viernes, 29 de enero de 2021

Desposorios de la Virgen y San José. —21 de Enero.


 


INTRODUCCIÓN.

 

 

  Génesis y significación de la fiesta.

 

—La fiesta de los desposorios de la Virgen Santísima con San José se apoya teológicamente sobre el evangélico relato de esta unión, realizada, o por lo menos concertada, antes del mensaje del arcángel San Gabriel a María, y después formalmente ratificada en la visión angélica, que ilumina a San José sobre su ministerio con relación a la Virgen Santísima y al Nino Jesús.

 

 

   Históricamente, se relaciona con el desarrollo del culto a San José. Para responder a las pías intenciones de un canónigo de Chartres, que había prescrito en su testamento, que cada año, en el aniversario de su muerte, hiciese su cabildo solemne conmemoración del grande Patriarca, compuso el célebre Canciller Gersón un oficio de los desposorios de la Virgen y San José. EI oficio fué aprobado; y el día 23 de Enero, escogido para su celebración, parece en efecto concordar con el de la muerte del canónigo fundador.

 

 

   Desde fines dei siglo XVII, fué dicha fiesta concedida a muchas regiones, y Benedicto XIII la adoptó, en 1725, para los Estados pontificios.

 

 

   EI objeto de esta solemnidad viene claramente indicado por el nombre de Desposorios. Festejamos, no unos simples esponsales, sino aquel pacto sagrado, que, sin menguar la virginidad de la Reina de las vírgenes, hizo de María la verdadera y legítima mujer de San José. Suceso encaminado todo a honrar al Santo Patriarca, a quien señala su propio lugar en la economía de la Redención y en el reino de los cielos. Sin embargo, la fiesta, litúrgicamente, se dedica a María, de tal manera, que sin indulto particular no puede hacerse en ella conmemoración de San José: (S. Congr. de Ritos, 5 de Mayo de 1756.)

 

 




Plan de la meditación.

 

   Consideraremos sucesivamente la dicha de los esposos, el gozo de sus amigos y la fecundidad de su unión.

 

 

MEDITACIÓN.

 

 

«Joseph, fili David, noli timere accipere Mariam conjugem tuam.» (Matth., 1, 20.)

 

“José, hijo de David, no dudes en tomar a María por mujer”.

 

 

   1.er PRELUDIO. Movida por particular inspiración del Espíritu Santo, María había consagrado a Dios con voto su perpetua virginidad. Para acomodarse, sin embargo, a las costumbres de su época, convenía que tomase esposo. José fué el varón providencial preparado para ofrecer a María un corazón cuyo afecto jamás se desmentiría, y una inteligencia suficientemente elevada para asegurar el constante respeto a su virginal integridad.

 

 

2. o PRELUDIO. Imaginémonos el modesto hogar de San José, en que, con gran contentamiento de los parientes y amigos de entrambos, viene a tomar María su lugar.

 

 

3.er PRELUDIO. Pidamos instantemente la grada de participar santamente de la dicha de María y José, y de aprender de ellos el secreto de los afectos puros y elevados.

 

 


 

1. Dicha de los esposos.

 

   La unión de María y de José es un modelo de dichosa, aunque santa intimidad. Como todo matrimonio, aproximó y tendió a confundir en unas dos existencias; pero fué por la compenetración pura de dos almas: el cuerpo quedó como olvidado.

 

  ¡Grande y utilísima lección es para el mundo está dicha de un amor enteramente espiritual! No ciertamente para reprobar el legítimo uso de facultades concedidas por Dios, ni para condenar las satisfacciones sensibles que, tomadas según las miras del Creador, pueden contribuir a apretar más y más aún los lazos de las almas; sino para demostrar que semejantes satisfacciones no son necesarias a la felicidad; para sugerir la elevación a las más altas emociones del espíritu; para aconsejar aquel imperio sobre los sentidos, que sabe moderar su uso y resignarse a las privaciones que impone a veces la necesidad; para inspirar a los privilegiados un sursum corda completo y constante, que los sostenga en las alturas en donde les coloca una vocación sublime, y les haga rehusar noblemente toda complicidad con la sensualidad y los apetitos inferiores.

 

 

   Analicemos, en efecto, esta felicidad del lazo santo que unía a María y a José.

 

 

   ¿De qué carecía esta unión? De ciertos placeres acerca de los cuales la experiencia cotidiana nos enseña tres cosas:

   a) Nada falta a quien los ignora. Ved sino al niño puro, y su fácil alegría.

   b) EI que los conoce y los sigue, es su esclavo siempre descontento. Jamás el sueño será la realidad, ésta desencanta; y sin embargo el sueño y la ilusión comienzan siempre de nuevo: la sed se irrita, pero jamás se apaga.

   e) EI que los vence, no a medias, sino por completo, no siente en ello tristeza alguna. Deja el alma de codiciarlas y siente los encantos de una noble libertad cual jamás había sospechado. Leed las luchas y los triunfos de San Agustín.

