Por Lucio Marmolejo.
Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.
Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores.
DÍA PRIMERO: 1º de mayo.
Visita a la Imagen de
Ntra. Sra. De los ANGELES, que se venera en su Santuario en la ciudad de México.
Era el año de 1580, y la ciudad de México gemía
llena de espanto, inundada del lodo por las aguas: a cada momento se escuchaban
los gritos lastimeros de los que perecían, o él estruendo de las casas que
caían derribadas por el violento impulso de las olas, saliendo entonces encima
de ellas todos los objetos que no tenían el peso suficiente para sumergirse. Entre
estos objetos salió una hermosa Imagen de María Santísima, pintada en lienzo; y
arrebatada por los vientos encima de las aguas, fué a parar al barrio de
Coatlan, en el mismo sitio en que hoy se venera la prodigiosa Imagen de Nuestra
Señora de los Ángeles. Llegó después a manos de un noble cacique, llamado
ízayoque, quien, prendado de su hermosura, determinó fabricar una capilla,
donde exponerla a la pública veneración; pero observando que la pintura estaba
casi del todo deteriorada, la hizo copiar sobre la pared principal de la
capilla, que era de adobe, y en consecuencia muy frágil, quedando la imagen en extremo bella, y dándosele el
nombre de Nuestra Señora de los Ángeles, según se cree, por los muchos que
tenía pintados al derredor.
Desde el año de 1595 se comenzó a celebrar
en la capilla el Santo Sacrificio dé la Misa; pero poco tiempo después se
resfrió la devoción de tal modo, que no habiendo quien la atendiera, la capilla
vino al suelo enteramente, excepto la pared en que está la Soberana Imagen, la
cual quedó del todo expuesta a las lluvias y demás inclemencias del tiempo. El
año de 1607, con motivo de otra inundación, se volvieron los mexicanos a la
Virgen de los Ángeles, y reedificaron la capilla; pero no bien habían muerto
los promotores de esos cultos, cuando quedó de nuevo en tan completo abandono,
que se volvió a destruir el techo, y quedó la capilla sirviendo de albergue a
un pastor, que iba allí a pasar las noches: así permaneció un gran número de
años; pero la pared en que se halla la Imagen quedó en pie, y aunque estaba
toda manchada y descascarada por las aguas, el sol y los vientos, el sagrado
rostro y manos de la Virgen permanecían intactos, tan frescos y tan bellos,
como si acabaran de pintarse. Un individuo de la familia de los Giraldos
reedificó la capilla en 1757; pero sus escasos recursos hicieron que fuera con
tan poca solidez, que, en 1745 vino a tierra por tercera vez, excepto siempre
la dichosa pared en que moraba la Reina de los Ángeles. Aun otra vez se
pretendió por D. Miguel Vibanco reparar el edificio con mayor extensión y
solidez, y al efecto zanjó los cimientos, y ya las paredes comenzaban a salir
de tierra, cuando el arzobispo Virey mandó suspender la obra, a consecuencia de
los desórdenes que se cometían por la mucha concurrencia, y tapar la Sacrosanta
Efigie, lo cual se ejecutó con esferas mojadas y tablas clavadas, rozando
bruscamente contra aquella Imagen venerable; pero esto, que hubiera sido
bastante para destruir la más firme pintura, no lo fué para lastimar ni
ligeramente aquella cara celestial y aquellas bienhechoras manos divinamente
conservadas.
La veneranda Imagen permaneció cubierta por
espacio de siete meses, hasta que el inquisidor mayor la descubre, y D. J.
Zambrano repone un poco la capilla; pero a su muerte vuelve a quedar en
abandono, y se arruina casi del todo, sin que en tantas destrucciones y
reposiciones padezcan la más leve lesión, ni el admirable muro, ni la sagrada
efigie.
Por último, un célebre y piadoso artesano,
el siempre memorable sastre D. José Haro, se presenta en la destruida ermita
para adorar a María; y desde luego, inspirado por el cielo, y dulcemente herido
su corazón de amor, determina reponer con suntuosidad aquella casa de oración,
y con heroica resolución pide, suplica, se humilla y dedica cuanto es y cuanto
tiene, para conseguir el dichoso logro de su empresa: por fin, el año de 1781
deja el santuario concluido, y perfectamente adornado con cuanto pudiera
desearse, establecido un capellán y fundadas muchas prácticas religiosas, que contribuyen
en gran manera a aumentar el culto de la sagrada Imagen: la viste admirablemente
con ricas telas y soberbios adornos, no obstante hallarse pintada sobre el adobe
de la prodigiosa pared, y es nombrado mayordomo perpetuo por el Lllmo. Sr. Arzobispo
Haro y Peralta.
