Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una
persona pueda llamarse mediadora: 1a)
hacer de medio entre dos extremos (mediación
natural, física u ontológica); 2a) juntar ambos
extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1). En conclusión, el
mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su
presencia física para juntarlas, o que; las junta de nuevo moralmente con su
acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se enemistaron).
Ahora bien. María posee a la perfección estas dos
características: ontológicamente está en
medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo
encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios
Redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene
algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente
con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de
Dios; mientras que, por otro lado, se acerca
a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los
dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos.
María, además
de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce
asimismo una mediación moral entre ambos:
con su “fiat” a la encarnación
del Verbo, el cual, muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el
pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y
lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a
hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación
remota o preparatoria a la redención de Cristo). Maria
sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum
verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor
salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la
redención), como había sido predicho por los profetas
del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en
tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa
salvador» (Lc 1. 31). De aquí que
no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios
crucificado para la redención del género humano (“En quien tenemos la redención por su
sangre” (Ef 1, 7); “Considerando que habéis sido rescatados (…) con la
preciosa Sangre de Cristo”). Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La anunciación
del ángel a Maria fue el inicio de nuestra redención» (PL 94, 9).
Sí,
sí; No, no. (…)
Revista
Católica antimodernista.
Año
2014

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