domingo, 24 de junio de 2018

MATER INVIOLÁTA




MADRE VIRGINAL





LETANÍAS Lauretanas: 



Eò quód castitatem amaberis, ideo eris benedicta in aeternum. Judith. 15-

Porque haz amado la castidad serás eternamente bendita.


CONSIDERACION I.


   Representémonos al Zodiaco, o circulo maesimo celeste que contiene los doce signos, y en éste, figurado el sol en el signo Virgo, para, indicar al sol de justicia Cristo, que como sol nació de una Virgen.
Conviene a saber, cuando Cristo fue concebido en el vientre de María, entonces estuvo el sol en el signo llamado la Virgen, y también en cierto modo, estuvo la Virgen en el Sol: de verdad, que así como el raya sale del sol, sin lesión o Violación del sol, así Cristo como luz del mundo, nació de María sin lesión de su Virginidad.


MEDITACIÓN II.


   Está integridad de la Virginidad Mariana, parece que se puede explicar de algún modo por la semejanza de un espejo ustorio, porque así como el sol despidiendo hacia él sus rayos, y reflejándolo éste levanta llama sin lesión del espejo, así el Espirita Santo difundiendo en María, el rayo de gracia o de protección, éste mediante el espeje Mariano enciende la luz del mundo, esto es, Cristo: pero de tal suerte, que el espejo o virginidad de María queda del todo ilesa y entera.


MEDITACIÓN III.


   A la verdad, no hubiera sido conveniente que la integridad de la Madre se hubiese corrompido por la venida del Hijo que vino a sanar la corrupción de los hombres: más antes fue decente que el Criador de todas las cosas naciera de un modo no acostumbrado sino admirable.
A Dios, dice san Bernardo, convenía tal natividad que naciera, no menos que de una Virgen; y a la Virgen le era congruente tal parto que no pariera sino a Dios.
De estas cosas, pues, se infiere que María fue en su parto Madre inviolada y que de ella se puede decir: por cuanto amaste la castidad, serás bendita eternamente.


ORACIÓN.


¡Oh María! Madre inviolada, así como el oro no admite hollín, como el cedro aborrece la podredumbre, como el laurel repele los rayos; así tú no admitiendo mancha alguna de tu castidad o violación de tu virginidad, siempre permaneciste inviolada. ¡Ah! Yo hombre miserable, humilde, te ruego y por tu admirable pureza te suplico, quieras limpiar mi corazón y mi carne, y conservarme puro de toda mancha de pecado ¡O María!

                        ¡Madre inviolada! ruega por nosotros. 


P. FRANCISCO JAVIER DORNN
DEAN Y PREDICADOR DE PRIDBER
(1834).   

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