—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA UNDÉCIMO —11 de octubre
Primera consideración sobre el quinto Misterio
gozoso.
Del buen ejemplo y, de la
recepción de los Santos Sacramentos.
Aunque son varias las enseñanzas que
podríamos sacar de la consideración de este Misterio, hemos de fijarnos
solamente en el ejemplo que nos da el Divino Niño
predicando en el templo de Jerusalén, y en el que nos ofrece María buscando sin
descanso día y noche al Amado de su alma, sin tener reposo hasta haberle
hallado. En cuanto a lo primero, hemos de notar que, a imitación de
Jesús, debemos buscar siempre en primer término la gloria de Dios en nuestras
determinaciones todas, y hasta en nuestras más mínimas acciones, pensando que
toda obra buena, y aun indiferente; que practiquemos con esta recta intención
de glorificar a Dios, y cumplir su voluntad adorable, ofrecida como un acto de
amor suyo, será agradable a sus divinos ojos. No busquemos, pues, otra cosa en
todo que la gloria de Dios, consagrándole hasta nuestro más mínimo pensamiento
y deseo, hasta la más pequeña acción o movimiento de nuestra vista,
ofreciéndolo todo por su amor, y sabiendo renunciar a cuanto no pudiésemos dirigir
este fin; y cuando de procurar la gloria de Dios y cumplir su santísima
voluntad se trate, no nos arredren los sacrificios ni las penalidades, ni
capitulemos con las naturales inclinaciones, ni con las dificultades de ningún
género. Miremos a Jesús, que amando tanto a su Santísima
Madre y a San José, se aparta de ellos voluntariamente, sabiendo la amargura
que en su ausencia iban a sufrir; y cuando la Santísima Virgen, con maternal
ternura, le dirige como una amorosa reconvención, Jesús en su respuesta,
nos enseña que la gloria de su Padre Celestial debe
preferirse a todo, y que hemos de cumplir su santísima voluntad, sean cuales
fueren los sacrificios a que este cumplimiento nos obligue.
También hemos de
predicar a imitación de Jesús, para atraer las ovejas extraviadas al redil del
Padre de familias. Y si bien es cierto que no todos hemos de dirigir la
palabra a las multitudes, hay otra predicación a la que todos estamos obligados,
y es la que se refiere hizo San Francisco un dia que, diciendo á un hermano
lego que iban a predicar, recorrieron las calles de la ciudad, regresando al convento
sin haber desplegado los labios. —Padre—preguntó
el lego— ¿no decíais que íbamos a
predicar? —Ya hemos predicado, hijo—respondió el Santo. —¿Cómo, Padre? —replicó el lego. A lo que San
Francisco
contestó, diciendo: “Hemos predicado con el ejemplo”.
He aquí cuál ha de ser nuestra predicación. El ejemplo, sí; hemos de dar buen ejemplo en todo y constantemente,
y de este modo haremos mucho fruto en las almas; pues, aunque nos parezca que
el mundo se burla de nosotros y de la virtud que practicamos, es muy grande la
fuerza del ejemplo, y quizá en aquellas personas que menos lo pensamos se
graban las acciones de que ahora se mofan, viniendo más tarde que más temprano
a convertirse esta semilla, en fruto saludable para sus almas. ¡Felices
nosotros si salvamos, mediante el buen ejemplo, el alma de nuestros hermanos!
pues que dice el Señor que salvaremos la nuestra.
Y aunque, según nuestras circunstancias, no hemos de dejar de instruir a
nuestro prójimo en las eternas verdades, ya sea en familia, ya en catequesis,
en hospitales, cárceles, etc., no debemos olvidar
que nuestra verdadera predicación ha de ser principalmente el buen ejemplo.
