Día 28 de noviembre.
MARÍA EN EL CENÁCULO
Rezar la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y
nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores
cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son
las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una
madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus
pies es la de sus virtudes.
Sí; los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de
este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en
separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los
unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito
procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Jesús no subió a los cielos sin dejar a sus
apóstoles una promesa consoladora que endulzara las lágrimas que les ocasionaba
su ausencia: la promesa de enviarles el Espíritu Santo. Los discípulos,
como ovejas sin pastor, después de recibir la bendición postrera de su divino
Maestro, se dirigieron al Cenáculo para aguardar
allí, en la oración y el retiro, la venida del Espíritu Consolador. María
estaba en medio de ellos, porque en la ausencia de Jesús, era la compañera
inseparable de los desconsolados huérfanos y la columna de la naciente Iglesia.
Diez días habían pasado en expectativa de la promesa de Jesús, cuando en
la mañana del décimo todos los congregados en el Cenáculo sintieron un ruido a
manera de viento impetuoso que sacudió la casa desde sus cimientos. Era el Espíritu Santo que descendía sobre los apóstoles
en forma de lenguas ondulantes de fuego, que ardían sobre la cabeza de cada uno
de ellos como una ancha cinta batida por el viento.
Desde ese momento se operó en los discípulos una completa
transformación. Los que antes eran tímidos y cobardes, que habían huido en
presencia de los enemigos de su Maestro, dejándolo abandonado entre sus manos,
preséntanse con frente alta y corazón animoso delante de los tribunales de la
nación, que les intimaban la orden de callar, para decirles con acento varonil
y resuelto: «Antes
que a los hombres obedeceremos a Dios.» —Podéis, si lo tenéis a bien,
mandarnos al patíbulo; pero callar… non possumus, —no
podemos. Los que eran pobres e ignorantes
pescadores se trasformaron en sapientísimos doctores de las cosas divinas y en
inspirados maestros de las verdades de la fe, y se esparcen por todo el mundo
conocido para predicar el Evangelio. Tanto fue el entusiasmo de que se
sintieron poseídos, tanto el amor que ardía en sus corazones, que las gentes
que los veían los creyeron tomados del vino. ¡Cual sería el gozo de María al contemplar
estos estupendos prodigios!—Ella, tan
interesada como el mismo Jesús en la prosperidad de la grande obra fundada al
precio de su sangre, debió sentir inmenso júbilo al ver a esa falange de
denodados atletas que iban a extender por el mundo el fruto de la pasión de su
Hijo arrancando a los infieles de las sombras de la muerte.
La oración de María en el Cenáculo, fue sin
duda, la más poderosa para apresurar el advenimiento del Espíritu Santo. Por
su mediación debemos nosotros alcanzar también los dones y gracias de ese mismo
Espíritu. Aquel que puso en el dedo de María el anillo de esposa y que cubrió
su seno con la sombra de su poder para obrar el prodigio de la Encarnación del
Verbo, no puede olvidar la efusión de sus dones en favor de aquellos por
quienes se interesa. ¡Y cuánta necesidad tenemos de
esos dones y gracias! Cobardes, no nos
atrevemos muchas veces a confesar con la frente erguida y corazón entero la fe
de Jesucristo delante del mundo que la desprecia y la insulta. Ignorantes
de las cosas divinas y de las vías de la santificación, necesitamos del
espíritu de luz que alumbre nuestras inteligencias, que nos haga conocer nuestros
únicos verdaderos intereses, que son los de la propia salvación, y que nos
señale la ruta que a ellos conduce. Tibios y
pusilánimes para las cosas de Dios, habemos menester del espíritu de amor que
inflame nuestro corazón en las llamas de la caridad divina, y que, llenándolo
de Dios, destierre de él todo afecto desordenado a las criaturas. Siempre
desidiosos en el servicio de Dios y en lo que concierne a la santificación de
nuestras almas, necesitamos del espíritu de piedad que nos haga solícitos en el
cumplimiento de aquellos ejercicios de piedad y de devoción, que son para el
alma como el rocío y el riego para las plantas, sin los cuales no podrá producir
fruto de santidad. Invoquemos a María siempre que tengamos necesidad de algunos
o de todos esos dones, seguros de que su intercesión poderosa nos los alcanzara
con abundante profusión.