 

 

   En cambio, este afecto fundado en motivos superiores es más estable. Su fundamento es más sólido; mientras que los encantos del cuerpo, gustados cada dia, acaban por desaparecer, las cualidades superiores de la persona van desarrollándose. Añadid que el hombre capaz de semejantes afectos es un triunfador, cuyo carácter promete una constancia que completa la dicha. Finalmente, el contento tomado en sí mismo es más real y más intenso; procediendo de la parte más noble de nosotros mismos, satisface más a nuestro sér todo entero.

 

 

   Aprendamos, pues, de María y José a hacernos independientes de nuestros sentidos, y superiores a sus satisfacciones, en la medida en que nuestro estado lo exija o lo aconseje; dejemos al menos de mendigar sus miserables consuelos. ¡De cuán grande resultado sería en nuestra vida la conquista de esta libertad!

 

 


 

2. EI gozo de los amigos

 

   Procuraremos en este segundo punto representarnos vivamente, el grande y puro gozo que María y José irradiaban a su alrededor al contraer una unión tan santa. Acontecimiento siempre señalado por el gozo, el matrimonio de dos personas tan cumplidas, tan maravillosamente proporcionadas la una con la otra, debía causar en todos los corazones una desacostumbrada alegría. Y, sin embargo, sólo una mínima parte de los motivos de regocijarse podía ser entonces conocida.

 

 

   Trasladándonos a aquella fecha venturosa, nosotros a quienes está patente la feliz significación de ella, participaremos en espíritu de esta fiesta de familia, y dirigiremos nuestras gozosas felicitaciones, a María en primer lugar, que halla en José un fiel amigo, un discreto confidente, un celoso protector, un custodio respetuoso de su virginidad. Pasando luego a José, le felicitaremos por haber sido juzgado digno de unir su suerte a la más excelente de las puras criaturas.

 

Hay que hacerlo así, porque:

 

 

   1—A los hijos les place recordar, para solemnizarlo, el día en que sus padres se unieron ante Dios. ¿Por ventura no reconocen en esta unión el principio de su propia existencia? Esta razón tenemos nosotros por lo que respecta a María. Dios, al unirla a José, la dispone a su maternidad divina y a su maternidad espiritual. Es cierto que San José no es espiritualmente nuestro padre, como María es nuestra Madre. No lo es porque ni mirando a Jesús ni mirando a nosotros, hermanos adoptivos de Jesús, participa del papel encomendado a María. No ha concurrido a la generación del Verbo encarnado; ni es, como María, constituido mediador de gracia y de intercesión. Sin embargo, como verdadero y digno esposo de nuestra Madre, dirige a nosotros el paternal afecto que supo ante todo testificar a Jesús.

 

 

   2—Esta unión casta de María y de José, simboliza la unión de Cristo y de su Iglesia, a la cual debemos toda nuestra espiritual existencia.

 

 

   3—El honor que de este matrimonio redunda en el estado conyugal y en el de virginidad, nos presta a todos, cualquiera que sea nuestra vocación, verdadero motivo de alegría.

 




 

3. Fecundidad de esta unión.

 

   La unión de María y de José, aunque estéril, si se atiende sólo a la naturaleza, produjo sobrenaturalmente al Verbo de Dios hecho carne, al Niño Dios, que infinitamente sobrepuja a todos los hijos venidos al mundo, o que a él han de venir, tomados ya separadamente, ya en conjunto. ¡Oh cuán maravillosa y excelente fecundidad!

 

   Más aún, puede decirse, en cierto sentido, que todos somos fruto de esta unión, puesto que el Verbo de Dios, al formar su cuerpo verdadero, preparaba también el cuerpo místico del cual debía ser Él la cabeza y nosotros los miembros; era lo mismo producir a Cristo y producirnos a nosotros, futuros miembros de Cristo.

 

 

   Esta ley de espiritual fecundidad se aplica a nosotros. Las relaciones santas engendran una mutua edificación que hace crecer a Cristo en nosotros, y aseguran bendiciones sobre nuestra acción para con el prójimo. ¡Virginidad santa del Cristianismo, oh cuántos son cada día tus maravillosos partos!

 

 


 

COLOQUIO

 

 

   El piadoso canónigo de Chartres opinaba que todo cuanto se hiciese por San José redundaba en María, como todo honor tributado a María redunda en Jesús. Empecemos, pues, una santa plática con San José para felicitarle, para honrarle, para gozarnos con él. Iremos luego a María para concluir en nuestro amadísimo Salvador Jesús.

 

 

—«Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía!

—¡Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía!

—¡Jesús, José y María, haced que mi alma descanse en paz en vuestra santa compañía!»

(Trescientos días de indulgencia, cada vez que se repiten estas piadosas invocaciones. Rezando separadamente cada una de ellas, se ganan cien días de indulgencia).

 




“MEDITACIONES SOBRE LA

SANTÍSIMA VIRGEN”

por e!

R. P. A. Vermeersch, S. J.

Profesor de Teología (1911)

 


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