19 de noviembre.
CONSAGRADO A HONRAR EL DOLOR DE MARÍA EN LA HUIDA A
EGIPTO.
Rezar la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y
nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado
vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh
María!, no os dais por satisfecha con
estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que
no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el
más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella
corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones.
Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra
gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en
separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del
mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a
Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos
de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una
concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros
corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro
auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
Oh
María, haced producir en el fondo de
nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y
den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más
santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN.
Era la mitad de una apacible noche. José y
María, rendidos por la fatiga del trabajo, dormían el dulce sueño de la
inocencia y del deber cumplido. Repentinamente José despierta
sobresaltado y se levanta de prisa: era que un
ángel le acababa de dar la orden de emprender un viaje a Egipto para poner a
salvo la vida del recién nacido amenazada por la saña de Herodes. María,
sin desplegar sus labios, corre a la cuna de su Hijo, que dormía tranquilamente
el sueño de los ángeles, fija sobre Él una mirada de angustia, lo envuelve cuidadosamente
en sus pañales, lo carga amorosamente en sus brazos, lo cubre con un pobre
manto y se aleja con paso presuroso de la tierra de sus antepasados para
encaminarse al país del destierro.
Un silencio sepulcral dominaba en las
calles: todos reposaban en el sosiego de sus abrigados albergues
y nadie transitaba a lo largo de los solitarios caminos que conducían a
Jerusalén. Entre tanto, una tierna doncella y un triste joven marchaban en silencio,
temerosos hasta del ruido de sus propios pasos, a la luz de los suaves rayos de
la luna que brillaba en un cielo sin nubes. “Erase todavía en la estación del invierno,
dice San Buenaventura; y al atravesar la Palestina, la Santa
Familia debió escoger los caminos más ásperos y solitarios. ¿Dónde se habrá
alojado durante las noches? ¿Qué lugar habrá podido escoger durante el dia para
reponerse un poco de las fatigas del viaje? ¿Dónde habrá tomado la frugal
comida que debía sostener sus fuerzas?”.
Caminos solitarios, senderos quebrados y peñascosos, colinas empinadas,
bosques espesos, arsenales abrasados, desfiladeros peligrosos, sinuosidades en
que los bandoleros espiaban al viajero, cavernas oscuras que servían de guarida
a los malhechores; he ahí lo que debían atravesar los tristes desterrados de
Israel. Pero nos solo era la naturaleza con sus desiertos sin sombra, sin agua
y sin ruido, con sus altas montañas y tupidos bosques y solitarias hondonadas,
lo que hacía en extremo penosa la marcha de los viajeros: eran el miedo, el
frio, el hambre y la sed. Ellos debían ocultarse a las pesquisas de los espías
de Herodes y alejarse de las poblaciones y seguir los senderos menos
frecuentados. El frio entumecía sus miembros, porque no tenían ni un techo que los
guareciera de las brisas húmedas de la noche, ni más lecho que las yerbas
empapadas por el roció, ni más abrigo que sus sencillos mantos. Sus provisiones
eran escasas, y el hambre se dejó sentir más de una vez sin que encontraran,
para satisfacerla, ni una fruta silvestre, ni un tallo de yerba. A través de
aquellos páramos abrasados por el sol, ni una fuente de agua les ofrecía sus
corrientes cristalinas para humedecer sus fauces, secas por el cansancio, el
calor y la fatiga, y ni siquiera un soplo de fresca brisa venía a templar el
ardor de aquella temperatura de fuego.
Por fin, después de un viaje largo y penoso, llegaron a Egipto, la
tierra de la proscripción, donde no encontraron ni un pariente, ni un amigo, ni
una mano generosa que les prestase amparo. Era un país de idolatras y donde se
miraba con desdén e indiferencia al extranjero. En su patria los santos Esposos
habían llevado una vida humilde y laboriosa; pero jamás falto el pan en su
mesa. Mas ¡ay!, en el país del destierro sus privaciones eran continuas y un
trabajo asiduo durante el día y una parte de las noches no era bastante a
proveerlos de lo necesario. “Con frecuencia,
dice un escritor, el niño Jesús acosado por el
hambre, pidió pan a su madre, que no podía darle otra cosa que sus lágrimas…”
No dejemos perder ninguna de las saludables enseñanzas encerradas en
este misterio de suprema angustia y de maravillosa resignación a la voluntad
divina. La prudencia humana habría podido alegar mil especiosas excusas y
oponer al decreto del ángel numerosos inconvenientes. Era de noche; convendría
esperar la claridad de la aurora, los caminos estaban poblados de bandidos;
carecían de todo recurso para emprender un largo viaje; iban a un país extraño,
dejando patria, hogar, parientes, amigos. ¿No
habría otro medio que ofreciera menos dificultades para salvar al niño? ¿Por
qué se le exige tanto sacrificio?
He aquí lo que hubiera dictado la prudencia
humana. Pero los santos Esposos ni siquiera preguntan al ángel si el cielo se
encargaría de protegerlos durante tan larga jornada. Bástales saber que tales
son los designios de Dios para inclinarse sumisos y adorar su voluntad,
abandonándose sin reserva en los brazos de su providencia.
EJEMPLO
La confianza filial recompensada.
