lunes, 8 de mayo de 2017

NUESTRA REINA Y MADRE LA VIRGEN DE LUJÁN (8 DE MAYO)





       En 1630 llegó a nuestro país la milagrosa imagen de la Virgen de Luján.
      Un hacendado portugués, Antonio Farías Sáa, radicado en Sumampa (Santiago del Estero) quería levantar en su estancia una ermita dedicada a la Santísima Virgen.

     Escribió luego a una persona de su amistad residente en el Brasil, pidiéndole le remitiera una imagen que representara la Inmaculada Concepción de María.

     El amigo no tardó en complacerlo, y en vez de una imagen, le envió dos: la solicitada y otra de la Virgen con el Niño Jesús en los brazos.

     Colocadas en sendos cajoncitos, llegaron a Buenos Aires por el mes de mayo de 1630, y días después, en una carreta que integraba una caravana, salían rumbo a su destino: Sumampa. 



   

  Al finalizar el primer día, los carreteros acamparon en el hoy llamado “Paso Morales”, sobre el río de las Conchas. Al caer la tarde del día siguiente, llegaron a orillas del río Luján, y se instalaron en un paraje llamado la estancia de Rosendo.

     Al siguiente día, al disponerse a reanudar la marcha y cruzar el río Luján, la carreta que conducía las imágenes no pudo adelantar un palmo; estaba como clavada en tierra.

     Se uncieron otras yuntas de bueyes, se descargó la mercadería, se recurrió a la picana... pero todo fue en vano. Los bueyes parecían paralizados.

     Alguien descubrió en el fondo de la carreta los dos cajoncitos. El carretero explicó que contenían dos pequeñas imágenes de la Virgen.

     Quizás en ese momento presintieron que estaba ocurriendo algo sobrenatural. Retiraron uno de los cajoncitos, pero la carreta no se movió. Subieron este cajoncito y bajaron el otro. Al instante, los bueyes hicieron adelantar la carreta sin la mayor dificultad. Repitieron la maniobra con el mismo resultado.

     Abierto el cajoncito misterioso, contemplaron una hermosa imagen de María Inmaculada.
   





     Los viajeros, embargados de emoción, interpretaron el prodigio como una manifestación de la Virgen que deseaba quedarse en aquel sitio, y la condujeron a la vivienda más cercana: la casa de la familia de don Rosendo (a cinco leguas aproximadamente de la actual ciudad de Luján).

     La familia recibió con emoción la imagen del prodigio, y la instalaron en el mejor aposento de la casa.

     Pronto se enteraron del milagroso suceso todos los moradores de las estancias vecinas y hasta de Buenos Aires, y muchos acudieron a venerar la portentosa imagen de la Madre de Dios.

     Como el número de devotos aumentara cada día, don Rosendo construyó cerca de su casa una pequeña ermita, entre cortaderas y pajonales de la pampa. Tal fue el primer santuario de la Virgen de Luján, donde permaneció desde 1630 hasta 1674.
  



  

   La Madre de Dios, la Gran Colonizadora, había sentado sus reales en la pampa.

     Más de 40 años estuvo en la estancia de Rosendo la “Virgencita Estanciera”, la “Virgencita Estanciera”, la “Patroncita Morena”, asentando los fundamentos de la Patria grande, teniendo como fiel servidor a un negro, llamado Manuel.

     Desde joven había sido traído de África y vendido como esclavo en el Brasil. Tenía 20 años cuando llegó al Río de la Plata, en el navío que trajo las santas imágenes, y fue testigo de la milagrosa detención de la carreta en la estancia de Rosendo.

     Seguramente, desde ese mismo instante, su alma pura y sencilla quedó prendada de la celestial Señora.

     No se sabe a ciencia cierta quién era su dueño (algunos afirman que era el carretero que conducía las sagradas imágenes), pero está comprobado que quedó en casa de don Rosendo para consagrarse al servicio de la imagen, y en ello se ocupó toda su vida.




    

El negro Manuel atendía la limpieza de la ermita y el ornato de “su dueña y Señora”. Cuenta la tradición que hacía curas prodigiosas con el sebo de las velas que ardían junto a la imagen. También dirigía los rezos, y no se cansaba de repetir las hazañas de su Señora que, según él, tenía mucho poder para llevar consuelo y aliento a los gauchos atribulados que vivían en esa zona.

     Pasan los años, y al fallecer don Rosendo, su estancia, donde estaba la ermita de la Virgen, quedó prácticamente abandonada. Pero el fiel Manuel no se amilanó y siguió prestando sus servicios a su Señora.

