miércoles, 6 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 6.


 


 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.





DÍA SEXTO —6 de octubre.

 

 

Primera consideración sobre el tercer Misterio gozoso.

 

 

De la virtud de la pobreza.

 

 

   Si es tierno, poético y lleno de celestial consejo el Misterio que vamos a considerar, se presta también a profundas meditaciones, y se desprende de él un fruto práctico de la mayor trascendencia en la vida espiritual. La pobreza, es decir, el desprendimiento de los bienes terrenos, es la virtud que principalmente descuella en este tercer Misterio gozoso del Nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén. ¡Ah! Tanta es la dificultad que nuestra mísera naturaleza encuentra en la práctica de la pobreza, de las privaciones, que necesitábamos una lección tan elocuente como el nacimiento temporal de un Dios infinito, omnipotente y eterno, sin tener siquiera un miserable rincón preparado para recibirle, cual, si fuese el más necesitado de los hombres, eligiendo lo más despreciable, un pesebre rodeado de bestias, y aun éste prestado, siendo Él dueño absoluto de todas las cosas y su soberano Creador. Vamos, pues, a ese portal, a ese pesebre, cuna del Rey de reyes y Señor de los que dominan, a aprender cuál es el aprecio y la estimación que deben tener para el cristiano, y de una manera especial para el alma que aspira a la perfección, los bienes, los honores y las dignidades de este mundo y ya que él es la cátedra donde por primera vez se presenta a nuestra vista el Divino Maestro, y ya también que sólo a su imitación está vinculada nuestra salvación eterna, procuremos que esta primera enseñanza quede profundamente grabada en nuestras almas.

 

   ¡Ah! ¿Y cómo justificaremos, al lado de este pobre pesebre, en este mísero portal, esos deseos de amontonar riquezas que han de ser un puñado de basura; esos cuidados excesivos por un porvenir que quizá no llegue para nosotros; esas superfluidades que nos rodean, y de las que no seremos menos responsables delante de Dios porque el uso de un siglo sensual y falto de fe las autorice? ¿Qué pensar allí de esos fantasmas de superioridad que en nuestra imaginación nos forjamos, y que llamamos nobleza, posición elevada, superioridad de talento, y por los cuales llegamos a creernos mayores que nuestros semejantes? Miremos, miremos a ese portal, y veamos lo que significan en la presencia de Dios esas grandezas, esas riquezas, esos honores; o, por mejor decir, esa miseria, esse orgullo e insensatez, que desola la tierra. ¡Ojalá que esta mirada haga caer a tiempo la venda de nuestros ojos, para que nos apartemos de la senda del error por donde el mundo se precipita en el eterno abismo! Con razón exclama el P. Granada: «¡Oh, curiosidades y demasías ¿Cómo sois vosotras acogidas en tierra de cristianos? O bien seamos cristianos, o bien desechemos de nosotros todos estos regalos y demasías, pues nuestro Señor y Maestro, no sólo desechó de sí todo lo demasiado, sino también lo necesario.»

 

   Por esto observamos que esta virtud de la pobreza ha sido particularmente amada por los Santos. Virtud rara es, en efecto; la verdadera pobreza, y poco conocida en toda su perfección; mas ella es característica de las almas que conocen, a la luz de la contemplación de las soberanas grandezas, la nada y miseria de las cosas materiales y el magnífico premio que por renunciarlas se alcanza. Y no creamos que esta virtud puede practicarse solamente en la carencia absoluta de terrenales bienes, no; ella, como todas, no depende tanto de las circunstancias como de la voluntad, y por eso dijo nuestro Divino Salvador: «Bienaventurados los pobres de espíritu.» Poco o nada implican las exterioridades para el alma que quiere seguir a Jesús en la pobreza, pues Él la inspirará sacrificios de tal modo, que en medio de la mayor opulencia pueda, desnuda de todo afecto material, obtener el premio prometido a esta evangélica virtud. En efecto, pobre es, aunque posea grandes caudales, el que se sujeta a un plan de vida mortificado y pobre, no permitiéndose nunca moderar sus austeras prescripciones, y a quien el espíritu de pobreza informa en todas sus obras, como tirano implacable de las inclinaciones de la naturaleza; y rico es en espíritu, y puede morir con el anatema del avaro aquel que, aunque viva forzosamente en la miseria, alimenta deseos desordenados de riqueza y placer, sin moderarlos en nada, en cuanto le es posible satisfacerlos.

 




   Esto nos asegura el Beato Enrique Suso, cuando en su discurso sobre la necesidad de renunciarse a sí mismo, dice: «Si el rico toma de sus riquezas lo necesario para alimentarse y vestirse, como si lo pidiera a otro; si cuando a sus amigos u otros que lo merezcan tienen necesidad de socorros, les ayuda como si aquellos bienes fuesen realmente de los pobres a quien los da; si, en fin, cuando viene la adversidad y pierde su fortuna, permanece tranquilo y sosegado, como si jamás hubiese poseído nada, éste será verdaderamente pobre de espíritu, aunque posea el imperio de Augusto o los tesoros de Creso.»

 

  No encontraremos, pues, obstáculo, sí queremos practicar esta virtud de la pobreza, porque a todas horas y de todos modos se nos presentarán ocasiones para ello, si verdaderamente queremos obrar según prescribe; y constantemente tendremos que practicar el sacrificio para llegar a su perfección. Si, ¡cuántas necesidades dejaron de serlo para nosotros! ¡cuántas privaciones sabremos imponernos; y cuántos alivios, aunque sean lícitos y aun cuando nos parezcan hasta cierto punto necesarios, rehusaremos si tenemos presente que hemos de practicar la pobreza! ¡Ah! Dichosos nosotros si somos verdaderamente pobres de espíritu, pues poseeremos al mismo Dios ¡Tesoro infinito de nuestras almas y Autor soberano de todo bien!

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   El Beato Vianney, cura de Ars, daba tantas limosnas, que frecuentemente se encontraba con que no tenía siquiera lo necesario. En una ocasión no tenía con que pagar una capilla que había hecho construir en la iglesia. ¿Qué hacer? Toma su Rosario y va a pasearse por el campo, como solía hacerlo cuando se veía en semejantes apuros. Mas apenas había llegado a las puertas de la ciudad, se encontró a, un caballero que le preguntó cómo le iba. Estoy bien, —contestó el cura, de Ars—, pero muy afligido, porque no tengo conque pagar una capilla que acabo, de hacer construir. El caballero reflexiona un poco, saca del bolsillo veinticinco monedas de oro y se las entrega al sacerdote, encomendándose a sus oraciones, desapareciendo en seguida sin dar lugar a que el varón de Dios le manifieste su agradecimiento.

 




   En otra ocasión, que debía el trigo empleado en el mantenimiento de su instituto La Providencia, rezaba el Rosario con la mayor confianza en María, cuando de repente se le presenta una mujer, preguntándole si era él cura de Ars; y como le respondiese que sí, «he aquí dijo la mujer, el dinero que me han mandado entregarle; se encomiendan a sus oraciones.» La mujer desapareció al instante sin decir quién era, ni quién la había enviado, y el Beato Vianney, lleno de reconocimiento, llevó el dinero al propietario que le había vendido el trigo. (Vida del Cura de Ars.)

 

 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 



   San Antonio de Padua fue devotísimo del Rosario. Refiere la cónica de su Orden que, habiéndole sorprendido en despoblado un fuerte aguacero, y no teniendo con que abrigarse, se colocó sobre la cabeza su Rosario, rogando a la Virgen que le defendiese de la lluvia y que el Rosario, cual, si se hubiese convertido en solidísimo techo, le cubrió y protegió de tal manera, que llegó a la ciudad sin que le tocase una gota de agua. (Revista del Rosario.)

 

 



   La reina María de Médicis hizo que el pueblo, la corte y muchos Obispos se reuniesen en París en la iglesia de los PP. Dominicos, para rezar el Rosario, pidiendo el triunfo de las armas católicas en el siglo de la Rochela. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 



   Los monstruos de los errores modernos serán destruidos por el Rosario. (Pío IX.)

 


OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 


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