martes, 26 de diciembre de 2017

EL NACIMIENTO.






1. ° Ingratitud de los suyos.



— Mira cómo se cumplen al pie de la letra aquellas palabras: «vino a los suyos y los suyos no le recibieron».

— ¡Qué ignorancia de las cosas de Dios!

— ¡Si ellos hubieran sabido lo que iba a pasar en aquella noche!... Pero he ahí el mérito de la sumisión y resignación en las manos de Dios..., no pensar en el por qué, ni en el para qué, dispone el Señor las cosas de ese modo.
   Por otra parte, aquellos pudieron tener disculpa de su ignorancia..., pero nosotros, ¿no tenemos miles de pruebas para conocer las cosas de Dios y saber quién es El y dónde se encuentra?

   Pedir perdón al Señor de las muchas veces que ha querido entrar en nuestro corazón, y nosotros no le hemos admitido...; de las muchas veces que Él ha deseado hacer algo..., quizá algo grande, con nosotros y lo hemos estorbado.

— En fin, temamos y temblemos, pues no sabemos la responsabilidad que de esto tenemos y la cuenta que hemos de dar a Dios por ello.




2. ° El Nacimiento.


— Si el olvido y el abandono y el desprecio fue el modo cómo los suyos recibieron a Jesús, contempla ahora a María..., penetra en el interior de la cueva y... mira con santa curiosidad todo lo que allí pasa.

— Iluminada por el Espíritu Santo, ha comprendido María que el momento del Nacimiento de su Hijo ha llegado... y, naturalmente, aunque cansada del penoso y largo viaje, no quiere descansar.

   Ahora más que nunca, se entrega a fervorosísima oración... Sus ardientes anhelos y fervorosos suspiros, hacen una violencia irresistible al corazón de Dios... Se deja vencer por la oración de María, y cuando Ésta ha llegado al grado más elevado de aquel éxtasis de amor, el Espíritu Santo hace que de repente..., de un modo milagroso..., al abrir María sus ojos, se encuentre entre los pliegues de su manto..., blanco como un copo de nieve..., bello más que los ángeles..., al Hijo de Dios e hijo suyo.

— María Virgen antes del parto, es virgen sin mancilla en el parto..., como el rayo del sol sale por un cristal, sin romperlo y sin mancharlo..., así nació el Hijo de María.
   Acércate mucho, sin miedo alguno, y contempla aquella escena.

—Jesús va a recibir la primera adoración, y con ella las primeras caricias de una Madre... María adora a su Dios allí vivo... real y físicamente presente..., pero como Madre, se cree con derecho a tomar a aquel Niño y estampar en sus mejillas delicadas sus primeros besos... ¡Qué besos más ardientes!..., ¡Qué abrazos más efusivos!..., ¡Qué caricias más tiernas!... Excita tu imaginación, que todo será nada, para pintar esta escena.

   Jesús no siente la pobreza del establo..., ni el frío de la noche..., porque lo primero que han visto sus ojos al abrirlos a la luz de este mundo, ha sido el rostro de su Madre.

— Recuerda el encanto de un niño pequeño cuando sonríe al contemplar algo agradable para sus ojuelos, y piensa cómo sería la sonrisa de Jesús al ver a su Madre tan pura..., tan bella..., tan hermosa.

— Madre e Hijo parece que no se hartan de contemplarse mutuamente... y esta mirada de María, es consuelo y alegría para Jesús... y la mirada de Jesús es aumento de gracia y santidad para María.

   Con qué respeto y devoción, y al mismo tiempo ternura y delicadeza iría la Santísima Virgen envolviendo aquel cuerpecito de su Hijo en los blancos y pobres pañales... y con qué dolor y pena tan profundos, le colocaría en las pajas del pesebre... Ella fue la primera que meditó en esta verdad que tenía delante de sus ojos... ¡Dios en un pesebre!... ¡Dios abrazado con la pobreza tan estrechamente, que ni casa, ni habitación tiene para nacer!... ¡Qué será la pobreza cuando así aparece inseparablemente unida al Hijo de Dios! Pide a María que te la dé a conocer, para que ames esta virtud.







3. ° El Hijo Primogénito.


— Dice el Evangelio, que María dio a luz a su Hijo Primogénito... Si fue primogénito, esto es, el primero, es porque luego debió tener otros hijos, y así es por dicha nuestra.

—Jesús es el primero..., es el hermano mayor..., pero luego vinimos nosotros, que también somos hijos de María.

— ¡La Madre de Dios es nuestra Madre!... Jesús es nuestro hermano... ¡Hermanos de Cristo!... ¿Lo has pensado bien?... ¿Te has detenido a considerar lo que esto significa de parte de Dios y de parte tuya?

— De parte de Dios, es el colmo de la bondad y del amor para contigo...; de parte tuya, es la mayor gloria y dignidad a que puedes aspirar..., es el título dulcísimo que ni a los ángeles ha querido dar... María es Reina de los ángeles, pero no es Madre suya como lo es nuestra.

 — Así, ante la cuna de Jesús..., en presencia de esta Madre, medita y saborea estas dulcísimas verdades...






4. ° Acércate antes de terminar a María y pide la por unos momentos te deje en tus brazos a su Hijo..., recréate con El..., abrázale y mímale con toda clase de caricias... y, sobre todo, estréchale tan fuertemente, que le metas hasta lo más hondo de tu corazón.

— Suplícale que cambie su cuna y pesebre por tu corazón, que allí le darás más abrigo y calor.

— En fin, pide al Niño que te enseñe a amar a su Madre... Pide a la Madre que te enseñe a amar a Jesús.

   Piensa que la vida de Jesús comienza mirando a María y... también en la Cruz termina mirándola a Ella... ¿No querrá decirte con eso que Él quiere que toda tu vida se deslice también bajo la mirada de María?... ¡Qué dulce es pensar que así vivimos alumbrados y consolados con la luz de los ojos de María!... Aprende a mirar a María y a recordar que Ella siempre te mira sin cesar...





“MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.

ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.



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