martes, 26 de junio de 2018

Parte III: DESMINTIENDO LAS FALACIAS ABORTISTAS.




55 PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE EL ABORTO...que todo argentino debería conocer. 



      ¿Tiene la mujer derecho a su propio cuerpo?

Para difundir con éxito sus propuestas, los partidarios del aborto buscan por todos los medios encubrir que se trata, lisa y llanamente, de la matanza de seres humanos inocentes e indefensos.

Para ello utilizan hábilmente un lenguaje emocional que tiende a despertar lástima o hasta simpatía por la mujer que práctica el aborto.

Así, por ejemplo, se refieren al asesinato de un niño no nacido en el seno de su propia madre simplemente como a la “interrupción de un embarazo no deseado”. O también, hablan contradictoriamente de “aborto terapéutico”, como si el embarazo fuese una enfermedad, ocultando que el aborto conduce a la muerte y no a la cura del nuevo ser en gestación.

A toda costa, los abortistas desean evitar ser señalados como auténticos homicidas. Son elocuentes y verborrágicos al presentarse como defensores de los “derechos de la mujer”, pero pretenden que olvidemos que está en juego la vida de un ser humano. (Sobre manipulación semántica en las tácticas pro-aborto, cfr. Dra. Hna. M. Elena Lugo, en Segunda Jornada de Bioética – “Cuestiones Bioéticas en torno al inicio de la vida”; Instituto Secular de Schoenstatt Hermanas de María Argentina, 12-10-2000, y otros.)

Así describió Julián Marías esta realidad:
“A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la interrupción del embarazo (...) La horca o el garrote pueden llamarse interrupción de la respiración, y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte”. (Cfr. Marías Julián, “La cuestión del aborto”, en periódico “EL NORTE”, Monterrey, México, 25-11-1999, en “Mitos y Realidades del Aborto”, op. cit., Mito Nº 1.)


Al mismo tiempo, haciendo una maquiavélica combinación de omisiones, eslóganes y epítetos, los abortistas pretenden despertar las más injustas antipatías contra los defensores del niño por nacer. Es lo que persiguen cuando afirman que los partidarios de la vida están a favor del “embarazo compulsivo” o que buscan imponer “su moral” a toda la sociedad. (Cfr. Dr. Jack Willke y Bárbara Willke, “Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit, parte VII: “El impacto social, palabras... palabras... palabras”, pp. 235-240.)


De ahí que resulte indispensable restablecer la verdad, refutando en este capítulo las principales falacias abortistas.




(27) Si la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo, interrumpir el embarazo ¿no es un problema personal?


En principio, aunque no de modo absoluto, es verdadero afirmar que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo. Pero, ¡cuidado!, sobre el de ella y no sobre el de otro individuo, como lo es la criatura que lleva en su seno.

Después de la fecundación, en la intimidad del útero materno está desarrollándose un nuevo ser humano que tiene derecho a ser protegido por la ley y, obviamente, por su propia madre.

La privacidad del vientre no autoriza a que se mate dentro de él, del mismo modo que la intimidad de una vivienda no da derecho a sus propietarios a cometer un asesinato dentro de los límites de sus muros.

Conviene aclarar, por lo demás, que el derecho sobre el propio cuerpo tiene sus límites. No está permitido, por ejemplo, conducir un automóvil en estado de ebriedad o venderse como esclavo. ¿Por qué? “Porque ser dueños del propio cuerpo no justifica cualquier acción” (Cfr. “Mitos y Realidades...”, op. cit., Mito Nº 4).

Baste recordar lo que dice San Pablo sobre el derecho mutuo que existe entre los esposos:
“La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; e igualmente, el marido no tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer.” (Cfr. I Cor. 7, 4.)


(28) ¿Por qué la ley obliga a dar a luz a un hijo no deseado?


Admitir el derecho a destruir un hijo sólo porque se convirtió en “no deseado”, equivaldría a legalizar el asesinato para solucionar todas las situaciones indeseadas en la sociedad.

Más bien los especialistas deberían abocarse a estudiar los motivos por los cuales, lamentablemente, una gestación se volvió indeseable y a proponer salidas, como por ejemplo la adopción de estos niños por parte de familias responsables.

Una mujer embarazada es madre. Su hijo ya existe y una vez engendrado no puede librarse de él matándolo tan sólo porque no lo desea.

