miércoles, 6 de diciembre de 2017

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN DE FÁTIMA. Año 1946.




UN ARTICULO ESCRITO POR UN LECTOR QUIEN ESTUVO EN EL LUGAR DE LOS HECHOS…





   Al intentar comunicarme con los lectores de CRISTIANDAD para darles una sumaria noticia de cuanto vi en Fátima el día de la coronación de la Virgen, siento el temor y el natural encogimiento ante la desproporción de mis facultades descriptivas con la grandiosidad de los hechos vividos. Toda la Prensa internacional los ha comentado con más o menos amplitud y según informe de privilegiados observadores y cronistas. Yo quisiera, en consonancia con las predilecciones de nuestra publicación, comentar de manera familiar y llana lo acaecido, de la forma única que es admisible lo haga un pobre peregrino, que desde el otro confín de España quiso sumarse a esta manifestación piadosa y solemne de amor a la Celestial Señora Reina del Rosario, la cual en nuestro país hermano está obrando el más estupendo de los prodigios... la renovación de las ancestrales raíces cristianas del pueblo portugués. 

   Toda la humildad de una naturaleza cultivada por manos campesinas, olivares vestidos en Su naciente Primavera constituyen el sencillo marco de ese recinto espiritual de Cava de Iría. 

   La noche del domingo, día 12, con harta dificultad se podrá avanzar por las carreteras materialmente invadidas desde los días anteriores por extraordinario número de vehículos llegados de todas partes. 

   La procesión de las antorchas estaba terminando; más que procesión, según se desarrolló, fue realmente una total e inopinada aparición en el amplio valle que rodea la Basílica, de cientos de miles de luces, cuyo resplandor trascendía en la atmósfera como un halo de adoración popular, obsequio místico ofrecido a Nuestra Señora por cada peregrino y testimonio de su fervorosa presencia. 

   He visto en mis tiempos mozos, en Lourdes, las multitudes ordenadas de peregrinos, en parecida circunstancia, tributar respetuosas en homenaje de devoción a la Virgen aparecida a las orillas del Gave... recuerdo aquellas suaves brisas pirenaicas acariciando el rostro y haciendo balbucear las antorchas en la noche estival, mientras los corazones elevaban sus esperanzas y Su oraciones. Pero, a decir verdad, esta otra noche en Cava de Iría, era algo tan distinto, tan sorprendente... 

   La Basílica espaciosa, grande, recién edificada su fábrica, aún sin ventanales y desprovista de ornamentación, acogía a los fieles..., grupos de paisanos y también de soldados se preparaban para ser oídos en confesión; luego, altares, muchos altares improvisados adosados a los muros de las naves, y aguardando a su vera, en paciente turno, innumerables grupos de sacerdotes para celebrar el Santo Sacrificio que había de sucederse desde la una de la madrugada sin interrupción hasta el mediodía siguiente. El acceso resultaba difícil, tal era el cúmulo de fieles arrodillados a fuera en todo el paraje y rezando devotamente se hallaba, que impedían materialmente dar un paso. El viento frío, desagradable ahora, acompañado por frecuentes Chubascos... todo soportado con estoica inmovilidad por la multitud que seguía imperturbable el rezo en común dirigido por altavoces; cobijada en sus paraguas, éstos asemejaban inmenso manto de azabaches en medio del que surgía la blanca Basílica. Cual magno artificio de cristal, iluminada de cerca por potentes reflectores y coronada Su enhiesta aguja con el símbolo luminoso de la Cruz. Delante y cubierto por un grande baldaquino el Santísimo se hallaba expuesto, presidiendo desde lo alto de la escalinata este acto grandioso de fe. Popular, emocionantemente popular, ha sido la nota típica de esta magna jornada en Cava de Iría con motivo del 300 ° aniversario de la Consagración de Portugal a la Celestial Señora; familias aldeanas, pueblos enteros con sus niños incluso, hicieron acto de presencia en Fátima, acudieron viajando muchos a pie en jornadas sucesivas y no pocos lo hicieron descalzos. Confieso que al ver tan extraordinario número de esos penitentes creí, por error, que se trataba de cierta típica normalidad o pobreza, pero, más tarde, una preciosa carta que una señora portuguesa acaba de dirigir a una amiga suya barcelonesa y que ésta amablemente me ha hecho conocer, descubre claramente dicha nueva faceta de fervor y sacrificio. 




   ¡Curaciones y milagros! Queridos lectores, este capítulo tan trascendente con el que Nuestra Señora se complace en rubricar allí otras abundantes gracias y favores celestiales, ha dado lugar a escenas de indescriptible emoción... Sin embargo, para ser fiel a mi propósito sólo puedo comentar lo que desde un modesto observatorio se me alcanzaba, y que, no obstante, a mi juicio fue un milagro grande de aquellas horas sublimes de los santos jubilares... ¡Ni un accidente!! Ni el más leve percance de circulación en medio del ir y venir, rebullir incesante de gentes, carros, automóviles, camiones. ¡Milagro grande, obsequio delicado de la Santísima Virgen fue éste a sus devotos visitantes! ¡Una noticia muy triste para mí vino a truncar inopinadamente la placidez de esos inolvidables momentos! ¡Acababan de anunciarme el fallecimiento de mi padre! Quiso la Virgen Santísima en medio de este dolor proporcionarme el consuelo de poder estar presente todavía en su triunfal coronación. El reloj marcaba las dos de la tarde, los aviones describían amplios círculos sobre el recinto y dejaban caer lluvias de flores sobre su trono. 




   Más tarde por las carreteras que conducen a Lisboa vi también esta vez cómo los niños salían a nuestro paso con ramos de flores, de esas preciosas flores de mayo, síntesis de pureza y augurio quizás de una no lejana plenitud sobrenatural de sus almas...



José María Modolell.


Cova de Iría. 13 de mayo.



REVISTA CRISTIANDAD-1946.

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