martes, 2 de febrero de 2021

Fiesta de la Sagrada Familia. —3.er domingo después de la Epifanía.


 

INTRODUCCIÓN.

 

 

 Génesis y significación de esta fiesta.

 

   La devoción a la Sagrada Familia, practicada desde muy antiguo en la iglesia, se extendió principalmente a partir del siglo XVIII. Se la vió entonces propagarse por Italia, sobre todo en la diócesis de Bolonia, en Bélgica, en Francia, en el Canadá. En el seno de la Congregación del Santísimo Redentor existía una cofradía muy floreciente. Pero León XIII dio nuevo impulso a esta devoción introduciéndola en su plan de renovación social. Preocupado por los peligros que hoy día corren la fe y la civilización cristianas, y deseoso de apaciguar las luchas de clases; nada le pareció tan propio para preservar a la religión, para calmar las iras y devolvernos la paz social como honrar nuevamente las costumbres de la Sagrada Familia, y proponer los ejemplos de este interior modesto y divino a la imitación de todos; pero principalmente de los humildes y de los pobres. Con esta mira, resolvió el Papa transformar en Asociación universal, con Estatutos propios, la piadosa reunión de las familias cristianas, que el P. FRANCOZ, de la Compañía de Jesús, había fundado en Lyón en 1861. EI decreto de la Congregación de Ritos de 14 de junio de 1893 ordenó, que la fiesta titular de la Asociación se celebrase el 3er domingo después de la Epifanía (Antes se celebraba en Montreal una fiesta a la Sagrada Familia el segundo domingo después de Pascua. Por su parte, los Padres Redentoristas festejaban a la Sagrada Familia el segundo domingo de julio).

 

 

   Esta festividad glorifica el misterio de la vida oculta del Salvador y llama nuestra atención sobre las virtudes domésticas que florecieron en Jesús y a su alrededor durante casi treinta años de su existencia. No está toda ella dedicada a María; pero grande es la parte que en ella cabe a la Reina de los cielos y Reina de este hogar. Hemos creído, pues, deber colocar esta solemnidad en el cuadro de las fiestas de la Virgen.

 

 

Plan de la meditación.

 

   Para corresponder al pensamiento social que ha presidido a la institución misma de esta solemnidad, opondremos en dos puntos sucesivos el interior de Nazaret, modelo de familias cristianas, a la familia sin Dios, para buscar en el tercer punto los medios de restaurar el espírita cristiano en las familias.

 

 



 

MEDITACIÓN

 

 

«Par Christi exultet in cordibus vestris» (Coloss. III, 15).

 

“¡Que la paz de Cristo se desborde en vuestros corazones!”

 

 

 

1. ER PRELUDIO. —Imaginemos la casa de Nazaret con el taller de San José.

 

 

2. o PRELUDIO. —Pidamos la grada de penetrar la dicha íntima de esta vida oculta, cuyas virtudes queremos reproducir en nosotros.

 

 

La familia de Nazaret.

 

   —AI traspasar el umbral de esta bendita mansión, siéntese uno como sobrecogido por la atmósfera deliciosamente pacificadora que la embalsama. La fisonomía de sus habitantes refleja la verdadera felicidad, de la cual gozan en una condición honrada pero modesta. Aunque todas las virtudes sean común herencia de los tres miembros de esta Familia, San José representa la actividad, el trabajo; la Virgen Santísima, la pureza; Jesús, la humildad. Jesús es un Dios que se baja; María, la criatura que se eleva por encima de la tierra; José, el hombre que llena contento los deberes de su estado, el vir justus, varón justo del Evangelio. Estrecha alianza del abatimiento con la pureza y el trabajo ordenado, que se unen para completarse. EI abatimiento pone el principio de la perfección sobrenatural; y nos dispone a ser poseídos de la grada; la pureza simboliza todo perfeccionamiento personal, es el vuelo del alma por encima de las cosas de acá abajo; la actividad es la fuente de la prosperidad material sabiamente progresiva.

 

 

   —Entre Jesús, María y José reina una dulce intimidad. Conformes sobre el deber presente y el fin a que les conduce, en Nazaret se manda sin orgullo, se obedece sin repugnancia: no hay tiranía ni esclavitud.

 

 

   Esta escena deliciosa y de todos los días se desarrolla en una mansión en que todo es orden y limpieza.

 

 

   —Gustemos largo tiempo de la suavidad de este tranquilo espectáculo. Pidamos ser admitidos en un albergue tan santamente agradable.

 

 

   —Esforcémonos por realizar este ideal en nuestra familia. Procuremos una estrecha unión de pensamientos y afectos, seamos prudentes en el mandar, generosos en el obedecer. Hagámonos inscribir en la Asociación (Dirigirse al señor Cura de su parroquia.); observemos sus Estatutos, principalmente el que prescribe la oración en común.

 

 

 

   —Conservemos individualmente la gran lección de modestia y humildad que nos ha sido dada. Este Jesús que se humilla es quien ha dicho: «Tomad sobre vosotros mi yugo y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 2, 29); el descanso y la dicha son el premio de la humildad.

 

 



 

La familia sin Dios.

