martes, 24 de abril de 2018

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN INMACULADO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS.





   La devoción al Corazón Inmaculado de María no apareció súbitamente en Fátima en 1917. El mensaje de Fátima es la coronación de una piedad cuyo fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura, que no ha dejado de desarrollarse a lo largo de la historia, y que está en el corazón de la espiritualidad católica. Esto es lo que mostrarán las líneas que siguen.

Fundamentos en la sagrada escritura

   La palabra “corazón”, que se encuentra cerca de un millar de veces en la Biblia, tiene en hebreo un sentido mucho más vasto que en francés. No significa solamente ese músculo que es un órgano vital de nuestro cuerpo, o incluso nuestra afectividad, sino que designa también nuestra inteligencia con sus facultades (memoria, razonamiento, decisiones), y, de manera más general, el alma humana en todas sus potencias.

   Veamos en primer lugar los anuncios o figuras del corazón de Nuestra Señora en el Antiguo Testamento, tales como el Espíritu Santo los hizo discernir a los Padres de la Iglesia y a los escritores eclesiásticos, y tales como San Juan Eudes los menciona en su obra sobre el Corazón de María.

   En el Antiguo Testamento Se puede citar el salmo 44, que la Iglesia hace recitar a los sacerdotes y religiosos en los maitines del miércoles. Ese salmo, que significa ante todo las bodas místicas de Israel con su Dios, ha sido aplicado por la Tradición a la santa Iglesia y también a la santa Virgen María:

    — el Rey (Nuestro Señor) está prendado de su belleza: concupiscet Rex decorem tuum (v. 12);
    — toda su gloria está en el interior, en su alma: omnis gloria ejus ab intus (v.13);
    — los pueblos la alabarán eternamente: populi confitebuntur tibi in aeternum (v. 18);

   Destaquemos también estas palabras del Eclesiástico (24, 24) introducidas en la liturgia: Ego Mater pulchrae dillectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei (Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la sabiduría y de la santa esperanza).

   Y no hay que olvidar el Cantar de los cantares, que san Juan Eudes llama “El libro del corazón virginal y de los celestes amores de la Madre del amor hermoso. Es un libro enteramente lleno de divinas sentencias que nos anuncian que ese corazón incomparable está completamente abrasado de amor hacia Dios y completamente lleno de caridad hacia nosotros”. El santo comenta nueve de sus sentencias, aplicándolas a la Virgen María.





En el Nuevo Testamento

   Las primeras menciones explícitas del Corazón de María se encuentran en el Evangelio de san Lucas:

   — una primera vez después del pasaje de la adoración de los pastores: “María autem conservabat omnia verba haec, conferens in corde suo”: María conservaba todas estas cosas –o todos estos recuerdos- meditándolas en su corazón (Lc 2, 19);
   — una segunda vez después del hallazgo de Jesús en el Templo: “Mater ejus conservabat omnia verba haec in corde suo”: Su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51).

   El padre Marc Trémeau O.P., en Le mystère du rosaire, hace interesantes observaciones a propósito de estos dos versículos. Advierte ante todo que verba viene del hebreo dabar, que significa a la vez “palabra” y “cosa”: la santa Virgen no se acuerda solamente de lo que ha escuchado, sino también de todos los hechos de los que ha sido testigo. La palabra conferens, si se recurre a los verbos hebreos HGH y SYH que son el substrato semítico, es de muy rica significación: quiere decir a la vez murmurar, repetir, rememorar, meditar, interesarse, reflexionar. El abate Fillion dice acertadamente a este respecto: “Admirable reflexión, que nos lleva a leer en lo más íntimo del corazón de María. Ella comparaba lo que veía y escuchaba con las anteriores revelaciones que había recibido, y adoraba las maravillas del plan divino”. Esos dos versículos de san Lucas, por tanto, ya nos introducen profundamente en el Corazón de María.

   El corazón significa, en el lenguaje bíblico, el alma humana en todas sus facultades. Cada vez que el texto sagrado habla del alma de María, lo que dice puede ser en consecuencia aplicado a su corazón. Para conocer mejor el corazón de María, cabe entonces señalar todas las menciones de su alma en la Sagrada Escritura.