La experiencia ha demostrado, por lo demás, que muchos hijos no deseados, si se les deja nacer se convierten en muy queridos. (Cfr. “Mitos y Realidades del Aborto”, op. cit., Mito Nº 1.)

 Tómese en consideración que, cuando se establece la ilegalidad del aborto, tan sólo se busca evitar que una mujer mate a su hijo mientras éste se está desarrollando en su seno.


(29) ¿No es absurdo obligar a una mujer a llevar a término su embarazo en el caso de una violación o incesto?


Si ni siquiera el violador es condenado a muerte a causa de su crimen nefasto, ¿será condenado a la pena capital el nonato inocente?

Es radicalmente injusto vengar en la criatura sin culpa alguna el crimen del padre y constituye una monstruosidad mucho más grave que la misma violación.

Alentar los abortos -por lo demás- es una falsa solución. El combate a la inmoralidad pública y el fortalecimiento de la institución familiar es lo que contribuirá eficazmente a evitar la propagación de las violaciones y los incestos.

Por lo demás, es muy raro que una mujer quede embarazada a raíz de una violación. (Cfr. Dr. Jack Willke y Bárbara Willke, “Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit. p. 145 a 153.)

Las estadísticas realizadas en los últimos años por el Centro de Ayuda a la Mujer en Méjico demuestran que sólo en el 2,2 % de los casos figuró la violación como una de las razones para recurrir al aborto. (Cfr. “Centro de Ayuda a la Mujer, Informe de Méjico en el seguimiento Beijing +5”, cap. La mujer y la Salud, p.1 y Estadísticas Nacionales, Méjico, 1989-1999, en “Mitos y Realidades del Aborto”, op. cit., Mito Nº 1.)


LIBERTAD Y EL ESTADO

(30) ¿Impedir la práctica del aborto, no sería ejercer violencia contra la mujer víctima de la violación?

Pues en ese caso sufriría dos traumas: el primero, por parte del criminal, y después, por parte del Estado autoritario que la obligaría a tener un hijo, imagen viva del violador...

Tan sólo mentes enfermas pueden imaginar que el trauma resultante de una violación puede solucionarse con un trauma mil veces más grave, como es el asesinato de un niño inocente e indefenso.

En el trauma de una violación la víctima no tuvo la culpa y sabe que no la tiene. Ante el trauma eventualmente causado por la “imagen viva” del criminal, la madre también sabe que el hijo es inocente y que eso no es más que una mera asociación de imágenes.

Si tal asociación fuera muy dolorosa, ella podría apartarse de su bebé entregándolo a personas o instituciones que deseen adoptarlo.

Si decide asumir la crianza de su hijo, se sentirá elevada y dignificada a sus propios ojos, porque sabrá que está practicando un acto noble y meritorio. Tendrá, además, la compensación psicológica que se desprende de la convicción del deber cumplido.


(31) Si se tratase de una niña o adolescente, ¿se la obligará a tener el hijo y a hipotecar su futuro?


Como ya fue dicho varias veces, jamás un crimen puede ser propuesto como una solución para cualquier conflicto, por más complicado que éste fuera.

Hay que contemplar, por lo demás, los gravísimos problemas de orden espiritual y psicológico provocados por el aborto en las mujeres y cuánto se agravan los mismos al tratarse de una niña o una adolescente.

Abortar a un niño que se lleva en las entrañas, eso sí es “hipotecar el futuro”. Darlo a luz con la confianza puesta en Dios, aún en las condiciones difíciles de las que estamos tratando, permitirá llevar con serenidad y tranquilidad de conciencia una existencia digna.


(34) Cuando se encuentra en peligro la vida de la madre, ¿no conviene interrumpir el embarazo?


El fin no justifica los medios. El homicidio voluntario del bebé por nacer teniendo en vista alcanzar presumiblemente un buen resultado (la salud o vida de la madre) nunca puede justificarse.

Un médico que atiende a una mujer embarazada tiene, en realidad, dos pacientes. No hay nada de “terapéutico” (del griego therapeia, “tratamiento”, “cura”) en el acto de matar voluntariamente a uno de los dos. El Prof. Charles E. Rice, de la Facultad de Derecho de Notre Dame, Francia, afirmó:
“No existe una situación en la que el aborto sea médicamente necesario para salvar la vida de la madre” (Cfr. Charles E. Rice, 50 “Question on abortion, authanasia and related issues”, Notre Dame, IN; Cashel Institute, 1986, p. 37).

