Es la verdadera Devoción de María Santísima
señal de predestinación tan autentica que la tienen por tal concordemente los
Sagrados Doctores: y es tan eficaz de esta insigne Abogada el
patrocinio, que mediante su devoción se consigue. Que dijo de él entre los
demás Santo animosamente San Anselmo: Que como es imposible se salven aquellos,
de quienes la Virgen María Aparto los ojos de su misericordia; así es necesario
que se justifiquen, y se glorifique aquellos a quienes Volviere sus ojos abogando
por ellos.
Empero, entre los devotos de María algunos, en quienes campea mas esta
señal hermosa: y estos no son otros, que los que la veneran en su Concepción Inmaculada.
De un tan piadoso sentimiento que Autor puedo alegar de mayor nombre, que la
Madre misma de la piedad. Al Capítulo 24 del Eclesiástico, solicitando María
Señora en sus cultos nuestros provechos, dice: que los que la ilustran, tendrán la Vida eterna: y
sí yo no me engaño, solos los devotos de su Concepción
Purísima, son los que propiamente la ilustran. La razón es: porque
ilustrar, si no desposeemos de su propiedad este término, es aclarar lo obscuro,
manifestar lo oculto, hacer cierto lo dudoso: y en María Señora Mar de
resplandores tan grande, y espacioso que anegó en eternas luces al Mundo, e
hizo también que naciese una perpetua luz en los Cielos, y que como Madre de la
eterna Sabiduría manifestó al Mundo en una sola palabra todas las cosas, y le
dio a conocer todas las verdades en una verdad sola; no hay otro, sino el
Misterio solo de su Concepción, que con razón pueda llamarse en alguna manera
obscuro, oculto, y dudoso también; a lo menos en cuanto es menos cierto que los
demás, pues que no es todavía coma ellos verdad definida del todo por la Iglesia.
De donde es, que solos los que aclararen este Misterio,
los que lo manifestaren, los que lo certificaren más cada dia, serán los que
ilustren propiamente a esta Princesa Soberana: y esto hacen solamente los que
veneran fervorosos de su Concepción la limpieza.
Aunque esta es una verdad toda del Cielo, no
por esto deja de darla a conocer con sus luces también el Mundo. Póngase
una persona en todo linaje de prendas señalada. Añade, que estas son conocidas,
y alabadas de todos comúnmente. Dúdese, empero, de su origen. Digan unos, ser
hija del traidor más infame. Publiquen otros, serlo del Monarca más noble. ¿Quiénes serán en este caso los que ilustren a esta
Persona? ¿Los que alabaren sus prendas conocidas, o los que certificaren ser el
más ilustre su origen; prenda sola, de que se duda; y duda, que en cierto modo
obscurece no poco, las que se saben? Todos dirán, que estos segundos.
Pues vuelvan todos ahora los ojos a María. Dividan en dos clases sus devotos.
Pongan con estos segundos los que la veneran por la más pura de todas las
criaturas en su Origen. Junten con aquellos primeros el resto todo de lo demás
devotos. Guardarse, cuanto guardarse debe la proporción de caso a caso. Dese
finamente sin pasión la sentencia: que sin duda será, si no yerro también en esto,
no menos favorable a mí sentir, que agradable a los, que veneran la Concepción
Inmaculada de MARÍA.
Mas como no deja de aventajarse en los quilates el Oro más precioso porque
se prueba en un Crisol común al Oro menos fino, aunque digamos, que en sentido
menos estrecho ilustran a María los verdaderos devotos de cualquiera de sus Misterios
hallaremos con todo, que sobresalen los devotos de su Pureza: pues por serlo obligan más a María, en lo que cabe sin
injuria de la piedad, al cumplimiento de aquella inestimable promesa de la
eterna vida; que a los que la ilustran, hace en retorno infinitamente superior a
tal ilustre esta Reina liberalísima. La razón es: porque los devotos de
los otros Misterios de María, a cuyo crédito obliga la Fe, le tributan por este
título debidos cultos los de este le ofrecen liberales obsequios y nadie
ignora, que obliga más el que da como liberal, que el que paga como deudor.
Razón, pues será que procuren todos con singular esmero ser devotos cordialísimos
de este Misterio; y llegar cuanto antes por este atajo no menos seguro que
breve a aquel fin dichosísimo de hacer cierta cada uno su vocación, y predestinación
eterna: a lo cual tan cuidadoso nos exhorta el Príncipe
de los Apóstoles. Razón será que ilustren por un medio tan fácil a María,
o confiesen abiertamente, qué en nada aprecian la vida eterna, que a los que la
ilustran, liberalísima promete esta esclarecida Princesa. Pero adviértase, que
un Tizón apagado podía tizar: dar lustre, nadie dirá que pueda. Los que están en pecado mortal, son Tizones apagados del
Infierno. No arden en el: pero tienen toda su tizne: pues que ardieron ya en él
pecado. ¿Qué remedio, pues, para que
ilustren a María tizones tales? Aquel que dibujo con maravilla la
Providencia en ciertas aguas de nuestras Indias, que si no quitan a las del
Rio, si la tislo admirable de su virtud, les quitan por menos lo singular.
Arrojase en estas aguas un leño, y lo convierten en una Piedra. Los Tizones a
pagado Leños son, que alguna vez ardieron. Arrójense, pues, estos Leños, báñense
estos Tizones en las aguas mucho más admirables de la Confesión, y se
convertirán en Piedras: no vulgares, sino preciosas: no terrenas, sino
Celestiales: porque se harán allí de Pecadores justos, que son las Piedras
labradas, de que se está edificando aquella Jerusalén Celestial, a que se
pondrá, la última mano el espantoso dia del Señor; y las que como hermanas, son
también muy parecidas a la Piedra más divina, que es Cristo: y de este modo podrán
ilustrar a María: y aun no sé qué haya lustre alguno, que sea más agradable a
esta Señora que este mismo convertirse por la Confesión Tizones tales en tales
Piedras.
De aquí se sigue ser el confesarte la primera, y más precisa
diligencia para poder ilustrar a María Santísima en esta Novena; la
segunda seria comulgar en los nueve dia una vez. Para hacerlo más veces, consúltese al Confesor, y dígase
también su consejo en orden a ayunos, y demás mortificaciones, a que moviere a
cada uno su devoción; La tercera, y ultima sea,
hecho el Acto
de Contrición, que todos saben, meditar los puntos que se
ponen al principio de cada dia, y el que no acertare a meditarlos léalos a
lo menos con atención y hecho esto se irán rezando por su orden las Oraciones siguientes.
Fray Manuel José Murillo,
Religioso de la Orden de San Agustín.
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