21 DE NOVIEMBRE.
CONSAGRADO A HONRAR LA VIDA OCULTA DE MARÍA EN NAZARET
Rezar la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante
el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y
alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os
han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas
y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado
vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh
María!, no os dais por satisfecha con
estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que
no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el
más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella
corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones.
Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra
gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en
separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del
mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a
Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos
de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una
concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros
corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro
auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
Oh
María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Desde su vuelta del destierro, la santa familia
volvió a habitar la solitaria estancia de Nazaret en el más completo
apartamiento del mundo, oculta y desconocida de los hombres. Esta
época fue, sin embargo, la más venturosa de la vida de María, porque no es la
más feliz la vida que “pasa con estruendo como un
arroyo de invierno, sino cuando se asemeja a una corriente de agua que se
desliza en plateados hilos por entre la hierba de las praderas.” Pobre y
humilde era su condición, continuo su trabajo y escaso su alimento; pero en
cambio poseía el tesoro más preciado de la tierra,
vivía al lado de su Hijo, se embebecía en su contemplación, escuchaba atenta
sus palabras, recogía sus sonrisas, velaba su sueño, y eso la hacía más feliz
que los príncipes y reyes en medio de los esplendores de la grandeza. Enteramente dedicada a su servicio, todo lo dejaba y todo
lo olvidaba por él, y hasta las privaciones y contratiempos le parecían
placenteros, porque Jesús todo lo endulzaba con su ternura de hijo. La
oración y el trabajo compartían sus días y sus noches, y sólo eran
interrumpidos para recibir las lecciones de santidad y perfección que recibía
de los labios de su Hijo y de su Dios. María fue la primera y más aprovechada
discípula del Maestro divino.
En la escuela de Nazaret se ejercitó en la práctica de las más heroicas
virtudes y penetró hondamente en el conocimiento de los grandes misterios de la
bondad y de la sabiduría divinas. Jamás hubo en el mundo criatura más honrada. Pobre y humilde en la apariencia, tenía, sin
embargo, bajo su dominio al Criador del Cielo y de
la tierra, el cual, como hijo fiel y sumiso, la obedecía con amor y con
respeto. Al considerar este espectáculo, no se sabe qué admirar más, si la humildad del hijo o la grandeza y dignidad de la
madre. Si ser esclavo de Dios es un honor incomparable, ¿cuánto más debería ser lo el de tenerlo por súbdito y
ser obedecido por él?
Así
transcurrieron los años silenciosos, pero fecundos en lecciones y enseñanzas de
la vida oculta de María. Treinta años de felicidad y de sosiego ocupados en el
servicio de Dios y en la práctica de las más heroicas virtudes.
Grandes son las ventajas de la vida oculta y
apartada del mundo. Nada hay que turbe tanto el espíritu como el tumulto
atronador de los pasatiempos y diversiones del mundo. La
paz huye lejos del alma que vive en medio del ir y venir de los negocios
humanos y de los intereses materiales. No hay descanso ni reposo en la
Babilonia donde se agitan los mundanos en busca de una felicidad, que no es más
que una sombra fugitiva. La paz y el reposo sólo
moran en la Jerusalén silenciosa, cuyos moradores hallan la felicidad dentro de
sí mismos, en el testimonio de una conciencia pura y del deber cumplido.
Sin esta condición, la felicidad es una palabra vana. Dios
no hace oír su voz sino en el recogimiento y el silencio del alma que se aparta
del bullicio del mundo. Sólo esas almas silenciosas y recogidas tendrán
la dicha de recibir sus inspiraciones y gustar de sus consolaciones. Los ricos perfumes sólo se conservan en vasos bien
cerrados; del mismo modo la gracia divina sólo fructifica en almas cerradas
para las disipaciones mundanales. Es imposible servir fiel mente a Dios
y hacer el negocio de la propia santificación, cuando se ocupa la mayor parte
del tiempo en satisfacer las multiplicadas exigencias del mundo. Es imposible
no olvidar a Dios y cumplir los deberes del propio estado, cualquiera que sea,
cuando se está pendiente de las caprichosas exigencias de la vanidad, que no
conoce límites en sus aspiraciones. El mundo es un tirano cruel cuyos antojos
son leyes imprescriptibles y cuyas veleidades no dejan tiempo para ocupaciones más
serias. Quien quiera servirlo, necesita consagrarle
la vida entera, descuidando por necesidad el cumplimiento de los deberes que
tiene para con Dios, el prójimo y su propia santificación. De todos esos peligros se
aleja el que, como María, vive sin estrépito ni disipaciones en el apartamiento
del mundo.
EJEMPLO
María, estrella del mar.