Del mismo modo, el Dr. Roy S. Hefferman, de la Tufts University, EE.UU., declaró en un congreso del Colegio Norteamericano de Cirujanos: “Quien practica un aborto terapéutico ignora los métodos modernos en los casos de complicaciones de embarazos o simplemente no tiene voluntad de tomarse el tiempo necesario para utilizarlos” (Cfr. John L. Grady, MD, “Abortion Yes or No”, Belmont, MA, American Opinion, sin fecha, p. 11).

Así se expresa el biólogo José Botella Llusia, Catedrático de Obstetricia y Ginecología de la Universidad Complutense de Madrid:

“Los progresos de la medicina han sido tales que hoy día cualquier cardiópata puede sobrellevar un embarazo y las más graves complicaciones de la preñez pueden ser resueltas sin necesidad de interrumpirla. El aborto terapéutico, con el problema que planteaba condenar a un ser inocente para salvar la vida de otro, puede considerarse afortunadamente como un dilema ya obsoleto”. (Cfr. “Razones de un biólogo”, “Ya”, 4-11-1979, Madrid, en “Acción Familia”, “Tópicos abortistas”, Imp. Lit. E.H. Erro, .España, 1983).

La misma Organización Mundial de la Salud reconoció que prácticamente no existen ya enfermedades afectables por el embarazo. (Cfr. “Acción Familia”, “Tópicos abortistas”, op. cit., p. 67).

La práctica del aborto en tales circunstancias, por lo demás, está expresamente prohibida por la moral católica:
“No es lícito provocar el aborto, ni siquiera para salvar la vida de la madre o el honor de una joven víctima de violación.” (Cfr. Denzinger 1184, 2243-2244, en Fr. Antonio Royo Marín, O.P., “Teología Moral para Seglares”, Tomo I, B.A.C., Madrid, 1957, p. 433).


(35) Y si la madre necesita tomar un remedio o ser operada durante el embarazo, lo que terminará provocando la muerte del feto, ¿se debe dejar morir a la mujer para salvar la vida del nonato?


Para responder la pregunta es necesario hacer una distinción entre el aborto directo e indirecto.

El directo no es lícito, pues por mejor que sea el fin que se pretenda alcanzar -proteger la salud de la madre o curarla-, nunca se puede realizar un acto intrínsecamente malo, como lo es provocar expresamente la muerte del embrión.

El segundo es lícito, pues sobreviene como una consecuencia indirecta, no inmediata “de un medicamento o de un acto médico (la extirpación de un cáncer de útero, por ejemplo) para curar una enfermedad de la madre. Aquí resultan dos efectos de una misma acción: uno bueno (salud de la madre), otro malo, (la muerte del feto). De estos dos efectos, uno es el buscado, y otro es el que puede seguirse del anterior, pero de un modo incidental”.

Tómese en consideración, sin embargo, que no debe existir otro medio de obtener la curación de la madre y que debe haber una razón proporcionalmente grave para intentarlo. (Cfr. “Acción Familia”, op. cit., p. 68.)

Sobran ejemplos para demostrar lo que una buena madre decidiría ante la difícil situación de decidir entre su vida o la del niño. Transcribimos un hermoso y actual testimonio a imitar:
“El 27 de enero de 1993 moría en Italia a los 28 años, Carla Levati de Ardenghi, 'ocho horas después de haber dado a luz un niño que quiso traer al mundo pese a que los médicos le aconsejaron un aborto para operarla de cáncer. La mujer llegó al parto en estado de coma, después de meses de grandes sufrimientos físicos soportados para evitar que los fármacos que podían calmarle el dolor dañaran al feto que llevaba en su seno (...) Morir antes que matar. De acuerdo con su marido, Valerio Ardenghi, un albañil, Carla prefirió el sufrimiento y dar a luz al nuevo hijo. Su esposo escribió en estos meses un diario de las angustias y dolores vividos día por día. En una de las últimas páginas escribió: 'Gracias Carla, por haberme convertido en un hombre'(...) El último deseo de Carla fue que su segundo hijo fuera bautizado en la pequeña iglesia de la Virgen de Roveri, donde mañana por la tarde se realizarán sus funerales. Yo también te digo, sin haberte conocido: ¡Muchas gracias, Carla!...” (Cfr. Jorge Scala, “IPPF, La Multinacional de la Muerte”, J.C. Edic., 1995, Rosario, Santa Fe, p. 345).

