—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente
en la Gloria. Amén.
DÍA SEXTO —6 de
octubre.
Primera consideración sobre el tercer Misterio gozoso.
De la virtud de la pobreza.
Si es tierno, poético y lleno de celestial consejo el Misterio que vamos
a considerar, se presta también a profundas meditaciones, y se desprende de él
un fruto práctico de la mayor trascendencia en la vida espiritual. La pobreza, es
decir, el desprendimiento de los bienes terrenos, es la virtud que
principalmente descuella en este tercer Misterio gozoso del Nacimiento del Hijo de
Dios en el portal de Belén. ¡Ah! Tanta es la dificultad que
nuestra mísera naturaleza encuentra en la práctica de la pobreza, de las
privaciones, que necesitábamos una lección tan elocuente como el nacimiento
temporal de un Dios infinito, omnipotente y eterno, sin tener siquiera un
miserable rincón preparado para recibirle, cual, si fuese el más necesitado de
los hombres, eligiendo lo más despreciable, un pesebre rodeado de bestias, y
aun éste prestado, siendo Él dueño absoluto de todas las cosas y su soberano
Creador. Vamos, pues, a ese portal, a ese pesebre, cuna del Rey de reyes y
Señor de los que dominan, a aprender cuál es el aprecio y la estimación que
deben tener para el cristiano, y de una manera especial para el alma que aspira
a la perfección, los bienes, los honores y las dignidades de este mundo y ya
que él es la cátedra donde por primera vez se presenta a nuestra vista el Divino
Maestro, y ya también que sólo a su imitación está vinculada nuestra salvación eterna,
procuremos que esta primera enseñanza quede profundamente grabada en nuestras
almas.
¡Ah! ¿Y cómo
justificaremos, al lado de este pobre pesebre, en este mísero portal, esos
deseos de amontonar riquezas que han de ser un puñado de basura; esos cuidados
excesivos por un porvenir que quizá no llegue para nosotros; esas
superfluidades que nos rodean, y de las que no seremos menos responsables
delante de Dios porque el uso de un siglo sensual y falto de fe las autorice?
¿Qué pensar allí de esos fantasmas de superioridad que en nuestra imaginación
nos forjamos, y que llamamos nobleza, posición elevada, superioridad de
talento, y por los cuales llegamos a creernos mayores que nuestros semejantes?
Miremos, miremos a ese portal, y veamos lo que significan en la presencia de
Dios esas grandezas, esas riquezas, esos honores; o, por mejor decir, esa
miseria, esse orgullo e insensatez, que desola la tierra. ¡Ojalá que esta mirada haga caer a tiempo
la venda de nuestros ojos, para que nos apartemos de la senda del error por
donde el mundo se precipita en el eterno abismo! Con razón exclama
el P. Granada: «¡Oh,
curiosidades y demasías ¿Cómo sois vosotras acogidas en tierra de cristianos? O
bien seamos cristianos, o bien desechemos de nosotros todos estos regalos y
demasías, pues nuestro Señor y Maestro, no sólo desechó de sí todo lo
demasiado, sino también lo necesario.»
Por esto observamos que esta virtud de la pobreza ha sido
particularmente amada por los Santos. Virtud rara es, en efecto; la verdadera
pobreza, y poco conocida en toda su perfección; mas ella es característica de
las almas que conocen, a la luz de la contemplación de las soberanas grandezas,
la nada y miseria de las cosas materiales y el magnífico premio que por
renunciarlas se alcanza. Y no creamos que esta virtud puede practicarse solamente
en la carencia absoluta de terrenales bienes, no; ella, como todas, no depende
tanto de las circunstancias como de la voluntad, y por eso dijo nuestro Divino Salvador: «Bienaventurados
los pobres de espíritu.» Poco o nada implican las
exterioridades para el alma que quiere seguir a Jesús en la pobreza, pues Él la
inspirará sacrificios de tal modo, que en medio de la mayor opulencia pueda,
desnuda de todo afecto material, obtener el premio prometido a esta evangélica
virtud. En efecto, pobre es, aunque posea grandes caudales, el que se sujeta a
un plan de vida mortificado y pobre, no permitiéndose nunca moderar sus
austeras prescripciones, y a quien el espíritu de pobreza informa en todas sus
obras, como tirano implacable de las inclinaciones de la naturaleza; y rico es
en espíritu, y puede morir con el anatema del avaro aquel que, aunque viva
forzosamente en la miseria, alimenta deseos desordenados de riqueza y placer,
sin moderarlos en nada, en cuanto le es posible satisfacerlos.
Esto nos asegura el Beato Enrique Suso,
cuando en su discurso sobre la necesidad de renunciarse a sí mismo, dice: «Si
el rico toma de sus riquezas lo necesario para alimentarse y vestirse, como si
lo pidiera a otro; si cuando a sus amigos u otros que lo merezcan tienen necesidad
de socorros, les ayuda como si aquellos bienes fuesen realmente de los pobres a
quien los da; si, en fin, cuando viene la adversidad y pierde su fortuna,
permanece tranquilo y sosegado, como si jamás hubiese poseído nada, éste será
verdaderamente pobre de espíritu, aunque posea el imperio de Augusto o los
tesoros de Creso.»
No encontraremos, pues, obstáculo, sí queremos practicar esta virtud de
la pobreza, porque a todas horas y de todos modos se nos presentarán ocasiones
para ello, si verdaderamente queremos obrar según prescribe; y constantemente
tendremos que practicar el sacrificio para llegar a su perfección. Si, ¡cuántas necesidades
dejaron de serlo para nosotros! ¡cuántas privaciones sabremos imponernos; y
cuántos alivios, aunque sean lícitos y aun cuando nos parezcan hasta cierto
punto necesarios, rehusaremos si tenemos presente que hemos de practicar la
pobreza! ¡Ah! Dichosos nosotros
si somos verdaderamente pobres de espíritu, pues poseeremos al mismo Dios ¡Tesoro
infinito de nuestras almas y Autor soberano de todo bien!
EJEMPLO
El Beato Vianney, cura
de Ars, daba tantas limosnas, que
frecuentemente se encontraba con que no tenía siquiera lo necesario. En
una ocasión no tenía con que pagar una capilla que había hecho construir en la
iglesia. ¿Qué
hacer? Toma
su Rosario y va a pasearse por el campo, como solía hacerlo cuando se veía en
semejantes apuros. Mas apenas había llegado a las puertas de la ciudad,
se encontró a, un caballero que le preguntó cómo le iba. —Estoy
bien, —contestó el cura, de Ars—, pero
muy afligido, porque no tengo conque pagar una capilla que acabo, de hacer
construir. El caballero reflexiona un poco, saca del bolsillo veinticinco
monedas de oro y se las entrega al sacerdote, encomendándose a sus oraciones,
desapareciendo en seguida sin dar lugar a que el varón de Dios le manifieste su
agradecimiento.
En otra ocasión, que debía el trigo empleado en el mantenimiento de su
instituto La Providencia, rezaba el Rosario con la mayor confianza en María, cuando
de repente se le presenta una mujer, preguntándole si era él cura de Ars; y
como le respondiese que sí, «he aquí dijo la mujer,
el dinero que me han mandado entregarle; se encomiendan a sus oraciones.» La
mujer desapareció al instante sin decir quién era, ni quién la había enviado, y
el Beato Vianney,
lleno de reconocimiento, llevó el dinero al propietario que le había vendido el
trigo. (Vida del Cura de Ars.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Antonio de Padua fue devotísimo del Rosario. Refiere la cónica de su Orden que,
habiéndole sorprendido en despoblado un fuerte aguacero, y no teniendo con que
abrigarse, se colocó sobre la cabeza su Rosario, rogando a la Virgen que le
defendiese de la lluvia y que el Rosario, cual, si se hubiese convertido en
solidísimo techo, le cubrió y protegió de tal manera, que llegó a la ciudad sin
que le tocase una gota de agua. (Revista del Rosario.)
La reina María de Médicis hizo que el pueblo, la corte y muchos Obispos se reuniesen en
París en la iglesia de los PP. Dominicos, para rezar el Rosario, pidiendo el
triunfo de las armas católicas en el siglo de la Rochela. (P.
Alvarez.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Los monstruos de los
errores modernos serán destruidos por el Rosario. (Pío IX.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis
pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no
sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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