     No obstante, como el paraje se fue despoblando, los peregrinos que concurrían a la ermita sufrían muchos inconvenientes por falta de comodidades.


     En este momento de la historia de la Virgen de Luján, aparece una figura clave: doña Ana Mattos, viuda de Siqueyras. Esta dama poseía una gran extensión de tierra a orillas del río Luján, y a quinientos metros de la orilla, había levantado su casa a manera de fortín, para protegerse del ataque de los indios.

     Concibió el proyecto de trasladar la imagen de la Virgen a su casa, para que estuviera mejor protegida y en lugar más accesible a los peregrinos.

     Llegó a un acuerdo con Juan de Oramas, administrador de los bienes de don Rosendo, y llevó la santa imagen a su casa, con la promesa de edificarle a la brevedad una capilla.

     Esto ocurría por el año 1674. La imagen quedó instalada en el mejor aposento de la casa, que servía de oratorio.

     Pero al día siguiente de su traslado, la imagen de la Virgen desapareció y fue encontrada en la primitiva ermita. Volvió por ella doña Ana Mattos y la llevó a su casa. Y por segunda vez desapareció misteriosamente para retornar a la ermita.

     Muy desconsolada quedó doña Ana y temiendo contrariar a la Virgen, consultó sobre lo acontecido a las autoridades eclesiásticas y civiles.

     Estas se trasladaron al lugar del hecho, y examinando detenidamente todos los sucesos, resolvieron un tercer traslado de la imagen, desde la ermita de Rosendo a la estancia del río Luján.

     En devota procesión, encabezada por las autoridades, cubrieron, en dos días de marcha, las cinco leguas que median entre los dos puntos.

     En este traslado quisieron que el negro Manuel acompañara a la sagrada imagen, providencia que habían olvidado las dos veces anteriores.

     La Virgen no volvió más a la estancia de Rosendo.

     A raíz de esta intervención, la Autoridad Eclesiástica tomó conocimiento de la devoción a la Virgen en ese lugar, y después de confirmar la veracidad de todo lo sucedido, autorizó oficialmente el culto público a la “Pura y Limpia Concepción del Río Lujan”.

     Autorizada por la Autoridad Eclesiástica la devoción popular a la milagrosa imagen, la afluencia de peregrinos fue incrementándose, y eran frecuentes las celebraciones presididas por sacerdotes. El santuario de la casa de doña Ana iba resultando inapropiado para el culto de la Virgen.

     En 1677 doña Ana Mattos hizo donación del terreno sobre el que debía alzarse el nuevo templo, que es el mismo donde actualmente se alza la Basílica Nacional, y se empezó la edificación.

     En 1684 llegó a Luján el virtuoso clérigo Don Pedro de Montalbo, atacado de tisis y completamente desahuciado. Impulsado por su devoción a la Santísima Virgen, había realizado el penoso viaje para pedir a la Virgen de Luján la gracia de su curación.

     Casi moribundo fue llevado a la capilla. El negro Manuel le ungió el pecho con el sebo de la lámpara que ardía en el altar, y le dio a beber una infusión con algunos abrojos de los que solía desprender del vestido de la Virgen.

     Sanó milagrosamente don Pedro de Montalbo, y agradecido, se quedó como primer capellán, dedicado por completo al culto de la Virgen.

     Dio gran impulso a las obras del templo, el cual se concluyó en 1685, y el 8 de diciembre del mismo año procedió al traslado de la milagrosa imagen, en solemne procesión.

     Al morir don Pedro de Montalbo dejó a la Virgen de Luján por única heredera de sus bienes.

     También el negro Manuel, fiel hasta su último suspiro, dejó al morir cuanto había reunido de limosnas y donaciones para mantener el culto de la Virgen, a quien consagrara toda su vida.

     Por su parte, doña Ana de Mattos le hizo donación de una estancia que poseía en la otra banda del río, y además algunos terrenos para el desarrollo de un pueblo.

     Los devotos de la Virgen y algunos de los trabajadores ocupados en las obras del templo comenzaron a edificar sus casas alrededor del santuario, y así surgió una pequeña aldea que se llamó Pueblo de Nuestra Señora de Luján. En 1755 se le otorgó el título de Villa.

     El gran factor de la fundación de Luján fue, pues, la devoción a la Santísima Virgen.

     Entre las iglesias y capillas diseminadas por la campaña bonaerense en la primera mitad del siglo XVIII, la más importante y famosa era la del río Luján.