Carla Levati de Ardenghi,





      Aspectos económicos y demográficos (I)


(32) Los hijos de madres adolescentes, ¿no quedan especialmente sujetos a la pobreza, al resentimiento y al odio? Una niña no sabrá educar a sus hijos, ¿no es mejor entonces abortarlos?

Las madres adolescentes que ni siquiera cuenten con el apoyo o la colaboración de su familia, pueden entregar sus hijos a padres adoptivos dedicados.
Los hechos demuestran que es mayor el número de matrimonios deseosos de adoptar que el de niños de madres adolescentes, lo que facilitaría encontrar una solución al problema.
En los EE.UU. más de dos millones de pedidos de adopción quedan cada año sin atender. Esta cifra debe ser duplicada o triplicada porque estas parejas adoptarían dos o tres niños si se los otorgaran. Y, de acuerdo al Comité Nacional de Adopción, hasta hace algunos años atrás, solo sesenta y cinco mil criaturas se encontraban anualmente disponibles para ser adoptadas.


Por lo tanto, es evidente que los niños nacidos de madres adolescentes tendrían grandes posibilidades de ser bien cuidados y educados.
Algunos líderes de movimientos abortistas critican el sistema de adopción, afirmando que el mismo desconoce los derechos de la madre sobre sus hijos biológicos.
Aquí debemos aclarar que todo derecho sobre un ser humano implica necesariamente reciprocidad: el niño también tiene derecho a ser bien atendido por la madre. Y no solamente después del nacimiento, sino a partir de su concepción.
Los abortistas, que niegan ese derecho a los no nacidos, defienden hipócritamente los derechos de las madres contra el sistema de adopción que contribuye a eliminar los abortos.

Para mostrar con mayor claridad el absurdo del argumento abortista (de que los hijos de madres adolescentes corren mayores riesgos de sufrir la pobreza que los hijos de madres adultas) basta mencionar los resultados de un estudio basado en 375 mil niños de Norteamérica: a los 30 años, hijos nacidos de madres adolescentes estaban ganando, en promedio, lo mismo que los hijos de madres adultas.( Cfr. Josefina J. Card, “Long-Term Consequences for Children of Teenage Parents”, Demography, vol. 18, nº 2, mayo/1981, pp. 137-156).

¿Qué valor y credibilidad tienen entonces esas predicciones desastrosas de los abortistas acerca de los hijos de madres adolescentes? Ninguna.


(33) ¿El aborto no constituye un medio eficaz para evitar la explosión demográfica especialmente en los países subdesarrollados que no pueden alimentar a toda la población?


En ningún caso una práctica criminal como el aborto debe ser aceptada para solucionar reales o imaginarios problemas de la sociedad contemporánea.

De todas maneras, no hay la menor base científica para sustentar que el aumento de la población mundial puede llevar a una crisis alimenticia de proporciones catastróficas, al punto de “obligar” al hombre a recurrir al exterminio de sus semejantes para sobrevivir.

En efecto, jamás se confirmaron las predicciones –como las del célebre Malthus a finales del siglo XVIII o las del Club de Roma en la década del cincuenta- que anunciaban “que la vida humana sobre la tierra era insostenible porque la población aumentaba en progresión geométrica [multiplicándose] mientras la producción de alimentos crecía solo en progresión aritmética [sumándose]”. (Cfr. Belaunde Moreyra, José, “Superpoblación versus Despoblación en el Tercer Milenio”, Diario “Gestión”, Perú, martes 11 de Enero del 2000, p. 23).

Sin tomar en consideración los numerosos datos que demuestran la existencia hoy de una superproducción de alimentos, baste decir que el profesor Donald Bogne “ha probado que teóricamente los agricultores del mundo pueden alimentar una población 40 veces más grande que la actual”. (Cfr. “Time Magazine”, 13-9-1971, en “Acción Familia”, “Tópicos Abortistas”, Imp. Lit. E.H.Erro, España, 1983).

En realidad, la verdadera “amenaza que se cierne sobre la tierra no es la superpoblación sino la subpoblación, ya que la fertilidad promedio de las mujeres de la mayoría de las naciones del mundo es inferior a la tasa de reemplazo (2.1 hijos por mujer).”
En consecuencia del menor número de nacimientos y del aumento de la longevidad, la población mundial envejece rápidamente con efectos de los más graves para la sociedad: “la economía entrará en un proceso de recesión crónica (los jóvenes son los que más consumen), las escuelas cerrarán por falta de alumnos, los sistemas de seguridad social quebrarán por falta de aportantes y aumento de beneficiados”. (Cfr. Belaunde Moreyra, José, op. cit. p. 23). Para mayor información sobre las campañas antinatalistas promovidas a nivel internacional pueden consultarse los libros: “Jamás podrán vivir, ni reír, ni amar – Conclusiones de El Cairo”, María Susana Medina de Fos, Ediciones Gladius, 1995 y “Engaño Mortal”, James Sedlak – Jorge Scala, Ed. Vórtice, 2000.