Por los años de 1541 el Obispo de Panamá se
embarcó, en viaje para España, reclamado por asuntos de su ministerio, en una
flota que llevaba el mismo rumbo. Un cielo sin nubes, brisas bonancibles y un
mar sereno presagiaban un viaje felicísimo en los primeros días. Pero estos
signos de bonanza no duraron mucho tiempo: señales
evidentes de tormenta aparecieron en el cielo y no tardó en desencadenarse una
terrible tempestad que puso en inminente riesgo a los antes alegres navegantes.
Espantados pasajeros y tripulantes por lo recio del temporal, llegaron a
perder toda esperanza humana de salvación. Conociendo
el venerable Prelado la gravedad de la situación, se revistió de sus ornamentos
pontificales y se subió sobre cubierta para exhortar a todos los que allí
estaban para que implorasen la protección de la Estrella de los mares y se arrepintiesen
de sus culpas. Todos entonaron de rodillas
las Letanías Lauretanas con el fervor que inspira la inminencia del peligro: y se
confundían los ecos de la flébil plegaria y los sollozos de los afligidos
navegantes con los bramidos de las agitadas olas que se precipitaban sobre los
navíos como fieras enfurecidas.
Terminada la invocación, divisaron con espanto una ola gigantesca que
crecía a medida que se aproximaba; y al verla llegar, un solo grito de ¡María! ¡Sálvanos que
perecemos!… se arrancó de todos los labios. Y
¡oh prodigio! Aquel monte de agua que
amenazaba concluir con el navío, se convirtió repentinamente en mansas olas,
que vomitó de entre su nevada espuma, un bulto como de una caja de madera que
iba golpeando el costado derecho del bastimento. Bien pronto aparecieron en el cielo señales de bonanza, se disiparon
las nubes y el sol brilló en el cielo límpido y sobre un mar sereno
Atraídos por la curiosidad, recogieron los marineros el bulto que
flotaba al lado del navío; ¡y
cual no fue su sorpresa al ver que aquella caja contenía una preciosa imagen de
María con su Hijo Santísimo en los brazos!… Aquellos
felices navegantes no hallaban expresiones de gratitud que correspondiesen a
sus sentimientos, considerando que la Santísima Virgen, no solamente los había
salvado de una muerte segura, sino que además les daba un nuevo signo de su
amor, enviándoles de una manera tan prodigiosa una imagen suya, haciendo
mensajeras de este don a las mismas olas que momentos antes los amenazaban con
el naufragio y la muerte.
Esta imagen fue trasladada con gran
veneración a Panamá por el afortunado Obispo, donde se le venera bajo el nombre
de Nuestra Señora del Rosario en Medina de Ríoseco.
María
jamás desoye las súplicas de los hijos que la invocan en el peligro.
JACULATORIA
Gloriosa Reina del cielo
sé en la aflicción mi consuelo.
ORACIÓN
¡Oh
María! vos que durante treinta años no os separasteis ni un
solo momento de Jesús vuestro Hijo, viviendo íntimamente unida a él y
enteramente consagrada a su servicio en el albergue apartado de Nazaret,
otorgadme la gracia de comprender las dulzuras divinas de la unión con Dios.
Que Jesús viva conmigo bajo los velos de la fe, como vivió con Vos bajo las
sombras de la vida oculta y retirada del mundo; que viva en mi por la unión amorosa
de mi corazón con el suyo, como vivió en Vos no formando sino un solo corazón y
una sola alma; que yo no sepa en adelante amar, ni desear, ni gustar nada fuera
de Dios; que él sea siempre mi vida, mi fuerza, el corazón de mi corazón y el
alma de mi alma, de modo que pueda exclamar con el apóstol: “Yo vivo, pero no soy yo
quien vivo; es Cristo el que vive en mí”.
Haced, Señora mía, que muera en mí el amor desordenado a las criaturas y
que, desocupado de todo afecto a los honores, riquezas y pasatiempos del mundo,
pueda consagrar a Dios, el dueño legítimo de mi alma, todos los instantes de mi
vida en el apartamiento de la vida oculta, sin que desee ni aspire a otra cosa que,
a servirlo, agradarlo, y gozarlo en esta vida para embriagarme después en el cielo
en las inefables delicias de la eterna bienaventuranza. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh María, Madre
de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo,
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe,
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1— Recitar
el Oficio parvo de la Santísima Virgen uniéndose a las alabanzas con que los
ángeles la glorifican en el cielo.
2— Saludar a María con el Ángelus
por la mañana, a mediodía y por la tarde.
3— Abstenerse, por amor a
María, de toda palabra de murmuración o de crítica.
Presbítero Vergara Antúnez.
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