viernes, 17 de mayo de 2019

BREVE PRÁCTICA, DEL MES DE MAYO CONSAGRADO A LA MADRE DE DIOS: MEDITACIÓN DÍA 17 DE MAYO.




POR FELIX SARDA Y SALVANY, PBRO.


ACTO DE CONTRICIÓN.


Por la señal, etc.

   A vuestra soberana Madre vengo a honrar, Señor mío Jesucristo, y al querer debidamente hacerlo, me avergüenza ante todo el estado de mi pobre alma, tan llena de ofensas a Vos. Os he faltado, Señor, mil veces, y agraviándoos a Vos, he agraviado juntamente a vuestra dulcísima Madre y mía. ¿Cómo he de poder, pues, presentarme en su presencia sin que le provoque a asco y enojo mi indignidad?

   Vos, Señor mío, que tan misericordioso sois y que desde las entrañas de vuestra dulce Madre habéis traído al mundo tesoros de bondad y de compasión, tenedla de ese pobrecito pecador, y perdonadle una vez más sus negras ingratitudes. ¡Pésame, Señor en lo más vivo de mi alma haber herido con ellas vuestro amante Corazón! ¡Pésame, Padre mío y no quiero ofenderos con ellas ya más! Ayudadme con vuestra gracia para perseverar en este mi arrepentimiento y firme propósito hasta el fin de mi vida. Amén.




ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.



   Vuestro permiso imploro, Madre y Señora mía, para acercarme, a pesar de mi indignidad, a vuestro altar sagrado. A él vengo, celestial Maestra, para que me instruyáis; a él corro, bondadosa Madre, para que me consoléis; a él me refugio, Abogada poderosísima, para que me protejáis. Todo lo sois, Señora, para el pueblo cristiano y para este infeliz pecador, luz, consuelo, amparo, fuerza, esperanza y segura protección. Enseñadme con el ejemplo de vuestra vida, especialmente con el paso de ella que me propongo hoy meditar; fortalecedme con la divina gracia que benévolamente me alcanzaréis de vuestro Hijo Jesús; consoladme y acariciadme con las infinitas dulzuras de vuestro culto y amor, singularmente en este vuestro devoto Mes. Amén.

   ¡Madre y Señora mía! De vuestro Soberano Hijo y Señor mío otorgadme en estos momentos el especial beneficio de hacer con fruto para mi alma estos breves puntos de meditación.



MEDITACIÓN DÍA 17 DE MAYO.


María en la calle de Amargura. — Amor a la cruz.



   Y vinieron entre tanto los horribles días de la Pasión. El Hijo de María, pedida licencia a su Madre, se entregó como cordero en manos de sus feroces enemigos. Fue preso, abofeteado, escupido, azotado, coronado de espinas, y condenado a muerte de cruz. Supo María la fatal sentencia, y fue a abrazar a su Hijo en el camino del Calvario, y le siguió luego hasta la hora de su crucifixión.

   No debe bastarte, alma mía, el que Jesús haya padecido y muerto por ti. Debes hacerte tuya su cruz y hacerte encontradizo con ella y tomarla sobre tus hombros, y seguir así todos los pasos de tu Divino Redentor. María no se estuvo sosegada en su habitación cuando supo que llevaban a crucificar a su Hijo, ni se contentó con lamentarse en su soledad con estériles desconsuelos. Animosa y varonil buscó al Hijo de su alma entre aquel mar de sufrimientos en que andaba acongojado; no temió al pueblo seducido, ni a los fieros sayones, ni a la brutal soldadesca. Por el rastro de la Divina Sangre no paró hasta encontrarse cara a cara con su dulce Jesús, y asociarse hasta el fin a su dolorosa tragedia. Suyas quiso fuesen las injurias que recibía, suyas las maldiciones con que era apostrofado, suyos los golpes y heridas que recibía El en su cuerpo y que María sentía redoblados en su corazón. ¡Ojalá, alma cristiana, que así te asociases tú a los padecimientos de Cristo por medio de la perfecta mortificación! De dos maneras puedes verificarlo. Primeramente, sufriendo con paciencia y buena voluntad lo que te afligiere y desconsolare, ya venga directamente a ti de mano de Dios, como las enfermedades, rigores dé la estación, muertes de amigos, etc., ya te venga pasando antes por las de los hombres, como persecuciones, difamación, menoscabo de intereses, y demás. En segundo lugar, buscando por ti misma la cruz por medio de las asperezas de la penitencia; privando a tu cuerpo de inútiles regalos; viviendo parcamente y sin fomentar la sensualidad; satisfaciendo con prudentes y proporcionados castigos lo que debes por tus desórdenes pasados y presentes a la justicia de Dios.

    Resuélvete después de esto a vivir en adelante, a imitación de tu Madre y Señora, vida paciente y mortificada y crucificada.





DESPUÉS DE LA MEDITACIÓN.



   Ahora saludaremos fervorosamente el Nombre suavísimo de nuestra Divina Madre con las siguientes jaculatorias y Ave Marías:


Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida acordaos de mí, pobre pecador. Ave María.


Arca de Dios y Tesorera del cielo, concededme abundantes gracias para detestar y llorar mis pecados. Ave María.


Reina de cielos y tierra, sedme amparo y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Ave María.


Inmaculada Madre de mi Dios y Señor, alcanzadme lo que os pido para mi salvación. Ave María.


Abogada mía y refugio mío, amparadme en el trance espantoso de la muerte y abridme las puertas del cielo. Ave María y Gloria.



ORACIÓN DE SAN BERNARDO.

(Memorare).


   Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que alguno de los que acudieron a vuestra mediación e imploraron vuestro auxilio fuese desamparado de Vos. Alentado con esta seguridad, a Vos acudo, Virgen Reina de las vírgenes, y aunque agobiado bajo el peso de mis culpas, atrévome á parecer ante vuestra presencia. No despreciéis mis ruegos, antes dignaos atenderlos y favorablemente despacharlos. Amén.




OFRECIMIENTO DEL DÍA...



   Cuanto piense, cuanto hable, cuanto obre y cuanto quiera en este día de vuestro sagrado Mes, os lo ofrezco, purísima Reina de los cielos, como florido homenaje de amor consagrado a vuestra devoción. Sean por Vos todas y cada una de mis respiraciones. Sean por Vos todos y cada uno de los latidos de mi corazón, sean por Vos los deseos más íntimos de mi alma. Os dedico muy especialmente el obsequio o flor espiritual de hoy, y deseo lo recibáis como nueva prenda de mi fidelidad a vuestro amor. Y haced, Señora, que según Vos viva, y en Vos muera, y con Vos reine felizmente por toda la eternidad. Amén.
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FLORES ESPIRITUALES:



—17. Confesar y comulgar como si se recibiesen estos Sacramentos a la hora de la muerte.

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