Jueves, 11 de febrero 1858
Once de
febrero de 1858, Lourdes y sus contornos estaban
soñolientos bajo un cielo gris y triste. Un frío intenso, punzante entraba por
las fisuras de la ventana de la celda.
En un rincón de ella, Francisco Soubirous yacía en cama enfermo; la lumbre se había
apagado, no había leña, Bernardita y
su hermana María Antonieta
decidieron ir a recogerla a orillas del río, o en la propiedad comunal.
Demasiado mal tiempo, observó la mamá, para
ti Bernardita que tienes tos, podrías enfermarte. Oh! yo salía en Bartrés aún con tiempo así, responde dulcemente la
niña. En ese momento entra una jovencita de 15
años, llamada Juana Abadie, cuando
oyó de qué se trataba.
-Oh! yo voy también
grito saltando de alegría, y golpeando las manos. Enseguida estuvo de vuelta, diciendo que sus
padres le habían dado permiso para ir al bosque. Las chicas tanto suplicaron y
rogaron que la madre al fin consintió, con la condición de que Bernardita se cubriera con su capuchón
de lana blanca.
El tiempo se mantenía gris, caía una
llovizna fina que helaba.
Las tres chicas estaban demasiado ocupadas,
en buscar ramas secas y huesos, para advertir la garúa y el frío. Ya habían
pasado la calle que corre a lo largo del cementerio y donde generalmente encontrábase
leña. Continuaron, descendieron por la costa que conduce al Ponte Vecchio sobre el Gave y haciendo alto quisieron convenir
hacia donde irían, si hacia el curso superior del río o siguiendo la corriente.
Brincando, bien pronto llegaron a la bajada que
hoy conduce a la Basílica, atravesaron el canal
de Savy por un puente de madera que no estaba lejos del molino del mismo
nombre y entraron en el prado. De
repente, la primogénita de Soubirous se detuvo, un escrúpulo la asaltaba: ¿si la tomaban por ladrona? Y pronto le ocurre una
idea infantil. ¿Oigan si fuéramos a ver dónde termina el canal?...
Dicho y hecho: se encaminaron por la orilla del arroyo. Aquí el prado iba poco
a poco estrechándose y venía a terminar casi en punta: después las chicas no
pudieron avanzar más. Se encuentran sobre un banco de arena y piedra el lugar
donde el canal se echa en el Gave.
Allí a su frente, al pie de una roca quebrada y casi a pico se abría una
cavidad poco profunda entre los arbustos y la hiedra que aparecía como media
cúpula irregular y sobre ella, a, la derecha, mía, entrada formaba un camino
inclinado que llevaba a una abertura ojival por la que penetraba la luz.
Las
chicas miraron con curiosidad. ¡Qué suerte! en
la, gruta, había ramas secas que el Javo, había dejado en. la, última creciente
y también había huesos; además estando en reparación el molino de Savy, las compuertas del canal estaban cerradas y no
dejaban pasar más que un hilito de agua; podrían atravesarlo sin dificultad.
Juana
y María Antonieta no pensaron mucho, como no tenían medias entraron en la
escasa corriente con los zuecos en la mano. ¡Qué fría está el agua! Gritaron.
Allí el agua era más profunda de lo que parecía y subieron más el vestido para
no mojarlo. Bernardita, escandalizada,
gritó a la hermana.
— ¡Qué haces María!, deja
más bien que se te moje la pollera.
La hermana obedeció y con la compañera
entraron en la gruta donde se acurrucaron para calentarse los pies.
Bernardita
indecisa no sabía que hacer; temía, que el agua fría la enfermara. Llamó a su hermana y a Juana para que
la ayudaran a tirar piedras en el canal de modo de poder pasarlo sin mojarse
los pies.
—Has como nosotros, le respondieron las dos.
Pero María Antonieta tuvo compasión
de su hermana tan delicada por su mal y se ofreció para llevarla cargada. No, gracias, dice
Bernardita, eres muy chica y caeremos las dos al agua... pero si Juana
quisiera... Esta era más alta y más robusta, pero
aun ofendida por lo de las polleras le dijo: —No eres más que una llorona y una cargosa.
Si no quieres pasar, quédate.
—Hola!
Responde Bernardita seriamente, si quieres pelear anda a otra parte y no aquí…
— ¿Y porque no aquí como en cualquier parte?