(36) ¿No es mucho más brutal dejar que nazca una criatura deformada o infectada por un virus como el SIDA, que abortarla?


Los abortistas, que sin ningún escrúpulo relegan a los nonatos a la condición de desechos, súbitamente sienten pena y piedad por esas criaturas. Sin embargo, cosa singular, ¡las aman tanto que desean matarlas!
Es el mismo y absurdo argumento de que un fin presumiblemente bueno podría justificar un medio intrínsecamente malo.
La ilegitimidad del aborto inducido es independiente del grado de infortunio o de cualquier circunstancia dramática que pueda aquejar a la madre o a la criatura.
Si por causa de riesgos inherentes a la gestación, los padres tuviesen el derecho de suprimir la vida del feto, entonces el derecho al aborto existiría para todo y cualquier embarazo.
Más aún, existiría el derecho de interrumpir la vida después del parto, cuando la criatura nacida estuviera en una situación de grave adversidad o de irreparables malformaciones. Esta actitud es evidentemente absurda porque los individuos minusválidos merecen la misma protección que todos los hombres, antes y después del nacimiento.
Por otra parte, el someterse al aborto no librará ni inmunizará a la madre respecto al HIV.
Además, el test del SIDA solamente resulta positivo al 30 % de hijos de portadoras de HIV. Esto no significa necesariamente que el virus del SIDA esté presente en él, sino que demuestra la existencia de los anticuerpos contra éste, probablemente de la sangre materna, que desaparecerán un tiempo después del nacimiento. Sometida la madre a un adecuado tratamiento, sólo el 7 % de los niños tendrán probabilidades de contraer esta enfermedad.
Puestas así las cosas, no tiene ningún sentido argumentar a favor del aborto aduciendo posibles sufrimientos del niño por nacer, que en muchísimos casos serán evitados gracias al avance de la medicina.
Proponer la legalización del aborto para estos casos manifiesta no sólo un desconocimiento científico, sino sobre todo una profunda falta de fe en la Providencia Divina.
A propósito de la mal formación del feto como pretexto para la práctica del aborto, es concluyente el testimonio dado por el jurista Celso Bastos, renombrado constitucionalista brasileño, en una entrevista a la revista “Catolicismo”:

“Participé de una discusión en la que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. Él decía que con un aparato de ultrasonidos, se puede conocer con un 80 % de certeza si el feto sufre de mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado. Entonces le pregunté, ya que admitía un 20 % de inseguridad, ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces tendríamos un 100 % de certeza. El no tuvo respuesta y se irritó.” (Cfr. “Catolicismo”, San Pablo, Brasil, nº 525, septiembre, 1994).

(37) ¿Sin embargo, no es sumamente cruel condenar a esos niños gravemente enfermos o discapacitados a una vida desgraciada, con las consiguientes complicaciones de todo orden para sus padres?



Sorprende sobremanera la facilidad con la cual, para justificar el aborto, se supone que toda persona gravemente enferma o discapacitada prefiere morir a soportar grandes sufrimientos a lo largo de su vida.
Aún sin tomar en consideración las sublimes verdades de la Fe, que dan sentido a los mayores infortunios, de acuerdo a investigaciones bien documentadas “no existen diferencias entre personas discapacitadas y personas normales en lo referente a grado de satisfacción, perspectivas en cuanto al futuro inmediato y vulnerabilidad a la frustración”.


En ese sentido, es revelador el testimonio de W. Peacock:
“A un grupo de 150 pacientes no seleccionados de espina bífida, se les preguntó si sus deficiencias hacían que la vida no mereciera vivirse, y si se les debería haber 'dejado morir'. La respuesta unánime fue enérgica: ¡por supuesto que querían vivir!”. (Cfr. W. Peacock, comunicación personal a D. Shewmon en “Active Voluntary Eutanathia”, “Issues in Law and Medicine”, 1987; en Dr. Jack Willke y Bárbara Willke, “Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit., p. 209).

