TIERNOS
CLAMORES
DEPRECACIÓN Y DEVOCIÓN
AL DULCE NOMBRE DE MARÍA SANTÍSIMA DE GUADALUPE.
CONTRA LAS
PESTES
Compuesto
por el presbítero D. Luis Becerra Tanco
México,
1866
ORACIÓN
Señor mío
Jesucristo, que justamente irritado, dejaste caer sobre nosotros el
azote de tu indignación: contemplando el lastimoso paso de tus agonías en el
Huerto, me das aliento y confianza para preguntarte con humildad y reverencia ¿dónde se ha escondido la verdad? ¿Por qué huyó de los pueblos la justicia? ¿Qué se ha
hecho la misericordia? ¿Quién apartó la obediencia? ¿A dónde se fue la paz?
¿Qué le sucedió a la abundancia? Rotas las cadenas de oro que unían las
doce tribus, se devoran divididas entre sí las de Israel y Judá, y por todas
partes corre el odio, la venganza, la muerte, el robo, la miseria y la guerra
civil que acaba, Señor, con la heredad de tu Santísima Madre, circunstancia que
me anima a exclamar: ¿Qué la nación interiormente
separada se asolará? ¡que! ¿ha de ser la América otro Tiro, que infunda a las
naciones espanto con esa ruina? ¡que! ¿no han de suspender la de Jerusalén pecadora los
Jeremías que se levantan en la primeria vigilia a cantar tus alabanzas,
derramando como agua su corazón y sin prestarse descanso, ni callar la pupila
de sus ojos, sean día y noche un torrente de lágrimas que mezclan con tu sangre
para apagar tu enojo? ¡que! ¿te has de olvidar de la Arca del Testamento, y se ha de
acabar la gloria de Israel? Por mi Señor, vino la terrible tormenta en
que naufraga la nave, pues no cumplí tus preceptos, arrójame en el mar de tu
sangre, y sácame en tu costado a las playas de Nínive, o a la observancia de tu
ley, para que se aplaque tu ira. Si la sangre del inocente Abel pedía la
venganza del fratricida Caín, la tuya que es el grande precio del hombre, clama
por los pecadores que te crucificamos, con estas dulces voces: Padre
perdónalos, porque no saben lo que hace. Nosotros,
como los hermanos de José, te rogamos perdones la iniquidad a los siervos del
Dios de tu Padre Jacob, señala con tu sangre nuestras puertas, para que el
ángel exterminador no llegue a nuestras casas. Por tu misericordia no estamos
consumidos, ya pasó el tiempo en que ponías una nube para que la oración no
legara a tu Majestad: ya no eres León de Judá, sino manso Cordero, ya te
quedaste con nosotros hasta la consumación de los siglos, tu amparo y favor no
falta, tu bondad es para el que en ti confía, y para el alma que te busca
ansiosa, eres mi parte, y esperaré, por tanto, pondré mi boca sobre el polvo, y
aguardaré con silencio tu salud. Amén.
Pues del
contagio común
Fuiste
exenta, María,
Alcánzanos
de Jesús,
Que la
peste no prosiga
DEPRECACIÓN
Al
considerar que por donde quiera que volvamos lo ojos no encontramos más que
enfermedades, miserias, impiedad y otras muchas más desgracias, efecto sin duda
de la justicia divina, y motivos de dolor y aflicción para nosotros el corazón
se contrista en extremo, se abate y llega a veces a vacilar sobre su remedio en
los humanos, sin quedarle otro desahogo que elevar sus clamores a la divinidad,
fuente verdadera de todo bien. ¿Cómo será posible que no ocurramos al remedio de
nuestros males, teniéndolo en la mano, y pudiendo usar de el con tanta
felicidad, nos dejemos abatir de la desconfianza, dando con esto un completo
triunfo a los que se aprovechan de todas estas desgracias, para perseguir
nuestra católica iglesia? No, no será así, existe un Dios, cuyo amor
sin límites hacia los hombres solo se ocupa en llenarlos de socorros y regalos,
principalmente en sus mayores necesidades. Hay todavía un brazo fuerte lleno de
poder, que acabaría en un solo instante con todos sus enemigos, si así le
agradara. Y hay, en fin, una Virgen llena de gracia, que sin algún interés
propio bajo del cielo en una forma la más humilde y sencilla, a consolar y
santificar a los mexicanos, prometiéndoles por conducto del dichoso Juan Diego,
toda la protección de una Madre, y toda la intercesión de una mediadora ante la
Divina Misericordia, oferta que sola al oírla llena de consuelo y esperanza.
Movidos, pues, de un afecto tan dulce, acojámonos a esta Divina Señora, y para
mover a la que interponiendo sus ruegos nos alcance de la Majestad de Dios el
remedio de nuestros presentes males, y muy particularmente el triunfo contra
nuestros enemigos de la religión, ofrezcámosle este pequeño ejercicio.
—Se reza
un Ave María y un Gloria Patri y luego esta:
ORACIÓN
Recurrimos a tu
asistencia Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te
hacemos en nuestras suplicas, más, líbranos siempre de todos los
peligros, Oh Virgen llena de gloria y bendición.
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