—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA DUODÉCIMO —12 de octubre.
Segunda consideración sobre el quinto
Misterio gozoso.
Recepción de los Santos
Sacramentos.
Siguiendo las consideraciones sobre la recepción
de los Santos Sacramentos, consideraremos hoy cuál debe ser nuestra solicitud
en acercarnos al Sagrado Banquete. La Iglesia, Madre amorosa, quisiera que
sus hijos se llegasen todos los días a recibir la Sagrada Comunión, y así se
lee en el Catecismo Romano que
dice: «En cuanto a la
frecuencia de la Comunión, San Agustín da la infalible regla siguiente: «Vivid de tal modo que
podáis comulgar todos los días.» Por lo tanto, deben los párrocos exhortar frecuentemente a los
fieles, e inspirarles un gran deseo de recibir este Sacramento todos los días,
para alimentar y fortalecer sus almas, de la misma manera que toman todos los
días el alimento material para sustentar el cuerpo: puesto que no tiene menos
necesidad de alimentarse el alma que cuerpo.» «Por donde se ve, dice Monseñor Segur, comentando estas palabras, que el deseo formal y
explícito de la Iglesia Católica, y por consiguiente de nuestro Señor
Jesucristo, es que llevemos una vida tan ajustada y tan cristiana, que podamos
recibir la Santa Comunión todas las mañanas y santificar así cada uno de los
días de nuestras vidas por medio de la unión incesantemente renovada de
nuestras almas con Jesucristo. Esta es una regla segurísima, y los que la
censuran se oponen a la sabiduría infalible de la Iglesia católica; esto es lo
que debemos enseñar a los fieles»
¿Pero a qué buscar nuevos textos que nos muevan a
frecuentar la Sagrada Comunión, cuando la voz infalible del Soberano Pontífice
acaba de resonar dulcemente en los oídos de las almas amantes de la Sagrada
Eucaristía? Sí; cual los de
Jericó al sonido de las trompetas de los israelitas, han caído los muros del Sagrario,
al sonido de la voz augusta del Vicario de Jesucristo, que ha franqueado sus
puertas; y ya nadie podrá impedir a las almas ataviadas con la vestidura de la
gracia, penetrar en el banquete del Padre de familias, asistir al Sagrado
Convite, alimentarse con el Pan de los ángeles, y embriagarse con el Vino que
engendra vírgenes. Atrás, pues, los infundados temores, y los especiosos
pretextos que retraen a las almas de la Sagrada Comunión. Nuestro
Santísimo Padre ha
dicho gráficamente que «no es ella premio, sino medicina;» que, si como premio hubiésemos de recibirla,
nadie podría llegar a la sagrada Mesa; ¿pues quién duda que el alma más fervorosa no es digna de
comulgar, no ya diariamente, como desea el Soberano Pontífice, sino ni aun una
sola vez en toda su vida, por larga y perfecta que ella hubiese sido? Pero si indignos somos, somos también, enfermos y necesitados
estamos de este divino Alimento, de esta celestial Medicina.
Así lo comprendieron los primeros cristianos,
los cuales se acercaban cada día al Banquete Eucarístico, y robustecidas sus
almas con este Manjar divino, se nos presentan como modelos de virtud y
perfección. Y si el imitarlos parece difícil en nuestro decaimiento de
espíritu, es porque faltan las fuerzas sobrenaturales que el Pan de los fuertes
comunica al que digna y frecuentemente le recibe. Por eso lo hicieron siempre
así las almas santas, y entre innumerables ejemplos que para demostrarlo pudieran
citarse, recordaremos nada más algo de lo que dice un
Manual de la Orden de Santo Domingo, por tratarse en él precisamente, de Santos
devotos del Rosario. «Desde los primeros
tiempos de la orden, dice, las comuniones frecuentes y cotidianas se propagaban
por todas partes en ella. Santa Catalina de Sena, Santa Rosa de Lima, Santa
Catalina de Rizzis, Santa Inés, la Beata Margarita del Castillo, comulgaban todos
los días; la Beata Imelda moda en el éxtasis de su comunión milagrosa. Santo
Tomás de Aquino escribía el inmortal oficio del Santísimo Sacramento; San
Jacinto atravesaba a pie enjuto las corrientes tumultuosas del Niéper, llevando
en una mano el Santísimo Sacramento y en la otra una imagen de la Santísima
Virgen; en fin, la Orden entera profesaba, una devoción especial a la Sagrada
Eucaristía.»
Animémonos, pues, en vista de estos ejemplos,
a comulgar con frecuencia con las debidas disposiciones. Mas no fijemos
solamente nuestra atención en la preparación próxima, sino también, y con
preferencia, en la preparación remota, es decir, en la santidad de vida propia del
alma que frecuenta la Sagrada Comunión. No imitemos a aquellos que mirarían
como una grave falta acercarse a la Sagrada Mesa sin haberse preparado tanto o cuanto
tiempo, o haber recitado tales o cuales oraciones, pero que no tienen escrúpulo
en recaer inmediatamente, después de haber comulgado, en las mismas faltas, y
se preocupan poco de emprender seriamente la lucha necesaria para evitarlas.
