—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.
DIA DÉCIMO — 10 de octubre.
Tercera consideración sobre el cuarto:
Misterio gozoso.
De la devoción del Santo
Rosario.
La preciosísima
devoción del Santo Rosario ha sido siempre manantial perenne de gracias y
virtudes (Copiosísimas son las indulgencias que pueden
ganar los cofrades del Santo Rosario, las cuales constan en los Manuales de la
Cofradía. Sólo recordaremos aquí que ganan cinco años y cinco cuarentenas, cada
vez que en las Avemarías del Rosario pronuncian con devoción el nombre de
Jesús, y otros cien días por cada Padrenuestro y por cada Avemaría, estando el
rosario bendecido por los PP. Dominicos y si el rosario tiene además la
bendición de los PP. Crucíferos (que
los Superiores de los PP. Dominicos pueden aplicarle también), ganaran, además de las indulgencias
indicadas, otros quinientos días por cada Padre nuestro y por cada Avemaría.
Hay concedida además Indulgencia plenaria a los cofrades los días que
comulgando y visitando una iglesia, recen el Rosario entero por el triunfo de
la Santa Iglesia; y cien años y cien cuarentenas cada dia, por llevar consigo
el rosario, Para ser cofrade del Rosario basta hacerse inscribir en el libro de
la Cofradías y rezar tres partes del Rosario cada semana) y la protección que la Santísima
Virgen dispensa a los que con ella la honran, ha sido Visible y altamente consoladora
en todo tiempo, como si en el Santo Rosario hubiese Ella querido dejar a los
cristianos, además de la cadena conductora que atraiga sobre sus almas multitud
de celestiales gracias, una red salvadora para atraer las almas extraviadas a
su dulcísimo Corazón. ¿Qué, no vemos esto confirmado
en nuestros mismos días? Miremos
a Bernardeta, sencilla pastorcita, que al tener la
dicha dé contemplar a la Reina del cielo en la Gruta bendita de Lourdes,
celestialmente inspirada, toma el rosario, y desde entonces reza el Rosario
cada vez que ve a la Santísima Virgen. Bernardita reza el Rosario y María la
colma de gracias. Pero después de Bernardita rezan también el Rosario, en
Lourdes, multitudes de todos los países, allí arrastradas por amor a María, é
incesantemente también, María derrama sus bendiciones, multiplica los
prodigios, sobre esas multitudes que rezan el Rosario. Ella misma se aparece
con el rosario, como mostrando al mundo nuevamente dónde está su salvación.
Veámosla sino sobre el rosal que le simboliza, con blanco ropaje, dejando
deslizarse entre sus virginales dedos las cuentas de ese mismo rosario; y
observemos cómo dice a Bernardita que vaya aquel lugar durante quince días consecutivos,
recordándonos así sus quince misterios. Más tarde,
magnífico templo con quince altares representándolos, había de perpetuar en
Lourdes la devoción predilecta de la Reina de los cielos que inspiró a Santo
Domingo de Guzmán.
¿Quién no se anima, pues, a propagar por doquier el Santo
Rosario, y a practicar constantemente esta devoción, amada con tanta
predilección por la Santísima Virgen? ¡Y de cuánto
consuelo nos servirá en la, hora de la muerte haber sido escrupulosamente
fieles en rezar, el Santo Rosario! pues si cada día de nuestra vida hemos pedido con fervor
ciento cincuenta veces a nuestra Madre que ruegue por nosotros en aquella hora,
y esto mientras meditábamos los misterios de su vida y de la de su Divino Hijo,
¿cómo no
esperar su protección amorosa en aquel momento decisivo? ¡Oh, el Santo Rosario! ¿Quién puede contar las
gracias que mediante él ha concedido la Santísima Virgen? Mucho se ha dicho y escrito sobre
esta devoción; pero todo es poco para demostrar su excelencia. Mística cadena
que eleva nuestras almas del desierto del mundo a celestes regiones; misterioso
rosal en el que se aspira suavísimo aroma; imán poderoso que atrae sobre nosotros
las bendiciones de nuestra amorosísima Madre, el Santo Rosario ha sido siempre la práctica con la que sus verdaderos devotos han
honrado especialísimamente a la Santísima Virgen. Hagámoslo así nosotros también, y no aleguemos impedimento para ello;
pues mucho puede la voluntad cuando es firme en sus propósitos, y raro será el
caso en que verdaderamente no podamos rendir este tributo de amor filial a
nuestra Madre. Sea antes o después de nuestras ocupaciones, o en medio de ellas,
si su índole lo permite, que ingenioso es el amor cuando es verdadero; y si de
veras amamos a María, encontraremos ocasión de manifestarlo.
Recemos sí, el Santo Rosario, aunque para ello tuviéremos que
sacrificar una pequeña parte de nuestro descanso; pero si tenemos tiempo, podríamos
rezar separadas sus tres partes; santificando así
nuestros días con la consideración de sus misterios. Por la mañana,
podemos contemplar los gozosos, sacando de esta contemplación
saludables enseñanzas para emplearle bien; cuando ya estamos cumpliendo
nuestras obligaciones; y la cruz dejar sentir su peso, recitemos los misterios dolorosos, aprendiendo
en ellos a sufrir santamente; y, por último, cuándo el día termina, y sentimos
la fatiga que el trabajo y la lucha nos han ocasionado, vayamos al templo, si
nos es posible, a ofrecérsela a nuestro Jesús, y repasar un poco cerca del
tabernáculo; y allí consolémonos en la contemplación de los misterios gloriosos, pensando
que, cual aquel día, terminarán todos los de nuestra vida, a la que seguirá el
consuelo eterno, si santamente los empleamos; y que
tendrán fin también todas nuestras penas, como consideramos en estos misterios
que le tuvieron las de Jesús y de María.
