—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente
en la Gloria. Amén.
DÍA SÉPTIMO —7 de octubre.
Segunda consideración sobre el tercer
Misterio gozoso.
De la pobreza de espíritu.
No se puede dudar de
que la doctrina de Jesucristo es en todo opuesta a las máximas del mundo, y por
esto necesitan cegarse aquellos que pretenden hermanarlas, olvidando que es
imposible servir a dos señores. Y por cierto que el pobre establo de
Belén es lugar a propósito para convencernos de esta verdad, pues vemos, en él
al Rey del cielo elegir la mayor pobreza para su nacimiento, ofreciendo esto
gran contraste con el espíritu del mundo, en el que no se vive sino para
procurar riquezas, comodidades y placeres. Si, nuestro Divino Maestro llamó
bienaventurados a los pobres de espíritu, pero el mundo no llama dichoso sino
al que posee grandes riquezas, siquiera sean mal adquiridas, y labre con ellas
su eterna desgracia. La explicación de tan opuesta doctrina se encuentra en la existencia
de la otra vida, en la que el pobre de espíritu gozará el fruto de sus
privaciones, mientras que el llamado dichoso en el mundo no disfrutará de su
mentida felicidad más que lo que dure su efímera existencia sobre la tierra. Pero,
aunque juzgando de este modo no nos equivocaremos ciertamente, no
comprenderemos todavía toda la dicha del pobre de espíritu, ni la esclavitud
del que vive anhelando los bienes del mundo. La desgracia de éste no empieza
del otro lado de la tumba, ni aquél tiene que esperar la muerte para empezar a gozar
el fruto de la virtud de la pobreza.
Observemos, si no, al que padece sed de
riquezas, y veremos con cuánta exactitud se ha comparado esta sed a la del
hidrópico, que no bebe nada más que para excitar el tormento del deseo, sin
llegar jamás al descanso de la saciedad. Sí; nunca el avaro estará satisfecho,
pues no hay en el mundo cifras que puedan componer la cantidad que sueña su
codicia, ni tesoros capaces de apagar esa sed penosa de oro que le devora. De suerte
que, a pesar de sus riquezas, tiene que ser desgraciado por no poder satisfacer
los deseos de su corazón. Se dirá que no todos los ricos son avaros y, es
verdad; mas también lo es que la multitud de cuidados que las riquezas proporcionan,
los negocios, pérdidas y sinsabores a ellas anejos; son como espinas que punzan
y no dejan gozar de paz y alegría.
El pobre de espíritu, por el contrario,
disfruta una paz inalterable, un gozo que nadie le puede arrebatar. Tiene lo
que quiere, pues nada desea, y es verdad innegable que no es más feliz quien más
tiene; sino quien menos necesita. La ausencia de cuidados, y sobre todo la
tranquilidad de la conciencia, tan difícil en la posesión de las riquezas, son
también fuentes de dicha para el pobre de espíritu, no solo durante la vida
sino también en la hora de la muerte, puesto que entonces no le atormentará el
amor a las riquezas que deja, ni el recuerdo de cómo usó de ellas durante la vida;
y gozosa su alma, desprendida de los bienes del mundo, saldrá de él dichosa
para tomar posesión del verdadero Bien, inmutable y eterno. ¡Bienaventurados
los pobres de espíritu, podemos, pues, exclamar, no sólo en la bienaventuranza
de la gloria, sino aun en este mundo, ya que todo lo tiene quien nada desea, y
porque ellos gozarán de esa hermosa paz, que es la única dicha que existe en
este valle de lágrimas!
«La
pobreza voluntaria, dice
san Juan Clímaco,
es una abdicación de los
cuidados del siglo, un camino sin obstáculos hacia Dios, la expulsión de la
tristeza, el fundamento de la paz y la pureza de la vida» y San Francisco de Asís dice que «es la pobreza camino de
salvación, fundamento de la humildad y perfección verdadera» «Contempla a mis
amados pobres (dijo
el Señor a Santa Catalina,
en el libro del Diálogo) y admira con qué santa alegría pasan sus días; no les entristece
otra cosa que las ofensas que se me hacen; pero esta tristeza, en lugar de afligirlos,
conforta su alma. En la pobreza han encontrado la suma riqueza y han abandonado
las tinieblas para gozar de una perfecta luz. Por haber abandonado la miseria del
mundo, gozan de una alegría sin límites, pues han trocado despreciables bienes
por inmortales tesoros y experimentan una gran satisfacción en sufrir por la
justicia»
Después de haber considerado las excelencias
de la evangélica virtud de la pobreza, volvamos, para que nos resolvamos a
practicarla, al humildísimo Portal de Belén, y veamos allí a la Santísima
Virgen tan pobre que ni aun tiene lo necesario para abrigar al divino Niño. Mas
¡ah! que Ella es la primera que tiene la dicha de
verle sobre la tierra, y de recibir sus primeras miradas. Pues si Dios al
hacerse hombre, nada ha querido ver junto a su cuna de lo que estima el mundo,
se ha complacido en ser recibido en él por la más pura de las criaturas que ha
existido ni existirá jamás.
¡Oh
Madre mía! Dejadnos
llegar a ese pobre portalito, desprovisto de todo ornato material, pero
iluminado por los esplendores del cielo y conteniendo sus tesoros, a estudiar cuál
es el valor que el cristiano debe dar a los bienes de este mundo. Ayudadnos,
Madre querida, para que, imitándoos en la pobreza, sean nuestras almas cual
místico portal, desnudo de todas las cosas de la tierra en el que penetren las
luces del cielo, a fin de que en ellas more también nuestro divino Salvador, pudiendo
así esperar habitar un día las eternas mansiones del reino de los cielos, por Él
prometido a los pobres de espíritu en las Bienaventuranzas.
EJEMPLO
Una familia de modestos industriales tenía
la piadosa costumbre de rezar unida todos los días el Santo Rosario. La suerte
la favorecía, y a medida que con la prosperidad aumentaban las ocupaciones, la
asiduidad en rezar el Rosario disminuía visiblemente. Primero le suprimieron
algunos días, luego algunas temporadas, hasta que por, fin dejaron por completo
de rezarle. Olvidada tenían ya tan hermosa práctica, cuando la madre de esta familia
cayó gravemente enferma, y habiéndose perdido toda esperanza de salvarla, el marido
lloraba desolado a la cabecera de su cama. Un amigo, exhortándole a poner en aquellos
momentos toda su confianza en María, consoladora de afligidos; le dijo: «Recemos juntos el
Rosario»
—¡Ah! respondió el marido, lanzando un profundo
suspiro. ¡El
Rosario! ¡Cuánto tiempo hace que le hemos abandonado! Por esto nos abandona
Dios y nos castiga. ¡Oh Madre mía! —exclamó— después dirigiéndose a la
Santísima Virgen —si
Vos curáis a nuestra querida enferma, os prometo no dejar pasar un solo día sin
rezar el Rosario. Apenas había acabado
de hacer esta promesa, la enferma mejoró. visiblemente, y pocos días después
estaba ya en plena convalecencia. (P. Busscher.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Benito José Labre practicaba en grado
eminente la devoción al Rosario. Era fácil reconocerle por un gran rosario que
llevaba colgado al cuello, y del que no se desprendía ni de dia ni de noche.
Pero no contento con esto; habíase revestido, por decirlo si, del espíritu del
Rosario, practicando las virtudes que enseña la consideración de sus misterios. (Revista del
Rosario.)
Alfonso V, rey de Portugal, decía a sus ministros «Recemos el Rosario para
que la Virgen Santísima sea la Guía y Protectora de nuestro reino.» (Lectura Dominical.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Son
inmensos los bienes que cada día recibe el pueblo cristiano por el Rosario. (Urbano IV)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis
pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no
sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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