miércoles, 13 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 12.


 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.





DIA DUODÉCIMO —12 de octubre.

 

 

Segunda consideración sobre el quinto Misterio gozoso.

 

Recepción de los Santos Sacramentos.

 

 

   Siguiendo las consideraciones sobre la recepción de los Santos Sacramentos, consideraremos hoy cuál debe ser nuestra solicitud en acercarnos al Sagrado Banquete. La Iglesia, Madre amorosa, quisiera que sus hijos se llegasen todos los días a recibir la Sagrada Comunión, y así se lee en el Catecismo Romano que dice: «En cuanto a la frecuencia de la Comunión, San Agustín da la infalible regla siguiente: «Vivid de tal modo que podáis comulgar todos los días.» Por lo tanto, deben los párrocos exhortar frecuentemente a los fieles, e inspirarles un gran deseo de recibir este Sacramento todos los días, para alimentar y fortalecer sus almas, de la misma manera que toman todos los días el alimento material para sustentar el cuerpo: puesto que no tiene menos necesidad de alimentarse el alma que cuerpo.» «Por donde se ve, dice Monseñor Segur, comentando estas palabras, que el deseo formal y explícito de la Iglesia Católica, y por consiguiente de nuestro Señor Jesucristo, es que llevemos una vida tan ajustada y tan cristiana, que podamos recibir la Santa Comunión todas las mañanas y santificar así cada uno de los días de nuestras vidas por medio de la unión incesantemente renovada de nuestras almas con Jesucristo. Esta es una regla segurísima, y los que la censuran se oponen a la sabiduría infalible de la Iglesia católica; esto es lo que debemos enseñar a los fieles»

 

   ¿Pero a qué buscar nuevos textos que nos muevan a frecuentar la Sagrada Comunión, cuando la voz infalible del Soberano Pontífice acaba de resonar dulcemente en los oídos de las almas amantes de la Sagrada Eucaristía? Sí; cual los de Jericó al sonido de las trompetas de los israelitas, han caído los muros del Sagrario, al sonido de la voz augusta del Vicario de Jesucristo, que ha franqueado sus puertas; y ya nadie podrá impedir a las almas ataviadas con la vestidura de la gracia, penetrar en el banquete del Padre de familias, asistir al Sagrado Convite, alimentarse con el Pan de los ángeles, y embriagarse con el Vino que engendra vírgenes. Atrás, pues, los infundados temores, y los especiosos pretextos que retraen a las almas de la Sagrada Comunión. Nuestro Santísimo Padre ha dicho gráficamente que «no es ella premio, sino medicina;» que, si como premio hubiésemos de recibirla, nadie podría llegar a la sagrada Mesa; ¿pues quién duda que el alma más fervorosa no es digna de comulgar, no ya diariamente, como desea el Soberano Pontífice, sino ni aun una sola vez en toda su vida, por larga y perfecta que ella hubiese sido? Pero si indignos somos, somos también, enfermos y necesitados estamos de este divino Alimento, de esta celestial Medicina.

 



   Así lo comprendieron los primeros cristianos, los cuales se acercaban cada día al Banquete Eucarístico, y robustecidas sus almas con este Manjar divino, se nos presentan como modelos de virtud y perfección. Y si el imitarlos parece difícil en nuestro decaimiento de espíritu, es porque faltan las fuerzas sobrenaturales que el Pan de los fuertes comunica al que digna y frecuentemente le recibe. Por eso lo hicieron siempre así las almas santas, y entre innumerables ejemplos que para demostrarlo pudieran citarse, recordaremos nada más algo de lo que dice un Manual de la Orden de Santo Domingo, por tratarse en él precisamente, de Santos devotos del Rosario. «Desde los primeros tiempos de la orden, dice, las comuniones frecuentes y cotidianas se propagaban por todas partes en ella. Santa Catalina de Sena, Santa Rosa de Lima, Santa Catalina de Rizzis, Santa Inés, la Beata Margarita del Castillo, comulgaban todos los días; la Beata Imelda moda en el éxtasis de su comunión milagrosa. Santo Tomás de Aquino escribía el inmortal oficio del Santísimo Sacramento; San Jacinto atravesaba a pie enjuto las corrientes tumultuosas del Niéper, llevando en una mano el Santísimo Sacramento y en la otra una imagen de la Santísima Virgen; en fin, la Orden entera profesaba, una devoción especial a la Sagrada Eucaristía.»

 



   Animémonos, pues, en vista de estos ejemplos, a comulgar con frecuencia con las debidas disposiciones. Mas no fijemos solamente nuestra atención en la preparación próxima, sino también, y con preferencia, en la preparación remota, es decir, en la santidad de vida propia del alma que frecuenta la Sagrada Comunión. No imitemos a aquellos que mirarían como una grave falta acercarse a la Sagrada Mesa sin haberse preparado tanto o cuanto tiempo, o haber recitado tales o cuales oraciones, pero que no tienen escrúpulo en recaer inmediatamente, después de haber comulgado, en las mismas faltas, y se preocupan poco de emprender seriamente la lucha necesaria para evitarlas. Pero si trabajando constantemente, con la gracia de Dios, para procurar a nuestras almas esta preparación remota con la práctica de las virtudes, hemos pasado el día anterior en el recogimiento de nuestros sentidos, en la mortificación de nuestras malas inclinaciones, tratando de abrazarnos bien a nuestra cruz por amor a Jesús, vayamos humildemente confiados a recibirle, aun cuando no tengamos largo tiempo para prepararnos la mañana siguiente, que siempre ora quien con recta intención y santamente obra. No nos preocupemos tampoco, después de recibir al Señor, del libro que hemos de leer, o del método que hemos de adoptar para la acción de gracias. Sigamos el consejo de Santa Teresa, que recomienda se cierren los ojos corporales para mejor contemplar interiormente al Señor, que está realmente en nosotros, y sepamos aprovechar tan preciosos momentos, abriendo de par en par el alma a nuestro Jesús, que quiere colmarla de dones. Arrojémonos después en sus divinas manos, exponiéndole sencillamente nuestras penas y combates, nuestros temores y esperanzas, todas nuestras necesidades, en fin, que Él nos escucha amoroso para consolarnos, fortalecernos y concedernos todas aquellas gracias que convengan para su gloria y nuestro bien.

 

   Oh qué dicha la del alma que emplea todos los días de su permanencia en la tierra en esta preparación y acción de gracias; sirviéndola una santa Comunión de preparación para la del día siguiente, y ésta de acción de gracias por la de todos los días. Ella puede decir que pasa por el mundo, pero que no vive en él; pues libre de las pasiones y miserias de este mundo corrompido, aspira en pura atmósfera de santos deseos, su conversación está en los cielos, y cada día se une más íntimamente con su Dios. Por esto encuentra en la Sagrada Eucaristía fuerza, consejo, esperanza, luz y todo bien, recibiendo al Soberano Autor de todos los bienes su divino Esposo, siendo para ella la Sagrada Comunión, Consuelo supremo en las tribulaciones del destierro y Prenda segura de su eterna bienaventuranza.

 

 

EJEMPLO

 

 

   Después que Rafael del Riego fué apresado por los campesinos de Sierra Morena, y conducido a la cárcel de Madrid, la gracia comenzó a inspirar sentimientos saludables en aquel espíritu revolucionario. Próximo ya a la muerte, a la que le condenó la justicia humana, quiso reconciliarse con Dios, y pidió por confesor a uno de los Padres Dominicos del Colegio de Santo Tomás.

 



   Es imposible describir la conmovedora escena que tuvo lugar entre el Padre espiritual y el hijo pródigo, que volvió lleno de tristeza y desengaños a cobijarse bajo el techo paterno. Postróse Riego a los pies del P. san Vicente, y confesó todas sus culpas con tanta sinceridad, angustia y dolor, que el Padre, conmovido, rompió a llorar y dijo: —“Dime, hijo mío, ¿qué has hecho para merecer este favor singular del cielo? ¿Qué gracia tan extraordinaria es ésta que así mueve tu corazón?” Entonces Riego contestó con las siguientes palabras: «Padre, mi vida entera es un tejido de iniquidades; no registro, en mi conciencia cosa alguna acreedora a tanto beneficio como Dios me hace; pero si á obra alguna mía debo atribuir el que Dios se compadezca de mi alma, esto sólo recuerdo: cuando niño, mi santa madre me llevaba todos los días a la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, de Oviedo, y allí de rodillas rezábamos juntos el Rosario a la Virgen. Murió mi querida madre, y desde entonces, bien como recuerdo de cariño a la autora de mis días, bien como resto de devoción a la Santísima Virgen, jamás dejé un solo día de rezar el Santo Rosario.»

 

   —“Basta, hijo mío, basta, -exclamó enternecido el confesor, estrechando a Riego entre sus brazos; —la Virgen te ha salvado. ¡Oh! Dale las gracias y ten ánimo. Esta conversión es una prenda de felicidad eterna. No temas dejar el mundo engañador; un momento de prueba, un momento de expiación, y la Virgen te unirá a tu piadosa madre en el Paraíso”. Acabada su confesión, Riego formuló y firmó de su puño y letra una hermosa retractación de todos sus errores.» (Del Iris de Paz.)

 

 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 



   San Juan de Rossi, canónigo romano, rezaba el Rosario diariamente, por más abatido y fatigado que se encontrara, y cuando estaba enfermo, le tenía siempre en la mano. (P. Pradel.)

 

 



   Clotilde V. de Francia, Reina de Cerdeña y Terciaria Dominica, rezaba todos los días el Rosario entero con gran fervor. (P. Pradel)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 



   La Santísima Virgen, nos librará de los sacrílegos ataques de los impíos, a condición de que los fieles recen con frecuencia, y en todas partes, el Santo Rosario. (Pío IX.)





OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.


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