En el seminario de Tolosa había un niño de muy felices disposiciones
para la virtud y entre otras prendas que lo adornaban, se distinguía por una
confianza ilimitada en la protección de María.
Una noche, al pasar el superior la visita de inspección acostumbrada
para asegurarse de que todos los alumnos estaban recogidos, lo encontró
arrodillado en su cama.
—¿Por qué no se ha acostado usted mi querido
amigo? Le dijo el superior.
—Porque he dado mi escapulario al portero
para que me lo remiende con el cargo de que me lo devolviese antes de
acostarme; y como no me lo ha traído todavía, no me atrevo a recogerme sin él.
—¿Y por qué no podría usted pasar una noche
sin su escapulario?
—Porque temo morirme esta misma noche; y no
quisiera que me sobreviniera este trance sin tener en mi poder ese escudo de
protección; pues la Santísima Virgen ha prometido que el que muera con esa
especial divisa de su amor no padecerá el fuego eterno.
—No tenga usted temor, le dijo el superior,
pues nada nos induce a creer que esté tan próximo su fin: mañana, a primera
hora, yo haré que se le devuelva su escapulario; y entretanto, acuéstese y
duerma tranquilo.
—Padre mío, replicó el joven, yo no puedo acostarme sin mi santo escapulario; no
tendría tranquilidad ni vendría el sueño a mis ojos, de temor de morirme sin
él.
El buen sacerdote, profundamente compadecido de la aflicción del santo
joven y no menos edificado de aquella confianza verdaderamente filial en la
protección de María, bajó al aposento del portero, recogió el escapulario y lo
entrego al niño, quien, después de besarlo devotamente, lo colgó alegremente de
su cuello, diciendo: Ahora sí que dormiré
tranquilo; y se durmió, invocando
tiernamente el nombre de María.
Al dia siguiente, el mismo superior, al pasar la revista ordinaria para
ver si sus alumnos se habían levantado a la hora señalada, entró al cuarto del
devoto niño y lo halló todavía en la cama, lo que no le sorprendió, creyendo
que estaría reparando la perdida de sueño de la noche anterior a causa de la
falta de su escapulario. Se acercó a él, lo llamó dos o tres veces, y, viendo
que no respondía, le removió suavemente para despertarlo; y nada… Aplicó su
mano en la boca para percibir su aliento, y pudo cerciorarse con indecible
sorpresa de que el piadoso niño había pasado del sueño de la vida al sueño de
la muerte. Había expirado teniendo estrechado
fuertemente al corazón el santo escapulario, que con tan vivas instancias había
reclamado.
María había querido recompensar la filial
confianza de su joven devoto no permitiendo que muriese sin el precioso
documento por el cual sus devotos quedan libres de las penas eternas. Este
hecho nos demuestra la benevolencia con que mira la Madre de Dios a los que se
visten de su santo hábito.
JACULATORIA
Dadnos ¡oh dulce María!
Tu maternal protección
y acepta desde este día
mi vida y ni corazón.
ORACIÓN
¡Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra! ¡Corazón amabilísimo, objeto de las eternas complacencias de la Santísima
Trinidad y digno de la veneración de los ángeles y de los hombres!
Disipad el hielo de nuestros corazones, encended en ellos el fuego de amor
divino y comunicadnos un santo entusiasmo por la imitación de vuestras
virtudes. Sobre todo, haced que os imitemos en esa heroica conformidad con los
designios de Dios y en esa perfecta sumisión a su adorable voluntad. Bien
sabéis ¡oh Corazón humilde y resignado! Que
nuestros corazones son rebeldes a los decretos divinos, resistiendo muchas
veces a ellos para seguir nuestras inclinaciones. Haced que jamás hagamos otra
cosa que no sea del agrado de Dios y bien de nuestras almas, y que en nada nos
busquemos a nosotros mismos ni demos satisfacción a nuestros gustos.
¡Oh
santos Esposos de Nazaret!, vosotros
que protegisteis durante el largo y penoso destierro al divino Fundador de la
Iglesia, dignaos velar sobre esa sociedad de salvación y de vida; protegedla y
sed para ella torre inexpugnable que resista heroicamente a los ataques de sus
enemigos.
Sed nuestro camino para llegar a Dios, nuestro socorro en las pruebas,
nuestro consuelo en las penas, nuestra fuerza en la tentación. Asistidnos
especialmente en el momento de nuestra muerte, haciéndonos experimentar en esa
hora decisiva de nuestra suerte, los efectos de vuestro poder, dándonos un
asilo en el seno de la misericordia divina, a fin de que podamos bendecir al
Señor eternamente en el cielo en vuestra compañía. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra
buena Madre!, nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios que
colocamos a vuestros pies, nuestros corazones deseosos de seros agradables y a
solicitar de vuestra bondad, un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo,
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la
fe, sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas
del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES.
1—Repetir
varias veces en el día la tercera petición del Padrenuestro. Hágase tu voluntad
así en la tierra como en el Cielo; prometiendo a María imitarla en su perfecta
conformidad con la voluntad de Dios.
2—Rogar
a Dios por la persona o personas que nos hacen mal, perdonándolas de todo
corazón.
3—Rezar
las Letanías de la Santísima Virgen, pidiéndole por las necesidades actuales de
la Iglesia Católica.
Presbítero Vergara Antúnez.
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