Por Lucio Marmolejo.
Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.
Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores
DÍA VEINTE Y UNO: 21 de mayo.
Visita a la Imagen de NUESTRA
SEÑORA DEL REFUGIO, que se venera en la iglesia del Colegio Apostólico,
extramuros de la ciudad de Zacatecas.
Bien conocida es la admirable historia de la Imagen original de Nuestra Señora del Refugio, que se venera en Frascati, la cual fué hecha por mandato del P. Antonio Baldinucci, a quien sirvió de guía y consuelo en sus apostólicas tareas, y en cuyo poder obró tantos prodigios, que fué solemnemente coronada por disposición de Nuestro Santísimo Padre Clemente XI el día 4 de Julio de 1717. Se halló presente a la coronación el P. Juan José Giuca, que, destinado a la provincia mexicana de la Compañía de Jesús, vino a ella el año de 1719, y trajo consigo la primera Imagen de Nuestra Señora del Refugio, que se veneró en América, y que había hecho copiar de la original de Frascati. Destinado para la ciudad de Puebla, introdujo allí la devoción a esta sagrada Imagen, encendiéndose de una manera tan extraordinaria, que cuatrocientas mil estampas que se mandaron tirar no fueron bastantes a satisfacer los pedidos que de ellas había; y la Santísima Señora manifestó a los poblanos que aceptaba sus obsequios, patrocinándolos de una manera especial, por medio de una de sus Imágenes, que pertenecía a un pobre que vivía hacia el punto de la ciudad que llaman las Caleras, y hoy se venera en un hermoso Santuario.
Por el año de 1745 vivía aun en Puebla el P.
Juan José Giuca, y tenía consigo con gran veneración y amor la sagrada Imágen
que había traído de Italia; pero estando un día en oración delante de ella, oyó
dentro de su corazón una voz que le decía con la mayor claridad, que era voluntad
de la Santísima Virgen, que entregase aquella su Imágen del Refugio a los religiosos
de Zacatecas, para que la llevasen a su convento, y procurasen el aumento de su
culto.
Había entonces en Puebla misiones del
Colegio Apostólico de la Santa Cruz de Querétaro, y se reunió con los religiosos
que las daban el R. P. Fr. José María Guadalupe Alcivia, del colegio de
Zacatecas, que accidentalmente se hallaba en Puebla: fué este padre a predicar
una tarde á la iglesia de la Compañía, y cuando concluyó el sermón, lo llamó a
solas el P. Giuca, diciéndole que tenía que tratar con él un importante
negocio; fueron a su aposento, y con los ojos llenos de lágrimas, mostrando al
P. Alcivia la hermosa y santa Imágen de Nuestra Señora del Refugio, le dijo
estas precisas palabras: «Esta Señorita me ha dicho que se quiere ir con ustedes,
para que como quienes andan por el mundo, la den a conocer por él, y soliciten
su culto». Tomó el P. Alcivia la
Imágen lleno de regocijo y reconocimiento, y salió luego a misionar por todo el
obispado de Puebla, hasta que, llamado de Zacatecas, por haber sido electo vicario
de su colegio, se fué a él a fines del año 1744. Manifestó la Santa Imágen a
los religiosos, diciéndoles cómo la Señora había escogido aquel Colegio para su
morada, y fué recibida por ellos con grande gozo y respeto El siguiente año de
1745, salió el P. Alcivia á misionar, llevando consigo la Sagrada Imágen, y
recogió los más opimos frutos; volvió al Colegio a los seis meses con la Imágen
triunfante y victoriosa, y rica de trofeos de almas, que se habían convertido
por su medio. Fué colocada en el altar mayor de la iglesia, y allí permaneció tres
años, hasta que en 1748 se le hizo el hermoso colateral en que hasta el día
permanece, recibiendo los más fervientes cultos de los religiosos y de toda la
ciudad de Zacatecas, y patrocinando siempre las misiones de aquel Colegio.
Por donde quiera que va, obra prodigios; por
donde quiera que va, derrama consuelos; por dondequiera que va, convierte
pecadores: el autor de la historia de Nuestra Señora del Refugio refiere multitud
de portentos obrados por esta Señora, especialmente para la conversión de los
pecadores, y de allí tomaremos los siguientes.
Un religioso del colegio de Zacatecas,
llamado Fr. Anastasio de Jesús Romero, que había sido siempre amartelado devoto
de Nuestra Señora del Refugio, se enfermó de una apoplejía fulminante: fueron vanos
todos los recursos de la ciencia, porque embargadas todas las facultades del
enfermo, mas parecía cadáver que persona viva: el guardián entonces, lleno de
confianza en la Santísima Virgen del Refugio, la hizo llevar a la celda del
enfermo, pidiéndole que a lo menos desatase su lengua por un instante para que
se pudiera confesar, y no salió fallida su esperanza, pues en el momento que la
Sagrada Imágen entró a la celda, pudo hablar el enfermo, se confesó y recibió
el sagrado Viático, y en poco tiempo recobró la salud.
Había en cierta ciudad una mujer de buena familia,
pero desgraciadamente de malos sentimientos, que enteramente olvidada de sus deberes
de cristiana, corría desenfrenada por el sendero de la culpa, y completamente
cegada por la pasión brutal de la impureza, la cual trajo luego a su corazón la
de los celos. Sospechó un día que su amante, faltándole a la fidelidad que no
le debía, la había olvidado y amaba otra mujer; hizo grandes diligencias para cerciorarse
de la verdad; pero no lo pudo conseguir. Estando en esto, oyó decir que al siguiente
día se comenzaba el Novenario que a la Santísima Virgen del Refugio iban a
hacer los religiosos que estaban dando misiones en aquella ciudad; y sabiendo
lo muy concurrida que debía estar la solemnidad, comprendió que debían asistir
su amante y la mujer que causaba sus celos, y se fué a la iglesia con el
depravado fin de observarlos desde una parte oculta, para, si sus sospechas eran
ciertas, recibir en la noche a su amante con la afabilidad acostumbrada, y asesinarlo
luego cuando estuviera dormido. Pero apenas entró al templo, cuando vio a Nuestra
Señora del Refugio, y sin poderlas resistir, sintió en su corazón las
inspiraciones de la gracia, se rindió a ellas, se fué a arrojar a los pies de
un confesor, y con el arrepentimiento más vivo y profundo, confesó sus pecados,
de suerte que la que había ido al templo para hacer a Dios una nueva y grave
ofensa, salió de él justificada por una sola mirada de la Virgen Santísima del
Refugio.
Ea, pues, pecador; confianza en tu Refugio, pues si se
dignó ver con ojos de misericordia a la mujer que iba al templo con el solo fin
de ofender a su Santísimo Hijo, ¿cómo no ha de
verte a tí si la buscas arrepentido?
VIDA DE MARÍA
María encuentra a Jesús con la Cruz a cuestas.
Había concluido
el Redentor Divino la predicación del Evangelio, había instituido el grande Sacramento
de su amor, había orado en el huerto, y entregado por Judas, había sido llevado
en medio del baldón y del escarnio ante Pilatos, Herodes y Caifás, y después de
azotado, escupido y abofeteado, y de otros mil inauditos ultrajes, había sido
condenado a muerte como el más infame malhechor; y en cumplimiento de esta sentencia
inicua, ya caminaba al Calvario con la Cruz en los hombros, desfallecido y casi
moribundo, cuando al pasar por la calle de la Amargura, su bendita Madre, que
había permanecido oculta durante sus glorias, y hoy corre desolada en su busca,
porque va a padecer, lo encuentra allí en el estado más lastimero y deplorable,
en un estado que hubiera sido capaz de conmover al mármol y al diamante. Su corazón se hace trizas de dolor; pero continúa su marcha
con el Divino Mártir hasta llegar al Calvario.
CONSTANCIA DE MARÍA
María, hermosa y delicada Reseda.
