Aunque
no sientas, alma cristiana, bastante valor para hollar el respeto humano,
comulgar a menudo, combatir las pasiones, y entablar una vida fervorosa, te
suplico que a lo menos nunca abandones la devoción a María Santísima, el gran
refugio y amparo de los pecadores. Todo poder se le ha dado en la tierra y en el
cielo, dice San Pedro Damiano; y se presenta al trono del Altísimo, no como
esclava, sino como quien manda: Domina non ancilla,
(la señora criada allí). María es la tesorera de todas las gracias,
añade San Bernardo, y quiere Dios que todo cuanto recibimos de lo alto nos
venga por la poderosa mediación de María. Por su medio llenase el cielo de
bienaventurados, suelta al enemigo la presa, santificase la tierra, sálvanse
los pecadores, baja sobre nosotros la divina misericordia; en una palabra, la
devoción de María Santísima es mirada de los Santos como una señal muy cierta
de predestinación.
Imaginémonos,
pues, que. Jesucristo nos dirige las palabras que dijo a San Juan: “¡He ahí a tu Madre!”
¡Ah!
¡Qué dicha la nuestra! ¡La Madre de Dios es nuestra amantísima Madre! Más
no olvidemos tampoco que está repitiendo: “Haced
todo cuanto mi Hijo os diga”. Uniendo
así la confianza en María Santísima con la observancia de los divinos
preceptos, lejos de ser presuntuosa nuestra devoción, será prenda segura de
eterna bienaventuranza y medio infalible para alcanzarla. Para lograr su
poderoso valimiento, ofrezco aquí a los hijos amantes de María diferentes
devociones y obsequios que podrán tributarle entre el año, escogiendo cada cual
con preferencia aquellos en que halle mayor consuelo y que se acomoden a sus
ocupaciones.
Memorare
u oración de San Bernardo
a María Santísima
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás
se oyó decir que fuese de Vos abandonado ninguno de cuantos han acudido a
vuestro amparo, implorado vuestra protección y reclamado vuestro auxilio. Animado
con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen de vírgenes; y gimiendo bajo
el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra soberana presencia.
No desechéis mis súplicas, oh Madre del Verbo, antes bien oídlas y acogedlas
benignamente. Amén.
Tres
años de indulgencia. Plenaria, si se rezase durante un mes, confesando,
comulgando y orando a intención del Sumo Pontífice (S. Penit. Ap. 8 de Septiembre
de 1935).
Acto de consagración a la
Virgen Santísima
Oh Purísima Virgen María, Madre de Dios y
Madre mía amantísima, centro de las delicias y complacencias del Altísimo, como
la más perfecta de todas sus obras y el más fiel espejo de sus perfecciones
divinas. ¿Qué gracias te daré, Señora, por los inmensos favores y beneficios
que por tu intercesión he obtenido del cielo? ¡Cuántos años hace que yo ardería
en el infierno, si Tú, cual poderosa Abigail, no hubiese aplacado al supremo
Juez irritado contra mí. A ti vengo, pues; Reina de los cielos y tierra, que,
después de Dios, eres única esperanza y refugio del pecador en este valle de
lágrimas; a ti, acudo, Abogada universal, que a nadie desechas; Abogada
poderosísima, a quien nada rehúsa el Omnipotente; a ti clamo desde el profundo
abismo de miserias en que estoy sumido. Acuérdate que por salvarme tomó Jesús
carne humana en tus entrañas virginales, y que antes de expirar en la cruz,
volviendo a ti sus dulces ojos, Mujer, te dijo en la persona de Juan, ahí
tienes o, tu hijo; y luego a mí: ahí tienes a tu Madre. ¡Ah! no merecía yo tan
señalado favor: más Jesús traspasó en mí los títulos y derechos que tenía a tu
amor. ¿Y podrá una misericordia tan grande como la suya no apiadarse de una
miseria tan extremada como la mía? Pues eres madre y refugio de los pecadores;
pues tus vasallos, oh Reina de misericordia, son los miserables; ¿y quién habrá
más acreedor que yo a tu clemencia, siendo, como soy, el más miserable de todos
los pecadores? ¿En quién se hará más potente tu misericordia que en mí, el más
ingrato de todos tus hijos? ¿No ves, Madre piadosísima, cuántos peligros me
rodean? Cuántos y cuan encarnizados enemigos me persiguen? Muestra, pues, en mí
el cariño que profesabas a tu Hijo. No permitas que prevalezca el infierno
contra un hijo tuyo, que, aunque indigno de este nombre, te invoca y se acoge a
la sombra de tu amparo. ¿Qué? ¿Desplegaría el enemigo más celo y ardor en
perderme, que, la más tierna de todas las madres, en salvarme? ¡Ah! crimen
sería pensarlo. Mas deseas tú dispensarme favores, que yo pedírtelos. Llorando,
pues, mi ingratitud pasada, y queriendo de hoy en adelante amarte con todo el
afecto de mi corazón, te elijo por Abogada, Reina y madre mía, consagrándome
por siempre jamás a tu santo servicio. Pongo bajo tu amable imperio mis bienes,
mi salud, mi corazón, alma, potencias, sentidos, vida, todo cuanto tengo y soy.
En ti, después de Jesús, pongo toda mi confianza. Sé siempre mi amparo y mi
defensa, oh Virgen poderosa, y en el terrible trance de la muerte, cuando el
dragón infernal haya desplegado sus esfuerzos para tragarme, vuela a mi
socorro, oh Madre amantísima, alcánzame la perseverancia final. No me dejes un
solo instante, hasta que, que contigo, cante tus glorias y las misericordias de
tu Hijo en el cielo por eternidad de eternidades. Amén.
ANCORA
DE SALVACION
Por
el
R. P. JOSÉ MACH, S. J. (Marzo 31 de 1949).
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