jueves, 7 de septiembre de 2017

DEVOCIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


   Aunque no sientas, alma cristiana, bastante valor para hollar el respeto humano, comulgar a menudo, combatir las pasiones, y entablar una vida fervorosa, te suplico que a lo menos nunca abandones la devoción a María Santísima, el gran refugio y amparo de los pecadores. Todo poder se le ha dado en la tierra y en el cielo, dice San Pedro Damiano; y se presenta al trono del Altísimo, no como esclava, sino como quien manda: Domina non ancilla, (la señora criada allí). María es la tesorera de todas las gracias, añade San Bernardo, y quiere Dios que todo cuanto recibimos de lo alto nos venga por la poderosa mediación de María. Por su medio llenase el cielo de bienaventurados, suelta al enemigo la presa, santificase la tierra, sálvanse los pecadores, baja sobre nosotros la divina misericordia; en una palabra, la devoción de María Santísima es mirada de los Santos como una señal muy cierta de predestinación.
   Imaginémonos, pues, que. Jesucristo nos dirige las palabras que dijo a San Juan: “¡He ahí a tu Madre!” ¡Ah! ¡Qué dicha la nuestra! ¡La Madre de Dios es nuestra amantísima Madre! Más no olvidemos tampoco que está repitiendo: “Haced todo cuanto mi Hijo os diga”. Uniendo así la confianza en María Santísima con la observancia de los divinos preceptos, lejos de ser presuntuosa nuestra devoción, será prenda segura de eterna bienaventuranza y medio infalible para alcanzarla. Para lograr su poderoso valimiento, ofrezco aquí a los hijos amantes de María diferentes devociones y obsequios que podrán tributarle entre el año, escogiendo cada cual con preferencia aquellos en que halle mayor consuelo y que se acomoden a sus ocupaciones.



Memorare
u oración de San Bernardo
a María Santísima

   Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que fuese de Vos abandonado ninguno de cuantos han acudido a vuestro amparo, implorado vuestra protección y reclamado vuestro auxilio. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen de vírgenes; y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra soberana presencia. No desechéis mis súplicas, oh Madre del Verbo, antes bien oídlas y acogedlas benignamente. Amén.

Tres años de indulgencia. Plenaria, si se rezase durante un mes, confesando, comulgando y orando a intención del Sumo Pontífice (S. Penit. Ap. 8 de Septiembre de 1935).



Acto de consagración a la
Virgen Santísima

   Oh Purísima Virgen María, Madre de Dios y Madre mía amantísima, centro de las delicias y complacencias del Altísimo, como la más perfecta de todas sus obras y el más fiel espejo de sus perfecciones divinas. ¿Qué gracias te daré, Señora, por los inmensos favores y beneficios que por tu intercesión he obtenido del cielo? ¡Cuántos años hace que yo ardería en el infierno, si Tú, cual poderosa Abigail, no hubiese aplacado al supremo Juez irritado contra mí. A ti vengo, pues; Reina de los cielos y tierra, que, después de Dios, eres única esperanza y refugio del pecador en este valle de lágrimas; a ti, acudo, Abogada universal, que a nadie desechas; Abogada poderosísima, a quien nada rehúsa el Omnipotente; a ti clamo desde el profundo abismo de miserias en que estoy sumido. Acuérdate que por salvarme tomó Jesús carne humana en tus entrañas virginales, y que antes de expirar en la cruz, volviendo a ti sus dulces ojos, Mujer, te dijo en la persona de Juan, ahí tienes o, tu hijo; y luego a mí: ahí tienes a tu Madre. ¡Ah! no merecía yo tan señalado favor: más Jesús traspasó en mí los títulos y derechos que tenía a tu amor. ¿Y podrá una misericordia tan grande como la suya no apiadarse de una miseria tan extremada como la mía? Pues eres madre y refugio de los pecadores; pues tus vasallos, oh Reina de misericordia, son los miserables; ¿y quién habrá más acreedor que yo a tu clemencia, siendo, como soy, el más miserable de todos los pecadores? ¿En quién se hará más potente tu misericordia que en mí, el más ingrato de todos tus hijos? ¿No ves, Madre piadosísima, cuántos peligros me rodean? Cuántos y cuan encarnizados enemigos me persiguen? Muestra, pues, en mí el cariño que profesabas a tu Hijo. No permitas que prevalezca el infierno contra un hijo tuyo, que, aunque indigno de este nombre, te invoca y se acoge a la sombra de tu amparo. ¿Qué? ¿Desplegaría el enemigo más celo y ardor en perderme, que, la más tierna de todas las madres, en salvarme? ¡Ah! crimen sería pensarlo. Mas deseas tú dispensarme favores, que yo pedírtelos. Llorando, pues, mi ingratitud pasada, y queriendo de hoy en adelante amarte con todo el afecto de mi corazón, te elijo por Abogada, Reina y madre mía, consagrándome por siempre jamás a tu santo servicio. Pongo bajo tu amable imperio mis bienes, mi salud, mi corazón, alma, potencias, sentidos, vida, todo cuanto tengo y soy. En ti, después de Jesús, pongo toda mi confianza. Sé siempre mi amparo y mi defensa, oh Virgen poderosa, y en el terrible trance de la muerte, cuando el dragón infernal haya desplegado sus esfuerzos para tragarme, vuela a mi socorro, oh Madre amantísima, alcánzame la perseverancia final. No me dejes un solo instante, hasta que, que contigo, cante tus glorias y las misericordias de tu Hijo en el cielo por eternidad de eternidades. Amén.




ANCORA DE SALVACION

Por el

R. P. JOSÉ MACH, S. J. (Marzo 31 de 1949).




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