El Tesoro del Alma en los Misterios del Santo Rosario. Por Soledad Arroyo (De
la V. O. T. de Santo Domingo).
Madrid Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro. Calle de Bordadores. —1909.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En
el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre
verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os
amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de
haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de
todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me
fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor
perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en
satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en
vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de
vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para
enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS
LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros
queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de
nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal
amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo
Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.
DIA VIGÉSIMO — 20 de octubre.
Primera consideración sobre el cuarto
Misterio doloroso.
De la necesidad de llevar
la Cruz.
¡Cuán
provechosas son las enseñanzas que podemos sacar del Misterio que vamos a meditar!
«Contemplemos a Jesús—dice
el Venerable Granada, —que camina con aquella tan pesada carga de la Cruz sobre
sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente y muchas piadosas mujeres que
con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quién no había de llorar —añade—viendo al Rey de los ángeles caminar paso a paso, con aquella
carga tan pesada, temblando las rodillas, inclinado el cuerpo, los ojos
mesurados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza y con
aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra El?» ¡Oh! ¡y qué espectáculo tan doloroso sería éste para
nuestra Madre la Santísima Virgen, que nos da un hermosísimo ejemplo
presentándose en la calle de la Amargura, saliendo al encuentro de su divino
Hijo, cargado con la Cruz de nuestras culpas, con la Cruz de cruel amargura que
abrumaba su purísimo Corazón! Ella nos enseña en este paso dolorosísimo que no puede
seguir el alma las huellas del divino Maestro sin recorrer el camino del Calvario,
cargada con la Cruz que la adorable Providencia la ha deparado, ya que,
mediante la semejanza con el Salvador, ha de obtener su eterna salvación, pues
sólo los que se hallen conformes al divino modelo entrarán en la
bienaventuranza de la gloria.
Verdad es ésta que todos confesamos diciendo que
sin cruz no puede haber salvación; y, sin embargo, por una contradicción
que sólo puede explicarse atendiendo a la miseria de nuestra naturaleza
corrompida por el pecado, queremos, sí, la salvación, pero procurando huir del
sufrimiento é imitación del Salvador que la procura. Comprendiendo esta
necesidad de la cruz, escuchamos con entusiasmo las excelencias que de ella se
nos predican; consideramos la cruz como signo
salvador, llave del cielo, tesoro de gracias, regalo amoroso de Dios; nos
conmueve el heroísmo cristiano de las almas que se abrazaron con cruces que
verdaderamente parecen insoportables sin el amor y la gracia del Señor, por
quien las sufrían, y tal vez sentimos ansias de imitarlas en ciertas ocasiones;
mas ¡ah! ¡con
cuánta frecuencia sucede, que amando tanto la cruz soñada, se mira con desdén y
se soporta con imperfección, y a veces hasta con impaciencia, la cruz real y
verdadera, aquella que la misericordia y la sabiduría de Dios nos ha destinado
como la más adecuada a nuestro bien, y a la que ha vinculado nuestra salvación
y gracias preciosísimas para santificarnos, según los planes de su inefable
Providencia! Somos como el niño
sin razón, que deseando poseer lo que más brilla, se deja arrebatar lo que más
vale, cuando con inútiles deseos de cosas impracticables en las circunstancias
en que nos encontramos, desperdiciamos las ocasiones de alcanzar la santidad en
estas mismas circunstancias, que juzgamos desfavorables a este fin; pues no
tenemos que ir muy lejos para buscar los inapreciables tesoros y los inmensos bienes
que proporciona el amor a la cruz, ya que esta cruz
bendita nos sigue a todas partes, y está colocada sobre nuestra alma por la mano
bondadosa del Señor. Sí: la cruz está siempre a nuestro lado, está con nosotros,
dentro de nosotros mismos. Ella es la enfermedad que sufrimos, la prueba que
nos aflige, la persona que nos mortifica, todo el cúmulo de fatigas, de
miserias, y de contrariedades que nos rodea. No perdamos, pues, el tiempo y la
ocasión preciosa de santificarnos, dando oídos y comentando las especiosas razones
que nuestros enemigos nos presentan para que no nos aprovechemos de nuestra propia
cruz, que es la que sólo tiene la virtud para nosotros de salvarnos y
santificarnos; ni seamos del número de los necios, que es infinito, los cuales
alegan como causa de su flojedad en el divino servicio los mismos medios que
Dios les concede como más adecuados a su eterna salvación, las cruces más propias
para su aprovechamiento y santificación, elegidas é impuestas por la infinita Sabiduría.
Triste cosa, es, en efecto, oír decir al
pobre que él se santificaría si la miseria
no se lo impidiera; al rico, que la multitud de cuidados le privan de ocuparse, cual
quisiera, en su santificación; al que
trabaja, suspirar, porque cree que sólo en
el sosiego llegaría a conseguirla; y al que
se ve privado del trabajo activo por enfermedad u otra causa, asegurar que sólo alcanzaría la perfección obrando con la
actividad de que se ve privado. Sueña con el
claustro el que está obligado a vivir en el
mundo; con la libertad el que debe soportar, por penosa que le sea, la
dependencia de sus superiores; y así, ¡cuántos y cuántos llaman obstáculos a los
que precisamente son medios de santificación para su alma! ¡Ah! Si cada uno conociésemos todo el valor de las
circunstancias que nos rodean, de la cruz que nos aflige, lejos de soñar con
otras, nos abrazaríamos con santo entusiasmo a aquellas que nos impone la
paternal y amorosa Providencia de nuestro Dios, y hasta haríamos los mayores sacrificios,
no por apartarlas de nosotros sino por conseguir que el Señor nos concediera
esas mismas ocasiones, que tan poco sabemos apreciar. Los
Santos, iluminados por la luz del cielo, que dejaban penetrar con docilidad en
su alma, comprendían el valor de estas cruces, y servíanles de escabel para la
santidad las circunstancias en que Dios les había colocado; se llamaran
pobreza, trono, claustro, matrimonio, enfermedad, desprecios, persecución,
desamparo, soledad, trabajo continuo, etc., pues todo conduce a Dios cuando a
Dios queremos dirigirlo. Por lo tanto, no
nos hagamos ilusiones, pues la creencia de que llevaríamos con más fruto las
ajenas cruces, manifiesta claramente el deseo de soltar la nuestra; y si
mirándola como carga intolerable de peso excepcional prorrumpiésemos en amargas
quejas, demostraríamos, no su gravedad, sino nuestra flaqueza é
inmortificación. Miremos, en fin, una y muchas veces meditando este misterio, a nuestro Divino Salvador llevando la cruz en que debía
morir, y animémonos a llevar la nuestra, pues cierto es que no nos cargará el Señor
con un átomo más del peso que con su divina gracia podamos llevar, y
recordemos también que, según aquella sentencia del Apóstol, “nadie será
tentado sobre sus fuerzas.”
EJEMPLO
Muchos recordarán todavía la horrorosa catástrofe
que tuvo lugar en Maenchestein (Suiza) hace
algunos años. Pues bien; en
aquel tren se encontraban dos mujeres que volvían de la Peregrinación de
Nuestra Señora de la Ermita de Einsiedeln. Apenas se instalaron en el vagón,
empezaron a rezar juntas el Rosario, lo que provoco las burlas de los alegres
grupos que se dirigían a una fiesta popular; pero ellas, insensibles a estas
burlas de sus compañeros de viaje, continuaron su rezo, cuando el puente de
Birse se hundió bajo el tren, y el vagón se precipitó en el rio. Al ser sacadas
las dos piadosas peregrinas de los escombros, estaban sin conocimientos, sus
vestidos hechos pedazos y empapados en sangre; pero ellas no tenían ni siquiera
un arañazo en la piel. Esto fue tanto más maravilloso, cuanto que todos los
viajeros del mismo vagón, sin excepción alguna, murieron o quedaron
horriblemente mutilados, por lo cual bien puede atribuirse su milagrosa
preservación a la protección de la Santísima Virgen, que invocaban con el Santo
Rosario en el momento de la catástrofe. (P. Busscher)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
El
Beato Francisco Posadas fué desde su niñez
muy devoto del Rosario, rezándole todos los días con sus compañeritos. La
Santísima Virgen le salvó milagrosamente un día en que, bañándose, fué
arrastrado por la corriente, y en otra ocasión se le apareció en sueños con varios
rosarios en la mano, invitándole a que tomase uno. Habiéndosele aparecido el
demonio bajo la forma de un negro, trató de arrancarle el rosario que llevaba al
cuello; pero Francisco, sosteniéndole con una mano, en tanto que con la otra
hacía la señal de la Cruz, dijo al demonio: “Mira
la Cruz” y el espíritu infernal desapareció.
Desde entonces, viendo que el demonio temía tanto al rosario, llevaba dos, uno
al cuello y otro en la mano, y cuando llegó a ser religioso, predicó esta
devoción con éxito extraordinario. (P.
Busscher)
Felipe IV, Terciario Dominico,
quiso que el
Rosario se rezase a coros y en voz alta, en las catedrales, en las parroquias y
hasta en los cuarteles. (P. Alvarez.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
El Rosario es medio eficaz para honrar a Dios
y a la Virgen y para ahuyentar los grandes males del mundo. (Sixto IV.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa
prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras
conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de
toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos
alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis
bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso
auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados
en vuestros amantes brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de
nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas,
desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza
para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades,
deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y
omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y
queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es
saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para
la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos
arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal.
Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud
con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más,
perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre
querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la
consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que
durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos,
durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las
alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los
siglos de los siglos. Amén.







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