La
fiesta de la Anunciación es muy antigua y siempre
ha sido considerada una de las más grandes.
En tiempos de San Agustín, como él mismo afirma, ya estaba fijado
el 25 de marzo.
El
X Concilio de Toledo, en el año 656, llama a la solemnidad de este día “la fiesta por excelencia de la Madre de Dios, la gran
fiesta de la Virgen”.
Por
coincidir esta solemnidad con el momento de la Pasión, la iglesia de Toledo la
fijó el 18 de diciembre y la de Milán el domingo anterior a Navidad.
Pero
como la Iglesia romana, en el siglo IX, la colocó en su propio día, fue imitada
por las demás.
La
fiesta de la Anunciación del Ángel a la Virgen María se celebra desde el siglo
V en Oriente y desde el siglo VI en Occidente, nueve
meses antes de Navidad, y se traslada cuando coincide con Semana Santa o en
domingo.
LA FIESTA
Hoy
celebramos la fiesta establecida para el 25 de marzo. Celebramos el
misterio de la encarnación de Jesús. El Arcángel Gabriel va a Nazaret y,
ante la Virgen María, le manifiesta el deseo de Dios: que por obra y gracia
divina se convierta en la madre del Salvador. María, aunque no comprendía la
profundidad del misterio, se declaró totalmente dedicada a cumplir la voluntad
del Señor.
María
era una joven sencilla, comprometida con José, un carpintero del linaje de la
casa de David. María quedó turbada al recibir el aviso del ángel de que había
sido elegida para dar a luz al Hijo de Dios, a quien
debería llamar Jesús, y que Él había sido enviado para salvar a la Humanidad y
cuyo Reino sería eterno.
Con su sí, María
aceptó la dignidad y el honor de la maternidad divina, pero al mismo tiempo
también los sufrimientos y los sacrificios que a ella iban ligados. Ella se declaró dispuesta a cumplir la voluntad de Dios en
todo, como su sierva.
Por
eso la fecha de hoy marca y celebra este acontecimiento, que es uno de los misterios más sublimes e importantes de la
historia del hombre sobre la Tierra: la
llegada del Mesías, profetizado siglos antes, varias veces.
ILUMINACIÓN BÍBLICA EN
NUESTRAS VIDAS
Ante
la grandeza del misterio de la divina encarnación, nuestra reacción es de
admiración y de fe.
Esto
se ve respaldado por el pasaje de la Anunciación según Lucas 1:36-38: «También Isabel,
tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es el sexto mes para
ella, que se decía que era estéril. Porque nada es imposible para Dios.
Entonces María dijo: «He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra».
Estas
palabras del ángel Gabriel nos llevan mucho más allá de la razón.
La
señal divina que fue dada es el milagro realizado en Isabel.
¡Arrodillémonos
ante Dios, ante su misterio, y demos gracias por el sí de María! Y con
Ella, con nuestra Madre divina, tengamos el coraje y la confianza de decir
también sí al proyecto del Padre.
Lucas
1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado
José. El nombre de la virgen era María. Y llegando a donde estaba ella, dijo: ¡Salve, llena eres de gracia! El Señor es contigo. Ella se turbó por sus palabras y
se preguntaba qué clase de saludo sería este. El ángel le dijo: «María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.
Y concebirás, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será
grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su
padre David. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, siendo virgen? El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra. Por lo cual también el Santo Ser que nacerá será
llamado Hijo de Dios. 36 Y tu parienta Elisabet también ha concebido un hijo en
su vejez, y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril. Porque
nada hay imposible para Dios». Entonces
María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase en
mí según tu palabra.
Dios, Padre santo,
que en tu benigna
providencia
quisiste que tu Verbo
tomara
verdadera carne humana
en el seno de la Virgen
María,
concédenos que,
celebrando a nuestro
Redentor
como verdadero Dios y
verdadero hombre,
merezcamos también
participar de su naturaleza divina.
Por nuestro Señor
Jesucristo,
tu Hijo,
que es Dios contigo
en la unidad del
Espíritu Santo.
Señor,
Padre santo,
Dios
todopoderoso y eterno,
es en
verdad nuestro deber y
nuestra
salvación darte gracias
siempre y
en todo lugar,
por Cristo
nuestro Señor.
Por la Anunciación del
mensajero celestial,
la Virgen Inmaculada
acogió con fe tu Palabra
y por la acción
admirable del Espíritu Santo
llevó en su seno con
amor inefable
al Primogénito de la
nueva humanidad,
venido a cumplir las
promesas hechas a Israel
y a revelarse al mundo
como esperanza de todos los pueblos.
Por eso, con los
Ángeles,
que adoran tu majestad y
exultan eternamente en tu presencia,
proclamamos tu gloria,
cantando a una sola voz:
Santo,
Santo, Santo...
SEÑOR,
GRACIAS POR VENIR AL
MUNDO A SALVARNOS.
SEÑOR,
GRACIAS POR ELEGIR A
MARÍA COMO VUESTRA MADRE Y NUESTRA.
SEÑOR,
GRACIAS
POR LA IGLESIA QUE COMIENZA A NACER HOY EN EL VIENTRE DE MARÍA.
QUE VUESTRA IGLESIA
CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA,
QUE NACIO DESDE QUE
VINISTE AL MUNDO,
QUE, CON TU FUERZA,
SEA LUZ Y
PODER EN ESTE MUNDO RODEADO
DE
TINIEBLAS Y FALSOS PROFETAS Y FALSAS IGLESIAS.
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