miércoles, 15 de agosto de 2018

SAN JUAN DAMASCENO HABLA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.




San Juan Damasceno nació en Damasco hacia el año 675, fue ordenado sacerdote en Jerusalén antes del año 726, donde fue predicador de la iglesia del Santo Sepulcro, y murió en el año 749. Las circunstancias históricas han hecho especialmente célebre su actividad como gran defensor de las imágenes durante la herejía iconoclasta; pero lo más importante en él son la doctrina y universalidad de sus obras, entre las que sobresalen sus escritos o discursos sobre la Virgen María, animados de un bello lirismo.



1º Nacimiento de María.


   Hoy el trono de Jesé ha producido un vástago, del que saldrá una Flor divina que se extenderá por el mundo. Hoy, el que en otro tiempo había puesto las aguas por encima del firmamento creado sobre la tierra, de una sustancia terrestre ha hecho un cielo nuevo, mucho más bello y divino que el anterior, por cuanto de él ha de nacer el Sol de justicia, Aquel que ha creado el otro sol... 

   ¡Cuántos milagros se reúnen en esta niña, y cuántas alianzas se hacen en Ella! Hija de la esterilidad, Ella será la virginidad que da a luz; en Ella se consumará la unión de la divinidad con la humanidad, de la impasibilidad con el sufrimiento, de la vida con la muerte, para que todo lo que estaba mal sea vencido por lo bueno. ¡Oh hija de Adán y Madre de Dios! ¡Y todo esto ha sido hecho por mí, Señor! Tan grande era vuestro amor por mí que habéis querido, no asegurar mi salvación por medio de los ángeles o cualquier otra criatura, sino restaurar por Vos mismo lo que Vos mismo habíais creado en el principio. Por eso yo me estremezco de alegría y estoy lleno de orgullo y, en mi alegría, me vuelvo hacia la fuente de estas maravillas, y, llevado por las olas de mi alegría, tomaré la cítara del Espíritu para cantar los himnos divinos de este nacimiento...

   Hoy, el Creador de todas las cosas, el Verbo de Dios, compone un libro nuevo salido del corazón de su Padre, y lo escribe por el Espíritu Santo, que es la lengua de Dios...

   ¡Oh Hija del rey David y Madre de Dios, Rey Universal! ¡Oh divino y viviente objeto, cuya belleza ha encantado al Dios creador! Vuestra alma está completamente sometida a la acción divina y atenta al único Dios; todos vuestros deseos tienden a Aquel solo digno de amor, el único que merece que se le busque y se le ame; sólo odiáis el pecado y su autor. Vos tenéis una vida superior a la naturaleza, pero no la tenéis para Vos, ya que no habéis sido creada para Vos: os habéis consagrado por entero al Dios que os ha introducido en el mundo, para servir a la salvación del género humano, a fin de realizar el designio de Dios, que es la Encarnación de su Hijo y la deificación del género humano.

   Vuestro corazón se alimentará de las palabras de Dios, que os harán fecunda como a un olivo fértil en la casa de Dios, como al árbol plantado junto a las aguas vivas del Espíritu, que debe dar su Fruto a su debido tiempo: el Dios encarnado, la vida de todas las cosas. Vuestros pensamientos tendrán por único objeto lo que aprovecha al alma, y toda otra idea, no sólo perniciosa sino también inútil, la rechazaréis implacablemente aun antes de darle cabida. Vuestros ojos estarán siempre vueltos hacia el Señor, hacia la luz eterna inaccesible; vuestros oídos estarán atentos a las palabras divinas y a los sones del arpa del Espíritu por quien el Verbo ha venido a asumir vuestra carne... Vuestros labios alabarán al Señor siempre unido a los labios de Dios. Vuestra boca saboreará las palabras y gozará de su divina suavidad. Vuestro purísimo corazón, limpio de toda mancha, verá siempre al Dios de toda pureza, y arderá en deseos de Él. Vuestro seno será la morada de Aquel a quien no puede contener ningún lugar. Vuestra leche alimentará a Dios en el pequeño Jesús. Vos sois la puerta de Dios, deslumbrante de perpetua virginidad. Vuestras manos llevarán a Dios, y vuestro regazo será para El un trono más sublime que el de los querubines. Vuestros pies, guiados por la luz de la ley divina, os conducirán hasta la posesión del Bienamado.

   En resumen, Vos sois el templo del Espíritu Santo, la ciudad del Dios vivo que alegrarán los ríos abundantes, los ríos santos de la gracia divina. Sois toda bella, la más cercana a Dios, Señora de los querubines y más elevada que los serafines.

   Salve, María, dulce hija de Ana; el amor me conduce de nuevo a vuestros pies. 
¿Cómo describir vuestro andar lleno de serenidad? ¿Vuestro vestir? ¿El encanto de vuestro rostro? ¿Esa sabiduría que da la edad, unida a la juventud del cuerpo? Vuestro vestido estuvo lleno de modestia, sin lujo ni ostentación. Vuestro andar fue tranquilo y sin precipitación. Vuestra conducta, moderada, alegre y discreta, como se ve al contemplar el temor que experimentasteis ante la visita insólita del ángel. Vos fuisteis sumisa y dócil a vuestros padres; vuestra alma era humilde en medio de las más sublimes contemplaciones. Vuestra palabra agradable mostraba la dulzura del alma. ¿Qué morada hubiese sido más digna de Dios? Justo es que todos los pueblos y naciones os proclamen bienaventurada. Vos sois la insigne honra del género humano, la gloria del sacerdote, la esperanza de los cristianos, la planta fecunda de la virginidad. Por Vos se ha esparcido en todas partes el honor de la virginidad. Benditos sean todos aquellos que os reconocen por Madre...

   ¡Oh Vos, que sois a la vez hija y señora de Joaquín y de Ana, acoged la oración de vuestro pobre siervo, que a pesar de no ser más que un pecador, os ama ardientemente y os honra, y quiere hallar en Vos la única esperanza de su dicha, la guía de su vida, la reconciliación con vuestro Hijo y la garantía cierta de su salvación! Libradme del peso de mis pecados, disipad las tinieblas que envuelven mi espíritu, descargadme de mi espeso barro, reprimid las tentaciones, gobernad dichosamente mi vida, a fin de que sea conducido por Vos a la felicidad celestial. Otorgad la paz al mundo, y conceded a todos los fieles de esta ciudad la alegría perfecta y la salvación eterna, por las oraciones de vuestros padres y de toda la Iglesia.



2º Muerte y asunción de María Santísima.


   San Juan Damasceno, que era de una ortodoxia muy firme y se mostraba inexorable con los relatos apócrifos, ha contado sin embargo la historia de los apóstoles llevados milagrosamente desde las regiones que evangelizaban hasta Jerusalén, para asistir a la muerte de María. En esto San Juan Damasceno seguía una tradición, adornada de detalles variados, pero cuyo origen se remonta al siglo II, y daba las diversas razones de conveniencia de que María se haya beneficiado del privilegio de una resurrección anticipada y de una exaltación de su mismo cuerpo a lo más alto de los cielos.


   ¿No es evidente que la escala de Jacob os designa y prefigura? Así como Jacob vio el cielo unido a la tierra por la escala, por la que bajaban y subían los ángeles, y Aquel que es verdaderamente el Fuerte y el Invencible luchó simbólicamente con Jacob; así Vos, hecha mediadora, sois la escala por la cual Dios baja hasta nosotros, para volver a levantar nuestra naturaleza sin fuerza, unirse íntimamente con ella, y hacer del hombre un alma que vea a Dios. Vos habéis unido lo que había sido separado. Por Vos los ángeles bajan hasta la tierra para servir a su Dios y Señor, y por Vos son llevados al cielo los hombres que viven a la manera de los ángeles... 

   Aunque vuestra alma santísima y bienaventurada, según lo que está reservado a nuestra naturaleza, se separe de vuestro cuerpo santo e inmaculado, vuestro cuerpo no puede residir en la muerte, ni sufrir la corrupción. Aquella en la que el alumbramiento guardó intacta su virginidad, ve conservado su cuerpo cuando abandona la vida, y, lejos de disolverse, se convierte en un tabernáculo más puro y más divino, sobre el que la muerte no ejerce ya ningún imperio, y que subsiste por los siglos de los siglos. Del mismo modo que el sol, dotado de una luz deslumbrante y eterna, parece sumirse en las tinieblas y cambiar su brillo por la oscuridad, cuando por un momento lo esconde un cuerpo, sin que en realidad disminuya su claridad, siendo un manantial del que brota luz, y la misma fuente inagotable de luz, según el plan del Creador; así Vos sois la fuente de la verdadera Luz, el tesoro invencible de la vida misma, el arroyo abundante de bendición. Vos, que nos habéis conseguido tantos beneficios, aun cuando la muerte os haya ocultado durante un tiempo a nuestra mirada en cuanto a vuestro cuerpo, no dejáis de derramar sobre nosotros las aguas de la luz infinita, de la vida inmortal y de la verdadera felicidad, la curación y la bendición eternas. 

   Hoy, la Virgen inmaculada, que no ha conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los pensamientos del cielo, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo viviente, está en los tabernáculos celestiales. En efecto, ¿quién faltaría a la verdad llamándola cielo? Al menos se puede decir, comprendiendo bien lo que se quiere decir, que es superior a los cielos por sus incomparables privilegios.

   Hoy, la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia, se nos oculta por una muerte vivificante; Ella, que ha engendrado al que ha destruido la muerte, la ve acercarse sin temor, si es que se puede llamar muerte a esta partida luminosa de vida y santidad. ¿Cómo puede verse sometida a la muerte la que ha dado la verdadera vida al mundo? Pero Ella ha obedecido a la ley impuesta por el Señor, y como hija de Adán, sufre la sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma ley, no se ha negado a ello, y por tanto es justo que lo mismo le suceda a la Madre del Dios vivo.

   Más al igual que el cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona, resucitó del sepulcro al tercer día, justo es que también su Madre fuese sacada del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Justo es que, así como Él había bajado hasta Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más elevado y precioso, el mismo cielo.

   Era necesario que la que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada en los divinos tabernáculos de su Hijo; y así como el Señor había dicho que Él quería estar en compañía de los que pertenecían a su Padre, convenía que la Madre morase en el palacio de su Hijo, en la morada del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios; pues si allí está la morada de todos los que viven en la alegría, ¿dónde habría de estar la que es causa de su alegría? Era necesario que el cuerpo de la que había guardado una virginidad sin mancha en el alumbramiento, fuera también conservado íntegro después de la muerte. Era necesario que la esposa elegida por Dios viviese en la morada del cielo. Era necesario que la que contempló a su Hijo en la Cruz, y tuvo su corazón traspasado por el puñal del dolor que no le había herido en su parto, le contemplase, a El mismo, sentado a la derecha del Padre. Era necesario, en fin, que la Madre de Dios poseyese todo lo que poseía el Hijo, y fuese honrada por todas las criaturas.



Oh Virgen prudentísima, ¿adónde os eleváis
como una muy resplandeciente aurora?
Hija de Sión, toda hermosa sois y llena de encantos,
bella como la luna, radiante como el sol.

(Antífona de Vísperas de la Asunción)


Hojitas de fe
Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos Aires

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