Con relación a los padres, para no abundar en las razones ya expuestas, nos limitamos a narrar el ejemplar comportamiento del matrimonio Armas, cuya historia se conoció a través de Internet y que responde cabalmente a esta pregunta.

Julie y Alex Armas lucharon mucho tiempo por tener un bebé. Julie, una enfermera de 27 años de edad, sufrió dos pérdidas antes de quedar embarazada del pequeño Samuel. Sin embargo, cuando cumplió 14 semanas de gestación comenzó a sufrir fuertes calambres. Una prueba de ultrasonido mostró las razones. El cerebro de Samuel lucía deforme y la espina dorsal se desprendía de una columna vertebral que también presentaba anomalías; el bebé sufría de espina bífida y podían decidir entre un aborto o un hijo con serias discapacidades. Según Alex, el aborto nunca fue una opción.
Antes de dejarse abatir, la pareja decidió buscar una solución por sus propios medios y fue así como ambos comenzaron a solicitar ayuda a través de Internet. Así fue como se conectaron con el Dr. Joseph Bruner y su equipo que decidieron intervenir al niño sin sacarlo del útero.
La espina bífida puede llevar al daño cerebral, generar diversas parálisis e incluso una incapacidad total. Sin embargo, al ser corregida antes que el bebé nazca, se tienen muchas más opciones de curación. Aunque el riesgo era grande la operación fue un éxito.
Un fotógrafo registró la cirugía practicada al feto de 21 semanas de gestación y captó cómo la criatura sacó su pequeñísima mano desde el interior del útero de su madre e intentó sujetar uno de los dedos del médico que lo estaba interviniendo.
Después del nacimiento, los padres de Samuel dirigieron una carta a todos los amigos que en el mundo se unieron en oración por el bebé y adoptaron su conmovedora historia como estandarte de la lucha provida. (Cfr. “Padres de Samuel dirigen carta a pro-vidas del mundo”, ACI Digital, http://www.aciprensa.com, 11-12-99, en “Mitos y Realidades…”, op. cit., Mito Nº10).




Una foto de una cirugía en el útero hizo famoso a Samuel Armas incluso antes de que naciera. Él sigue asombrando hoy.


La vida es “un valle de lágrimas” y la peor solución es querer huir de esta realidad, pues pone al descubierto, además de la cobardía, la falta de Fe y de sentido común.

Es una utopía utilizar el argumento de la “calidad de vida” para justificar un aborto. El ya citado Dr. Jerôme Lejeune recuerda a un colega norteamericano que le hizo esta confidencia:
“Hace unos años mi padre era un médico judío que ejercía su profesión en Brenau, Austria. Un día nacieron dos bebés en su clínica. Uno era vigoroso, gozaba de buena salud, daba fuertes gritos. Sus padres estaban muy orgullosos y contentos. El otro bebé era una pequeña niña, pero sus padres estaban tristes porque sufría el síndrome de Down. Seguí sus vidas durante casi 50 años. La hija creció en casa y finalmente se la destinó a cuidar a su madre durante la larga enfermedad que ésta sufrió después de un paro cardíaco. No recuerdo su nombre. Sin embargo, sí recuerdo el nombre del niño, pues él creció para matar a millones de personas. Murió en un bunker en Berlín. Su nombre es Adolf Hitler” (Cfr. Barbara & Jack Willke, “A genetique choice”, Right to life of greater Cincinnati, Newsletter, Enero de 1966, p. 3.




      Aspectos económicos y demográficos (II)

(38) La legalización del aborto ¿no favorecería la eliminación de las clínicas clandestinas donde se lo practica con gran riesgo de vida para la mujer?


Con relación al tema de los abortos clandestinos en el mundo entero se han manipulado cifras y estadísticas impresionantes... pero que de ningún modo son confiables.
Así por ejemplo, en Francia se habló hasta el hartazgo de la existencia de 800.000 abortos clandestinos. Sin embargo solo pudieron ser computados 150.000 oficiales y un máximo de 100.000 no legales: un “error” de cálculo del 300 %. (Cfr. “Acción Familia”, op. cit., p. 57-58).

En ese sentido, es elocuente el testimonio del Dr. Bernard Nathanson, autor de “El Grito Silencioso”, quien en reiteradas ocasiones se refirió a la descarada manipulación de datos, llevada a cabo por grupos de presión abortistas con la complicidad de importantes medios de comunicación, a fin de despertar adhesiones a sus propuestas.

Aunque sabían de la existencia de 100.000 abortos ilegales en los EE.UU., reiteradamente dieron a los “medios” la cifra de 1.000.000. y a pesar de que tan solo morían entre 200 y 250 mujeres a causa de los abortos ilegales, continuamente se difundía que eran más de 10.000.
A fuerza de ser repetidas, estas falsedades terminaron siendo admitidas por muchos norteamericanos convenciéndolos de la necesidad de liberalizar el aborto. Una vez aprobado, éste se transformó en el principal medio para controlar la natalidad en aquel país y el número anual de abortos se ha incrementado en un 1500% -15 veces más.
Por otra parte, nunca fue probado que la legalización del aborto haya hecho disminuir el número de abortos clandestinos. Por el contrario, en aquellos países donde lo fue, no sólo aumentó progresivamente la práctica del aborto voluntario, sino que no disminuyó la cantidad de abortos clandestinos.


El Dr. Christophe Tieze, partidario del aborto, reconoció que:
“no fue alcanzado uno de los principales objetivos de la liberalización de las leyes sobre el aborto en Escandinavia que era la de reducir la incidencia de abortos ilegales. Por el contrario, como se lo puede constatar en diversas fuentes, los abortos legales e ilegales han aumentado” (Cfr. Christopher Tietze, MD, “Abortion in Europe”, en Eugene F. Diamond, MD, “This curette for hire”, Chicago: ATCA Foundation, 1977, p. 68).

Obsérvese también el interesante estudio del Dr. Thomas Hilgers, “Induced Abortion: A Documented Report” (2ª ed., Minnesota Citizens Concerní for Life, 1973, cap. 7), en el cual queda demostrado que, después de la legalización del aborto, el índice de abortos clandestinos permaneció inalterable en ocho países europeos.

Esto es comprensible puesto que “muchas personas para evitar la publicidad, los papeleos, las certificaciones, la inspección pública, con el riesgo de divulgación que acarrean, se inclinan por la clandestinidad del aborto.” (Cfr. “Acción Familia”, op. cit., p. 58).

 (39) Si las mujeres con alto poder adquisitivo acuden a clínicas muy bien montadas, ¿por qué las que están por debajo del nivel de pobreza no reciben una atención gratuita para abortar?


Toda mujer embarazada, de cualquier condición, está obligada a dar a luz al hijo que concibió. En ningún caso el aborto puede ser considerado un derecho cuyo ejercicio deba ser garantizado y hasta ofrecido en forma gratuita por el Estado.
Lejos de favorecer el crimen, los gobiernos deberían preocuparse de asegurar las condiciones materiales para que los no nacidos vengan al mundo y puedan ser criados en forma digna.
Es sorprendente la compasión que despiertan las madres pobres en aquellos que propician la matanza de millones de niños por nacer. Ellos pretenden proteger a las madres pobres sacando provecho con la muerte de sus hijos...
Si los no nacidos tienen el mismo derecho a la vida que las madres pobres, ¿en nombre de qué principio uno puede ser asesinado para supuestamente proteger al otro?


(40) ¿El aborto no sería un mal menor para un hijo de madre soltera o miserable? ¿No sería peor dejar nacer a esa criatura, que nunca conocerá a su padre, no tendrá un hogar y probablemente estará destinado a ser un "chico de la calle" o un delincuente?


Nadie puede decidir la suerte de la vida de otro basándose en sus propios criterios para determinar el futuro.
No somos adivinos del porvenir de nuestros hijos, mucho menos de los hijos de otros.
Esa posición revela un espíritu supersticioso y determinista, que impide formular un juicio objetivo sobre situaciones concretas y realidades complejas.
Es injusto que un bebé completamente inocente sea condenado a muerte en razón de dificultades socioeconómicas que deberían ser solucionadas por otros medios.
Lo que resulta necesario es proteger la vida en vez de utilizar el recurso hipócrita de lavarse las manos para huir de la responsabilidad que nos cabe de encontrar remedio a los problemas de los pobres.
Una vez más, ¿por qué no recurrir a la adopción? O ¿por qué no ayudar a las mujeres en esas condiciones a contraer matrimonio y a formar un hogar, a fin de que puedan educar y resolver la situación de los hijos?


