Recopilado por el P. Dr. Vicente
Alberto Rigoni, Cura Párroco de
Santa Ana en Villa del Parque
(Buenos Aires), el 12 de Mayo de
1944. Tomado de RADIO
CRISTIANDAD.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana!, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
DÍA VIGESIMOCTAVO —28 de julio.
MEDITACIÓN: Viudez de Santa Ana.
Santa Ana, prevenida por
la gracia desde su infancia, fue siempre grata a los ojos de Dios, el cual,
después de hacerla lucidísimo espejo de vírgenes y de casadas, la ofreció como
espejo a las santas matronas.
Ella, dice la Venerable María de Jesús de
Ágreda, por
voluntad divina se casó con Joaquín a los veinticuatro años, veinte fue estéril
y sobrevivió hasta el duodécimo de su hija.
De otro lado, la viudez de Santa Ana
fue llena de todas las gracias celestiales como expresamente se lee en los
Salmos: Bendeciré
su viudez largamente.
Privada de toda consolación
humana, la buscó sólo en Dios, en el cual tenía puesta toda su esperanza. Día y
noche, perseverante en la oración y meditación, puede decirse de ella que su
habitación era un oratorio doméstico, su entretenimiento la súplica, su vida la
mortificación y el ayuno, repartiendo con el templo y los pobres sus pequeñas
rentas.
El modo como pasó Santa Ana los últimos
años de su vida, nos lo da a conocer el grande amor que tenía al Señor.
Sentía que avanzando en años se le
acercaba el tiempo fijado por los divinos decretos para ser llamada al seno de
Abraham y de los Santos Profetas. Como el movimiento se hace siempre más veloz
hacia el fin, así se intensificaron sus oraciones, sus
penitencias para hacerse más y más digna. No
fue una vida común y terrena, la suya, sino una vida extraordinaria y
celestial, en la cual las dulzuras divinas alternaban con sus amorosos
sentimientos. Ella había amado a su Señor hasta el sacrificio el más heroico, le
había amado a pesar de todas las aflicciones y no podía dejar de suspirar por
abrazarse con Él y así gozarlo y amarlo eternamente.
He aquí, ¡oh cristiano! cual debe ser la vida de un verdadero devoto de
Santa Ana. ¡Ah!, debes
de corazón imitar los ejemplos de la que te agrada honrar. El Señor nos la mostró en todos los estados, a fin de que
el niño y la virgen, el soltero y la viuda, el alegre y el afligido, el pobre y
el rico, todos encontrasen en ella, que es la madre de la Reina del universo,
un perfectísimo modelo que imitar.
Su vida, desde la cuna a la tumba, fue
siempre inmaculada y llena de virtudes. Desde el primero al último respiro tuvo
a Dios en la mente y el corazón y la observancia de su santa ley formó su
riqueza más codiciada. ¡Oh dichoso tú, cristiano, si Santa Ana hallare en ti
semejanza! Sintió todas las fatigas de los diversos estados,
a fin de que investida de gran poder, pudiese tener corazón para socorrerlas
todas.
Pongamos en parangón el amor de Santa Ana con el nuestro para con
Dios y propongamos aumentarlo si queremos también nosotros acabar santamente la
vida.
EJEMPLO:
Lo que sigue nos prueba
que Santa Ana socorre prontamente a quien con fe la invoca.
En el año 1631 un joven francés
viajando por Alemania fue asaltado por unos ladrones, robándole cuanto llevaba
y dejándolo en tierra mortalmente herido.
Hallado en tal estado, fue transportado
al pueblo vecino donde se le presentaron los socorros más urgentes, pero su
estado continuaba siendo gravísimo.
Sabiendo que en aquellos días debía
pasar por allí en procesión una reliquia de Santa Ana, procesión que se hacía
por tradicional devoción, sintió deseo de impetrar
a la Santa su curación.
A tal fin se
hizo llevar a la ventana para ver el relicario, hacerle votos y enviarle besos
y flores. Fue inmediatamente bien despachada su petición; desaparecieron las heridas, cesaron los dolores y
lleno de regocijo y conmovido, bajó las escaleras, se asoció a la procesión y
contó a todos el milagro obtenido, milagro resonante que fue contado entre los
muchos otros obrados por la Santa.
OBSEQUIO: Roguemos
a Santa Ana a fin de que la hora de nuestra muerte sea tranquila.
JACULATORIA: Benignísima Santa Ana, asistidnos en nuestra hora
postrera.
ORACIÓN
¡Oh dignísima madre de la Madre de mi Señor!, admiro
vuestra vida, siempre irreprensible y santa en presencia del Cielo y de la
tierra; y cuanto más deseo copiarla en mí, tantas mayores dificultades siento.
Por lo mismo,
confieso a vuestros pies que, sin vuestro auxilio yo nada puedo. Ea,
benignísima Señora, por aquellas copiosas bendiciones con las cuales el Señor
os acompañó y previno en todas las circunstancias de vuestra vida, no me
desechéis; acogedme
bajo vuestro manto, estrechadme contra vuestro corazón para que jamás ofenda a
mi Dios.
Yo me consagro todo a Vos
en vida y en muerte, y espero con vuestra ayuda seguir el camino de salvación,
para allegar después a cantar en el Cielo vuestra gloria. Amén
— Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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