 

 

   A este tipo de familia cristiana la incredulidad moderna, más y más atrevida cada día, tiende a oponerle otro ideal.

 

 

   —Suprime a Dios, y con Dios la razón misma de la humildad. EI hombre que no es guiado por una mano suave y omnipotente a la vez y que convierte en bien la prueba y el sufrimiento, es víctima de un hado contrario: ha de bregar a codazos para hacerse lugar y sobrepujar a sus adversarias. ¡La lucha, lucha dura y sin tregua en lugar del dulce contento!

 

 

   —Ninguna subordinación ni de la mujer al marido, ni del hijo al padre, sino pretensiones igualitarias, cada vez más radicales, emanando de personas yuxtapuestas.

 

 

   —No se hable de resignación ni de sacrificios; hay que gozar, y la pasión tiene derecho a que se la oiga. Mas por esto mismo ¡sobre qué terreno tan movedizo se funda la unión!

 

 

   —EI odio al rico, la envidia hacia los más dichosos, la inquietud y turbación, han reemplazado a la satisfacción y a la paz.

 

 

   —No más humildad; la base de la familia es el orgullo.

   Por fortuna, las costumbres resisten todavía a estos principios disolventes. Aun en la fría atmósfera de donde se ausentó la fe, la fuerza de las costumbres cristianas y la voz misma de la naturaleza hablan todavía más alto que estas insanias. ¿Pero qué sería de la familia si este ideal impío y sensual llegase a prevalecer?

 

 

   —EI hombre soberbio inspira antipatía. ¿Es dichoso? ¿A quién aprovecha esa aspiración al progreso impaciente y febril? No al hombre agitado y descontento a quien atormenta un deseo insaciable. ¿A la posteridad? ¿No es indefinido el progreso? ¿Por qué, si es éste el ideal, no había de devorar a nuestros descendientes la misma inquietud febril? ¿Este descanso, no hallado en miles de años, qué probabilidad hay de hallarlo jamás? ¡Pobres Sísifos los miembros de las familias anticristianas, condenados a hacer rodar la piedra, cada vez con mayor fatiga, por la enhiesta pendiente, sin llegar jamás a la cumbre!

 

 

—Comprendamos esta verdad tan importante: el orgullo es incompatible con la dicha.

 

 

 

La restauración dei espíritu cristiano en las familias.

 

 

   Una caridad compasiva debe interesarnos en el restablecimiento del espíritu cristiano en las familias.

 

 

   —Preguntémonos en primer lugar ¿Por qué los hombres entran en tan gran número por el camino opuesto al espíritu cristiano y a la verdadera felicidad?

 

 

   —EI orgullo tiene ya, de sí mismo, un falso aire de grandeza, que constituye una seducción para el hombre.

 

 

   —Una virtud aparente hace murmurar de la verdadera. La verdadera virtud, que sabe combinar la calma con un valor sencillo y unos esfuerzos industriosos, satisface el apremio imperioso que la humanidad experimenta de andar y adelantar siempre. Pero muchos disfrazan con apariencias de virtud su pereza o su incapacidad. Esta inercia de ciertas personas que pasan por virtuosas causa escándalo y proporciona argumentos a la impiedad.

 

 

   —Según la intención del Señor, el espíritu cristiano ha de reinar, no sólo en los pobres, sino también en los ricos, cuyo ejemplo debería ejercer bienhechora influencia social: toda superioridad es ordenada por Dios a enseñar el bien. ¡Más ay! que, en lugar de la modestia cristiana, una fastuosa opulencia, que pretende a las veces aliarse con la religión, ofende frecuentemente por su aire altanero, cuando no se convierte en opresora abusando de la mansedumbre forzada o resignada del pobre. De esta tiranía nacen prejuicios demasiado fáciles de explotar por los enemigos de Ia paz.

 

 

   —Prácticamente. —Debemos fijar nuestras miradas, no solamente en los deberes del pobre, sino en nuestros propios deberes. Seamos cristianos de espíritu y de corazón, si queremos hacer cristianos.

 

 

   —Empleemos nuestra influencia en combatir el doble escándalo de una infame pereza y de una orgullosa altanería que fingen religión y piedad. Trabajemos por juntar en nosotros y en los que nos rodean el valor cristiano con una cristiana humildad. Inculquemos a los buenos una santa é industriosa energía; velemos por conquistar para la religión inteligencias despiertas y corazones nobles. Prediquemos por todos los medios que estén a nuestro alcance, así a los ricos como a los pobres, sus obligaciones, y nunca nos hagamos cómplices de una interesada explotación.

 

 


 

COLOQUIO

 

 

   Nuestro coloquio sea una oración dirigida sucesivamente a los tres santos personajes que componen la Sagrada Familia, a fin de obtener para nosotros mismos una humildad llena de nobleza, y para la sociedad gracias de pacificación.

 

 

   ¡Jesús, María, José, iluminadnos, socorrednos, salvadnos! Así sea.

(Doscientos días de indulgencia, una vez al dia).

 

 

 

 

“MEDITACIONES SOBRE LA

SANTÍSIMA VIRGEN”

por e!

R. P. A. Vermeersch, S. J.

Profesor de Teología (1911)





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