     Los milagros obrados por la Virgen iban multiplicándose, al par que acrecía la devoción de los fíeles hacia Ella.

     El 23 de octubre de 1730, Luján es erigida en Parroquia.

     El cura párroco don José de Andújar concibió el proyecto de levantar un templo más amplio y magnífico, y el obispo Fray Juan de Arregui, haciendo suya la idea, proyectó uno de extraordinarias dimensiones, cuyas obras se iniciaron en 1731.

     Por graves peripecias pasó la obra, hasta que acabó por desplomarse la parte construida.

     Dios suscitó entonces a un hombre providencial: don Juan de Lezica y Torrezuri, nacido en Vizcaya (España).

     Habiendo sido curado milagrosamente por la Virgen de Luján de una grave dolencia, se consagró a promover el culto y devoción a su celestial Bienhechora.
  
     Se le confió la obra del nuevo templo de Luján, y a ella se entregó de inmediato y con ejemplar dedicación.

     A fines de agosto de 1754 se iniciaron las construcciones. De esa época refieren un hecho providencial. Cuando faltó arena, la hallaron casualmente en un sitio donde jamás hubieran sospechado que existiera: en una vizcachera.

     En 1763 se terminaron felizmente las obras del templo, y los cabildantes de Luján eligieron y juraron a Nuestra Señora por celestial Reina y Patrona.

     El 8 de diciembre del mismo año se efectuó la traslación de la milagrosa imagen al nuevo templo, acto que revistió gran solemnidad.

     La imagen de la Virgen de Luján es de pequeña talla (38 centímetros). Por su aspecto general, pudiera compararse con las “Inmaculadas de Murillo”. Está modelada con arcilla cocida (terracota), material que tiende a desintegrarse con el tiempo.

     Su rostro es ovalado; la frente espaciosa; los ojos grandes, claros y azules; la nariz algo aguileña; la boca pequeña y las mejillas sonrosadas. El color del rostro es un tanto moreno. Tiene las manos juntas y arrimadas al pecho, en actitud de quien ora humildemente.
   


     
                                                     IMAGEN ORIGINAL


     Su vestimenta se compone de un manto azul, salpicado de estrellas blancas, de una túnica encamada.

     Los pies de la Santa imagen descansan sobre unas nubes, desde las cuales emerge una media luna y cuatro cabecitas de querubes, con sus pequeñas alas desplegadas.

     Desde un principio, y de acuerdo a la usanza de la época, se la cubrió con vestiduras superpuestas, predominando las que ostenta en la actualidad: túnica blanca y manto azul-celeste. 






     El Padre Salvaire hizo recubrir esta imagen con una coraza de plata para impedir su disgregación. Antes de realizar esta operación, se sacaron moldes que permitieron su reproducción auténtica.

     En 1887, el Padre Salvaire colocó la imagen sobre una base de bronce, le adosó la rayera gótica con la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa", y una aureola de doce estrellas. Así ornamentada, fue coronada con la corona Imperial bendecida por León XIII.

     Para la confección de dicha corona, hubo donaciones de oro y piedras preciosas. Fue ejecutada por hábiles artífices de París, y salió el trabajo tan perfecto, que al tenerla el Papa en sus manos para bendecirla, exclamó: ¡Cuán bella es!

     Nuestra Señora de Luján protegió a su Villa y jurisdicción en múltiples ocasiones contra la invasión de los indios, y le dispensó especial amparo en épocas de epidemias y de sequía.

     En la gran epidemia de 1778 la población de Luján se vio libre enteramente.

     En ese mismo año operó también la Virgen de Luján un gran milagro. Después de tres años de espantosa sequía, hizo llover copiosamente el mismo día en que se sacó en procesión su sagrada imagen.

     AI producirse en 1780 el levantamiento general de indígenas, la villa de Luján se hallaba desguarnecida; pero la Soberana Señora la defendió, valiéndose de una niebla tan densa que no dejaba conocer a los atacantes el lugar por donde andaban.

     EI coronel Domingo French eligió a la Santísima Virgen de Luján como Patrona de su Regimiento.

     El Regimiento N- 3 de infantería, comandado por French, aprobó la elección de su jefe, y reconoció a la Virgen de Luján por su Capitana.

     El 25 de septiembre de 1812, hallándose en Luján de paso para las provincias del norte, fue reconocido oficialmente dicho Patronazgo. Después de una misa solemne celebrada en el Santuario, se juraron las banderas en la plaza.

     El Regimiento N9 3, apellidado Regimiento de la Virgen de Luján, tuvo destacada actuación en las provincias del norte y en el sitio de Montevideo.

     El santuario construido por don Juan de Lezica y Torrezuri fue durante el siglo XIX el más importante de toda la provincia de Buenos Aires.

     En 1872, el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Federico Aneiros, confió su custodia a los sacerdotes de la Congregación de la Misión, más conocidos por Padres Lazaristas o Vicentinos.

     El primer Cura Párroco Vicentino fue el P. Ensebio Fréret. La labor de los Vicentinos fue muy fructífera, y se tradujo en notables mejoras espirituales y materiales.

     En aquel entonces, era Teniente Cura el P Jorge María Salvaire. Durante una misión en las Salinas Grandes, en peligro de morir alanceado por los indios, el P. Salvaire invocó a la Virgen de Luján y fue salvado milagrosamente por Ella.

     “Publicaré tus milagros... engrandeceré tu Iglesia. Tal fue el voto del P. Salvaire a la “Virgencita Gaucha”, como él la llamaba.

     En cumplimiento de este voto, publicó en 1885 la “Historia de Nuestra Señora de Luján”, en dos grandes volúmenes. Esta magnífica obra, fruto de sus exhaustivas investigaciones, reúne los fundamentos históricos de la tradicional devoción a la Virgen de Luján.

     Nombrado Cura Párroco en 1889, el P. Salvaire dedicó todos sus esfuerzos para concretar el proyecto de la gran Basílica. Con el apoyo de Monseñor Federico Aneiros, y la colaboración de sus compañeros de Congregación, inicia la construcción de la actual Basílica Nacional.






     Al fallecer el P. Salvaire en 1899, tuvo su continuador en el Padre Vicente María Dávani, quien asumió la dirección de los trabajos con fervoroso empeño. A su muerte, en 1922, el Santuario estaba terminado en su estructura fundamental.

  



     El santuario es de estilo gótico ojival del siglo XIII. Sus dimensiones son: longitud, 104 metros; anchura en el crucero, 68,50 m; anchura en el frente, 42 m; altura de las dos torres mayores, 106 m.

     El 8 de diciembre de 1930, el Papa Pío XI otorgó oficialmente el título de Basílica al Santuario de Luján.




     La Basílica de Nuestra Señora de Luján bien puede compararse, por su magnificencia y sus formas arquitectónicas, a los más afamados santuarios medievales de Europa. Es el fruto de la suma de esfuerzos y sacrificios de un pueblo que, encendido de amor mariano, quiso levantar un trono digno a su Reina y Madre.

     En ocasión del 1er. Congreso Mariano Nacional del año 1947, en su radiomensaje a nuestro país, el Papa Pío XII recordó su visita a Luján con estas palabras:

     ...“Al entrar en aquella Basílica, cuyas torres como dos gritos de júbilo suben hasta el cielo, nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino. Porque el pueblo argentino, como todos los pueblos cristianos, sabe que el culto a la Madre de Dios, por ella misma profetizado, es un elemento fundamental en la vida cristiana”.

     El Padre Salvaire fue también el promotor de la coronación de la imagen de la Virgen de Luján.

     En 1886, él presentó al Papa León XIII la petición del Episcopado y de los fieles del Río de la Plata; el Pontífice accedió gustoso y bendijo la corona.

      A solicitud del P. Salvaire, concedió también Oficio y Misa propios para su festividad, que quedó establecida en el sábado anterior al IV domingo después de Pascua, y más tarde al 8 de mayo como fecha definitiva.

     La solemne Coronación tuvo lugar el 8 de mayo de 1887, y cupo tal honor a Monseñor Federico Aneiros, arzobispo de Buenos Aires, en presencia de más de 40.000 personas. Fue una imponente manifestación de fe religiosa.

     La imagen de la Virgen de Luján es la primera de América a la que se ha concedido los honores de la Corona Pontificia.

     Ante la maravillosa imagen de Nuestra Señora de Luján se han arrodillado dos ilustres personajes que, a su tiempo, fueron promovidos a la dignidad del Sumo Pontificado.

     El sábado 17 de enero de 1824 llegó a Luján Monseñor Juan Muzzi, Nuncio Apostólico, de paso para Chile. Uno de los que lo acompañaban, en calidad de Secretario, era el canónigo Juan Mastai Ferretti, quien más tarde ocuparía la Silla Apostólica con el nombre de Pío IX.

     Al día siguiente, el que años después proclamaría dogma de fe el privilegio de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, celebró la Misa ante la imagen de la Pura y Limpia Concepción del río Luján. De ella conservó siempre gratísimo recuerdo, y a su santuario otorgó insignes privilegios.