Por último, podemos
considerar en este Misterio cómo, a imitación de María, hemos de buscar sin
descanso a Jesús en el Templo, mediante la recepción de los Santos Sacramentos,
acercándonos a ellos con las debidas disposiciones. Y al ocuparnos ahora
del de la Penitencia; recordaremos que siempre obliga el
dolor, aunque se trate de confesiones frecuentes y no haya culpas graves, y que
hemos de presentarnos ante el ministro del Señor como
reos, no a juzgar, sino a ser juzgado, y confesarnos humildes, contritos, y con
sentimientos de viva fe, que nos hagan
olvidar la personalidad del sacerdote, no viendo en el confesionario sino al
ministro de Dios. De este modo evitaremos caer en tantas y tantas faltas
como en esta materia se cometen entre personas que se llaman piadosas, y que parece
olvidan la santidad del Sacramento cuando hablan sin discreción de sus
confesores, poniendo en tela de juicio lo que en el confesionario se dice y
acercándose muchas veces a él, más preocupadas de cómo serán acogidas las
impertinencias que van a contar al confesor, que de prepararse debidamente al
acto siempre imponente y solemne, de la confesión. ¿Cuáles son los frutos de tales confesiones? la experiencia responde de manera desconsoladora
a esta pregunta. Y aunque se dé escasa importancia a
estas faltas, huyamos de ellas con saludable temor, pensando que santamente han
de tratarse las cosas santas y que el mismo Dios vengará los ultrajes hecho a
cosa tan grandemente santa como son los Santos Sacramentos.
Lleguemos, pues; siempre a confesarnos convenientemente
preparados, y con esa pureza de intención de la cual dice el
P. Cormier,
en los Entretenimientos citados, «que su luz hace desaparecer,
el hombre en el confesor, y que aparezca en él Dios, y que ella es la medida de
la calidad, y del número de gracias que van a descender sobre el alma. ¡Ah! Si supieran los bienes de
que uno se priva, (continúa
diciendo), buscando en la dirección de ministro de Dios su propia satisfacción
y turbándose cuando no se encuentra. Los pretextos que se alegan para disimular
esta manera de buscarse a sí mismo, no hacen otra cosa que añadir la ceguedad a
la miseria. Pero si se busca a Dios solamente con humildad; si se tiene
confianza en la virtud de su preciosa Sangre, entonces será suficiente una sola
palabra, como dice el Evangelio: «Tantum die verbo.» La fórmula de la
absolución, un consejo familiar, una palabra interior de la gracia, será suficiente
para iluminar vivamente el alma, conmoverla profundamente, hacerla progresar, y
darla fuerza inesperada para adelantar en la virtud.»
EJEMPLO
Refiere Fr. Alberto Castellano, y lo cita el
P. Morán, que en la ciudad de Leli (en Holanda), un joven de diecisiete años había
cometido un pecado gravísimo.
Cuando se confesaba se apoderaba de él tan gran vergüenza, que callaba aquel
pecado, y pasaba a comulgar sacrílegamente. Predicaba en aquella ciudad, con
gran fervor, el P. Conrado, de la Orden de Santo
Domingo,
exhortando a la devoción al Santo Rosario. Un día asistió este joven al sermón,
y oyendo las excelencias del Rosario y los frutos de bendición que conseguían
los que le rezaban devotamente, se conmovió, y mucho más cuando oyó que el
predicador decía: «El Santo Rosario alcanza la gracia de una verdadera contrición,
y de confesar enteramente los pecados.»
Como el joven padecía esta dolencia espiritual, fué sin dilación a inscribir su
nombre en la Cofradía, y comenzó a rezar todos los días el Santo Rosario. La
Santísima Virgen oyó benigna á su devoto, y le alcanzó de su divino Hijo la gracia
de una entera y verdadera confesión, la que hizo el joven derramando muchas lágrimas.
Continuó después toda la vida rezando el Santo Rosario y murió santamente. (P.
Morán)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Camilo de Lelis
juzgaba la devoción del Rosario tan propia de los
cristianos, y sobre todo de los sacerdotes, que habiéndole dicho uno de éstos
que no tenía rosario, exclamó: ¡Ay! ¡ay! ¿Qué es esto? ¡He aquí un sacerdote
sin rosario, un sacerdote sin rosario! (Revista del
Rosario)
El P. La Rue quedó un día sorprendido al hallar a Luis XVI
rezando el Rosario. “Es una devoción, le dijo el
rey, que me enseñó mi madre, y no quisiera, por nada de este mundo, faltar a
ella”. (Lectura Dominical.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Predicó
Santo Domingo a los pueblos el Rosario, por orden de Dios, para defenderlos contra
las herejías y los vicios. (Pío IX.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y
que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario