sábado, 16 de julio de 2022

COFRADÍA DEL ESCAPULARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN



Notas históricas:

 

   Cuando el día de Pentecostés los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, hablaban diversas lenguas y hacían multitud de prodigios por la sola invocación del nombre de Jesús, muchos hombres que, según la tradición, habían seguido los ejemplos de los santos profetas Elias y Eliseo, y que habían sido preparados a la venida del Mesías por la predicación del Bautista, convencidos de la verdad de la doctrina apostólica abrazaron la fe evangélica, y empezaron a honrar con tan filial ternura a la Santísima Virgen, que pudieron gozar de su presencia y su conversación mientras ella vivió, y fueron los primeros que elevaron una capilla a la Madre de Cristo, en el mismo lugar del monte Carmelo en que el profeta Elias había visto, en otro tiempo, elevarse al cielo una brillante nube, símbolo de esta Virgen augusta.

 

   Se reunían cada día varias veces en la nueva capilla, y allí honraban con toda suerte de oraciones y cánticos y piadosos ejercicios a la Santísima Virgen como a la soberana protectora de su Orden, por lo que empezaron a llamarles «hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo»; y los Sumos Pontífices, no sólo confirmaron dicho título, sino que concedieron particulares indulgencias a los que decorasen u honrasen con ese nombre a la Orden o a sus miembros. (Brev. Rom., 16 de julio, 2° noct.)

 




   A fines del primer siglo de la era cristiana el Carmelo comenzó a poblarse de nuevos monjes y a llamar la atención aun de los mismos paganos; y en el año 400, el número de religiosos aumentó considerablemente, por haberse retirado multitud de monjes a la Palestina, sobre el monte Carmelo, en donde abrazaron fervorosamente los ejercicios de la vida religiosa, en comunidad los unos, los otros en lugares solitarios.

 

   San Alberto, Patriarca de Jerusalén, hacia el año 1205 y bajo la autoridad de Inocencio III, les dio una regla que después fué aprobada por Honorio III y confirmada por Inocencio IV.

 

   Los fieles que acudían al Monte Carmelo visitaban asiduamente la capilla de la Virgen María, asistían a los ejercicios de los religiosos y rendían en común sus cultos a la Reina del Cielo; de cuyo conjunto de circunstancias nació la Cofradía de Nuestra Señora del Monte Carmelo, que debió ya existir a principios del siglo IX, puesto que el Papa León IV le concedió indulgencias en el año 847. La Cofradía de Nuestra Señora del Carmen es, por consiguiente, la más antigua, como también ha sido la más favorecida de Dios, de la Virgen Nuestra Señora y de la Santa Sede.

 

   Los religiosos del Carmen, célebres desde hacía siglos en la Palestina, vinieron al Occidente antes de la época de las Cruzadas, con el fin de escapar a la persecución sarracena, y se establecieron en Italia, Francia e Inglaterra, pero no fueron bastante conocidos en Europa hasta que San Luís, que había visto en Palestina la vida angélica de aquellos solitarios, al volver de su primera cruzada los trajo a Francia, cuya nación perfumaron con el suave olor de sus evangélicas virtudes.

 

   La Cofradía de Nuestra Señora del Monte Carmelo se propagaba en Europa, como es natural, al mismo tiempo que la Orden del Carmen.

 

   Los buenos religiosos gozaban en paz del glorioso título de Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo, que los Sumos Pontífices habían confirmado cuando contra ellos levantaron una persecución tan furiosa, que el Papa Honorio III, vacilante al principio, acabó por ceder a la presión de los que de él solicitaban la supresión de la Orden; y ya el golpe fatal estaba preparado, cuando la Santísima Virgen se apareció en sueños al Sumo Pontífice y le dijo: que habiendo tomado bajo su especial protección la Orden del Carmelo, que llevaba su nombre, ella le exhortaba a no ceder de ninguna manera a las instancias de sus pérfidos consejeros, sino a honrarla y favorecerla y á confirmar su regla, su título y sus privilegios; y añadió en seguida: mi voluntad debe ser cumplida sin réplica y sin dilación: Non est adversandum in his dum jubeo, nec dissimulandum dum promoveo; porque esta misma noche dos de vuestros íntimos consejeros, los mayores adversarios de mi Orden, encargados de preparar el Breve de destrucción que su odio a provocado, morirán durante su sueño de una manera imprevista.

 

   Cuando el Papa se despertó le notificaron la muerte de dos de sus cortesanos; entonces mandó reunir el Sacro Colegio de Cardenales, les refirió la aparición de la Santísima Virgen y sus deseos, y, en pleno consistorio, aprobó la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, por una Bula especial.

 



   La persecución no cesó, sin embargo, y la Orden de la Virgen fue blanco de toda suerte de armas de mala ley; la tempestad rugía contra ella por todas partes, cuando la Estrella de la mañana apareció hermosísima, solicitada por las fervientes y continuas oraciones de San Simón, general de los carmelitas de Occidente, varón de una santidad extraordinaria, que veía con dolor inefable los males de la cristiandad y de la familia religiosa que él gobernaba.

 

   Hallábase un día el venerable anciano en oración humildísima, pidiendo a la Madre del Salvador una prenda de su predilección por los carmelitas, cuando la Santísima Virgen se le apareció radiante de gloria, rodeada de celestiales espíritus y llevando en sus purísimas manos el escapulario. “Recibe, hijo mío amadísimo, (dijo Nuestra Señora dirigiéndose a San Simón), este escapulario de tu Orden, como el signo distintivo de mi Cofradía y la señal del privilegio que he obtenido para ti y para todos los carmelitas: quien muera revestido del escapulario no padecerá el fuego eterno. He aquí el signo de salud, salvaguardia en los peligros, y la prenda de una paz y de una protección especial hasta el fin de los siglos. Dilectissime fili, recipe tui Ordinis scapulare, mece confraternitatis signum, tibi et cunáis Carmelitis privilegium, in quo quis moriens ceternum non patietur incendium. Ecce signum salutis, salus in periculis, fcedus pacis et pacti sempiterna”. La Virgen advirtió a San Simón que enviase un legado al Vicario de su Hijo, Inocencio IV, quien remediaría los males de la Orden, como así sucedió (Vide Benedicto XIV De Festis, II, 334.)

 




   Tal y tan noble es el origen del escapulario del Carmen, preciadísima joya traída por la misma Virgen de los tesoros del Cielo, y generosamente ofrecida por ella a todos sus devotos, mejor aún, a todos los cristianos.

 

   San Simón escribió a todos los conventos de la Orden una circular fechada el 16 de julio de 1251, en la que les notificaba la buena nueva; y, como es natural, los carmelitas la propagaron, los cofrades de Nuestra Señora del Carmen recibieron el escapulario, numerosos devotos de la Virgen Madre les imitaron, y de esta suerte la Reina del Cielo vio multiplicarse prodigiosamente el número de los elegidos.

 

   Contribuyeron no poco a la difusión del escapulario los milagros que por su medio operó la divina Misericordia, y más eficazmente, si cabe, la publicación del privilegio que la Santísima Virgen prometió al Pontífice en favor de los carmelitas difuntos. Así lo cuenta la historia:

 

   Á principios del siglo XIV, la dulcísima Abogada de los pecadores se apareció al Papa reinante, Juan XXII, que la honraba con un culto especial, y después de recomendarle vivamente la confirmación de su Orden, le prometió bajar al Purgatorio para sacar las almas de los carmelitas el sábado siguiente al día de su muerte, si durante la vida habían guardado la castidad conforme a su estado y rezado el Oficio Parvo, y si no sabían leer, observado todos los ayunos de la Iglesia y comido de vigilia los miércoles y sábados, menos el día de la Natividad del Señor.

 





   El Pontífice anunció a todo el mundo este privilegio por la Bula Sacratissimo ut in culmine (llamada vulgarmente Sabatina), el 2 de marzo de 1322; en la cual dice el Vicario de Cristo que él acepta la santa indulgencia, que la ratifica y confirma sobre la tierra, como Jesucristo la ha acordado en los cielos a causa de los méritos de la Virgen Madre.

 

   La autenticidad de esta Bula es indiscutible; porque después de Juan XXII otros Pontífices la han confirmado, entre los cuales Alejandro V, convencido de su autenticidad la copia enteramente en la suya de 1409, a fin de confirmarla plenamente y darle una certeza irrefragable; y Gregorio XIII, en su Bula Ut laudes de 18 de septiembre de 1577, al renovar las de Juan XXII y Alejandro V, asegura haberlas visto, haberlas tenido en sus manos y haberlas leído, sanas, enteras y sin ninguna clase de falta o alteración: Supra dictas litteras apostólicas ad manus nostras recepimus, vidimus, legimus, tenuimus, palpabimus, sanas atque integras acillesas ab omni prorsus vitio et corruptioni carere reperimus.

 

   La devoción del escapulario del Carmen tiene, por consiguiente, todas las garantías que pueden hacerla acreedora a la predilección del cristiano: 1. ° por la sublimidad de su origen; 2. ° por la multitud de prodigios obrados por Dios para confirmarlo; 3.° por la autoridad de los Papas y de las Congregaciones Romanas que han atestiguado la autenticidad de las revelaciones de la Santísima Virgen, que lo han enriquecido con indulgencias, etc.; y 4.° por el consentimiento unánime de los fieles, que, en todos los tiempos, siguiendo el ejemplo de los Pontífices, Cardenales, reyes y religiosos de todas las Ordenes, se han honrado con el hábito de la Reina del Carmelo.

 

   Obsérvese que no hay oraciones, ni ayunos, ni vigilias especiales prescritos a los cofrades de Nuestra Señora del Carmen (12 de Febrero de 1840. —18 de Setiembre de 1862. —Monsano n.0 1923, etc.); sólo con la recepción legítima del escapulario y llevándolo continuamente en la debida forma, pertenecen a la Cofradía, pueden ganar las indulgencias, participan a las buenas obras que se practican en toda la religión del Carmelo, y adquieren en cierta manera derecho a una participación selecta y abundante en el tesoro de gracias de que la divina Madre del Redentor es dispensadora.

 



“LOS ESCAPULARIOS”

E. P. FRAY JOSÉ BUENAVENTURA (1906).

 


 

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