Día 27 de noviembre.
MARÍA EN LA ASCENSIÓN DE JESÚS
Rezar la Oración inicial para todos los días:
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y
nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores
cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son
las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una
madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus
pies es la de sus virtudes.
Sí; los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de
este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los
unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito
procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten,
florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos
de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Jesús
había terminado ya su misión sobre la tierra, había llegado la hora en que los
decretos eternos lo llamaban al cielo a recibir las coronas y palmas del
glorioso triunfador. Cuarenta días hablan transcurrido desde su resurrección
cuando, en compañía de su Madre y de sus apóstoles y discípulos se encaminó
Jesús al monte Olivete. El teatro primero de sus padecimientos debía ser
también el último testigo de su gloria y la tierra que recibió las primeras
gotas de sangre, conservó la última huella marcada por sus pies durante su
peregrinación terrestre.
Allí,
después de haber fijado sus amorosas miradas en María, como si le dijera: ¡hasta luego! y de haber bendecido a sus discípulos, se levanta
majestuosamente en los aires y vuela por los espacios llevado en las plumas de
los vientos, entre los acordes ecos de las arpas angélicas y mientras las
nubes, abriéndose a su paso, iban agrupándose a sus pies para formar digna
peana al libertador del linaje humano. Esas mismas diáfanas y blanquísimas
nubes agrupadas en torno suyo lo arrebataron a las miradas absortas de los
discípulos, hasta que un ángel, desprendido de la celeste turba, vino a
sacarlos de su arrobamiento para decirles: «Varones de Galilea, ¿por qué os
entretenéis mirando al cielo? el mismo a quién habéis visto subir volverá un
día rodeado de gloria y majestad.»
Los discípulos bajaron los ojos asombrados a la vista de tan estupendo
prodigio; pero María vería sin duda penetrar a su
Hijo en la mansión del gozo eterno cuyas puertas acababa de abrir con su muerte
para dar entrada en ella a los desventurados hijos de Adán. Ella lo vería tomar
posesión del trono que le estaba aparejado como vencedor de la muerte y del
pecado, vería la corona inmortal con que fue ceñida su frente por mano del
Eterno Padre. La que había bebido en toda su amargura el cáliz de la pasión,
era conveniente que bebiese también en el cáliz de eterno gozo que Jesús
acercaba en ese momento a sus labios. La que iba a quedar todavía en la tierra,
como una enredadera privada de su arrimo, era justo, que para consolarse en su
orfandad contemplase anticipadamente la gloria que coronaba a su Hijo.
Penetremos
también nosotros como María en esa morada feliz, término dichoso de nuestra
amarga peregrinación. Fijemos en ella nuestra vista para avivar nuestros deseos
de alcanzarla por el mérito de nuestras buenas obras, y no separemos jamás de
allí nuestro pensamiento. ¡Patria querida! ¡Quién
pudiera respirar tus brisas perfumadas, descansar a la sombra de tus árboles de
vida y beber en tus fuentes de dicha inmortal! ¡Ah! qué necios somos al poner
nuestro corazón en la tierra, al cifrar nuestra felicidad en los vanos gozos
del mundo y al fijar nuestros ojos en este valle de miserias, donde la
desgracia es nuestra herencia, el llanto nuestro pan de cada día y la vaciedad
el resultado de nuestros locos afanes. En el cielo todo es bienaventuranza:
allí no hay hambres que atormenten, ni fríos que entumezcan, ni ardores que
abrasen, ni dolencias que martiricen. Allí
no hay más que una sola edad, la juventud; una sola estación, la primavera; un
día sin noche, un cielo sin nubes… Allí el alma siente saciados todos sus
deseos; la inteligencia, contemplando a Dios, conoce toda verdad; el corazón
amando a Dios, se embriaga en océano de amor. Y todos esos goces serán eternos
como el mismo Dios, allí no habrá jamás ni cambios, ni mudanzas, ni temores; lo
que se poseyó desde el principio, será eternamente poseído.
EJEMPLO
Nuestra Señora de la Salette
Una de las últimas apariciones con que la
Santísima Virgen ha demostrado su inagotable amor por los hombres es la que
tuvo lugar el 19 de septiembre de 1846 en la montaña de la Saleta en Francia.
Los favorecidos con esta maravillosa aparición fueron dos pastorcitos de
aquellos contornos, llamados Melania Matthieu y Maximino Girant, hallados
dignos por su angelical candor de ser ecos de la voz misericordiosa de María
que llama al mundo a penitencia.
Cuando
el sol había disipado las brumas que en la mañana coronan las alturas de la
montaña, los dos pastores treparon por sus laderas guiando las ovejas confiadas
a su cuidado. Cuando llegó la hora de hacer sestear el ganado, los dos niños
bajaron a una hondonada donde brotaba un manantial de purísimas corrientes.
