El 8 de diciembre de 1854 Pío IX definió oficialmente tan gran dogma,
haciéndose fiel interprete de toda la tradición cristiana resumida en las
palabras del Ángel: “Dios te salve, María,
llena de gracia; el Señor es contigo, y bendita tú eres entre todas las mujeres”.
Con toda
verdad, pues, exclama el verso del Aleluya: “Toda hermosa eres,
María, y el pecado original no se halla en ti”. Como
la aurora anuncia al día, así María precede al astro divino, que pronto
iluminará a nuestras almas, y se presenta
primera en el cielo litúrgico, como que ella es la que deberá introducir en él
a su Hijo. Como
gracia propia de esta fiesta de la Inmaculada, pidamos a Dios que nos sane y
libre de todos los pecados, para que, de ese modo, nos hallemos dispuestos a
recibir en nuestros corazones a Jesús, cuando en ellos se presente el día de
Navidad.
Míranos cargados de culpas propias, Virgen
sin mancilla, no consientas que los hijos sean tan disímiles de su madre, tan
santa y tan pura.
TODA HERMOSA ERES, MARÍA, Y MANCHA ORIGINAL NO HAY EN TI.
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