   Mencionemos, siempre en San Lucas:

   — la palabra del ángel en la Anunciación: “Ave gratia plena, Dominus tecum”: Salve llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1, 18). Aquí se ve la plenitud de gracia de la Virgen María. Es su Corazón Inmaculado.
   — la respuesta de Nuestra Señora: “Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? (…) Ecce ancilla domini, fiat mihi secundum verbum tuum”: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? (…) Yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1, 34-38). Aquí tenemos la virginidad del Corazón de María y la plena sumisión de la Madre de Dios a la voluntad de su creador.
   — el episodio de la Visitación: “Abiit in montana cum festinatione. (…) Ecce enim ut factaest vox salutationis tuae in auribus meis, exsultavit in Gaudio infans in utero meo”: Ella (Nuestra Señora) partió apresuradamente hacia la montaña. (...) Pues desde el mismo instante en que tu saludo sonó en mis oídos, el hijo saltó de gozo en mi seno (Lc 1, 39-44). Aquí está la caridad del Corazón de María y su mediación.
   — el Magnificat (LC 1, 46-55), que es, según la expresión de San Juan Eudes, el “cántico del Corazón de la Santísima Virgen”, nos revela su profunda humildad.
   — las palabras del anciano Simeón cuando la presentación del Niño Jesús en el Templo: “Et tuam ipsius animam doloris gladius pertransibit”: Una espada de dolor traspasará tu alma (Lc 2, 35). Es el Corazón Doloroso de la Corredentora.


   Se puede decir que los dos primeros capítulos del Evangelio según San Lucas contienen en substancia toda la teología de la devoción al Corazón Inmaculado de María.
   San Juan, al relatar la tercera palabra de Nuestro Señor en la cruz (Ecce Mater tua, he ahí a tu madre, Jn 19, 27), agrega la maternidad espiritual del Corazón de María.


   De lo que acabamos de ver, se puede ya concluir que:

   — el Corazón de María es ante todo el corazón físico, corporal, de la Santísima Virgen, cuya dignidad procede del hecho de estar animado por el alma incomparable de la Santísima Virgen que lo hace latir de amor por Dios y por nosotros;
   — más profundamente, el Corazón de María representa lo que San Juan Eudes llamará su corazón espiritual, es decir, toda la vida interior de Nuestra Señora, y especialmente su vida de unión con la Santa Trinidad y con su divino Hijo. La Santísima Virgen fue la primera en participar del amor del Corazón de Jesús, Ella es el modelo de la perfecta devoción al Sagrado Corazón.



La devoción al Corazón de María en los Padres de la Iglesia

   Estamos obligados a limitarnos. Citaremos a San Agustín, San León Magno, San Juan Damasceno y San Bernardo.


San Agustín

   El texto de San Agustín habitualmente citado a propósito del Corazón de María se encuentra en su tratado de la virginidad, en el capítulo tres:
    “A quien le decía: ‘Bienaventurado el seno que te llevó’, Cristo mismo le respondió: ‘Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican’ (Lc 11, 27-28). A fin de cuentas, a sus hermanos, es decir, a sus prójimos según la carne, que no creyeron en él, ¿de qué les sirvió ese parentesco? Del mismo modo, el vínculo maternal no habría servido de nada a María si ella no hubiera sido más bienaventurada por llevar a Cristo en su corazón que en su carne”.

   San Agustín nos enseña aquí que es sobre todo el Corazón de María el que ha concebido a Nuestro Señor, en la medida en que su alma ha correspondido perfectamente al designio de Dios sobre ella, y así ha permitido al Verbo de Dios encarnarse en su cuerpo. Comentando todavía a San Lucas (1, 45), escribe asimismo:
   “La Virgen María, creyendo, creyó en Él (Nuestro Señor); creyendo, lo concibió. (…) Totalmente llena de fe, ella concibió a Cristo en su espíritu antes de concebirlo en su seno. Yo soy, dijo, la esclava del Señor”.

SAN AGUSTÍN Y LA VIRGEN MARÍA


San León Magno

   El papa San León retoma la misma idea en uno de sus célebres sermones sobre la natividad de Nuestro Señor, apoyándose sobre el mismo pasaje de San Lucas (1,45):

   “De la raza de David es elegida una Virgen de sangre real que, llamada a llevar un retoño sagrado, concebirá en su espíritu antes que en su cuerpo esa divina y humana descendencia”.



San Juan Damasceno

   San Juan Damasceno, por su parte, celebra la pureza del Corazón de María:

   “Tu corazón es de una pureza sin mancha: no vive más que de la contemplación y del amor de Dios”. Además, ve en la hoguera de Babilonia una figura del corazón de Nuestra Señora: “¿No era a ti a quien esa hoguera representaba? Y el fuego ardiente y refrescante del que estaba llena, ¿no es la imagen del amor ardiente con que tu corazón estaba completamente abrasado?”.







San Bernardo


   San Bernardo habló con frecuencia del Corazón de María. Escuchémosle hablando del Corazón Doloroso de Nuestra Señora:

   “¡Oh! Sí, la espada traspasó tu alma, y no es más que atravesándola que llegó al cuerpo de tu Hijo. Habiendo Jesús rendido el último suspiro, su alma no fue alcanzada por la lanza cruel que le abrió el costado: es la tuya la que recibió el golpe. ¡Oh! Podemos decirlo con certeza, tu dolor fue más duro que el martirio, pues la compasión del corazón es más dolorosa que los sufrimientos del cuerpo”.