EJEMPLO
María Luz de los ciegos
Hay en Turín, consagrado a María Auxiliadora,
un templo venerando y eminentemente popular. Cuando
en 1865, el San Vicente de Italia, Don Bosco, fundador de la Pía Sociedad de
San Francisco de Sales, echó los cimientos de esa iglesia apenas tenía 40 céntimos
en caja. Concluidos los trabajos en 1868 el valor alcanzaba a más de un
millón de liras. Y tamaña empresa se había realizado sin correr una sola
suscripción. ¿Quién proporcionó los recursos? —María; si,
porque los fieles que incesantemente llegaban a Don Bosco con una piadosa
ofrenda significábanle al mismo tiempo era sólo el pago de una deuda contraída
con la Madre de Dios de quien habían alcanzado un señalado favor. Cada piedra
de ese santuario, cada uno de los exvotos sin número que relucen en sus muros
atestigua una gracia de María Auxiliadora. Sin que sea posible mencionar tantos
hechos extraordinarios, baste la relación del siguiente:
Vivía en Vinovo, aldea cercana a Turín, una joven llamada María
Stardero, la cual tuvo la desgracia de perder totalmente la vista. Ansiosa de
recobrarla concibió el pensamiento de hacer una peregrinación a la iglesia de María
Auxiliadora, y un sábado del mes que le está consagrado, acompañada de su tía
se presentó en el templo. Después de breve oración ante la imagen de Nuestra
Señora, fue conducida a la presencia de Don Bosco, en la sacristía, y allí tuvo
con él esta conversación:
—¿Cuánto
tiempo hace que estáis enferma?
—Ya mucho tiempo, pero hace como un año que
nada veo.
—¿Habéis
consultado a los médicos? ¿Qué dicen? ¿No os han medicinado?
—Hemos usado toda clase de remedios sin
resultado alguno, respondió la tía. Los médicos no dan la menor esperanza… —y
se echó a llorar.
—¿Distinguís
los objetos grandes de los pequeños?
—No, señor; no distingo nada absolutamente.
—¿Veis la luz de esa ventana?
—No, señor; nada veo.
—¿Queréis
ver?
—Señor, soy pobre, necesito la vista para
buscar la subsistencia; ¿no he de quererlo?
—¿Os
serviréis de los ojos para bien de vuestra alma y no para ofender a Dios?
—Lo prometo con todo mi corazón.
—Confiad
en la Santísima Virgen; ella os sanara.
—Lo espero, mas entretanto estoy ciega.
—Veréis.
—¡Ver yo!
Entonces Don Bosco con tono y ademán solemnes exclamó:
—A
gloria de Dios y de la bienaventurada Virgen María, decid ¿que tengo en la
mano?
La joven abrió los ojos, los fijó en el objeto que Don Bosco le
presentaba, y gritó:
—Veo… una medalla… y de la Santísima Virgen.
—Y en
este otro lado de la medalla, pregunta Don Bosco, mostrándoselo, ¿qué hay?
—Un anciano con una vara florida: es San
José.
Renunciamos a describir lo que entonces pasó; sólo
añadiremos que habiendo María extendido la mano para coger la medalla, cayó
ésta al suelo, yendo a parar a un rincón de la sacristía, y la misma María, por
orden de Don Bosco, la buscó y la encontró, con lo que dejó a todos perfectamente
convencidos de la realidad de la curación, la cual fue tan completa como
prodigiosa, porque María Stardero no ha vuelto a padecer de los ojos.
JACULATORIA
Madre de Dios, madre mía,
mi vida, mi cuerpo y mi alma
te ofrezco desde este día.
ORACIÓN
¡Augusta
esposa del Espíritu Santo! fuente inagotable de gracias y de bendiciones, dignaos
alcanzarnos de vuestro divino Esposo los dones que tan profusamente otorgó a
los apóstoles reunidos en el Cenáculo: el don de sabiduría, que disipa los
errores de nuestra inteligencia, haciéndonos comprender la vanidad de los
falsos bienes de la tierra y la excelencia de los bienes del cielo; el don de
entendimiento que nos instruya acerca de nuestros deberes y de todo lo que
concierne a los intereses de nuestra santificación; el don de fortaleza, que
nos comunique entereza bastante para desafiar las burlas y desprecios del
mundo, hollando sus máximas con santa energía; el don de ciencia, que nos esclarezca
acerca de las verdades eternas; el don de piedad, que nos haga amar el servicio
de Dios; y, en fin, el don de temor, que nos inspire un santo respeto mezclado
de amor por Dios.
Bien sabéis ¡Virgen bendita! que nuestras pasadas resistencias a las inspiraciones del
Espíritu Santo nos hacen indignos de sus beneficios; pero, ayudados de vuestras
oraciones obtendremos del autor de todo don perfecto las gracias que nos son
necesarias para vivir santamente en la tierra y llegar un día a la eterna
felicidad. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies,
nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra
bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo;
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1—Invocar
al Espín tu Santo en solicitud de sus dones, rezando devotamente el himno Veni
Creator Spiritus.
2—Rezar
cinco Salves en honor de la pureza inmaculada de María.
3—Hacer
una comunión espiritual pidiendo a Jesús, por intercesión de María, que encienda
nuestra alma en el fuego del divino amor.
Presbítero Vergara Antúnez.
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