¿Ya
estará asegurado para siempre el culto de María? ¿Ya no se repetirán esas tristes
alternativas de reposiciones y destrucciones, de ferviente culto y de completo
abandono? Así lo creyó el Br. D. Pablo Antonio Peñuelas, cuando
escribió en 1781 la historia de Nuestra Señora de los Ángeles, de donde hemos
tomado los anteriores apuntes; pero ¡ay! se
engañó: el fervor aumentó al principio de tal manera, que fué necesario
construir una fábrica todavía más suntuosa, que fué dedicada en 1808; pero
todavía una vez se entibia la devoción, y va a cerrarse el santuario, porque no
hay con que sostener el culto; empero el año de 1812 se presenta un hombre
verdaderamente ilustre, el Sr. Dr. D. J. María de Santiago, que enamorado de
aquella Imagen celestial, y profundamente conmovido, al contemplar los
prodigios obrados por Dios, para conservar el muro y la Imagen, le consagra su
rico patrimonio, sus relaciones y su individuo mismo, y obtiene de los Sumos
Pontífices las más singulares gracias en favor del Santuario: Pió VI lo agregó á San Juan de Letrán, Pió VII erigió
allí una piadosa congregación, y Gregorio XVI concedió oficio propio a la
Virgen Santísima bajo la adoración de los ángeles: falleció este hombre
venerable en 1845, y poco después Pió IX concedió al Santuario el jubileo de
Porcíúncula.
Para describir la bellísima Imagen,
copiaremos literalmente al ya citado padre Peñuelas: «Es, dice, —Nuestra Señora de los Ángeles tan bella y
agraciada, que no hay arbitrio para no rendirle el corazón a la primera vista,
y sacrificarle todos los afectos qué arrastra dulce y eficazmente. Su tamaño no
llega a siete cuartas, pues es la estatura natural de una doncella joven de
trece años: el pelo es entre oscuro y rojo, derramado blandamente por los
hombros, particularmente sobre el izquierdo, poblado y crespo en los extremos y
ceñido por el cerebro. La frente espaciosa y dilatada, sobre unas cejas
arqueadas y tupidas; los ojos hermosos y modestamente inclinados, tanto, que
apenas descubre la mitad de la pupila; la nariz seguida y no muy redonda; los
labios encendidos y pequeños, que resaltan con mucha hermosura sobre una barba
partida de un hoyito que se señala al medio; los carrillos con un color tan
vivo como el de la rosa más fragante y más fresca; el cuello corto y aguileño;
el rostro, de un colorcito muy apacible, trigueño rosado, se inclina mucho
sobre la derecha, no descubriendo más que el oído siniestro; las manos y los dedos
muy torneados y hermosos, descansando todo el cuerpo, según el ademan, sobre el
pie derecho.»
En cuanto a su traje y adorno, todo es verdaderamente
admirable, sí atendemos a que la sagrada Imagen es una pintura, y una pintura
de que solo existen el rostro y las manos, maravillosamente conservados; y sin
embargo, se le acomodan hermosos vestidos de costosas telas, tiene en su cabeza
corona imperial, ricas sortijas adornan sus dedos, y un arete precioso la oreja
izquierda, única que descubre: ¡asombrosa idea, que solo el cielo pudo haber inspirado a
D. José Haro! Todo está tan bien
acomodado, como si estuviera en una imagen de bulto; y, sin embargo, nada toca
las sacrosantas manos, rostro y cuello, de suerte, que el mismo Haro que lo
ideó, se le oyó decir muchas veces que no lo comprendía.
Innumerables son los prodigios que ha obrado
la santa Imagen en favor de sus devotos; pero por no ser más difusos,
contraigámonos a reflexionar, detenida y concienzudamente, en el incontrastable
de la conservación del muro y de la Imagen, y demos muchas gracias a Dios, que
ha querido manifestar de un modo tan claro, el amor de su Santísima Madre a la
ciudad de México y a toda nuestra católica República.
INMACULA CONCEPCIÓN
Ha llegado, por fin, el dichoso
tiempo en que el mundo comience a ser iluminado: ya
se aproxima el radiante sol del Redentor, y la autora sagrada de María lo
precede; la tierra salta de gozo y los ángeles del cielo se abisman asombrados,
al contemplar la sin igual criatura que acaba de animar el Eterno en el
infecundo seno de Ana; María comienza a existir, y desde luego es tan pura, tan
santa, que excede a todos los ángeles y bienaventurados juntos. Gloria a Dios, autor
de tantas maravillas, que tanto quiso honrar la mísera descendencia de Adán, la
Iglesia Santa siempre había tenido la creencia de la pureza original de María;
pero no había pronunciado su supremo fallo, hasta el año de 1854, en que lo
hizo por la inmortal boca de Pió IX. Adoremos tan singular portento, y amemos
mucho, mucho a esa Virgen Purísima, a esa paloma cándida, lirio entre espinas,
huerto cerrado, fuente sellada, Madre de Dios y también de los hombres.
PUREZA DE MARÍA
María, Azucena blanquísima y fragrante.
(Lilium candidum.)
¡Qué bellas! ¡qué aromáticas se ostentan las
hermosas azucenas! ¡Cómo atraen al viajero, obligándolo por medio de su perfume
delicado, a que las busque con la vista! ¡Cómo embalsaman los campos, estando
todavía cerradas sus Cándidas flores! ¡Oh hermoso, aunque imperfecto símil de María en el vientre de su madre! No
nace todavía, es azucena cerrada que no ha visto la luz, pero ya llena con su
fragancia el mundo, y a diferencia de los demás hijos está más pura que la
azucena en medio de los valles; tan bella, tan agraciada, que su mismo Criador
se admira de su obra, y le prodiga elogios con palabras de exquisita ternura.
ORACIÓN
¡Purísima Virgen María mi
Señora, Reina de los ángeles y de
los hombres, dechado perfectísimo de virtud, en todos los instantes de tu vida!
Por aquella gracia singular, única, asombrosa, que te quiso dispensar la
bondad del Altísimo, al destinarte para Madre suya, exceptuándote del pecado
original, desde el primer instante de tu ser, llenando de asombro a las
inteligencias celestiales que se postraron luego delante de su Reina, te suplicamos nos envíes
un destello de esa pureza soberana, infundiéndolo en nuestro corazón, para
poder amar a Dios, arrepentidos de nuestras culpas, obteniendo su gracia y
perseverando en ella hasta la muerte. Así lo esperamos, Madre benignísima, a
vista de tus misericordias, pues de una manera bien patente te has declarado
amparo y custodia de la dichosa ciudad de México, en tu prodigiosa Imagen de
los Ángeles: extiende compasiva tu mano bienhechora, y bendice a toda la
República, y en especial, a estos tus hijos, que se han reunido hoy para
adorarte, proclamándote su guía, su tesoro y su Madre amorosa y Clementísima.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días antes de la meditación.
Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.
Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.
Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.
MEDITACIÓN
1°—Demos fervientes gracias al Señor por los
prodigios singularísimos que obró en la Concepción Inmaculada de María: ponderemos cuán grande debió ser su santidad y su pureza
cuando causó la admiración de los cielos, y cuán propicia deberá escuchar a sus
devotos, que la celebran, y se regocijan, recordando la mayor tal vez de sus glorias.
2ª—Recordemos las maravillas obradas en la conservación
de Nuestra Señora de los Ángeles; y revistámonos de confianza grande al presentar
nuestras peticiones a la divina Señora: ofrezcámosle
con todas veras nuestro corazón y roguémosle que nos de perseverancia para concluir
nuestras devotas prácticas en todo el mes.
3°—Pidámosle la virtud de la pureza, suplicándole
que interponga los méritos de su preservación como Madre de Dios, para que su
divino hijo nos conceda esta gracia, etc.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días después de la Meditación.
¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.
—Ave María.
CANTO
¡Gloria
a la Virgen celestial y bella!
¡Gloria a la Madre del
divino Verbo!
¡A la Mujer a quien la
culpa fiera,
Ni en el materno seno,
Pudo manchar, como
manchara de Eva
La progenie infelice!
El osado dragón que se atreviera,
Con su infernal, emponzoñado atiento,
A querer profanar tanta belleza,
Bajo el pie de María sucumbe luego.
El pie que en Vano su maldad acecha;
Y en vez de la victoria,
Que obtener pretendiera.
Hasta el averno, de dolor rugiendo,
Para ocultarse, avergonzado vuela.
María, en tanto, celestial sonrisa
Dirige a los mortales, como prueba
De que está ya vengada,
Dé la serpiente la maldad proterva.
¡Salve mil veces,
venturoso día.
En que la Virgen bella,
Con su divina planta,
Rompió de los mortales la
cadena!
PRÁCTICA PARA MAÑANA
Darán una limosna, según sus facultades; y los que absolutamente no puedan, visitarán al Señor Sacramentado, pidiéndole el consuelo de los necesitados.
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