lunes, 17 de noviembre de 2025

MEDIACIÓN DE MARÍA EN GENERAL.

 


Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora: 1a) hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica); 2a) juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1). En conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que; las junta de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se enemistaron). Ahora bien. María posee a la perfección estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios Redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos.

 

   María, además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación del Verbo, el cual, muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de Cristo). Maria sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvador» (Lc 1. 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado para la redención del género humano (“En quien tenemos la redención por su sangre” (Ef 1, 7); “Considerando que habéis sido rescatados (…) con la preciosa Sangre de Cristo”). Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La anunciación del ángel a Maria fue el inicio de nuestra redención» (PL 94, 9).

 

 

Sí, sí; No, no. (…)

Revista Católica antimodernista.

Año 2014


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