(Reseda odorata)
Hermoso símil
nos ofrece la reseda de la admirable constancia con que María, Señora Nuestra,
fué en busca de su Hijo Santísimo, para hacerse participante de los tremendos
dolores de su pasión. La pequeñez y
finura de los tallos de la reseda, lo delicado de sus lindas espigas de flores
y la suavidad exquisita de su aroma, nos representan a la delicada y
sensibilísima María: conservando la reseda sus flores todo el invierno, a pesar
de su delicadeza, nos simboliza la invicta constancia con que María se conserva
en todo el crudo invierno de sus penas, y en especial en su encuentro con el
Divino Mártir que caminaba al suplicio del Calvario: por último, la constancia de la reseda se extiende hasta á resembrarse
por sí misma, para hacerse perenne, así como la de María hasta continuar presenciando
los tormentos todos del Salvador y su muerte en la Cruz, cuando solo el dolor que
sintió en su encuentro con Jesús, era bastante para quitar la vida al más
fuerte mortal.
ORACIÓN
¡Oh Santísima Reina del Cielo y de la
tierra! ¡oh consuelo del triste!
¡oh Refugio del desgraciado pecador! hoy contemplamos con amorosa compasión
el intensísimo y terrible dolor que sentiste cuando encontraste a tu Santísimo
Hijo y Redentor nuestro con la Cruz a cuestas en el camino del Calvario. Haz
por ese dolor ¡oh gran Señora! que nosotros
seamos libres de los eternos tormentos; conmuévanse tus entrañas piadosísimas y
misericordiosas a la vista de nuestra pequeñez y de nuestra miseria, y concédenos fortaleza y
constancia para contrariar a nuestros enemigos, como tú la tuviste para
soportar tus agudísimos dolores; conviértenos de corazón a Dios, pues hoy te
hemos consagrado nuestras preces por medio de tu santa Imagen del Refugio; y
esperamos por eso no salir desamparados, aun cuando nos confesamos los más
viles pecadores del mundo, pues confiamos en tí, en que cambiarás nuestro
corazón, como lo has hecho con tantos otros dichosos pecadores, y nos llevarás
al Cielo, donde cantaremos agradecidos tus alabanzas por toda la eternidad. Amén.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días antes de la meditación.
Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.
Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.
Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.
MEDITACIÓN
1º—Meditemos en los sucesos terribles de la pasión
del Señor, que tuvieron lugar desde su prendimiento
en el Huerto de los Olivos, hasta que fué conducido entre ultrajes y oprobios
al monte Calvario, con la pesada Cruz en sus sacratísimos hombros, y cayendo en
tierra repetidas veces, atadas las manos del Omnipotente, debilitado y sin
fuerza el Criador y próximo á morir el Autor de la vida.
2º—Consideremos cuán agudo y terrible seria el
dolor que experimentó María en su encuentro con su Hijo, desfallecido y moribundo, excitándonos a una grande compasión
y a un tierno y muy profundo amor a esta dolorosa Madre.
3º—Llenémonos de agradecida confianza en María,
que quiso titularse Refugio de pecadores, y desempeña
tan bien esa consoladora advocación y protestémosle corresponder tan singular
fineza, llevando en lo sucesivo una vida arreglada a los divinos preceptos, etc.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días después de la Meditación.
¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.
—Ave María.
CANTO
«Muera, muera con afrenta,
Crucifícalo», gritaba
El pueblo que se agolpaba
Ante el palacio del juez.
El pueblo pérfido y vil,
El pueblo ingrato y desleal,
Que con sangre celestial
Quiere regar á Salem.
Y el juez infame y cobarde
Firmó la inicua sentencia,
Y del pueblo a la insolencia
Al Hombre justo entregó.
Ya entre baldones y oprobio,
Para el suplicio camina,
Vertiendo sangre divina
Por salvar al pecador.
Lleva una soga en el cuello,
Y la cabeza sagrada
Con espinas coronada
Por el sacrílego juez.
De azotes mil al impulso
Lleva la espalda llagada,
La mejilla profanada
Por bofetada cruel.
Va con la Cruz en el hombro,
Tan débil y desangrado,
Que al suelo cae, doblegado
Con el peso de la Cruz;
Y la bendita María,
Que iba en su busca afanosa,
Y encuentra en tan lastimosa
Situación a su Jesús.
Siente en el alma mil muertes,
Siente en su pecho clavada
La más aguda estocada
Que en un pecho penetró.
Mas con invicta constancia
Sigue a su Jesús, que llora,
Pues va a ser corredentora
Del infeliz pecador.
PRÁCTICA PARA MAÑANA
Rezar siete veces en la mañana, tarde y noche
la jaculatoria que comienza: “Madre llena de dolor etc.»
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