viernes, 8 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 8.

 

 


—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.




DIA OCTAVO — 8 de octubre.

 

Primera consideración sobre el cuarto

Misterio gozoso.

 

De las prácticas piadosas.

 

 

   Por cierto, que no podrán menos de conmoverse admiradas nuestras almas si atentamente consideran el misterio de la Purificación de la Santísima Virgen ¿Cómo es esto? ¿Purificarse la misma pureza, la Reina inmaculada de las vírgenes, la excelsa Madre de, Dios, cuya bendita alma estuvo exenta desde el primer instante de su sér de toda sombra de imperfección? ¡Ah y qué bellos fulgores esparce en este acto la diadema de sublimes virtudes que la adornan! Pero fijémonos solamente, al contemplarla en la virtud celestial de la pureza que debe ser imitada por sus hijos.

 

   Es esta virtud delicada, flor bellísima trasplantada del cielo, que no nace en el cenagoso suelo del mundo, ni entre el estiércol de la naturaleza corrompida. Sólo se aclimata a las plantas de la Purísima Reina de las vírgenes, creciendo a la sombra de su amparo y cercada por las espinas de la cristiana mortificación. Esta virtud angelical tiene reservado premio singular en el cielo, pues sólo los que con perfección la practicaron en el mundo, entonarán aquel cántico misterioso, no comprensible a otras almas, al ir continuamente en pos del Divino Cordero, celestial Esposo de las almas puras. Estas almas dichosas son aún desde esta vida objeto de los más preciosos favores, y de una íntima familiaridad del Corazón divino, que desde su venida al mundo quiso estar rodeado y comunicarse especialmente con las almas adornadas de tan celestial virtud. Y si queremos comprender cuán grata sea ella a sus divinos ojos, consideremos que no hay falta leve en cuanto a ella se opone, al paso que nada es extremado cuando se trata de conservarla o perfeccionarla; pues que la prudencia que dirige las demás virtudes, parece que se inclina con respeto ante ésta, singularmente bella, de tal modo, que cualquiera que sea el sacrificio que el hombre haga, en su honor, aun cuando sea el de la propia vida, tal vez el mundo le tache de imprudente; pero la Iglesia, la voz de Dios, no le reconvendrá por falta de prudencia, sino que le aclamará mártir heroico de la castidad.

 



   Pero también al presentarse la Santísima Virgen en el templo para cumplir un precepto, al que no estaba obligada, nos ofrece tan hermoso ejemplo de la exactitud que debemos observar en nuestras prácticas piadosas, y del recogimiento con que debemos permanecer en la iglesia. A consideraciones tristísimas se presta, en verdad, la falta de compostura que se nota en los templos, a los que a veces parece se va más bien a ofender a la majestad de Dios, allí presente, que adorarle y desagraviarle; pues apena observar esa ignorancia, hasta en la manera de entrar y salir en ellos, sin hacer las genuflexiones debidas, o no haciéndolas de la manera conveniente, mientras que se estudian cuidadosamente los usos para presentarse bien en la sociedad; cuán sin respeto se permanece en la casa de Dios; con qué libertad se mira a todas partes y con qué facilidad se habla, y no ya sola una palabra necesaria, sino que se llega hasta a entablar una larga conversación, haciendo así caso omiso de la santidad del lugar. ¡Ah! Si nos penetrásemos bien de la grandeza de Dios. allí presente; si avivásemos nuestra fe y considerásemos que los espíritus angélicos allí postrados ocultan sus rostros bajo las alas, deslumbrados por la gloria que contemplan, ¿qué haríamos nosotros, viles gusanillos, miserables pecadores que hemos ofendido a este Dios de majestad y grandeza? Bien podríamos decir, llenos de asombro y confusión, aquéllas palabras de Jacob: “Verdaderamente grande es este lugar en qué Dios habita”; pero no podríamos afiadir que lo ignorábamos, pues que la fe nos enseña la real presencia de nuestro Dios en la Sagrada Eucaristía.

 

   No entremos, pues, en el templo sin considerar que es un lugar santo, entonces evitaremos caer en esas faltas, tan frecuentes por desgracia, como dañosas a la fe. Recojamos nuestros sentidos, cerremos nuestros ojos corporales para descubrir mejor con la vista interior la santidad del templo, y adoremos con toda la atención de nuestro espíritu, y con la mayor reverencia exterior, a nuestro Dios Sacramentado, que se dignó quedarse en el tabernáculo, y admitirnos en su divina presencia, para recibir nuestras adoraciones y acoger bondadoso, nuestras súplicas. No hablemos tampoco sin necesidad en el templo, ni nos ocupemos en él de otra cosa que, de la oración, recordando cómo nuestro mansísimo Jesús arrojó con un látigo a los que profanaban el de Jerusalén; y ya que tantas irreverencias se cometen en la iglesia, guardemos en ella escrupulosamente la debida compostura, para dar buen ejemplo y desagraviar al Señor; y de este modo imitaremos también a la Santísima Virgen en la modestia y reverencia con que se presentó en el templo a la ceremonia de la Purificación.




 

EJEMPLO

 

   Arrodillado una vez en una iglesia de Paris, rezaba devotamente el Santo Rosario el sabio Ampére, el cual, a los once años, descollaba como matemático, y a los dieciocho había rehecho todos los cálculos de la mecánica analítica, de Lagrange, sin que estos profundos estudios le impidiesen aprender, como jugando, el latín, el griego, el italiano y la botánica. Pero, lo que le dio más celebridad fué la invención del telégrafo eléctrico, si bien tardó algo en llevarse a la práctica el principio descubierto por él.

 

   Pues Bien; Federico Ozanam, no incrédulo entonces, pero sí atravesando lo que gráficamente ha llamado el P. Gratry la crisis de la fe, entro en el Templo, y movido por la curiosidad, se adelantó para reconocer a aquel anciano cuya piedad le sorprendía. Calcúlese su sorpresa al descubrir al sabio, de quien era entusiasta admirador. Profundamente conmovido se arrodilló detrás del maestro, y la oración y las lágrimas brotaron a la ves de su corazón. El triunfo fue tan glorioso para la fe, que Ozanam llego a ser uno de los fundadores de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Con frecuencia repetía: “El Rosario de Ampère ha hecho más sobre mí, que todos los libros y todos los sermones”. (Lectura dominical).

 

André-Marie Ampère 


 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 


   San Carlos Borromeo rezaba el Rosario todos los días de rodillas, y obligó a los soldados a rezar en común el Rosario. «El Rosario —decía — es más poderoso contra los turcos que millares de ejércitos.» Y en cartas pastorales les recomendó a todos sus diocesanos, y le prescribió como punto de reglamento en todos los seminarios, conventos, colegios y demás casas de piedad. (Revista del Rosario.)

 

 


   Enrique IV prometió con Juramento al Papa Clemente VIII rezar todos los días una parte del Rosario, y los sábados el Rosario entero (Lectura Dominical.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 



    El Rosario es rico tesoro, en verdad, formado por los méritos de Cristo de la Madre de Dios y de los Santos, al que con razón nuestro antecesor Clemente VI aplicó aquellas palabras de la Sabiduría: «Es un tesoro infinito para los hombres, que a cuantos se han valido de él los ha hecho partícipes de la amistad de Dios.» (León XIII.)

 



OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 



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