—Vamos estas muy mal y
harías mejor en rogar al buen Dios.
Juana de despecho, como confesó más
tarde, recoge los huesos y las ramas y arrastra consigo a María Antonieta a lo largo de la orilla del Gave. Ya están lejos…
Cansada de esperar, Bernardita, probó de tirar grandes piedras en el canal, pero el
agua muy profunda, pasaba sobre ellas.
Fué a mirar más lejos, si la corriente se
estrechaba. En vano, retornó a la gruta decidida a pasar también ella, el
arroyo descalza. Era mediodía.
Pero dejemos aquí la pluma a la misma Bernardita: en sus apuntes íntimos, una
sencillez deliciosa y natural brilla sobre cada palabra como la gota de rocío
sobre la hoja de la hierba.
“Me había sacado solo una media, cuando oí un rumor como una
ráfaga de viento. Miré hacia el prado y noté que las hojas de los árboles, no
estaban agitadas. Continué descalzándome y de nuevo el mismo rumor, levanté la
cabeza hacia la gruta y vi una Señora vestida de blanco. Ante esa visión me
sobresalté y creyendo soñar me froté los ojos. Pero yo veía siempre a la
Señora. Entonces saque del bolsillo el Rosario e intente hacer la señal de la
cruz; pero mi mano no pudo llegar hasta la frente. Aumentaba mi sorpresa y
temor. La Señora tomó el rosario que tenía en las manos e hizo la señal de la
Cruz. Traté de hacer lo mismo y esta vez lo conseguí. Sentí enseguida desvanecer
esa turbación que me había invadido, me arrodillé y recé el Rosario frente a la
Señora bella. Cuando hube terminado, me hizo señal que me aproximara, pero yo
no osé y Ella desapareció”.
A
sus amigos Estrade, ella dijo muchas veces: “Mirando hacia la gruta yo vi en una abertura de la roca, que un
rosal silvestre, uno solo, se agitaba, como sacudido por un gran viento. Casi
al mismo tiempo salió del interior una nubecita dorada y poco después apareció
una Señora joven y bella, de una belleza como yo jamás vi igual. Se detuvo en
la abertura, sobre el rosal, me miro, me sonrió, me hizo señal que me acercara
como si, como si hubiera sido mi madre. La Señora estaba allí sonriéndome y
haciéndome entender que yo no me engañaba. Me dejó rezar sola mientras los
dedos hacían pasar una por una, las cuentas del rosario y sus labios quedaban
unidos; solo al fin de cada decena su voz se unía a la mía para decir: “Gloria Patri et filio et Espiritui Sancto”.
No era pues un fantasma vaporoso e indefinido lo que Bernardita veía: era un ser
viviente que cambiaba de posición, se inclinaba, saludaba y hacía la señal de
la Cruz. Era una señorita, es decir una señora muy joven era una “Madam” o una “Madamisela”, no más
grande que yo, decía Bernardita, la que como sabemos era, baja para su edad.
Usaba un vestido blanco, largo hasta los pies, de los que solo dejaba, ver las
puntas; tenía, en el cuello una cinta blanca que caía hasta el pecho. Su cabeza
cubierta por un velo blanco que cubría también espalda y brazos y llegaba al
ruedo del vestido. Sobre cada pie una rosa amarilla refulgente como el oro,
parecían pegadas al ruedo. El cinturón azul largo como tres veces mi mano, que
después del nudo caía hasta debajo la rodilla. La cadena del rosario amarillas como
las rosas, las cuentas blancas grandes y muy distanciadas. La “muchacha era muy jovencita, viva, circundada de luz”.
Desaparecida la visión, la chica se halló de
rodillas sobre las piedras, vecinas al lugar donde moría el arroyuelo. Miro aun
pero el encanto había desaparecido,
vacía la ojiva y la roca fría y muda. Fué presa de una gran tristeza, hubiera
querido seguir viendo y quedarse allí para siempre. Juana y María Antonia estaban de vuelta, cada una con un hacecillo
de leña.
Mira —dice María— Bernarda reza.
Oh, loca —dice Juana— que linda idea, venir hasta aquí a rezar.
¿No basta rezar en la iglesia? Dejémosla esta no sabe hacer otra cosa más que
rezar. Diciendo así la hermana le
tira dos piedritas. Bernarda no se
mueve, sus ojos están dirigidos al nicho.
