen. El papa Gregorio XIII aprobó después esta fiesta, la
que
bien
pronto pasó a Francia y a otras partes, y se
celebra todavía hoy con mucha magnificencia en muchas iglesias. En
España se celebra por ocho días continuos con no menos pompa que piedad. Se
dice todos los días una misa solemne por la mañana, a la cual todas las mujeres
preñadas, de cualquiera calidad y condición que sean, procuran asistir, y el no
hacerlo se mira como una especie de irreligión; y así puede decirse que son
ocho días de fiesta para ellas.
Esta fiesta de la Expectación de la Virgen se llama también la
fiesta de la O, a causa de los grandes deseos que manifiesta la Iglesia durante
estos ocho días de ver nacer al Salvador del mundo, y por los ardientes votos
que hace y explica por medio de antífonas particulares, que comienzan todas por
la letra O: O Sapientia, O Adonai, O
radix Jesse, O clavis David, O Oriens splendor, O Rex gentium, O Emmanuel, y que acaban todas con un Veni. Venid a enseñarnos el camino de la prudencia. Venid,
Señor, a redimirnos con la fuerza de vuestro poderoso brazo. Venid, hijo de
David, a ponernos libertad, y no tardéis. Venid, llave de David y rey de
Israel, y sacad de la cárcel a los que gimen en las tinieblas y sombra de la
muerte. Venid, luz del eterno día, sol de justicia, y disipad las tinieblas en que
vivimos. Venid, Rey de las naciones, y salvad al hombre que formasteis de la
tierra; finalmente, venid, Manuel, Dios grande, que queréis venir a habitar con
nosotros, venid a salvarnos, pues sois nuestro Señor y nuestro Dios.
Esto es lo que se llama las Oes; las que,
como se ve, no son otra cosa sino unas cortas pero
ardientes súplicas, sacadas todas de los más notables pasajes de la Escritura,
por las cuales la Iglesia, entrando en el espíritu y en el sentido de los antiguos
Patriarcas y de los más santos Profetas, manifiesta, a imitación de estos
santos personajes, los ardientes deseos que tiene de ver nacer de la santísima
Virgen aquel divino Salvador, a quien Jacob llama la esperanza o expectación de las naciones,
y el deseado de los collados eternos (Gen. XLIX ): y el profeta
Aggeo le llama el
deseado de las naciones. (Agg. II). Esta misma expectación hacia prorrumpir
á Isaías en estas expresiones que tienen o parecen tener tanto de entusiasmo: Cielos, enviad
de lo alto vuestro rocío, y hagan las nubes que el Justo baje como una lluvia;
ábrase la tierra, y brote al Salvador, y nazca la justicia al mismo tiempo:
Rorate cæli
desuper, et nubes pluant Justum. Aperiatur terra, et germinet Salvatorem. ¡Ojalá rompieras los cielos y bajaras! Utinam disrumperes cælos, et descenderes:
Ojalá rasgaras los cielos y descendieras; a imitación de este hablan todos
los otros Profetas.
Si todos los Santos del Antiguo Testamento
suspiraron con tanto ardor, con tanta ansia por el nacimiento del Salvador del
mundo, ¿cuáles
serían los deseos de la que este Señor había escogido para ser su Madre, sobre
todo cuando vio que se acercaba el tiempo de su dichoso parto? ¿cuál la santa
impaciencia de esta divina Madre durante los ocho días que precedieron a su
santo parto? ¡Con qué ardor, con qué ansia suspiraría por
aquel feliz momento en que debía dar al mundo a su divino Salvador, su Dios, la
alegría del universo, la esperanza de todas las naciones, y la salud de todos
los hombres! Pues todo esto sabia
era el fruto bendito de su vientre. No se duda que la
santa Virgen pasó todos estos ocho días en transportes de amor, en los más
ardientes deseos, y en una continuada contemplación de las maravillas encerradas
así en el misterio de la Encarnación como en el del nacimiento del Mesías.
Estos votos reiterados de la criatura más santa, más amada de Dios, estos
deseos inflamados de la Hija muy amada de la santísima Trinidad, estas ansias amorosas
de la inmaculada Madre del Verbo encarnado, esta santa preparación, esta expectación
entusiástica de su parto son el objeto de la fiesta de este día, a la cual san Ildefonso dio el nombre de Expectación,
bajo cuyo nombre se celebra el día de hoy.
En el día del sagrado parto de la Madre de
Dios, dice
Gerson, fueron
oídos los deseos de los Patriarcas y Profetas; este dichoso día, añade
el mismo, puede
llamarse la primera y principal fiesta de la santísima Trinidad, pues es el día
de sus más pasmosas maravillas: Hodie completa sunt
omnia desideria. Hodie primum est et principale Trinitatis festum: Hoy todos los deseos se cumplen. Hoy es la primera y
principal fiesta de la Trinidad.
Entremos en el sentido de esta fiesta;
honremos los ardientes deseos de la Madre con unos afectuosos deseos de ver
nacer al Hijo. La devoción a la santísima Virgen es la más eficaz preparación
para todas las fiestas del Salvador. El culto que damos a la Madre atrae sobre
nosotros las gracias de predilección, que son tan necesarias para celebrar con
fruto los más santos misterios. Acordémonos, dice san Bernardo, de que, así como
no hay señal más sensible de predestinación que esta tierna y religiosa
devoción a la santísima Virgen, así tampoco hay socorro más eficaz para la
salvación que el suyo. Busquemos la gracia,
añade el mismo Padre, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca,
y nunca deja de alcanzar lo que pide: Quæramus gratiam,
et per Mariam Quæramus; quia quod quærit invenit, et frustrari non potest:
Busquemos la gracia, y busquémosla por María; porque encuentra
lo que busca y no puede frustrarse. Esta obtuvo la reparación de todo el mundo, esta es la que
alcanzó la salud de todos los hombres; porque es constante que tuvo mucho
cuidado de que se salvara todo el género humano. Por si queréis agradar a María, concluye el mismo Padre de quien es
cuanto vamos diciendo, si tenéis una verdadera devoción para con ella, manifestadla
imitando su vida y sus virtudes: Si Mariam diligitis,
si vultis ei placere, æmulamini: Si amas a
María, si quieres complacerla, emítala.
AÑO
CRISTIANO
ESCRITO
EN FRANCÉS
POR
EL P. JUAN CROISSET,
DE
LA COMPAÑÍA DE JESÚS,
Y
TRADUCIDO AL CASTELLANO
por
el P. José Francisco de Isla,
de
la misma Compañía
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