viernes, 15 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 14.


 


—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

 




DIA DECIMOCUARTO —14 de octubre.

 

Segunda consideración sobre el primer Misterio doloroso.

 

 

De la perseverancia en la oración.

 

 

   Reflexionábamos ayer brevemente sobre la excelencia de la oración; pero indispensable es, para gozar sus preciosos frutos, ser constantes en tan santo ejercicio, a pesar de todas las dificultades, tentaciones y repugnancias que en su práctica pudiésemos encontrar. Lamentable error sería creer que sólo habíamos de perseverar en la oración cuando encontramos en ella facilidad y consuelos, pues no es esto lo que hemos de buscar, ni lo que ha de santificarnos; y así, aunque debamos recibir estos consuelos con reconocimiento, cuando nos los concede el Señor para alentarnos al sufrimiento, no hemos de olvidar que no ellos, sino la perseverancia en la oración, sean cuales fueren los obstáculos que se opongan a nuestros buenos propósitos, es la prueba de que solamente buscamos a Dios al practicarla.

  

   Sublime ejemplo de esta perseverancia nos ofrece nuestro divino Redentor prosternado en el Huerto, sumido en cruel amargura y derramando su preciosa Sangre, cual sudor copioso, por la fuerza de interiores angustias, más que mortales; y este Misterio debemos contemplar esos días en los que sentimos la desolación, la angustia, el tedio, el desaliento, el temor y la duda en nuestro espíritu. Sí; días hay en los que el cuerpo y el alma parecen negarse a soportarse mutuamente, y en los que sólo un esfuerzo de la voluntad, sostenida por la gracia, puede hacernos obrar según esa fe y esa esperanza, que parecen extinguirse en nuestra alma. ¡Ah! ¿Quién sabrá expresar cuántas penas puede ella padecer, y hasta qué grado se eleva a veces su intensidad?

 




   En las enfermedades físicas no es frecuente que el mismo sujeto padezca diferentes males; pero las penas interiores pueden multiplicarse indefinidamente en una misma alma cuando la divina Providencia lo dispone así para su bien. Mas hay una diferencia notabilísima entre unos y otros sufrimientos; las enfermedades físicas debilitan y hasta destruyen la fuerza y la vida del cuerpo que las padece, mientras que las penas interiores aumentan la fuerza y la vida del alma que generosamente las acepta, y la procuran bienes indecibles de gracia y gloria, de tal modo, que las desearíamos con ansia, si ese velo que parece ocultarnos los hermosos horizontes de la esperanza se descorriese por un momento y claramente pudiésemos contemplar la inmensidad de los bienes que atesora nuestra alma, precisamente en esas pruebas, en las que nos creemos cercados de densas nieblas, lejos de todo bien, y en las que hasta llegamos a dudar, si estamos fuera del camino de la salvación.

 

   Animémonos, pues, a sufrir cuanto el Señor disponga en este sentido; pensemos que todos nuestros padecimientos y angustias han pasado antes por el Corazón amantísimo de nuestro divino Salvador, y vayamos en nuestras tribulaciones a contemplarle postrado en angustiosa agonía, perseverando en la oración, sin que el aparente abandono del cielo, ni la intensidad de creciente y mortal angustia, le hicieran decaer en tan heroica perseverancia. De este modo, lejos de abandonarnos a la peligrosa tentación del desaliento, practicaremos con invencible constancia la oración, y dirigiremos con mayor confianza nuestras súplicas al cielo. No importa que por largo tiempo no hayan ellas obtenido el favorable despacho que en nuestra impaciencia quisiésemos tocar inmediatamente con la mano; pues ¿qué sabemos nosotros, pobres gusanillos, de los eternos juicios del Omnipotente? Tal vez aquella súplica que negligentemente y por causa de este desaliento omitimos, era la que iba a completar la prueba que él Señor pedía a nuestra perseverancia, y aquella tentación contra la esperanza era la última negativa, próxima ya a la concesión de la gracia solicitada, como lo fué para la Cananea la última y más desconsoladora negativa del Salvador, a la que se siguió, no sólo el inmediato y favorable despacho de la súplica, sino la alabanza del divino Maestro.

 

   ¡Oh Jesús mío! Al contemplar la mortal angustia que sufrió en el Huerto vuestro divino Corazón, siendo Él el manantial de celestiales consuelos, al que llegan las almas a embriagarse de las más inefables delicias, paréceme que en ese Huerto habéis querido establecer una cátedra, en la que podamos aprender sublimes lecciones sobre la oración. Pues ¿quién se, atreverá a quejarse de las penas que en ella experimente, si contempla las vuestras? ¡Y cuán bien nos enseñasteis la conformidad con la Voluntad divina en aquel Fiat pronunciado en tan angustiosos momentos! Haced, Jesús mío, que aprovechemos tan sublimes lecciones, y que, en todos los instantes de nuestra vida, cualquiera que sea el dolor o prueba que en ellos nos aflija, repitamos esa oración sublime, que Vos nos enseñasteis, diciendo: Fiat voluntas tua.

 

 




 

EJEMPLO

 

 

   Fray Luis de Granada refiere el caso siguiente:

 

   Había un hombre que era muy devoto de Nuestra Señora, a quien rezaba su Santo Rosario, y por este medio eficaz para todo bien y aprovechamiento, le hacía Dios tantas mercedes y regalos, que por espacio de algunos años anduvo casi siempre en continua oración. Viéndose, pues, tan aprovechado en la oración mental, preguntó a un compañero suyo, llamado Gregorio, si para darse más á ella sería bien dejar el Rosario. Respondióle que no, por lo cual perseveró un año más en la devoción del Rosario; y como viese que iban al mismo paso los favores del Cielo en su alma, como hombre ya muy espiritual, se determinó, sin dar cuenta de ello a Gregorio, a dejar el Rosario.  

 

   Mas a los pocos días de haberle dejado, comenzó a tener muchos trabajos y sequedades, y casi a no tener oración; que a tales riesgos se expone quien piensa sin esta Estrella del mar, María, tener feliz navegación en la vida del espíritu. Dio cuenta de esto a Gregorio, sin decirle la causa, que era haber dejado el Rosario, a lo cual éste se sonrió y le dijo: «Vuelve a rezar el Rosario.» Hízolo así, y le fué tan bien con ello, que en breve volvió a tener el espíritu y devoción que solía. Este Gregario aconsejaba a los que querían aprovechar en la vida del espíritu, que rezasen devotamente el Rosario. Es hoy Venerable, y se espera que la Iglesia le ponga en el catálogo de los Santos. (Revista del Rosario)

 

 


 


SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 



   San Francisco Javier fué gran apóstol del Rosario. No dejó de rezarle, por, ocupado que estuviese, y siempre lo llevó al cuello ostensiblemente. Muy a menudo era llamado el Santo en las misiones a la asistencia de los enfermos a gran distancia; y como le era imposible visitarlos a todos, les enviaba su Rosario, encomendándoles que lo rezasen, si podían, y en caso de imposibilidad, que se lo pusiesen al cuello, asegurando a unos que se aliviarían y a otros que sanarían, y que al menos no morirían sin Sacramentos, como efectivamente sucedía. Un día el mensajero mandado por el Santo a un enfermo, encontró ya a éste muerto. Le pusieron, sin embargo, el rosario, y el difunto volvió inmediatamente a la vida. (Revista Popular)

 

 




Casimiro II, rey de Polonia, escribía al General de los Dominicos: «Venero vuestro santo hábito, beso vuestra mano, y os suplico que me enviéis predicadores del Rosario, reformadores del pueblo.» (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 



Pío VI, al morir en el destierro, comparó al Rosario, con el ángel que confortó a Jesús en la oración del Huerto.

 




OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.


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