María
Antonia grita entonces—Bernarda está muerta!
Pero no, no está muerta, si lo estuviera
habría caído al suelo dice
Juana.
Bernardita
al final se levantó
—
¡Oh animal! —grito la hermana ir a rezar sobre las piedras. Santurrona e inútil — añade Juana.
¿Quieres o
no venir con nosotras?
—Las oraciones— responde
dulcemente la pastorcita, —están bien donde se hagan.
Sin prestar atención a lo que hubiera
podido añadir, Juana y María Antonieta para
sacarse el frío, se pusieron a correr y saltar frente de la gruta; Bernardita se sacó la otra media y entro en
el arroyo.
— ¡Que mentirosas —exclamo
porque gritaron si el
agua del canal no estaba fría como me dijeron, está caliente como la de lavar
los platos.
—Bueno esta —responde María Antonieta
— ¿no viste que nuestros pies estaban hinchados y
amoratados? Y las dos, Juana y María Antonieta se agachan para tocar los
pies de Bernardita. Estaban calientes.
—Bien afortunada de sentir caliente esa
agua, nosotros la hemos encontrado muy diferente.
Bernardita
se calzó y hechos tres hacecillos de ramas recogido tomo el suyo y
comenzaron la vuelta.
Subieron la, ruda, pendiente de Massabielle y encontraron el sendero del bosque.
En el camino —dice—
pregunté a mis compañeras
si habían visto algo.
“No” —responden — ¿Y tú?
—Oh! no si Vds. no
vieron nada, yo tampoco.
“Yo quería estar callada
y no contar nada, pero ellas insistieron tanto que me decidí a contarles con la
condición de no decir a nadie.
Me prometieron guardar
el secreto; pero en cuanto llegaron a la casa se apuraron a revelar todo.”
Aquí
termina la narración de la primera aparición tal como la describió más tarde
Bernardita.
Por María
Antonia sabemos lo que ocurre la tarde de ese día.
“Llegadas a casa tiramos
los haces junto a la ventana y después de haber comido, mi madre me llamó cerca
de la ventana para peinarme.
Me quemaba la lengua, hubiera
querido detallar todo enseguida pero mamá al oírme suspirar una y otra vez y
decir “mah” y después
“¡hum!”
— ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué tienes ?me preguntó.
Entonces todo de un golpe
dije lo que había oído a Bernardita. “¡Ay pobre de mí!” gritó mi madre turbada y pesarosa. ¿Qué diablos me cuentas? y llamó a Bernardita quién repitió la narración. Se enojó mucho y
dijo a Bernardita: “Son tus ojos los que te han engañado! será alguna piedra blanca
que tú habrás visto”.
“No —respondió
Bernardita— Ella tiene un rostro bellísimo”.
—Es
necesario rogar a Dios — agrega mi madre. Puede ser que sea el alma de alguno de nuestros parientes que
está en el purgatorio. Mientras tanto prohibió severamente volver a la
gruta.
Mi padre estaba en cama,
enfermo; se enojó el también y creyendo que hubiera algo grave dijo a
Bernardita: “Lindo! tú
también quieres empezar a hacer tus truhanería”.”
La buena chica se turbó. Por todo el oro del
mundo no hubiera querido disgustar a sus padres, ni desobedecerlos. Esa noche en el momento de la oración,
rompe en sollozos.
— ¿Qué tienes? pregunta
la mamá ansiosa.
— “Nada, siento
necesidad de llorar”.
Cuando se tranquilizó un poco por
delicadeza y escrúpulo de conciencia, quiso que se comenzase de nuevo la
plegaria.
Fué a la cama, pero no pudo conciliar el
sueño.
“Volvía, siempre a mi
memoria la imagen de aquella Señora, tan bella y gentil, y las palabras de mamá
no lograron convencerme que yo me hubiera engañado”.
En tal circunstancia, en un triste día
de invierno, a una chica pobre ignorante, desconocida del vulgo y de los
hombres de ciencia que se le aparece una Señora, en una nube de oro, joven,
bella, sobre todo bella y gentil más que ninguna otra cosa en el mundo.
“SANTA
BERNARDITA SOUBIROUS”
HIJAS DE SAN
PABLO-1940.
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