miércoles, 1 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 20.

 


El Tesoro del Alma en los Misterios del Santo Rosario. Por Soledad Arroyo (De la V. O. T. de Santo Domingo).

Madrid Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro. Calle de Bordadores. —1909.



 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.


 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.



DIA VIGÉSIMO — 20 de octubre.

 

Primera consideración sobre el cuarto

Misterio doloroso.

 

De la necesidad de llevar la Cruz.

 

 

   ¡Cuán provechosas son las enseñanzas que podemos sacar del Misterio que vamos a meditar! «Contemplemos a Jesús—dice el Venerable Granada, —que camina con aquella tan pesada carga de la Cruz sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente y muchas piadosas mujeres que con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quién no había de llorar —añade—viendo al Rey de los ángeles caminar paso a paso, con aquella carga tan pesada, temblando las rodillas, inclinado el cuerpo, los ojos mesurados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra El?» ¡Oh! ¡y qué espectáculo tan doloroso sería éste para nuestra Madre la Santísima Virgen, que nos da un hermosísimo ejemplo presentándose en la calle de la Amargura, saliendo al encuentro de su divino Hijo, cargado con la Cruz de nuestras culpas, con la Cruz de cruel amargura que abrumaba su purísimo Corazón! Ella nos enseña en este paso dolorosísimo que no puede seguir el alma las huellas del divino Maestro sin recorrer el camino del Calvario, cargada con la Cruz que la adorable Providencia la ha deparado, ya que, mediante la semejanza con el Salvador, ha de obtener su eterna salvación, pues sólo los que se hallen conformes al divino modelo entrarán en la bienaventuranza de la gloria.

 


   Verdad es ésta que todos confesamos diciendo que sin cruz no puede haber salvación; y, sin embargo, por una contradicción que sólo puede explicarse atendiendo a la miseria de nuestra naturaleza corrompida por el pecado, queremos, sí, la salvación, pero procurando huir del sufrimiento é imitación del Salvador que la procura. Comprendiendo esta necesidad de la cruz, escuchamos con entusiasmo las excelencias que de ella se nos predican; consideramos la cruz como signo salvador, llave del cielo, tesoro de gracias, regalo amoroso de Dios; nos conmueve el heroísmo cristiano de las almas que se abrazaron con cruces que verdaderamente parecen insoportables sin el amor y la gracia del Señor, por quien las sufrían, y tal vez sentimos ansias de imitarlas en ciertas ocasiones; mas ¡ah! ¡con cuánta frecuencia sucede, que amando tanto la cruz soñada, se mira con desdén y se soporta con imperfección, y a veces hasta con impaciencia, la cruz real y verdadera, aquella que la misericordia y la sabiduría de Dios nos ha destinado como la más adecuada a nuestro bien, y a la que ha vinculado nuestra salvación y gracias preciosísimas para santificarnos, según los planes de su inefable Providencia! Somos como el niño sin razón, que deseando poseer lo que más brilla, se deja arrebatar lo que más vale, cuando con inútiles deseos de cosas impracticables en las circunstancias en que nos encontramos, desperdiciamos las ocasiones de alcanzar la santidad en estas mismas circunstancias, que juzgamos desfavorables a este fin; pues no tenemos que ir muy lejos para buscar los inapreciables tesoros y los inmensos bienes que proporciona el amor a la cruz, ya que esta cruz bendita nos sigue a todas partes, y está colocada sobre nuestra alma por la mano bondadosa del Señor. Sí: la cruz está siempre a nuestro lado, está con nosotros, dentro de nosotros mismos. Ella es la enfermedad que sufrimos, la prueba que nos aflige, la persona que nos mortifica, todo el cúmulo de fatigas, de miserias, y de contrariedades que nos rodea. No perdamos, pues, el tiempo y la ocasión preciosa de santificarnos, dando oídos y comentando las especiosas razones que nuestros enemigos nos presentan para que no nos aprovechemos de nuestra propia cruz, que es la que sólo tiene la virtud para nosotros de salvarnos y santificarnos; ni seamos del número de los necios, que es infinito, los cuales alegan como causa de su flojedad en el divino servicio los mismos medios que Dios les concede como más adecuados a su eterna salvación, las cruces más propias para su aprovechamiento y santificación, elegidas é impuestas por la infinita Sabiduría.