Hallábanse en aquel sitio agreste y silencioso, cuando vieron cerca de ellos, sentada junto al barranco, a una esbelta y hermosísima
Señora cercada de una luz suave como la de la luna, que tenía los codos
apoyados en las rodillas y el rostro oculto entre las manos en la actitud del
que padece un gran dolor. Sorprendidos los inocentes niños con esta
aparición en aquellos parajes solitarios y absortos, tuvieron miedo y se
preparaban a huir cuando la Señora, poniéndose en pie, les dice con una voz
dulcísima que serenó sus corazones: «No temáis, hijos míos, acercaos, que
quiero anunciaros una importante nueva.»
Estas
dulces palabras infundieron valor en el pecho de los tímidos pastores, y
acercáronse a la Señora y se colocaron el uno a su diestra y el otro a su
siniestra. En esta disposición, con el acento de una persona oprimida de dolor
les habló más o menos en estos términos: «Hijos míos, vengo a deciros que mi divino
Hijo está irritado con los que, por su culpa, no observan la ley, y va a
castigarlos pronto. Si no lo ha hecho antes, es porque yo detengo su brazo
vengador; pero pesa ya tanto que no bastan mis fuerzas a contenerlo, si mi
pueblo no se enmienda. Nadie en el mundo es capaz de comprender las penas que
sufro por los hombres, cuyos crímenes provocan la justa indignación de mi Hijo.
Sólo a mi intercesión debéis la dilación del castigo; porque las súplicas de
cualquier otro mediador no son ya bastantes, y por esto las mías son continuas…»
«Mi Hijo, dio a los hombres seis días para
trabajar, y se reservó el séptimo; pero los hombres se lo niegan, no
absteniéndose de trabajar los domingos… Las blasfemias son Otro crimen con que
irritan a Dios en gran manera; viendo que se profana indignamente su santo
nombre, mezclándolo con palabras obscenas o injuriosas, por el más leve motivo…
Innumerables cristianos desprecian la observancia del ayuno y de la abstinencia,
y se arrojan, como perros voraces a la comida, sin hacer distinción de días ni
de manjares prohibidos.»
Después
de estas quejas y amenazas, la celestial Señora comunicó separadamente a los
dos pastores ciertos secretos que debían reservar por algún tiempo: pero que, al fin, fueron comunicados al Papa Pío IX, de
inmortal memoria, el año de 1851. Se supo entonces que los secretos
confiados a Melania consistían en el anuncio de
grandes castigos, si los hombres y los pueblos continuaban en el mal camino, de
los cuales más de uno ha tenido ya cabal cumplimiento; y los secretos de
Maximino anunciaban la misericordia y
rehabilitación de todos.
Terminada
la entrevista con los pastorcillos, la Reina del cielo les añadió: «Os encargo que
participéis a mi pueblo todo lo que os he dicho…» Luego comenzó a alejarse y a elevarse en los aires llena
de majestad, hasta que vuelto el peregrino rostro hacia el Oriente fue
desapareciendo como una visión fantástica ante los ojos atónitos de los
pastores que la seguían con ávidas miradas, quedando iluminado el espacio con
una claridad deslumbradora.
Hoy corona aquellos agrestes y memorables sitios una
suntuosa basílica en honra de la bienaventurada Virgen María, para eterna
memoria de esta dulce aparición, cuya verdad ha sido confirmada por la voz de
los milagros y la aprobación de la iglesia.
Acudamos a María para que
continúe siendo nuestra abogada e intercesora delante de
la Divina Justicia, justamente irritada por nuestras culpas.
JACULATORIA
Jamás perece ¡oh María!
Quien a tu seno se acoge
y en tu protección confía.
ORACIÓN
¡Oh
amorosísima María! ¡Qué dulce es para
los desgraciados levantar hacia Ti sus miradas suplicantes e invocar tu
protección en medio de las aflicciones de la vida! Hay
en tu seno de madre consuelos que en vano se buscan en la tierra y bálsamo tan
celestial que cura por completo las llagas más hondas que el pesar abre en el
alma. No en vano todos los que padecen te invocan como a la soberana
consoladora de todos los males, como el remedio de todas las dolencias, como el
refugio en todas las necesidades públicas y privadas. Felices los que en Ti
confían, felices los que te llaman y más felices aun los que te aman como madre
y te veneran como reina.
Por el gozo que experimentaste al ver subir al Cielo a tu Hijo para
recibir las coronas del triunfo, te ruego que no me dejes jamás desamparado en
medio de las tinieblas, de los peligros y de las desgracias que siembran el
camino de la vida. No me desampares, Señora, basta dejarme en posesión de la
patria celestial; templa con tu mano cariñosa las amarguras de mi vida, y si
fuere del agrado de Dios que yo padezca, dígnate sostenerme en las horas de la
prueba para que no desfallezca antes de tocar el término de mi jornada, a fin
de que, sufriendo con Jesús, merezca gozar también de las eternas recompensas. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
Oración final para todos los días
¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador,
y nuestra buena Madre! nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que
colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y
a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo;
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1—Hacer un cuarto de hora de meditación sobre
la felicidad del cielo, a fin de avivar en nuestro corazón el deseo de
alcanzarla con nuestras buenas obras.
2—Oír una misa en sufragio del alma más
devota de María.
3—Sufrir con paciencia las contrariedades
ocasionadas por las personas con quienes vivimos y tratamos.
Presbítero Vergara Antúnez.
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