—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA DECIMOCUARTO —14 de
octubre.
Segunda consideración sobre el primer
Misterio doloroso.
De la perseverancia en la
oración.
Reflexionábamos ayer brevemente sobre la
excelencia de la oración; pero indispensable es,
para gozar sus preciosos frutos, ser constantes en tan santo ejercicio, a pesar
de todas las dificultades, tentaciones y repugnancias que en su práctica
pudiésemos encontrar. Lamentable error sería creer que sólo habíamos de
perseverar en la oración cuando encontramos en ella facilidad y consuelos, pues
no es esto lo que hemos de buscar, ni lo que ha de santificarnos; y así,
aunque debamos recibir estos consuelos con reconocimiento, cuando nos los
concede el Señor para alentarnos al sufrimiento, no hemos de olvidar que no
ellos, sino la perseverancia en la oración, sean cuales fueren los obstáculos
que se opongan a nuestros buenos propósitos, es la prueba de que solamente
buscamos a Dios al practicarla.
Sublime ejemplo
de esta perseverancia nos ofrece nuestro divino Redentor prosternado en el
Huerto, sumido en cruel amargura y derramando su preciosa Sangre, cual sudor
copioso, por la fuerza de interiores angustias, más que mortales; y este
Misterio debemos contemplar esos días en los que sentimos la desolación, la
angustia, el tedio, el desaliento, el temor y la duda en nuestro espíritu.
Sí; días hay en los que el cuerpo y el alma parecen negarse a soportarse mutuamente,
y en los que sólo un esfuerzo de la voluntad, sostenida por la gracia, puede
hacernos obrar según esa fe y esa esperanza, que parecen extinguirse en nuestra
alma. ¡Ah! ¿Quién sabrá expresar cuántas penas puede ella padecer, y
hasta qué grado se eleva a veces su intensidad?
En las enfermedades físicas no es frecuente que
el mismo sujeto padezca diferentes males; pero las
penas interiores pueden multiplicarse indefinidamente en una misma alma cuando
la divina Providencia lo dispone así para su bien. Mas hay una
diferencia notabilísima entre unos y otros sufrimientos; las enfermedades físicas debilitan y hasta destruyen la
fuerza y la vida del cuerpo que las padece, mientras que las penas interiores aumentan
la fuerza y la vida del alma que generosamente las acepta, y la procuran bienes
indecibles de gracia y gloria, de tal modo, que las desearíamos con
ansia, si ese velo que parece ocultarnos los hermosos horizontes de la
esperanza se descorriese por un momento y claramente pudiésemos contemplar la
inmensidad de los bienes que atesora nuestra alma, precisamente en esas
pruebas, en las que nos creemos cercados de densas nieblas, lejos de todo bien,
y en las que hasta llegamos a dudar, si estamos fuera del camino de la
salvación.
Animémonos,
pues, a sufrir cuanto el Señor disponga en este sentido; pensemos que todos
nuestros padecimientos y angustias han pasado antes por el Corazón amantísimo
de nuestro divino Salvador, y vayamos en nuestras tribulaciones a contemplarle
postrado en angustiosa agonía, perseverando en la oración, sin que el aparente
abandono del cielo, ni la intensidad de creciente y mortal angustia, le hicieran
decaer en tan heroica perseverancia. De este modo,
lejos de abandonarnos a la peligrosa tentación del desaliento, practicaremos
con invencible constancia la oración, y dirigiremos con mayor confianza
nuestras súplicas al cielo. No importa que por largo tiempo no hayan
ellas obtenido el favorable despacho que en nuestra impaciencia quisiésemos
tocar inmediatamente con la mano; pues ¿qué sabemos nosotros, pobres gusanillos, de los eternos
juicios del Omnipotente? Tal vez aquella súplica que negligentemente
y por causa de este desaliento omitimos, era la que iba a completar la prueba
que él Señor pedía a nuestra perseverancia, y aquella tentación contra la
esperanza era la última negativa, próxima ya a la concesión de la gracia
solicitada, como lo fué para la Cananea la última y más desconsoladora negativa
del Salvador, a la que se siguió, no sólo el inmediato y favorable despacho de
la súplica, sino la alabanza del divino Maestro.
¡Oh Jesús mío! Al contemplar la mortal
angustia que sufrió en el Huerto vuestro divino Corazón, siendo Él el manantial
de celestiales consuelos, al que llegan las almas a embriagarse de las más
inefables delicias, paréceme que en ese Huerto habéis querido establecer una
cátedra, en la que podamos aprender sublimes lecciones sobre la oración. Pues ¿quién se, atreverá a quejarse de las penas
que en ella experimente, si contempla las vuestras? ¡Y cuán bien nos enseñasteis la conformidad con la
Voluntad divina en aquel Fiat pronunciado en tan angustiosos momentos! Haced, Jesús mío, que aprovechemos tan sublimes lecciones, y
que, en todos los instantes de nuestra vida, cualquiera que sea el dolor o
prueba que en ellos nos aflija, repitamos esa oración sublime, que Vos nos
enseñasteis, diciendo: Fiat voluntas tua.
EJEMPLO
Fray Luis de Granada
refiere el caso siguiente:
Había un hombre que era muy devoto de Nuestra
Señora, a quien rezaba su Santo Rosario, y por este medio eficaz para todo bien
y aprovechamiento, le hacía Dios tantas mercedes y regalos, que por espacio de
algunos años anduvo casi siempre en continua oración. Viéndose, pues, tan
aprovechado en la oración mental, preguntó a un compañero suyo, llamado
Gregorio, si para darse más á ella sería bien dejar el Rosario. Respondióle que
no, por lo cual perseveró un año más en la devoción del Rosario; y como viese
que iban al mismo paso los favores del Cielo en su alma, como hombre ya muy espiritual,
se determinó, sin dar cuenta de ello a Gregorio, a dejar el Rosario.
Mas a los pocos días de haberle dejado, comenzó
a tener muchos trabajos y sequedades, y casi a no tener oración; que a tales
riesgos se expone quien piensa sin esta Estrella del mar, María, tener feliz
navegación en la vida del espíritu. Dio cuenta de esto a Gregorio, sin decirle
la causa, que era haber dejado el Rosario, a lo cual éste se sonrió y le dijo: «Vuelve a rezar el
Rosario.»
Hízolo así, y le fué tan bien con ello, que en breve volvió a tener el espíritu
y devoción que solía. Este Gregario aconsejaba a los que querían aprovechar en
la vida del espíritu, que rezasen devotamente el Rosario. Es hoy Venerable, y se
espera que la Iglesia le ponga en el catálogo de los Santos. (Revista del
Rosario)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Francisco Javier fué gran apóstol del Rosario. No dejó de rezarle, por,
ocupado que estuviese, y siempre lo llevó al cuello ostensiblemente. Muy a
menudo era llamado el Santo en las misiones a la asistencia de los enfermos a
gran distancia; y como le era imposible visitarlos a todos, les enviaba su
Rosario, encomendándoles que lo rezasen, si podían, y en caso de imposibilidad,
que se lo pusiesen al cuello, asegurando a unos que se aliviarían y a otros que
sanarían, y que al menos no morirían sin Sacramentos, como efectivamente
sucedía. Un día el mensajero mandado por el Santo a un enfermo, encontró ya a
éste muerto. Le pusieron, sin embargo, el rosario, y el difunto volvió
inmediatamente a la vida. (Revista Popular)
Casimiro II, rey de Polonia, escribía
al General de los Dominicos: «Venero vuestro santo hábito, beso vuestra mano, y
os suplico que me enviéis predicadores del Rosario, reformadores del pueblo.» (P.
Alvarez.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Pío VI, al morir en el
destierro, comparó al Rosario, con el ángel que confortó a Jesús en la oración
del Huerto.
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y
que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario