—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro
purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA DÉCIMO TECERO —13 de
octubre.
Primera consideración sobre el primer Misterio
doloroso.
De la oración.
Profundo, consolador y
altamente instructivo es el Misterio de la Oración del Huerto que hoy vamos a
considerar, en el que nuestro divino Maestro se nos presenta como modelo, preparándose
a los tormentos y a la muerte por medio de la oración. Pero observemos cómo para orar se
retira del bullicio de la ciudad, y elige la soledad del campo y el silencio de
la noche, entregándose así de lleno a la más ferviente oración. Este hermoso
ejemplo debemos imitar los que de discípulos suyos nos preciamos, buscando en
la oración luz y fuerza para todas las dificultades de la vida, practicándola
también, en cuanto nos sea posible, en soledad y silencio exteriores, y siempre
interiores, es decir, procurando olvidar durante ella, todo asunto extraño a la
oración.
Creen algunos que sólo deben de orar los
religiosos y las personas que aspiran a llevar una vida piadosa; pero la
oración es indispensable a todo aquel que desea seriamente la salvación de su
alma, ya que ella es arma poderosa para triunfar de nuestros enemigos. Lástima,
pues, que tantas almas desconozcan los preciosos tesoros de celestiales gracias
encerrados en la oración, que es cual suave perfume del cielo que recrea el
alma y cual bienhechor rocío que hace fructificar en ella las virtudes. En
efecto; esos momentos más o menos largos, en los que el alma reposa a los pies
del Señor, son los que la dan fuerza para luchar, durante el día, con las
dificultades interiores y exteriores, con las que enemigos visibles e invisibles,
tratan constantemente de entorpecer su marcha hacia Dios; y verdaderamente que
en esos instantes en los que se está, por decirlo así, fuera del mundo, es en
los que parece quiere el Señor conceder las fuerzas necesarias para vivir en el
mismo mundo según su ley y según su amor. Alma sin
oración, es cual navegante sin rumbo, que no sabe a dónde se dirige; y
podríamos decir que es el tiempo de la oración semejante a aquel en que el buen
servidor recibe las órdenes de su señor, o en el que el hijo sumiso recibe el
cariñoso saludo y bendición de su amoroso padre.
«La
oración, ha dicho un sabio Prelado de santa
memoria (el Sr. Izquierdo), ordena los deseos y ennoblece las aspiraciones del
hombre, ella es el consejero en nuestras dudas, la luz a cuyos resplandores el
entendimiento descubre a Dios; la centella que prende en nuestros pechos la
llama del amor divino. Por ella establecemos nuestras relaciones con
Jesucristo, le consultamos y nos ilustra, le conocemos y nos conocemos, en lo
cual consiste la verdadera ciencia; le presentamos nuestras necesidades y
nuestras miserias, y las socorre y las cura. Ella, en fin, rectifica nuestras ideas,
arregla y dirige nuestro proceder, y hace que no pensemos, ni sintamos, ni
obremos por nosotros mismos, sino que Dios ejecute todo en nosotros. Por eso se
ha dicho: «Dichoso aquel a quien el Señor enseña;» por eso Dios ha prometido
al alma que le invoca, guiarla a la soledad y allí hablar a su corazón.»
Sobre la necesidad de la oración, y el modo
de practicarla, hay libros divinamente inspirados, como son
el Tratado sobre la oración, de Santa Catalina de Sena, las obras de Santa
Teresa y otros;
y en cuanto a su aplicación práctica a nuestras almas, debemos guiarnos sin
reserva por nuestro director espiritual, una vez que hayamos hecho elección
acertada, lo cual es de suma importancia, pues buen guía será el que conoce por
propia experiencia el camino por el que ha de conducirnos; y más fácil y
seguramente adelantaremos en el ejercicio de la oración, a medida que sea más
práctico en él, y, por lo tanto, esté más cerca de Dios, el director a quien confiemos
nuestra alma.
¡Dichosos nosotros si llegamos a practicar
convenientemente la oración! Poco
tendremos que temer entonces de nuestros enemigos, y nos enriqueceremos de
preciosas gracias; que, así como los que descienden a los mares en busca de tesoros
no perecen en ellos por el aparato colocado al efecto para hacerles respirar el
aire de la tierra, y mucho asombro causaría verlos salir ilesos, al que este
secretó no conociera; así pudiera asombrar ver al alma sumergida en este amargo
y peligroso mar del mundo sin perecer, y recogiendo en él magníficos tesoros de
virtudes, al que no supiera que la oración es el conducto que la salva,
haciéndola respirar aire del cielo. Recordemos, pues, que
conviene siempre orar y nunca desfallecer, y oremos continuamente; en nuestras
penas, implorando el socorro de lo alto, en acción de gracias por los prósperos
sucesos, y en todo tiempo y circunstancia; que vida de oración es vida de luz,
de consuelo y de virtud, y atajo seguro para el Cielo.
EJEMPLO
El célebre Cluck poseía una hermosa voz; y siendo muy
niño, aunque cantaba ya en una de las principales iglesias de Viena. Un día, al
salir de la iglesia, le vino al encuentro un religioso de edad provecta; y
después de felicitarle le dijo: «Toma este Rosario, hijo mío, y promete a la Santísima Virgen
que en su honor lo rezarás cada día. Ella te protegerá y alcanzará virtud para
que glorifiques a su divino Hijo con el valioso talento que en la voz te ha
dado. Adiós, acuérdate siempre del pobre Fr. Anselmo.» Dicho esto, le bendijo y desapareció.
Con una inclinación de cabeza muy significativa, había respondido Cluck al
aparecido; y permaneció toda la vida fiel a su promesa, y fiel con Cluck se
mostró también la Virgen Santísima del Rosario. Veamos cómo se verificó esta
mutua fidelidad.
Para perfeccionar sus estudios, Cluck determinó
irse a Roma. ¿Pero
quién le proporcionaría los recursos necesarios para tan largo viaje, sí sus
padres vivían en la escasez? ¿Quién? El
Santo Rosario. Fr. Anselmo le había prometido la asistencia de la Virgen, si le
rezaba con asiduidad. Rezó pues, el Rosario no ya una vez cada día como antes, sino
con más frecuencia y más fervor. No había pasado mucho tiempo, cuando el
Maestro de Capilla de la Basílica, encargado de coleccionar en Roma las obras
del célebre Palestrina, solicitaba, de parte del Arzobispo, que sus padres
permitiesen a Cluck acompañarle en calidad de secretario.
En Roma fué considerado Cluck como un prodigio
del arte, y en consecuencia, invitado a desempeñar los más brillantes puestos
de su profesión. Y si el Rosario le sirvió de talismán para el logro de sus
aspiraciones, luego le servía de tema celestial para sus inspiraciones y de
expresión la más adecuada para manifestar a la Santísima Virgen su gratitud. ¿Recordaba Cluck
el insigne favor de su amada Madre? Pues
rezaba el Rosario. ¿Necesitaba tomar alguna resolución importante? Rezaba también el
Rosario. ¿Padecía
alguna aflicción o gozaba alguna prosperidad? Rezaba siempre el Rosario. En sus Misterios
buscaba las inspiraciones para sus obras, meditando, ya unos, ya otros, según
el carácter de la composición. Más tarde, fué llamado a la corte de Versalles
por los reyes, que le hicieron su Maestro de Capilla y le colmaron de honores,
y todo lo atribuía al mágico poder de su breviario de músico. En fin, fiel a su
promesa, jamás se acostó sin rezar el Rosario que le encargó Fr. Anselmo, hasta
que lleno de méritos y glorias, llegó al fin de su carrera y cortó la muerte el
hilo de su vida. Cierto consuelo misterioso que se experimentaba junto a su
lecho de muerte, indicaba la presencia de la amabilísima Reina del cielo, que sin
duda venía a recibirle y a darle la última y mayor prueba de correspondencia a
su fidelidad en rezar el Santo Rosario. (Revista del Rosario.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Alfonso Rodríguez consideraba
como su principal ejercicio de devoción el rezo del Santo Rosario. (Revista del
Rosario.)
El emperador Maximiliano de Alemania no le avergonzaba de alistarse bajo la bandera del Rosario,
perteneciendo a su Cofradía. (P. Busscher)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Cuantas más veces y con más fervor se digan
las preces del Rosario, tanto más seguro será el patrocinio de la Virgen en
favor del pueblo cristiano. (Pío IX.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis
pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no
sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables
enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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