viernes, 3 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 2.

 


Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

ORACIÓN PREPARATORIA


   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.

   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.

   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.

   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?

   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 

ORACIÓN


   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.




2 DE OCTUBRE.

 

MEDITACIÓN

 

SOBRE LA ANUNCIACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.

 

PUNTO 1

 

   Considera como queriendo el Señor hacer a los mortales el infinito beneficio de hacerse Hombre en las entrañas purísimas de una Virgen, y pudiendo hacerlo sin avisarle, ni darle parte, como supremo Señor, que puede hacer de sus criaturas, y obrar sin ellas, lo que le pareciere, no quiso usar de ese absoluto dominio, sin avisar, dar parte y esperar el consentimiento de su criatura. Quería dar a entender, dice Santo Tomás: que venía a desposarse con la humana naturaleza, esperando por esto el sí de nuestra Reina, en nombre de toda ella. ¡Oh dignidad altísima de Dios, por la cual el Creador busca a sus mismas criaturas! Manda para esto una embajada a María Santísima y escoge al Arcángel Gabriel, y por medio de este le revela el inaudito misterio de la Encarnación. «Anda, le dice, a ese cielo animado que está en Nazaret, a ese paraíso de mis deleites que está en el mundo: Salúdala diciendo: «Dios te salve, llena de gracia,» y dile que por Ella quiero trocar la maldición de la inobediente Eva, en bendición eterna para los hijos de Adán.» Parte el Ángel alegre y regocijado; penetra en el humilde aposento en que estaba encerrada nuestra Reina, leyendo, según el sentir de San Alberto y San Vicente, aquella profecía de Isaías: «Una Virgen parirá y concebirá un Hijo.» Leída que fué está profecía se levantaron en su corazón unas ansias vivas y abrasadísimos deseos. Pensaba y

consideraba entre sí diciendo: ¡Oh que Virgen tan admirable esta, de quien habla Isaías! Su pureza, su santidad su excelencia y dignidad ¿quién la podrá ponderar? ¡Virgen que ha de concebir al mismo Hijo de Dios! ¡Virgen que ha de ser Madre de su mismo Dios y Criador! ¡Virgen y humana criatura que ha de ser Reina de los cielos y de todo el mundo! ¿Qué tal será? ¡Oh, que bendita! ¡Qué admirable! ¡Qué grande y sublime Virgen! ¡Vientre en donde se ha de encerrar el Hijo de Dios! Madre que le ha de dar a luz, pechos que le han de alimentar, brazos que le han de cargar, manos que le han de vestir y desnudar, y gremio santo en donde ha de dormir y descansar. ¡Oh bendito sea tal gremio! ¡Bendito el Vientre! ¡Benditas las manos! ¡Benditos los brazos y pechos que han de servir al Hijo de Dios! Miremos cuán lejos estaba de pensar ser ella la escogida para ser Madre de Dios, y consideremos el aprecio que hacía de la escogida para tan grande dignidad. Miremos cuanto la estimaba, las alabanzas que le daba y las ansias que tenía de ser su esclava.

 

PUNTO 2

 

Considera que, estando María deseando el remedio del linaje humano, entra el Ángel y le dice: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre las mujeres.» ¡Qué respeto, que sublimes elogios en esta salutación del Ángel y sus expresiones! Le da tres títulos de incomprensible grandeza.

El primero, respecto a ella, llena de gracia: esto es: tú eres la más santa de todas las criaturas, un tesoro de todas las virtudes por la inocencia de tus costumbres y por la pureza de tu vida. El segundo, respecto de Dios: el Señor es contigo: esto es: tú eres de él acariciada protegida y acompañada: él está en tí, él es contigo, tú estás en todo gobernada por su espíritu. El tercero respecto a los hombres: bendita tú eres entre las mujeres: esto es: tú eres bendita, distinguida y ensalzada sobre todas las mujeres. ¿Habló por ventura jamás un ángel a una criatura en términos tan respetuosos y tan magníficos? ¡Con que respeto enderezamos nosotros estas mismas palabras a María, cuando rezamos el Santísimo Rosario!

Lo que habiendo ella oído, se turbó a sus palabras, y estaba pensando: ¿que salutación fué ésta? María responde solo con el silencio, pero en este silencio ¡oh, y cuántas virtudes! ¡Qué humildad! su corazón huye las alabanzas que le dan: nada se apropia a sí mismo, y toda la gloria la atribuye a Dios. ¡Qué modestia! Las alabanzas mismas la inquietan, la turban y la atemorizan. ¡Qué prudencia! Examina que cosa sea esta salutación, de donde venga y a donde se endereza. Si los elogios de un Ángel que no habla de otra cosa que, de Dios, turban a María ¡cuánto debemos temer las alabanzas de los hombres! Pidamos al Señor, por intercesión de nuestra Reina, el espíritu de verdadera humildad, despreciando toda alabanza y teniéndonos en un bajísimo concepto delante de Dios. Este es el fruto que debemos sacar de esta consideración.


 

ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 

   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

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