Terminemos ya esta consideración y sea con las palabras de un insigne Prelado de santa memoria, y
mártir contemporáneo de los episcopales deberes (el
Sr. Martínez Izquierdo)
diciendo: “Esta devoción (el Santo Rosario) lo es para nosotros todo, y
encierra cuanto el cristiano puede desear. En el Rosario entran las mejores y más
excelentes plegarias que la Iglesia enseña a sus hijos; en él se recuerdan
todos los venerables misterios de nuestra reparación y las excelsas grandezas
de María Santísima. El ofrece a los individuos, a las familias, a los
institutos; religiosos, a la sociedad entera, virtudes que admirar, grandezas que
contemplar, ejemplos que excitan é inclinan al bien; en él se encuentra
consuelo para las penas, remedio para los males y satisfacción para los más
ardientes deseos. El Rosario sirve de oración vocal y da materia abundante al
espíritu más perfecto para sus diarias meditaciones, abriendo también vastísimo
campo por donde se puede subir al más alto grado de contemplación. El Rosario,
bien entendido y bien rezado, es eficacísimo remedio para los males que hoy afligen
a los pueblos. Ejercitaos, pues, en la práctica de esta devoción, haciéndole vuestro
ejercicio preferente, que, repetido con humildad y fervor, os alcance las
misericordias del Altísimo”.
EJEMPLO
Cierto día, fiesta de la Santísima Virgen, fué
arrebatado en espíritu el
Beato Alano. En
este estado, oyó que de todas las partes del mundo salían voces terribles que decían:
“¡Venganza, venganza
sobre los habitantes de la tierra!” Después
de oír estas voces, vió ríos de fuego que caían del cielo sobre la tierra y sus
habitantes: Al momento, entre llantos y alaridos, pereció una multitud innumerable
de hombres. Los que sobrevivieron empezaron a clamar con todas sus fuerzas, pidiendo
auxilio. Como Dios no se hace esperar de los que le invocan, al punto se vió aparecer
una fulgentísima nave que descendió del cielo, rodeada de estrellas, y adornada
de los más bellos colores, la que andaba· de una a otra parte en el aire como las
naves ordinarias sobre las aguas; y era de tanta capacidad, que innumerables
gentes podían entrar en ella. Vió también que, sobre la preciosa cubierta, y al
uno y otro lado de ella, y dentro de la nave, había muchos ángeles, que
derramaban sobre la tierra torrentes de agua para apagar el incendio horrible
en que él mundo ardía. Mas lo bellísimo allí, sobre todo, era ver a la cabeza de
la nave una hermosísima Señora, cuya elegancia, gracia y belleza no hay lengua
que lo pueda explicar, la cual, como Patrona; llevaba el timón. Por fin, toda
esta nave estaba rodeada de un preciosísimo arco iris.
Mientras esto sucedía, y los hombres
luchaban con las angustias de la muerte, aquella Señora, que era la Reina de
los ángeles, decía: “¡Oh miserables hijos de los hombres, acudid a Mí para no
perecer en este diluvio! Sabed que, así como el mundo se salvó del diluvio del
pecado por medio de la salutación angélica, así acudid a Mí ahora, por la misma
salutación”.
Después de estas palabras, muchos en la tierra saludaban a la Virgen, repitiendo
el Ave María, y cuantos así lo hacían eran transportados a la nave por unas
blanquísimas palomas. Y a cuantos entraban en ella, convidaba la Virgen con
manjares exquisitos y los deleitaba con un riquísimo vino, de dulzura inefable.
Apenas entraron en la nave los que fueron llamados por las palomas, empezaron
los ángeles otra faena, dejando de apagar el fuego; y fué edificar en brevísimo
tiempo una ciudad admirable, con torres de muy elevada altura; Allí fueron
trasladados después todos los que rezaban el Rosario a María, para preservarlos
del incendio en que todavía se consumía el mundo. Finalmente, la
Augusta Reina del Cielo puso término a la visión con estas palabras: «Así como en el diluvio universal perecieron
todos los que despreciaron la nave de Noé, así en éste, y en los últimos
tiempos, perecerán los que desprecien mi Rosario.» (Beato Alano)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSÁRIO
El Rosario fué el úrico libro de Santa Germana de Pibrac. En él, y en los misterios que nos hace contemplar, halló
un manantial inagotable de luces, consolaciones y arrobamientos inefables. (P. Pradel)
La reina Ana de Austria renovó
la santa costumbre, observada desde San Luis, de rezar el Rosario en comunidad
en la corte, é instituyó una Orden de doncellas nobles, cuyo número era de
cincuenta, llamada del Collar celeste del Santísimo Rosario. (P. Alvarez)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Rezad el Rosario —decía
con frecuencia Pío IX, —esta oración tan sencilla y que tiene tantas indulgencias;
anunciad que el Papa no se contenta con bendecir el Rosario, sino que lo reza
cada día, y quiere que sus hijos hagan otro tanto; tal es mi última palabra,
que os dejo como recuerdo. Pío IX murió contemplando los misterios del Rosario. (Padre Pradel)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y
que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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