     El 15 de octubre de 1934, el entonces Cardenal Eugenio Pacelli, Legado Pontificio de Pío XI al 32° Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires, visitó el santuario de Luján, para agradecer a la Pura y Limpia Concepción del Río Luján el triunfo sin precedentes del Congreso Eucarístico.

     Años más tarde, en 1950, y ya Sumo Pontífice con el nombre de Pío XII, proclamó como dogma de fe el privilegio de la Asunción de María Santísima a los cielos en cuerpo y alma.

¡No deja de ser esto significativo!

     En 1930, en ocasión de celebrarse el tercer centenario de la detención prodigiosa de la carreta en Luján, las autoridades eclesiásticas de Argentina, Paraguay y Uruguay, acordaron solicitar a S.S. el Papa Pío XI la confirmación oficial del Patronazgo de la Virgen de Luján sobre esas tres repúblicas hermanas.

     El domingo 5 de octubre de 1930, reunidos en el Santuario de la Virgen de Luján, los Jerarcas de la Iglesia de Argentina, Paraguay y Uruguay juraron oficialmente el Patronazgo de la Virgen de Luján.

     A solicitud del señor obispo de Mercedes, Monseñor Anunciado Serafini, el Superior Gobierno de la Nación, por decreto del 18 de mayo de 1944, declaró a la Virgen de Luján Patrona de las Rutas Nacionales.

     La resolución gubernativa se funda en que los caminantes y troperos de antaño, expuestos a tantos peligros, invocaban el amparo de la Santísima Virgen antes de ponerse en marcha, e idéntica era la actitud de los ejércitos libertadores al iniciar sus campañas.

     La Virgen de Luján se puede decir que nació en un camino; por lo tanto, le corresponde más que a ninguna otra el Patronazgo de nuestras Rutas Nacionales.

     A esto hay que agregar que el primer puente que se tendió en nuestro país fue sobre el río Luján.

     El 19 de mayo de 1979, el Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina, Cardenal Juan Carlos Aramburu, presidió el acto de entronización de la imagen de la Santísima Virgen como Patrona de los ferrocarriles argentinos, en el hall central de la estación Retiro, en la Capital Federal.


ORACIÓN


A Nuestra Señora de Luján
Reina y Madre de los Argentinos


¡Oh Inmaculada Virgen María! Que habéis querido ser venerada por los fieles bajo el título de Nuestra Señora de Luján, manifestando en la imagen que os está dedicada en aquel pueblo, vuestro poder, vuestro amor y vuestra gloria; tened compasión de nosotros y libradnos de tantos males como nos rodean.

Haced que reine en las familias el espíritu religioso de nuestros mayores; conservad a la mujer cristiana en la práctica santa de la religión; preservad a la niñez y a la juventud de los peligros del vicio; iluminad a los que gobiernan.

Apartad de nosotros toda peste; fecundad con lluvias oportunas nuestros campos; bendecid sus frutos, haciéndolos saludables.

Convertid, Virgen piadosísima, a los pecadores, y a quienes son víctimas de algún vicio.

Escuchad ¡oh Madre de clemencia!, el clamor que de toda la República llega hasta vuestro glorioso santuario, y colmadnos a todos de vuestras maternales bendiciones.

Amén.

  




     En 1796, el naturalista Félix de Azara declaraba: “La imagen de la Virgen de Luján se considera milagrosa, y por eso le hacen visitas y ofrendas los peregrinantes de Buenos Aires, Santa Fe y Tucumán”.

     El 3 de diciembre de 1871 se realizó la Primera Peregrinación General al Santuario de Luján. Uno de los motivos, era agradecer a Dios el cese de la fiebre amarilla, que tantas vidas segó.

     Desde entonces hasta nuestros días se han sucedido millares de peregrinaciones. A partir de 1975 es notable la participación en la peregrinación juvenil a pie, desde la Capital y ciudades vecinas, hasta Luján.

     Entre las figuras ilustres que han visitado el santuario de la Virgen de Luján, debemos destacar la presencia del Papa Juan Pablo II, quien viajó expresamente a la Argentina para rezar ante la Virgen y pedirle por el pueblo argentino y por la paz, en los días tristes y preocupantes de la guerra por la recuperación de las Islas Malvinas.

Esa visita de comprensión y de aliento paternal, tuvo lugar el 11 de junio de 1982.
                                  

“MARÍA
REINA Y MADRE
DE LOS ARGENTINOS”



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