Pareciera que, después
de haberse impuesto al mundo cristiano la misa protestantizada de Pablo VI, que
ya no es sacrificio sino cena; que después de haberse generalizado la
noción protestante de misericordia, la cual ya no exige el arrepentimiento del
pecador, que sigue en su pecado; que después de haberse alabado a Lutero como «testigo insigne
de Cristo y del Evangelio»; pareciera que tengamos ahora que contentarnos
con hablar de la Virgen como lo hacen pura y simplemente los protestantes.
1º Una mirada
protestante sobre la Virgen.
¿Qué dicen de la Santísima Virgen los protestantes?
Que es mujer, que es madre, que es discípula de su Hijo como los demás.
¿Qué dijo Su
Santidad Francisco de Ella?
Pues exactamente lo mismo: que es mujer, que es madre, que es discípula; subrayando
además que ese, y no otro, es realmente su ser.
Un protestante estará totalmente
de acuerdo en hablar así de la Virgen María; pero le negará los títulos que
todo católico, siguiendo en ello el Magisterio de sus Predecesores –y
distinguiéndose así de los protestantes–, ha otorgado a Nuestra Señora:
INMACULADA en
su Concepción, MADRE DE DIOS –Los Papas se
limitan a llamarla «Madre de su Hijo»–, VIRGEN PERPETUA –virginidad
que Sus Santidades tampoco mencionan, y que hace de Ella una Mujer y una Madre (ambas
con mayúscula) sin parangón ninguno–, CORREDENTORA
en cuanto Socia de la obra redentora de Cristo,
MEDIADORA UNIVERSAL de
todas las gracias, y REINA de cielos y tierra, ABOGADA
de los pecadores.
2º ¿La Virgen María no es Corredentora?
Ignorando –por ecumenismo, podemos
suponer– todos estos títulos, se atreven incluso a decir: «María mujer, María madre, SIN OTRO TÍTULO ESENCIAL»– que
la Virgen no es Corredentora:
«Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor,
jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. JAMÁS SE PRESENTÓ COMO CORREDENTORA. No, discípula. Y algún Santo Padre dice por
ahí que es más digno el discipulado que la maternidad. Cuestiones de teólogos,
pero discípula. NUNCA ROBÓ PARA SÍ NADA DE SU HIJO».
Evidentemente, la Santísima
Virgen nunca pretendió arrogarse los privilegios exclusivos de su Hijo: jamás se atribuyó la divinidad, ni el poder de crear, ni
se llamó a sí misma «el Alfa y la Omega»; pero
tampoco se la puede rebajar al rango de los demás fieles, a la condición de simple discípula, como si la Virgen María
fuese tan sólo una feligresa fervorosa.
No es que la Virgen «haya robado para
sí nada de su Hijo», sino que es más bien
su Hijo quien la hizo partícipe de todas las prerrogativas que El mismo tuvo
como Redentor, convirtiéndola en la «Nueva Eva» del
«Nuevo Adán». Es
Jesucristo mismo quien la hizo Corredentora,
asociándola a su obra de la Redención de los
hombres; es El quien la hizo Mediadora de
todas las gracias, asociándola a su propia
Mediación universal; es El quien la hizo
Reina y Señora de todo lo creado, otorgándole
poder sobre toda la creación, y especialmente sobre el reino de las almas, de
las cuales Ella es Madre por voluntad expresa
de Cristo en la Cruz.
Con asombrosa ligereza Su Santidad priva a la Virgen, no sólo del título de
Corredentora, sino también –y por los
mismos motivos– del título de Mediadora, de Reina, de
Abogada: pues en todo eso Ella estaría supuestamente «robando para sí» algo de
su Hijo. ¿Qué
se hace entonces del Magisterio de sus Predecesores, en el que todos estos
títulos de la Virgen quedaron sólida y teológicamente probados y afirmados?
3º La enseñanza del
Magisterio de los Papas.
Sólo para abonar
el título de Corredentora, el papa Pío IX, en la misma bula en que proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción, escribía:
«Así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres,
después de asumir la naturaleza humana, borró la escritura del decreto que nos
era contrario, clavándolo triunfante en la cruz, así también la Santísima
Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo, hostigando con Él y
por Él eternamente a la venenosa Serpiente, y triunfando de la misma en toda la
línea, trituró su cabeza con su pie inmaculado».
El Papa que lo
sigue, León XIII (Todo lo contrario del ahora
León XIV), no es menos claro en afirmar en varios textos
la unión de la Virgen María con Cristo en la obra de la Redención:
«La Virgen María, libre de la mancha original, elegida para ser la Madre de Dios, y por ese hecho asociada a Él en la obra de salvación de la raza humana, goza ante su Hijo de un favor y poder tal, que no han podido ni podrán igualarlo ni la naturaleza humana ni la angélica» (Encíclica Supremi apostolatus officio, 1883).
«Junto a la cruz
de Jesús estaba María, su Madre, quien con inmensa caridad se movió a
recibirnos como hijos, ofreciendo para ello voluntariamente a su Hijo a la
justicia divina, y muriendo con Él en su corazón, atravesado por una espada de
dolor» (Encíclica Jucunda semper,
1894).
«Desde allí, según los designios de Dios, Ella comenzó a
velar por la Iglesia, para ayudarnos y protegernos como Madre, de modo que,
después de haber sido cooperadora de la Redención humana, Ella también se convirtió, por el poder casi inmenso que
le fue otorgado, en la dispensadora de la gracia que fluye de esta Redención
para siempre» (Encíclica Adjutricem populi, 1895).