Pero si trabajando constantemente, con la gracia de Dios, para procurar a nuestras
almas esta preparación remota con la práctica de las virtudes, hemos pasado el
día anterior en el recogimiento de nuestros sentidos, en la mortificación de
nuestras malas inclinaciones, tratando de abrazarnos bien a nuestra cruz por
amor a Jesús, vayamos humildemente confiados a recibirle, aun cuando no
tengamos largo tiempo para prepararnos la mañana siguiente, que siempre ora quien
con recta intención y santamente obra. No nos preocupemos tampoco, después de recibir
al Señor, del libro que hemos de leer, o del método que hemos de adoptar para
la acción de gracias. Sigamos el consejo de Santa Teresa, que recomienda se
cierren los ojos corporales para mejor contemplar interiormente al Señor, que
está realmente en nosotros, y sepamos aprovechar tan preciosos momentos,
abriendo de par en par el alma a nuestro Jesús, que quiere colmarla de dones. Arrojémonos después en sus divinas manos, exponiéndole sencillamente
nuestras penas y combates, nuestros temores y esperanzas, todas nuestras
necesidades, en fin, que Él nos escucha amoroso para consolarnos, fortalecernos
y concedernos todas aquellas gracias que convengan para su gloria y nuestro bien.
Oh qué dicha la del alma que emplea todos
los días de su permanencia en la tierra en esta preparación y acción de
gracias; sirviéndola una santa Comunión de preparación para la del día
siguiente, y ésta de acción de gracias por la de todos los días. Ella puede
decir que pasa por el mundo, pero que no vive en él; pues libre de las pasiones
y miserias de este mundo corrompido, aspira en pura atmósfera de santos deseos,
su conversación está en los cielos, y cada día se une más íntimamente con su
Dios. Por esto encuentra en la
Sagrada Eucaristía fuerza, consejo, esperanza, luz y todo bien, recibiendo al
Soberano Autor de todos los bienes su divino Esposo, siendo para ella la
Sagrada Comunión, Consuelo supremo en las tribulaciones del destierro y Prenda
segura de su eterna bienaventuranza.
EJEMPLO
Después que Rafael
del Riego fué apresado por los campesinos de Sierra Morena, y conducido
a la cárcel de Madrid, la gracia comenzó a inspirar sentimientos saludables en aquel
espíritu revolucionario. Próximo ya a la muerte, a la que le condenó la
justicia humana, quiso reconciliarse con Dios, y pidió por confesor a uno de
los Padres Dominicos del Colegio de Santo Tomás.
Es imposible describir la conmovedora escena
que tuvo lugar entre el Padre espiritual y el hijo pródigo, que volvió lleno de
tristeza y desengaños a cobijarse bajo el techo paterno. Postróse
Riego a los pies del P. san Vicente,
y confesó todas sus culpas con tanta sinceridad, angustia y dolor, que el Padre,
conmovido, rompió a llorar y dijo: —“Dime, hijo mío, ¿qué has hecho para merecer
este favor singular del cielo? ¿Qué gracia tan extraordinaria es ésta que así
mueve tu corazón?”
Entonces Riego
contestó con las siguientes palabras: «Padre, mi vida entera es un tejido de iniquidades;
no registro, en mi conciencia cosa alguna acreedora a tanto beneficio como Dios
me hace; pero si á obra alguna mía debo atribuir el que Dios se compadezca de
mi alma, esto sólo recuerdo: cuando niño, mi santa madre me llevaba todos los días
a la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, de Oviedo, y allí de
rodillas rezábamos juntos el Rosario a la Virgen. Murió mi querida madre, y
desde entonces, bien como recuerdo de cariño a la autora de mis días, bien como
resto de devoción a la Santísima Virgen, jamás dejé un solo día de rezar el
Santo Rosario.»
—“Basta, hijo mío, basta, -exclamó enternecido el confesor,
estrechando a Riego entre sus brazos; —la Virgen te ha salvado. ¡Oh! Dale las
gracias y ten ánimo. Esta conversión es una prenda de felicidad eterna. No
temas dejar el mundo engañador; un momento de prueba, un momento de expiación,
y la Virgen te unirá a tu piadosa madre en el Paraíso”. Acabada su confesión, Riego formuló
y firmó de su puño y letra una hermosa retractación de todos sus errores.» (Del Iris de
Paz.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Juan de Rossi, canónigo
romano, rezaba el Rosario diariamente, por más abatido y fatigado que se
encontrara, y cuando estaba enfermo, le tenía siempre en la mano. (P. Pradel.)
Clotilde V. de Francia, Reina de Cerdeña y Terciaria Dominica, rezaba todos los
días el Rosario entero con gran fervor. (P. Pradel)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
La
Santísima Virgen, nos librará de los sacrílegos ataques de los impíos, a
condición de que los fieles recen con frecuencia, y en todas partes, el Santo
Rosario. (Pío IX.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y
que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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