El maravilloso abad san
Gil, fue griego de nación, natural de Atenas, y de sangre real. Se aplicó desde
niño a las letras y virtudes, y era muy inclinado a las obras de misericordia.
Yendo cierto día a la iglesia, vio un pobre enfermo que estaba echado en el
suelo, y le pedía limosna; y san Gil, desnudándose la túnica cubrió con ella la
desnudez del pobre, y en vistiéndosela, le dio juntamente la salud. Muertos sus
padres, repartió a los pobres su crecido patrimonio; y no parece sino que Dios
quiso pagárselo con el don de milagros, porque obró tantos, que divulgándose en
Grecia la fama de su santidad, se embarcó a donde no fuese conocido ni
estimado. Más seguíale la gracia de los prodigios, y así en el mar sosegó con
su oración una gran borrasca. Llegado a Arles, donde era obispo san Cesáreo,
estuvo dos años con él en santa compañía, y habiendo pasado después el Ródano,
obró muchos milagros en las regiones vecinas. Le honraban por tantos prodigios las
gentes del país; y él por huir de la alabanza de los hombres, entró por la
parte en que el Ródano va a morir en el mar, y halló una grande espesura, y en
ella una cueva muy solitaria, y no lejos de aquel lugar una fuente de agua
clara y abundante. Allí puso el santo su asiento; y todos los días venía a san
Gil una cierva como enviada de la mano de Dios, para que con su leche se
sustentase. Habiendo salido una vez el rey de Francia a caza hacia aquella
parte, la cierva acosada por los perros, con gran ligereza vino a guarecerse en
la cueva del santo anacoreta, y por la oración del santo, se volvieron los
perros atrás para sus amos: y como otro día viniese el rey con más cazadores, y
no osasen los perros llegarse a aquella gruta, un ballestero tiró desatinadamente
una saeta que hirió al santo. Rompiendo luego por las malezas el rey con su
gente, halló a san Gil en hábito de monje, de muy venerable aspecto, puesto en
oración, sin moverse ni turbarse, corriendo sangre de la herida, y la cierva
rendida a sus pies. Se admiró en gran manera el rey de lo que estaba viendo, y
pidiendo perdón al santo, mandó que le curasen luego la herida: pero resistió
él, diciendo que no consentiría jamás que le quitasen aquella ocasión de nuevos
merecimientos. Con esto quedó tan edificado el rey que le construyó allí un
monasterio, en el cual vivió san Gil algunos años, ordenado ya de sacerdote,
con muchos discípulos que se le juntaron, a quienes gobernó con prudencia del
cielo, hasta que llegando el día de su muerte, les echó su paternal bendición,
y fue a gozar de Dios, a quien tan santamente había servido.
Reflexión:
Preguntarás por ventura ¿en qué se ocupaban los discípulos del santo abad Gil y
tantos otros monjes de los antiguos monasterios? En la contemplación
de las cosas celestiales, en el canto de los salmos, en trabajos manuales, en
el cultivo de las tierras, en abrir caminos por los desiertos, y formar poco a
poco centros de poblaciones en medio de las soledades; en evangelizar a pueblos
rudos o bárbaros, y en socorrerles como ángeles de los pobres. Siempre verás alrededor
de un antiguo monasterio, algunas poblaciones que se formaron debajo de la
protección y jurisdicción paternal de los monjes. Ahora están bajo el yugo del
Estado o de amos a las veces harto codiciosos y egoístas.
Oración:
Te rogamos, Señor, que la intercesión del bienaventurado abad san Gil nos
recomiende en tu divino acatamiento, para alcanzar por su patrocinio lo que no
podemos impetrar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario