Recopilado por el P. Dr. Vicente
Alberto Rigoni, Cura Párroco de
Santa Ana en Villa del Parque
(Buenos Aires), el 12 de Mayo de
1944. Tomado de RADIO
CRISTIANDAD.
Por la señal ✠ de
la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre,
y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios
os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana!, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios
llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos
que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como
a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo
Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos
del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a
vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la
meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al
Señor. Amén.
DÍA DECIMOSÉPTIMO —17 de julio.
MEDITACIÓN: Amor de Santa Ana a María.
El amor de Ana a María no
era el amor ordinario de la madre a su propia hija, revestía caracteres
especiales que daban a entender algo más que humano.
Ella entrevía en su Hija la gran misión
que debía ejercer en la Redención y el altísimo honor que le tocaba en su
glorificación, por esto debía tener a Ella un amor tan celestial y santo, que
sobrepujaba muy mucho al amor de toda madre.
Era el amor que la
conducía a Dios a través de su Hija, amor que revelaba la pureza de
sentimientos, generosidad de sacrificios y que le debía hacer gustar cuanto de
gozoso y de íntimamente excelso se unía en Aquella privilegiada Criatura.
¿Cuáles serían, pues, las ternuras del corazón
de Santa Ana, los afectos de su alma cuando contemplaba su rostro, la
acariciaba, besaba, abrazaba y sentía el pequeño corazón de Ella palpitar al
unísono con el suyo?
Si nos fuera posible levantar el velo
que cubre los recónditos misterios del Corazón de la Santísima Virgen y el de
Santa Ana, sacaríamos una impresión tan suave y dulce que nos inundaría de
júbilo por toda la vida.
Roguemos a María Santísima y a Santa Ana a fin de que nos den tal
pureza que merezcamos su inefable visión.
Al reflexionar que Santa Ana fue digna madre de la única hija
perfecta, enriquecida desde el primer instante con todas las gracias y
privilegios así singulares, no se puede menos de concebir una altísima estimación
de su excelencia. Si Isabel, al ver a María, fue llena del Espíritu Santo; y el
Bautista, santificado en su nacimiento, ¿Qué santificación y qué
gracia no produciría en Santa Ana la presencia de María? Con
que así, si antes, cristiano, has conocido, venerado y amado poco a esta
excelsa Matrona, ahora procura remediarlo, consolándote con una devoción tan
piadosa como saludable, fuente de gracia y consuelo celestial.
EJEMPLO:
Amílcar Ludendorf, de
noble linaje, había derrochado toda su hacienda en vicios y diversiones.
Reducido a la miseria, poco le faltaba
para perder su alma y darse a la desesperación, cuando he aquí que en medio del
torbellino de sus malos pensamientos tuvo la inspiración de trasladarse a
Santiago de Galicia para impetrar del Santo un poco de luz en medio de sus
densas tinieblas.
Se le apareció el Santo y le dijo: “La gracia que
deseas obtener, la alcanzarás invocando a Santa Ana y a su Familia”.
El joven tembloroso y conmovido, prometió cambiar de vida y
practicar cuanto le fue dicho. Tuvo tierna devoción a Santa Ana, a San Joaquín
y a María, devoción que conservó hasta el último de sus días y llevó vida
cristiana ayudado por ambos Santos, los cuales muchas veces se les aparecieron
para consolarle. Aconteció esto de modo especial en la hora de su muerte,
cuando furiosamente tentado acerca de su salvación, Santa Ana, San Joaquín con
María le anunciaron la salvación eterna.
OBSEQUIO: Confiémonos
en Santa Ana, para que nos enseñe a amar a su excelsa Hija.
JACULATORIA: Amorosísima Santa Ana, encomiéndanos a María Inmaculada.
ORACIÓN
Dios te salve, oh nuevo cielo, que concebiste la
espléndida aurora de la inaccesible luz del sol de gracia y justicia. Con Vos
me alegro, afortunadísima Santa Ana, me regocijo y gozo, al ver los primeros amores
de vuestra hija y Señora mía, tan luminosos, tan santos, tan limpios de toda
mancha. Por aquella alegría de los astros matutinos, a la cual, por la voz del
Vicario infalible de Cristo, que declaró de fe este privilegio, se asoció toda
la Iglesia, ¡oh gloriosa Matrona!, dignaos mirar benigna a todo el orbe católico,
mostrando cuán grande es vuestro poder cerca de hija tan excelsa. Humillad a
los enemigos que luchan contra la Iglesia y haced que todos conozcan que Ella
es el arca de paz, fuera de la cual no hay salvación. Así
sea.
—Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por
nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que
seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la
gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a
Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro
Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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