   Y San Bernardo exalta en una oración la misericordia del Corazón de María:

   “Abre, oh Madre de misericordia, abre la puerta de tu corazón benignísimo a las plegarias que te hacemos con suspiros y gemidos. Tú no rechazas ni miras con horror al pecador, aunque esté todo podrido de crímenes, si clama a ti y si implora tu intercesión con un corazón contrito y penitente. Y no es esto maravilla, oh mi Reina, si el santuario de tu corazón está repleto de tan grande abundancia de misericordia, pues esta obra incomparable de misericordia, ordenada por Dios antes de todos los siglos para nuestra redención, se ha cumplido en tu seno, donde el creador del mundo se ha dignado poner su morada”.


SAN BERNARDO Y LA VIRGEN MARÍA.


La devoción al Corazón de María en los monasterios de la Edad Media

   Hemos citado ya a San Bernardo. Mencionemos a tres monjas: Santa Matilde, Santa Gertrudis y Santa Brígida.

   La devoción al Corazón de María se desarrolla ahora ampliamente, a la par de la devoción al Corazón de Jesús.






Santa Matilde

   Un día, Nuestro Señor se dignó enseñar por sí mismo a Santa Matilde la manera de honrar al Corazón de su Madre. En tiempo de Adviento, como ella deseaba ofrecer sus homenajes a la bienaventurada Virgen María, el Señor le enseñó lo que sigue:

   1º) Venera el Corazón virginal de mi Madre, a causa de la sobreabundancia de todos los bienes que lo han hecho tan amable a los hombres; ese Corazón era tan puro que emitió ante todo el voto de virginidad;
   2º) Venera ese Corazón cuya humildad mereció concebir del Espíritu Santo;
   3º) Ese Corazón lleno de devoción y de deseos que me han atraído hacia sí;
   4º) Ese Corazón ardentísimo de amor hacia Dios y hacia el prójimo;
   5º) Ese Corazón que ha conservado tan fielmente dentro de sí todas las acciones de mi infancia y mi juventud;
   6º) Ese Corazón que fue traspasado en mi Pasión por estigmas de los que no pudo jamás perder la memoria;
   7º) Ese Corazón fidelísimo, pues consintió en la inmolación de su Hijo único para la redención del mundo;
   8º) Ese Corazón inclinado a interceder sin cesar por el bien de la Iglesia naciente;
9º) En fin, venera ese Corazón completamente entregado a la contemplación y que, por sus méritos, obtuvo la gracia para los hombres”.

   En virtud de ello, aprendemos que el fundamento más importante de nuestra devoción al Corazón de María es la devoción que Nuestro Señor mismo tiene al Corazón de su Madre. Se comprende por qué la Virgen María dirá el 13 de junio de 1917 en Fátima: “Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado”.

   Pero Nuestra Señora misma manifiesta a la santa los sentimientos que llenaron su corazón en los principales misterios de su vida. Así, a propósito de la Purificación:

   “Después de su nacimiento, yo esperaba con un indecible gozo el día en que ofrecería ese Hijo a Dios Padre, como hostia muy agradable que por sí sola ha hecho aceptas a Dios todas las hostias ofrecidas desde el principio del mundo. Mi devoción y mi reconocimiento eran tan grandes, desde que la presenté, que si la devoción de todos los santos se encontrara reunida en un solo corazón humano, ella no podría siquiera compararse a la mía; pero a la palabra de Simeón ‘Una espada atravesará tu alma’, todo mi gozo se cambió en dolor”.


   La Virgen María contó otro día a la santa de qué manera su alma era una perfecta semejanza de la Santa Trinidad:

   “La Santísima Trinidad me ha amado tanto desde toda la eternidad, que siempre ha tenido una particular complacencia en pensar en mí. (…) Ella quería hacer de mí una imagen perfecta donde se manifestara todo el arte maravilloso de su sabiduría y de su bondad”.


