UN ARTICULO ESCRITO POR UN LECTOR QUIEN ESTUVO
EN EL LUGAR DE LOS HECHOS…
Al intentar comunicarme con los lectores de
CRISTIANDAD para darles una sumaria noticia de cuanto vi en Fátima el día de la
coronación de la Virgen, siento el temor y el natural encogimiento ante la desproporción
de mis facultades descriptivas con la grandiosidad de los hechos vividos. Toda
la Prensa internacional los ha comentado con más o menos amplitud y según
informe de privilegiados observadores y cronistas. Yo quisiera, en consonancia
con las predilecciones de nuestra publicación, comentar de manera familiar y
llana lo acaecido, de la forma única que es admisible lo haga un pobre peregrino,
que desde el otro confín de España quiso sumarse a esta manifestación piadosa y
solemne de amor a la Celestial Señora Reina del Rosario, la cual en
nuestro país hermano está obrando el más estupendo de los prodigios... la renovación
de las ancestrales raíces cristianas del pueblo portugués.
Toda la humildad de una naturaleza cultivada
por manos campesinas, olivares vestidos en Su naciente Primavera constituyen el
sencillo marco de ese recinto espiritual de Cava de Iría.
La noche del domingo, día 12, con harta
dificultad se podrá avanzar por las carreteras materialmente invadidas desde los
días anteriores por extraordinario número de vehículos llegados de todas
partes.
La procesión de las antorchas estaba
terminando; más que procesión, según se desarrolló, fue realmente una total e
inopinada aparición en el amplio valle que rodea la Basílica, de cientos de
miles de luces, cuyo resplandor trascendía en la atmósfera como un halo de
adoración popular, obsequio místico ofrecido a Nuestra Señora por cada
peregrino y testimonio de su fervorosa presencia.
He visto en mis tiempos mozos, en Lourdes,
las multitudes ordenadas de peregrinos, en parecida circunstancia, tributar
respetuosas en homenaje de devoción a la Virgen aparecida a las orillas del Gave...
recuerdo aquellas suaves brisas pirenaicas acariciando el rostro y haciendo
balbucear las antorchas en la noche estival, mientras los corazones elevaban sus
esperanzas y Su oraciones. Pero, a decir verdad, esta otra noche en Cava de Iría,
era algo tan distinto, tan sorprendente...
La Basílica espaciosa, grande, recién
edificada su fábrica, aún sin ventanales y desprovista de ornamentación, acogía
a los fieles..., grupos de paisanos y también de soldados se preparaban para
ser oídos en confesión; luego, altares, muchos altares improvisados adosados a
los muros de las naves, y aguardando a su vera, en paciente turno, innumerables
grupos de sacerdotes para celebrar el Santo Sacrificio que había de sucederse
desde la una de la madrugada sin interrupción hasta el mediodía siguiente. El
acceso resultaba difícil, tal era el cúmulo de fieles arrodillados a fuera en
todo el paraje y rezando devotamente se hallaba, que impedían materialmente dar
un paso. El viento frío, desagradable ahora, acompañado por frecuentes Chubascos...
todo soportado con estoica inmovilidad por la multitud que seguía imperturbable
el rezo en común dirigido por altavoces; cobijada en sus paraguas, éstos
asemejaban inmenso manto de azabaches en medio del que surgía la blanca
Basílica. Cual magno artificio de cristal, iluminada de cerca por potentes
reflectores y coronada Su enhiesta aguja con el símbolo luminoso de la Cruz.
Delante y cubierto por un grande baldaquino el Santísimo se hallaba expuesto,
presidiendo desde lo alto de la escalinata este acto grandioso de fe. Popular,
emocionantemente popular, ha sido la nota típica de esta magna jornada en Cava
de Iría con motivo del 300 ° aniversario de la Consagración de Portugal a la
Celestial Señora; familias aldeanas, pueblos enteros con sus niños incluso,
hicieron acto de presencia en Fátima, acudieron viajando muchos a pie en
jornadas sucesivas y no pocos lo hicieron descalzos. Confieso que al ver tan
extraordinario número de esos penitentes creí, por error, que se trataba de cierta
típica normalidad o pobreza, pero, más tarde, una preciosa carta que una señora
portuguesa acaba de dirigir a una amiga suya barcelonesa y que ésta amablemente
me ha hecho conocer, descubre claramente dicha nueva faceta de fervor y
sacrificio.
¡Curaciones y milagros! Queridos lectores, este capítulo tan
trascendente con el que Nuestra Señora se complace en rubricar allí otras
abundantes gracias y favores celestiales, ha dado lugar a escenas de indescriptible
emoción... Sin embargo, para ser fiel a mi propósito sólo puedo comentar lo que
desde un modesto observatorio se me alcanzaba, y que, no obstante, a mi juicio fue
un milagro grande de aquellas horas sublimes de los santos jubilares... ¡Ni un
accidente!! Ni el más leve percance de circulación en medio del ir y venir, rebullir
incesante de gentes, carros, automóviles, camiones. ¡Milagro grande, obsequio
delicado de la Santísima Virgen fue éste a sus devotos visitantes! ¡Una noticia
muy triste para mí vino a truncar inopinadamente la placidez de esos
inolvidables momentos! ¡Acababan de anunciarme el fallecimiento de mi padre!
Quiso la Virgen Santísima en medio de este dolor proporcionarme el consuelo de
poder estar presente todavía en su triunfal coronación. El reloj marcaba las
dos de la tarde, los aviones describían amplios círculos sobre el recinto y dejaban
caer lluvias de flores sobre su trono.
Más tarde por las carreteras
que conducen a Lisboa vi también esta vez cómo los niños salían a nuestro paso
con ramos de flores, de esas preciosas flores de mayo, síntesis de pureza y
augurio quizás de una no lejana plenitud sobrenatural de sus almas...
José María Modolell.
Cova de Iría. 13 de mayo.
REVISTA CRISTIANDAD-1946.
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