INTRODUCCIÓN
Génesis y significación de la fiesta. En este
día de la Anunciación, que es al mismo tiempo el de la Encarnación del Verbo,
celebramos el principio y el fundamento de todas las alegrías cristianas, así
como la razón de todas las grandezas de María. ¡Día tres veces bendito, en que el Hijo del
Altísimo toma nuestra naturaleza, y en que María llega a ser Madre de Dios! Tres veces cada día
en el angelus damos, a son de campana, gracias a Dios por el misterio celebrado
el 25 de Marzo.
La fiesta de la Anunciación se coloca entre
las más antiguas de la Iglesia universal. Podemos, remontando las edades,
seguir sus huellas en Oriente hasta el siglo V, y hasta el VII en Occidente.
León XIII la ha elevado al rito doble de primera clase.
Plan de la meditación.
—La embajada de un arcángel a María, la elección
que Dios hace de ella, conducen como por sí mismas a esta cuestión: ¿qué encantos
hubo en María que atrajesen al Hijo de Dios? Siguiendo á Bossuet, en
la sexta elevación para la semana duodécima, pondremos de relieve tres grandes virtudes
de María. El primer punto estará consagrado a
admirar esas virtudes, el segundo a examinar su recíproca
alianza.
MEDITACIÓN
«Ave gratia plena» (Luc. 1,
28).
Dios te salve, llena de
gracia.
1.ER PRELUDIO —Entremos
con el ángel San Gabriel en el humilde oratorio de María. La admirable santidad
de la Virgen esparce en su pobre aposentillo celestial perfume.
2. DO. PRELUDIO —Pidamos
instantemente la gracia de conocer mejor a nuestra Madre, y de comprender el
conjunto de virtudes que adornan su alma santísima.
I. Virtudes de María. — Ya desde esta su primera entrada
en escena, la Virgen Santísima se nos muestra adornada del brillo incomparable
de tres virtudes: pureza perfectísima dedicada a Dios con voto y para la
cual está dispuesta María a sacrificarlo todo conforme a la voluntad del Señor;
humildad, que
se abate en el momento de la suprema glorificación; fe
con que cree sin dudar la más inverosímil maravilla, una virgen que engendra, y
una madre que engendra a un Dios.
—Después
de haber dirigido a María santas felicitaciones, procuraremos aprovecharnos de
las tres grandes enseñanzas que nos da.
1. No basta admirar y ensalzar la hermosura de la castidad
para asegurar su posesión: hay que estimarla digna de ser adquirida aun a costa
del sacrificio, y conquistarla generosamente.
2. EI momento del éxito y del triunfo hace oportuna la
humildad y la somete a la prueba.
3.
La fe es tanto más meritoria cuanto más el espíritu
se siente abrumado por el misterio.
II. Recíproca alianza de estas virtudes. —La reunión de estas virtudes no
era fortuita ni accidental en María.
La
una apoyaba y perfeccionaba a la otra. De haber sido menos humilde, no hubiera
María aventurado, en favor de su virginidad, aquella objeción que podía impedir
su elevación a la dignidad de Madre de Dios; de ser menos pura, hubiera sido
menos humilde; si su fe hubiera sido menos perfecta, habría hallado mayor dificultad
en el sacrificio de su humildad y el aparente de su virginidad; y estas dos
virtudes, a su vez, facilitaban en gran manera la fe.
—Por otra parte, estas
tres virtudes reunidas preparaban una digna Madre de Dios. María, para gustar los
inefables goces de la divina maternidad, había de renunciar para siempre a todo
deleite de los sentidos; la humildad más profunda le era necesaria para no
poner ningún obstáculo a la más grande de las gracias de lo alto; y como
enseñan los Padres, le era necesario concebir espiritualmente al Verbo de Dios por
una fe perfectísima antes de suministrarle la materia de su cuerpo.
—Del mismo modo, en la vida cristiana, estas
virtudes se aúnan santamente. Es el orgullo como una lujuria del espíritu, que
recibe con frecuencia en la lujuria de la carne su justo castigo, y una y otra
lujuria ofuscan la mirada que debe reconocer a Dios. «Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mat. V, 8). Quitad el orgullo y los ilícitos
placeres, y la fe penetrará sin obstáculo en el alma humilde y purificada.
¡Cuán útiles reflexiones, qué de saludables
resoluciones puede hacer germinar la verdad de esta alianza de las virtudes! Consultemos nuestras propias necesidades.
La esterilidad de nuestros esfuerzos por adquirir una virtud, ¿acaso no
proviene de nuestra indiferencia hacia alguna otra que le es conjunta? Ciertas tentaciones son combatidas eficazmente
por el ejercicio de una virtud que no es atacada. EI demonio de la impureza se
ve ahuyentado por fervorosos actos de humildad.
Trabajemos en imitar a María juntando en
nuestra vida estas tres grandes virtudes de humildad, fe, castidad, para
nuestra propia santificación y bien de los demás, «para incorporar en nosotros
el Verbo y, mediante esta incorporación, participar de la dignidad de la Madre
de Dios» (1).
COLOQUIO
En un
ferviente coloquio podemos, en primer lugar, dirigimos al ángel San Gabriel y,
con él, saludar á María llena de gracia. Felicitemos luego a la Virgen Santísima
por su elección y sus virtudes, y con ella y por ella adoremos al Verbo hecho
carne y consagrémonos a su servicio. Pidamos por María a Jesús, ser semejantes a
nuestra Madre, que lo es también suya.
“MEDITACIONES
SOBRE LA
SANTÍSIMA VIRGEN”
por e!
R. P. A.
Vermeersch, S. J.
Profesor de
Teología (1911)
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