EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS.
— Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora
no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de
María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios. Para nosotros este
título encierra en sustancia todo el misterio de la
Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella
y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba
cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es
Madre de Dios.
Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna
fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e
igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios.
Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a
diario el Ave María.
LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE.
—
El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio,
pensó Pío XI que sería “útil y grato a los
fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina. Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió
la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de
Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que
“contribuiría al aumento
de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y
presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un
modelo para las familias”, para
que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la
educación de la juventud.
En las fiestas del 1º de enero y en las del 25
de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su
dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos
detenernos hoy todavía unos momentos más.
—
Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la
Santísima Virgen es Dios, escribía
Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le
engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y
divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios
y no sólo Madre de Cristo-hombre... Del mismo modo que a las demás mujeres se
las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra
sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la
maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su
Hijo.”
CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA.
— De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la
gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen
María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: “es Madre de Dios:
sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y
Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de
todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor
santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la
concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese
cualquier privilegio del orden de la gracia santificante”.
DIGNIDAD DE MARÍA.
—Este
privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación
tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse
con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión
hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres
personas de la Santísima Trinidad.
MARÍA Y JESÚS.
— La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho
más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen
en la generación, mientras que la Santísima Virgen fué ella sola la que produjo
a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús
es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dio
a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella
le educó, ella ejerció sobre Él su autoridad maternal.
MARÍA Y EL PADRE.
— La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera
que no se puede expresar con palabras humanas. María
tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación
misteriosa por la que el Padre engendra a su; Hijo en la eternidad. Y de ese
modo llega a ser. la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado
pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y
Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos
planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de Él; y, para formar
contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser
Él él Padre del tuyo”
MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO.
— La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo,
ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. (Encíclic
a Divinum munus, 9 de may o de 1897).
Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la
gracia que ese Espíritu divino obró en ella.
“Si
Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María
de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta,
que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su
sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque
no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la Virgen,
no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la
Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen.
Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor
es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu
carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que
ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea
tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se abre
milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el
Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu
seno. Ciertamente, el Señor está contigo”.
“EL AÑO ÑITURGICO”
DOM PROSPERO GUERANGER
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