—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA NOVENO — 9 de octubre.
Segunda consideración sobre el cuarto Misterio
gozoso.
De las prácticas
piadosas.
Empezando hoy
las consideraciones sobre las prácticas piadosas que la contemplación de la
Santísima Virgen en el templo nos inspira, haremos algunas reflexiones
acerca de los principales actos de piedad, exceptuando los Santos Sacramentos,
de los que nos ocuparemos más tarde. Entre ellos ocupa el primer lugar la
asistencia al santo sacrificio de la Misa; y verdaderamente no se comprende cómo
un cristiano, y más aún una persona que haga profesión de piedad, pueda, a
menos de tener graves impedimentos, pasar un solo día sin asistir a la
renovación de los misterios sagrados de nuestra Redención, y sin implorar la
divina misericordia, tan propicia durante el santo sacrificio de la Misa, sobre
tantas y tantas necesidades particulares y generales que nos rodean, y sobre las
ánimas benditas del Purgatorio, para las que la santa Misa es sufragio
valiosísimo.
El P. Cormier, en sus Entretenimientos
a los Terciarios Dominicos, dice lo siguiente, que puede muy bien
aplicarse a los devotos del Santo Rosario: “El Terciario debe considerar la santa Misa
como el sol de su día, y como sólido eje alrededor del cual se mueven con
facilidad, ardor y rigor todas sus acciones, tanto interiores como exteriores:
Por lo tanto, debe disponer todas las obligaciones de su estado, de tal modo,
que le permitan asistir a ella todos los días. Si tiene que hacer algunas
concesiones respecto a sus ejercicios de piedad, por causa de las personas que
le rodean, o por las exigencias de sus ocupaciones, tratará de que estas
concesiones recaigan más bien sobre otros ejercicios, para que no se le moleste
respecto a éste. Ha de saber también soportar en paz las recriminaciones que
puedan hacérsele, con el fin de conquistar poco a poco esta justa y preciosa
libertad de asistir al santo sacrificio de la Misa todos los días. Y le será
más fácil conquistarla a medida que demuestre que sabe aprovecharse de ella,
trabajando el resto del día en cumplir sus deberes con el mayor acierto y
generosidad”.
La oración mental, la lectura espiritual y
el examen de conciencia son también medios para alcanzar la perfección, que
nunca debemos omitir. Más adelante encontraremos ocasión de ocuparnos de la
primera de estas prácticas; en cuanto a las otras dos, debemos procurar
observarlas convenientemente, cuidando en la lectura espiritual de no usar
otros libros que los que nuestro director nos aconseje, pues no todo lo bueno
hace bien a todos, y hemos de leer con detención, saboreando cada uno de aquellos
pensamientos que mueven nuestro espíritu, dejándolos penetrar en él dulcemente
y suspendiendo la lectura algunos instantes, que más vale leer poco y sacar
mucho fruto, que no devorar muchas páginas fría y precipitadamente. Conveniente
es recogernos un momentito antes, como ligera preparación a nuestra lectura, y
no olvidar tampoco una acción de gracias, siquiera sea brevísima, después de
ella, En cuanto al examen particular, debemos ser constantes en su práctica,
para que después de habernos servido como escardillo para arrancar de nuestra
alma todos los defectos, nos ayude a plantar en ella todas las virtudes. Finalmente,
si deseamos de veras adelantar en ellas, no debernos omitir tampoco los
ejercicios anuales, pues sabemos que mediante su práctica otorga el Señor
preciosas y abundantes gracias conducentes a la salvación del alma.
Pero no imitemos a aquellas personas que se
ocupan más de aumentar el número de sus devociones, que de practicarlas de una
manera conveniente. San Francisco de Sales aconseja hacer las cosas ordinarias,
más de una manera no ordinaria, sino con perfección; pero estas personas creen
que ella consiste en multiplicar sus piadosos ejercicios, y así no oyen hablar
de nuevas devociones sin que las abracen inmediatamente, resultando de aquí
que, cargándose de un cúmulo de prácticas que no pueden cumplir buenamente,
encuentran en esta multiplicidad una carga abrumadora, de la que tratan de
desembarazarse lo antes posible; y pensando únicamente en terminar pronto, no
se ocupan de las disposiciones que deben llevarse a la oración. Con esto
adquieren la costumbre de rezar maquinalmente, imposibilitándose en cierto modo
de practicar la oración con un espíritu tranquilo, atento, humilde y recogido
cual se debe. Bien se ve cuán preferible fuera reducir estas devociones y
practicar con verdadero espíritu aquellas que son compatibles con los deberes y
disposiciones de cada uno, según el dictamen de su director espiritual. Esto
debe ser, pues, nuestra conducta: huir de esa fiebre de novedad que quiere
abarcar cuanto oye e imitar a todo el mundo, conformándonos con practicar con
perseverancia inquebrantable aquello prudentemente señalado en nuestro plan de vida;
y si queremos hacer más, fijémonos en hacerlo mejor cada día, que más haremos,
es decir, más agradables serán a Dios nuestras prácticas, a medida que con mayor
perfección las observemos.
ÉJEMPLO
Tres vírgenes, con objeto de prepararse para
la fiesta de la Purificación, y por consejo de su confesor, rezaron el Rosario
por espacio cie cuarenta días. En la vigilia de dicha fiesta la Santísima
Virgen se apareció a la primera hermana con un rico vestido bordo en oro, y
dándola las gracias, la bendijo. Se apareció después a la otra hermana con un
vestido sencillo, y también la dio las gracias, mas preguntándole ésta por qué
se había presentado a la otra con un vestido tan rico, María le contestó: «Porque ella me ha
vestido mejor que tú.» -Después
se apareció a la tercera, con un vestido de cañamazo, y ésta le pidió perdón
por su tibieza en amarla.
Al siguiente año todas las tres se
prepararon muy bien para dicha fiesta, rezando el Rosario con gran devoción, y
en la noche anterior a la fiesta se les apareció María muy engalanada, les dijo
que se preparasen para ver el Paraíso a la mañana siguiente. Así lo hicieron
confesando y comulgando; y a la hora de Completas volvieron a ver a la
Santísima Virgen que vino a buscarlas, y entre los cánticos de los ángeles
expiraron dulcemente las tres, una tras otra. (De las Glorias de María.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
El Beato Luis Grignion de Montfort, que
por su ardiente celo en propagar el Rosario mereció ser comparado a Santo
Domingo, no dejaba de recomendarle en sus predicaciones y en sus escritos.
Cuando daba una misión hacía rezar las tres partes del Rosario a distintas
horas. Tal es también el ejercicio de los Padres de su Congregación, siendo de
notar que las Hijas de la Sabiduría, establecidas por él, deben rezar cada día
el Rosario enteró, en vez del Oficio divino. (P. Pradel.)
Blanca de Castilla, reina de Francia, fué iniciada en la devoción del Rosario por el mismo Santo
Domingo, é invocando con ella a la Santísima Virgen, según el consejo del Santo,
para tener sucesión; cuando llevaba ya doce años de matrimonio, alcanzó tener por
hijo a San Luis, rey de Francia, que fué modelo de reyes. (P. Pradel)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Al
Rosario se debe la extirpación de las herejías. (San Pío V.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que
nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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