domingo, 12 de agosto de 2018

UNO CON MARÍA




   Afirma San Pablo que quien se une al Señor forma un espíritu con Él. “El que se une a Dios, forma un solo espíritu con Él” (1 Cor. 6,17). De modo parecido se puede asegurar que quien se une a María forma un espíritu con Ella.

  ¡Ser uno con María! ¿Lo habéis reflexionado alguna vez? ¡Qué fecundo en consecuencias prácticas es un pensamiento tan sencillo! ¡Qué eficaz para iluminarnos, fortalecernos y estimularnos a ser dignos de nuestra celestial Madre!

   A nadie faltan horas oscuras, en las que el bien se nos antoja difícil, casi, casi irrealizable. El cielo esta sombrío, sin que desde la altura ilumine siquiera una estrella el firmamento de nuestra alma; la tierra es un hielo; ninguna voz amiga murmura a nuestros oídos una palabra confortadora, ni dirige a nuestro corazón una de esas insignificantes frases de aliento y de consuelo; y aun parece que nosotros mismos hallamos cerrada la puerta de nuestro propio corazón. En el alma, sorda a nuestros gemidos, nada se ve que reanime, sonría o consuele.

   Es la hora de la desolación.

   ¡Oh hijo amadísimo de María! En esos momentos penosos exclama: Yo soy uno con María.

   Luego no me hallo solo en medio de estas amargas penas: la Madre de Jesús está conmigo. Debo mostrarme digno de Ella, obra como obraría Ella si pudiera contemplar sus acciones, como obra realmente ahora en mí.

   Existen horas de debilidad, en las cuales el mundo nos presenta sus incentivos, la carne sus placeres y el infierno sus promesas. Dentro de nosotros hierve una sangre viciada que nos empuja a la rebeldía. Parece que no hay nada que pueda apaciguar los depravados instintos de nuestra naturaleza. El corazón se encuentra vacío, el alma sin ideal, la voluntad sin energías, el entendimiento sin luz.

   Y en estas horas de angustias, los sentidos se encabritan y nos presentan mil atractivos pecaminosos y un tropel de razones para que no los rechacemos.

   ¿Quién nos sostendrá en estas horas angustiosas? 



   La Virgen sin mancha, su recuerdo, su presencia, el pensamiento de que estamos a Ella unidos.

   Existen horas de desfallecimiento en el bien. Las obras para gloria de Dios emprendidas, las prácticas de virtud durante largo tiempo continuadas, la lucha contra nuestros defectos, por semanas y meses enteros proseguida con éxito…; nada nos importa ya…; nos parecen bagatelas y niñerías; nos vemos tentados a abandonarlo todo.

   Tus esfuerzos, nos dice una voz, no agradan a Dios; tus trabajos de nada te aprovechan…; más te valdría dejarlo todo… y no vivir esclavizado a esas mil bagatelas inquietantes y torturadoras que deprimen la vida y dignidad humanas.

   ¡Terrible y funesta tentación! ¿Quién no la ha experimentado en una u otra circunstancia de si vida?

   En esas horas penosas, para aguijonearte en el camino del bien y reavivar en ti el amor al ideal e ingerir nuevas energías en tu alma, recuerda que eres uno con María, y que si nada puedes, Ella, la Madre de Dios, lo puede todo… ¿Acaso no tendrá la bondadosísima Señora, en virtud de esta unión, tanto interés como tú en mantenerte firme y constante, y en ayudarte hasta obtener el feliz remate de la lucha emprendida?

   Todo lo encontraremos en esta amorosa unión con la dulce Reina de los corazones. Pero hallaremos principalmente:

   luz en las tinieblas del alma;
   aliento en las debilidades del corazón; y
   fortaleza en las pruebas del espíritu.

   ¿Y adónde no iremos con esa luz, con ese aliento, con esa fuerza?

   ¡Oh, qué bueno y alentador es vivir unido a María, ser uno con María!  
  
   Unidos a Ella para combatir el error.

   Hoy más que nunca el error lo invade todo, lo falsea todo, y lo atropella todo. Y preferentemente ha falseado el ideal de la santidad. ¿Podemos ahora discernir dónde se halla la verdadera santidad?

   Unidos a María para combatir al mundo. El mundo es el placer bajo todos sus aspectos. Placeres del cuerpo y, en consecuencia, alejamiento y horror a todo lo que cuesta y mortifica.

   Placeres del entendimiento y, por consiguiente, lectura de novelas, asistencia a cines y espectáculos en los cuales se ve aplaudido el vicio y se apura hasta con delirio la copa de la voluptuosidad.

   Placeres del corazón en eso que se ha dado en llamar amor libre, y en aficiones depravadas y vergonzosas.

   Placeres del alma. ¡Ay, no! Para el alma no existen tales placeres. Como no puede hallar su felicidad sino en la virtud, se la echa a un lado, se la aísla y hasta a las veces casi se siente pesar de tener alma.

   ¡Ay, pobres y desdichados esclavos del mundo! En ellos no hay sino el vacío; un vacío inmenso. Vacíos el entendimiento y el corazón; vacíos los sentidos, arrastrados y llevados por la frivolidad; vacía el alma que muere de inanición y privada del alimento de la verdad.

   Es el vacío… un vacío hondo y oscuro…, que al sonar la hora postrera, la indignación de un Dios justiciero colmará con remordimientos, torturadores y castigos sempiternos. Nosotros, en cambio, hijos privilegiados de la Reina de los cielos, llenémonos de María…, seamos uno con María.

   Llene Ella nuestro entendimiento, nuestro corazón y nuestra alma con su rebosante plenitud. Unidos a Ella seremos, como Ella, llenos de gracia. El Señor será con nosotros y nosotros seremos bendito entre todas las criaturas. Y Jesús no vera ya nuestras miserias ni descubrirá ya nuestras debilidades; todo lo cubrirá María. La recompensa y el premio eterno no recaerán sobre nosotros… (Sería tan insignificante…) sino sobre María en nosotros, glorificando en nosotros a María. ¡Y qué grande será esta recompensa! ¡Qué hermosa nuestra corona! ¡Qué inmensa nuestra gloria! ¿No es dulce y delicioso vivir unido a María y ser uno con María? 


“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”
R. P. L OMBAERDE —Misionero de la Sagrada Familia

  

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