SANTA MATILDE Y LA VIRGEN MARÍA




Santa Gertrudis

   Se encuentra un pensamiento similar en las revelaciones hechas a Santa Gertrudis:

   “Durante las Maitines, durante el canto del Ave María, ella vio tres arroyos impetuosos brotar del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; ellos penetraron con el impulso de una infinita suavidad en el corazón de la Virgen María, y de ese corazón saltaron de nuevo hacia su fuente con una fogosa impetuosidad. Pues bien, dentro de ese torrente de la Santa Trinidad, le fue dado a la bienaventurada Virgen ser la más poderosa después del Padre, la más sabia después del Hijo, la más benigna después del Espíritu. Ella aprendió además que todas las veces que los fieles rezan devotamente sobre la tierra esa salutación angélica, es decir el Ave María, esos torrentes, con una impetuosidad renovada, vienen a rodear por todas partes a la bienaventurada Virgen con la abundancia de sus aguas, y a penetrar con una fuerza nueva en su Corazón santísimo para saltar enseguida hacia su fuente en una delectación maravillosa. Y desde esa fuente, torrentes de gozo, de delicias y de eterna salud inundan a cada uno de los santos y de los ángeles y, todavía más, a cada uno de los que sobre la tierra hacen memoria de esa salutación. Así, en cada uno es renovado todo el bien que les ha venido por la encarnación del Hijo de Dios, portador de salud”.
 
Santa Gertrudis y la Virgen.



Santa Brígida

   En lo que respecta a Santa Brígida, he aquí la oración que prueba, si fuera necesario, la gran devoción de la santa al Corazón de María:

   “Oh Virgen incomparable, oh amabilísima María, vida y alegría de mi corazón, yo venero, amo y glorifico con todas las potencias de mi alma tu dignísimo Corazón, el cual a tal punto fue abrasado de ardentísimo celo por la gloria de Dios, que las llamas celestes de tu amor, habiéndose remontado hasta el mismo corazón del Padre eterno, han atraído a su Hijo único junto al fuego del Espíritu Santo a tus purísimas entrañas, aunque de tal manera que Él ha permanecido en el seno del Padre”.

   Un rasgo particular y remarcable de la piedad de Santa Brígida es que el Corazón de María es con frecuencia representado como no siendo sino uno con el Corazón de Jesús:

    — El corazón de mi Madre era como mi corazón, dijo un día el divino Maestro a la santa. Por ello puedo decir que mi Madre y yo hemos obrado la salvación del género humano con un mismo corazón, en cierta manera, quasi uno corde, yo por los sufrimientos que llevé en mi cuerpo y en mi corazón, y ella por los dolores y el amor de su corazón.
    — Ten por cierto, le dijo un día Nuestra Señora, que yo he amado a mi Hijo tan ardientemente y que Él me ha amado tan tiernamente, que Él y yo no somos, por así decirlo, más que un solo corazón, quasi cor unum ambo fuimus.
   Esto es lo que pondrá de relieve muy particularmente San Juan Eudes. Volveremos a hablar de ello más adelante.

SANTA BRÍGIDA Y JESÚS.



La Revelación del rosario a santo domingo

   Al hablar del Rosario no nos alejamos de nuestro tema. Muy por el contrario. La donación del Rosario a Santo Domingo (1170-1221) por la santísima Virgen María, dio paso a una etapa decisiva en la devoción a su Corazón Inmaculado.

  En efecto, el Rosario consiste esencialmente en meditar, contemplar, los misterios de la vida de Nuestro Señor. Ahora bien, el Corazón de María es el depositario de los misterios de la vida de Jesús, como lo ha enseñado el evangelista San Lucas (supra).

   Por tanto, el Corazón de María es el que nos enseñará el secreto. ¿Cómo? Por las gracias que su mediación nos obtiene cuando recitamos las Ave.
   Como lo dice además el padre Vayssière O.P.: “Rezad cada decena, menos reflexionando que comulgando por el corazón con la gracia del misterio, con el espíritu de Jesús y de María tal como el misterio nos lo presenta. (…) El rosario así practicado no es ya solamente una serie de Ave María piadosamente recitadas, sino que es Jesús mismo reviviendo en el alma por la acción maternal de María”.

   Al revelar el Rosario a Santo Domingo, la santísima Virgen María nos invitaba a penetrar en su Corazón para hacer nuestros sus sentimientos para con su divino Hijo.


   Se puede decir que todos los apóstoles y predicadores del Rosario son apóstoles y predicadores del Corazón de María y contribuyen a propagar su devoción y su reino en las almas y sobre esta tierra.

   El Rosario se volverá a encontrar en el centro del mensaje de Fátima.

* * *

   Si seguimos recorriendo los siglos, habría que citar entre los grandes devotos del Corazón de María a San Buenaventura, San Lorenzo Justiniano, San Bernardino de Siena, San Ignacio, el venerable Luis de Granada O.P., San Pedro Canisio, el cardenal de Bérulle, etc. San Francisco de Sales le dedica su Tratado del Amor de Dios, donde señala que “la sagrada Virgen no tenía más que un alma, un corazón y una vida con su Hijo”. Pero debemos detenernos más largamente en San Juan Eudes.



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