Uno
de los más brillantes ornamentos de la Tercera Orden de san Francisco, y de la
santa Iglesia, fue la penitente y maravillosísima doncella santa Rosa, natural
de Viterbo. A los tres años de su edad resucitó a
su abuela difunta: poco después recogiendo los pedazos de un cántaro que se le
rompió a una niña, se lo volvió entero; queriendo su padre ver el alimento que
llevaba para los pobres, se convirtió el pan en rosas.
A los siete años se recogió a un aposento de su casa muy retirado, donde
gastaba muchas horas en oración y maceraba su delicado cuerpo con tan ásperas
penitencias, que se puso en grave peligro de perder la vida, y la perdiera a no
haberle traído del cielo la salud la santísima Virgen, que, acompañada de coros
de vírgenes se le apareció, y le ordenó que tomase el hábito de la tercera
Orden seráfica, y dé ella al momento se lo vistió con singular devoción.
Redobló sus admirables austeridades, mayormente después que se le apareció
Jesús crucificado, cuya dolorosa imagen le quedó tan impresa en la mente y en
el corazón, que la violencia del amor la traía como fuera de sí y la hacía
correr por calles y plazas desahogando los ardores de su pecho y cantando las
divinas alabanzas. Por aquel tiempo afligían a la Iglesia numerosos enemigos,
favorecidos por el emperador Federico Barbarroja; y santa Rosa, siendo de doce años, ilustrada con ciencia infusa, rebatió
y confundió a los herejes con los más sólidos e irrefragables argumentos,
despreciando los terrores de los sectarios, y la muerte misma que le quisieron
dar: de lo cual avergonzados, obtuvieron del gobernador de Viterbo que la
arrojase de la ciudad so pretexto de que conmovía al pueblo. Caminando
entre nieves y expuesta a perecer, llegó a Salerno, donde profetizó los
prósperos sucesos que a poco se verificaron con la muerte del emperador. Vuelta
a su patria fue recibida de sus conciudadanos con increíble regocijo. Quiso retirarse
a la soledad en el monasterio de santa Clara; y como no fuese admitida, dijo
que, pues no la recibían viva, la recibirían muerta. Para que no
saliesen defraudados sus deseos de soledad y recogimiento, continuó en el
retiro de su casa sus acostumbrados ejercicios de oración y penitencia, atormentando
su inocente cuerpo con ayunos, cilicios y disciplinas, y esto con tanto mayor
espíritu y fervor cuanto sentía más cercano el fin de su vida, que esperaba
como el principio de otra eterna y bienaventurada en el cielo, adonde voló el
alma purísima de la santa, el día 6 de marzo de 1252, a la temprana edad de
solo diez y ocho años. Sepultaron el sagrado cadáver en el templo de santa María
de Podio; pero a los pocos meses Alejandro VI, que se hallaba en Viterbo,
amonestado tres veces de la santa, que trasladase su cuerpo al monasterio de
santa Clara, lo hizo Su Santidad con triunfal magnificencia, cumpliéndose
entonces el vaticinio que había hecho la santa cuando no fue admitida en aquel
convento.
Reflexión:
¡Cómo se
muestra en esta santa niña que Dios nuestro Señor escoge lo necio del mundo
para confundir la sabiduría según la carne, lo flaco para confundir a los
poderosos, lo vil y despreciado para confundir a los soberbios del siglo: en
una palabra, lo que no es para confundir a lo que es! Confiemos pues en Dios, y no temamos a los que pueden,
sí, destruir el cuerpo, más ningún daño pueden hacer al alma.
Oración:
Oh Dios, que te dignaste admitir en el coro de tus santas vírgenes a la
bienaventurada Rosa, concédenos por sus ruegos y merecimientos la gracia de
expiar todas nuestras culpas y de gozar eternamente de la compañía de tu
Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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