Fiesta de la Candelaria
Esta fiesta se nos presenta como el puente
entre el misterio de Navidad y el de Pascua: María tiene
todavía al Niño en sus brazos, pero lo lleva al templo para ofrecerlo.
A los cuarenta días del nacimiento de Jesús,
María se dirigió a Jerusalén para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley
mosaica. Es una fiesta del Señor y, a su vez, una fiesta de María, una de las
fiestas marianas de mayor antigüedad en la liturgia, que completa el contenido simbólico del tiempo de Navidad.
Con las alegrías de nochebuena, “la luz brillo
en las tinieblas”, con el
esplendor de Epifanía, “la luz envolvió a Jerusalén”, es decir, a la Iglesia; con la liturgia de hoy,
en la procesión que recuerda el viaje de María a Jerusalén, la luz arde ya en
nuestras manos y, como cantamos en el Introito, “hemos recibido tu misericordia, en medio
de tu templo”, pues el cirio
que recibimos de manos del sacerdote es un símbolo de Cristo, “luz para iluminar a las gentes”, como decimos con
palabras del viejo Simeón.
“La cera —dice
San Anselmo— significa la carne virginal del Divino Infante; el
pabilo, su alma; la llama, su divinidad”.
La purificación a la cual se sometió la Santísima Virgen por
un acto de sublime humildad, sin estar obligada, pasa en el oficio y en la Misa
a segundo plano.
Lo que todo celebramos en este día es LA PRESENTACIÓN
DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO.
MISAL
DIARIO
Católico
Apostólico Romano-1962.
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