"¡Por favor, no maten al niño!", 

exclamó en 1994 la Madre Teresa de Calcuta ante el Presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Y agregó:

"Yo quiero al niño. Por favor denme ese niño. Estoy dispuesta a aceptar cualquier niño que podría ser abortado y darlo a una pareja de casados que lo amará y será amada por el niño. Solamente en nuestro hogar de niños en Calcuta hemos salvado más de 3.000 niños del aborto. ¡Estos niños han traído tal amor y alegría a sus padres adoptivos y han crecido tan llenos de amor y júbilo!(...)
"Estamos combatiendo el aborto con la adopción, cuidando a la madre y adoptando a su bebé. Hemos salvado miles de vidas. Hemos dicho a clínicas, a hospitales y estaciones de policía: Por favor, no destruyan al niño; lo tomaremos. De manera que siempre tenemos a alguien que le diga a la madre en problemas: Ven, cuidaremos de ti, le daremos un hogar a tu hijo. Y tenemos una tremenda demanda de parejas que no pueden tener hijos (...)" (Cfr. “Palabras de la Madre Teresa de Calcuta en el Desayuno de la oración nacional en Washington”, en “Mitos y Realidades del Aborto”, op. cit., Mito Nº 8).




El mal mayor, es necesario insistir, será siempre el aborto, no sólo para el nonato que se eliminará, sino también para la propia mujer que aborta, por causa de las secuelas físicas, psicológicas y morales que llevará consigo.


(41) Los abortos han continuado aunque no fueron legalizados. ¿El Estado no debería liberarlo una vez que la ley no es obedecida?


Pretender la eliminación de las conductas criminales legalizándolas, equivaldría a echar por tierra todo el orden jurídico de un país.
Así por ejemplo, en la lógica de la pregunta, una vez que no pueden ser erradicados de la sociedad los asaltos a mano armada y los homicidios, éstos deberían ser legalizados en determinadas condiciones...
Por lo demás, no le es legítimo al Estado renunciar a su obligación de arbitrar todos los medios necesarios en orden a consignar, sancionar y garantizar adecuadamente el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
En efecto, el derecho a la vida es un derecho fundamental y primario del hombre, sin cuyo reconocimiento no hay libertad, ni posibilidad de ejercer los demás derechos naturales, ni tampoco la amplia gama de potestades que, en consecuencia, le reconoce al individuo la ley positiva.
En consecuencia, resulta un deber irrenunciable del Estado la sanción de todo acto que implique la muerte de una persona inocente. En el orden penal, ello implica la represión del homicidio en todas sus formas y, por cierto, la del aborto, dado que se trata de una especie de dicho género delictual. (A quien desee profundizar los aspectos jurídicos del tema recomendamos la lectura del artículo “Aborto y Derecho” publicado por “Panorama Católico Internacional”, Nº 1, Abril del 2000).

 (42) ¿No sería mejor promover los métodos artificiales de control de la natalidad, inclusive entre los adolescentes, para evitar la proliferación del aborto? Los anticonceptivos resolverían de raíz el drama del aborto, eliminando de una vez por todo el problema de los embarazos no deseados.


La mentalidad anticonceptiva destruye en su raíz el deseo de tener hijos.
Es la razón por la cual, cuando los métodos anticonceptivos fallan, las personas frecuentemente recurren al aborto como “solución” para ese “accidente”. Las barreras morales ya estaban abatidas por la cultura anticonceptiva.
Tanto es así que, quien no practica la anticoncepción, en general rechaza con más fuerza al aborto.

En la Encíclica “Evangelium Vitae”, S. S. Juan Pablo II enseña:
“Se afirma con frecuencia que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia Católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción. La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la ‘mentalidad anticonceptiva’ -bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal- son tales que hacen precisamente más fuerte esa tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción” (Cfr. Juan Pablo II, Encíclica “Evangelium Vitae”, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, Edic. Claretiana, Buenos Aires, 1995, nº 13).


La anticoncepción, por lo tanto, lejos de eliminar los abortos, les abre las puertas.

En este sentido, es elocuente que Malcolm Potts, ex-director médico de la International Planned Parenthood Federation, entidad que financia movimientos abortistas y de control de la natalidad en todo el mundo, haya declarado en 1973:
“En la medida en que las personas adoptan métodos anticonceptivos, aumenta, y no disminuye, el número de abortos.” (Cfr. Andrew Scholberg, “The Abortions and Planned Parenthood: Familiar Bedfellows”, IRNFP, Vol, IV, nº 4, Winter 1980, p. 298).

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