 

   Triste cosa, es, en efecto, oír decir al pobre que él se santificaría si la miseria no se lo impidiera; al rico, que la multitud de cuidados le privan de ocuparse, cual quisiera, en su santificación; al que trabaja, suspirar, porque cree que sólo en el sosiego llegaría a conseguirla; y al que se ve privado del trabajo activo por enfermedad u otra causa, asegurar que sólo alcanzaría la perfección obrando con la actividad de que se ve privado. Sueña con el claustro el que está obligado a vivir en el mundo; con la libertad el que debe soportar, por penosa que le sea, la dependencia de sus superiores; y así, ¡cuántos y cuántos llaman obstáculos a los que precisamente son medios de santificación para su alma! ¡Ah! Si cada uno conociésemos todo el valor de las circunstancias que nos rodean, de la cruz que nos aflige, lejos de soñar con otras, nos abrazaríamos con santo entusiasmo a aquellas que nos impone la paternal y amorosa Providencia de nuestro Dios, y hasta haríamos los mayores sacrificios, no por apartarlas de nosotros sino por conseguir que el Señor nos concediera esas mismas ocasiones, que tan poco sabemos apreciar. Los Santos, iluminados por la luz del cielo, que dejaban penetrar con docilidad en su alma, comprendían el valor de estas cruces, y servíanles de escabel para la santidad las circunstancias en que Dios les había colocado; se llamaran pobreza, trono, claustro, matrimonio, enfermedad, desprecios, persecución, desamparo, soledad, trabajo continuo, etc., pues todo conduce a Dios cuando a Dios queremos dirigirlo. Por lo tanto, no nos hagamos ilusiones, pues la creencia de que llevaríamos con más fruto las ajenas cruces, manifiesta claramente el deseo de soltar la nuestra; y si mirándola como carga intolerable de peso excepcional prorrumpiésemos en amargas quejas, demostraríamos, no su gravedad, sino nuestra flaqueza é inmortificación. Miremos, en fin, una y muchas veces meditando este misterio, a nuestro Divino Salvador llevando la cruz en que debía morir, y animémonos a llevar la nuestra, pues cierto es que no nos cargará el Señor con un átomo más del peso que con su divina gracia podamos llevar, y recordemos también que, según aquella sentencia del Apóstol, “nadie será tentado sobre sus fuerzas.”

 

EJEMPLO

 

   Muchos recordarán todavía la horrorosa catástrofe que tuvo lugar en Maenchestein (Suiza) hace algunos años. Pues bien; en aquel tren se encontraban dos mujeres que volvían de la Peregrinación de Nuestra Señora de la Ermita de Einsiedeln. Apenas se instalaron en el vagón, empezaron a rezar juntas el Rosario, lo que provoco las burlas de los alegres grupos que se dirigían a una fiesta popular; pero ellas, insensibles a estas burlas de sus compañeros de viaje, continuaron su rezo, cuando el puente de Birse se hundió bajo el tren, y el vagón se precipitó en el rio. Al ser sacadas las dos piadosas peregrinas de los escombros, estaban sin conocimientos, sus vestidos hechos pedazos y empapados en sangre; pero ellas no tenían ni siquiera un arañazo en la piel. Esto fue tanto más maravilloso, cuanto que todos los viajeros del mismo vagón, sin excepción alguna, murieron o quedaron horriblemente mutilados, por lo cual bien puede atribuirse su milagrosa preservación a la protección de la Santísima Virgen, que invocaban con el Santo Rosario en el momento de la catástrofe. (P. Busscher)

 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO


 


   El Beato Francisco Posadas fué desde su niñez muy devoto del Rosario, rezándole todos los días con sus compañeritos. La Santísima Virgen le salvó milagrosamente un día en que, bañándose, fué arrastrado por la corriente, y en otra ocasión se le apareció en sueños con varios rosarios en la mano, invitándole a que tomase uno. Habiéndosele aparecido el demonio bajo la forma de un negro, trató de arrancarle el rosario que llevaba al cuello; pero Francisco, sosteniéndole con una mano, en tanto que con la otra hacía la señal de la Cruz, dijo al demonio: “Mira la Cruz” y el espíritu infernal desapareció. Desde entonces, viendo que el demonio temía tanto al rosario, llevaba dos, uno al cuello y otro en la mano, y cuando llegó a ser religioso, predicó esta devoción con éxito extraordinario. (P. Busscher)

 

 


Felipe IV, Terciario Dominico, quiso que el Rosario se rezase a coros y en voz alta, en las catedrales, en las parroquias y hasta en los cuarteles. (P. Alvarez.)

  

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 


El Rosario es medio eficaz para honrar a Dios y a la Virgen y para ahuyentar los grandes males del mundo. (Sixto IV.)



OBSEQUIO

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 




SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 


ORACIÓN FINAL

 


   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.


 

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