A su vez el papa San Pío X mencionó la doctrina de la Corredención
de María en su famosa encíclica Ad diem illum (1904), para el
quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción:
«La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y
sufrimientos entre María y Jesús es que María merecía legítimamente convertirse
en la reparadora de la humanidad caída y, por lo tanto, en la dispensadora de todos los tesoros
que Jesús adquirió para nosotros por su muerte y por su sangre».
El papa Benedicto XV (Nada
que ver con Benedicto XVI) empieza a valerse, no sólo de la noción de la Corredención de María, sino de la palabra misma, en
su Carta Inter sodalitia:
«Al quedar asociada a la Pasión y muerte de su Hijo, Ella
sufrió como si Ella misma muriera (...) para apaciguar la justicia divina; y
sacrificó a su Hijo, tanto como pudo, para que con razón se diga que juntamente con Él redimió a la raza humana. Y, por esta razón, todas las gracias que
obtenemos del tesoro de la Redención nos llegan, por así decir, de las manos de
la dolorosa Virgen».
El papa Pío XI tributa a la Madre del cielo, en su Epístola Explorata
res (2 de febrero de 1923), esta
hermosa alabanza:
«No incurrirá en la muerte eterna aquel que goce
especialmente en su último momento de la asistencia de la Santísima Virgen. Esta
opinión de los doctores de la Iglesia, confirmada por el sentimiento del pueblo
cristiano y por una larga experiencia, se basa sobre todo en el hecho de que la Virgen dolorosa quedó asociada a Jesucristo
en la obra de la Redención».
Pero, sobre todo, usa el término
de «corredentora», en
su mensaje a los peregrinos de Lourdes por el Jubileo de la Redención (29
de abril de 1935):
«Oh Madre de piedad y de misericordia, que asististeis a
vuestro Hijo mientras realizaba en el altar de la Cruz la redención de la
humanidad, como corredentora y asociada a sus dolores, mantened en nosotros y aumentad cada día, os lo
rogamos, los preciosos frutos de su pasión y redención».
Finalmente, el papa Pío XII confirmó
por enésima vez la doctrina de la participación
de María en la obra de la Redención, en su encíclica Ad cæli Reginam (1954) sobre la realeza de María:
«En el cumplimiento de la Redención, la Santísima Virgen
se asoció estrechamente con Cristo (…) De hecho, así como Cristo, por habernos
redimido, es nuestro Señor y nuestro Rey a un título especial, así también la
Santísima Virgen es nuestra Reina y Redentora por la forma única en que Ella contribuyó a nuestra Redención».
4º Una impiedad
escandalosa.
Santísimo Padre, son sus mismos Predecesores en el Pontificado los que han declarado
todos los títulos que el pueblo cristiano otorga a la Santísima Virgen, incluso
definiendo algunos de ellos para gloria de Dios y de María Santísima.
¿Cómo puede ser, entonces que Su Santidad diga lo que
sigue?
«Cuando nos vengan con historias de que había que declararla
esto o aquello, o hacer este u otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, es Nuestra Señora, María es
Madre de su Hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer
de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios».
¿Sus Predecesores, entonces, «se perdieron en tonteras»?
En ese caso, un ineludible
interrogante se plantea ante nosotros: ¿Cuáles son las verdaderas
«tonteras»: las
que ellos proclamaron y definieron, o las que Su Santidad se atreve hoy a
afirmar, llevándoles la contra?
¿La «tontera» no será más bien decir que «María es mestiza, Ella mestizó a Dios»? ¿O pretende Su Santidad valerse de la Virgen
Santísima para abonar su teoría de la «inculturación de Cristo», tan claramente afirmada en el Sínodo de la
Amazonía? ¿Será voluntad de María el «mestizar» o «inculturar» a Cristo en las diferentes culturas? ¿Será la Virgen una émula de la «Pachamama»?
Santo Padre, el ecumenismo del
Concilio Vaticano II es una divinidad a la que hay que inmolarle todo. Se le ha
inmolado ya la Santa Misa, se le ha inmolado la liturgia y la doctrina
católica, se le han inmolado los Estados católicos, se le han inmolado tantos y
tantos fieles que se han pasado a las sectas. Ahora Su Santidad parece pedirnos
que le inmolemos también lo único que nos han dejado, el último bastión, la
última protección: la Santísima Virgen María, que
es la única señal distintiva que nos queda como católicos.
Por eso le rogamos, entre
perplejos y angustiados:
SANTIDAD, NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA.
TAMPOCO DEJE QUE LOS ENEMIGOS DE CRISTO, SU HIJO, LO
HAGAN.
NOTA de Fátima Cor Mariae: «Todos sabemos que [“Tucho”] Fernández ocupa un lugar que le queda muy grande», es el que devalúa los títulos marianos de Corredentora y Medianera de todas las Gracias. Apoyado por su Santidad León XIV.
Este Señor dijo: “que Nuestra Santa
Iglesia Católica (con años de historia TRADICIONAL) durante muchos
siglos fue en otra dirección, que sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía
y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente (según él) para ponerle rótulos este es así, este es asa, este puede
comulgar este no puede comulgar, a este se le puede perdonar, a este no,
terrible que nos haya pasado esto en la Iglesia, gracias a Dios el Papa
Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquema…”
Víctor Manuel “Tucho” Fernández Martinelli es el Prefecto del
Dicasterio para la Doctrina de la Fe «No tiene ni la preparación, ni la capacidad, ni el
temple para ocupar un puesto de tanta importancia en la Iglesia».
Sacado de Hojitas de fe.
Seminario Internacional Nuestra
Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos Aires.
Con agregado de quien lo
publica.





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