Día 5 de diciembre
CONSAGRADO
A HONRAR EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
Rezar la Oración inicial para todos los días:
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello
Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro
santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono
de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores
cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son
las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una
madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus
pies es la de sus virtudes.
Sí; los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de
este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en
separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los
unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito
procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten,
florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos
de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
María
es, entre las puras criaturas, la que ha subido a más sublime altura en la
escala de las perfecciones naturales y sobrenaturales. Sin embargo, si se busca en ella algún
signo exterior de su incomparable grandeza, apenas será dado encontrarlo. Es una doncella modesta y pobre que ha ligado su suerte a
la de un humilde obrero que vive de su trabajo y habita bajo un pobre techo.
Es porque toda la gloria de la hija querida del Rey
del cielo está oculta en su corazón, en el cual se encierran perfecciones más
que humanas y más que angélicas. Preservado de la corrupción universal
que anegó a manera de impetuoso torrente a todos los hijos de Adán, el corazón de María fue concebido en la inocencia, nacido
en la santidad y enriquecido con todos los dones del cielo. Dios ve
reaparecer en él toda la belleza y toda la pureza que el pecado desfiguró en el
corazón del primer hombre, que halla en él sin mancha alguna que lo desfigure,
ni germen alguno de pasión que lo turbe, ni la más ligera falta que lo haga
menos digno de su amor.
Es un corazón cuyas inclinaciones son
enteramente santas y cuyos afectos todos son celestiales. En él se
contempla la divinidad como en un espejo donde descubre su propia imagen y se
complace en sus perfecciones como en la obra maestra de sus manos, más
primorosas que la creación de todos los mundos visibles. El Padre, adoptándola por hija predilecta, preservó a
María del pecado; la colmó de sus favores y la adornó con sus más pre ciados
dones. Desde que nace a la vida, Dios la
recibe en sus brazos y la separa del mundo para que no conozca ni ame a otro
padre que a él. Cautiva voluntaria del amor, apenas salida de la cuna, va a
ofrecer su corazón en holocausto al pie de los altares de su Dios. Jamás se extinguió en su corazón el fuego sagrado del
amor, que ardía como un leño seco sin consumirse jamás.
En ese corazón virginal se celebraron las
nupcias de una criatura humana con el santo de los Santos, el Espíritu
vivificador. La más rica variedad de las virtudes forma los atavíos de
la feliz esposa, y tanta era la belleza y la excelencia de la divina desposada,
que Dios la recibe en el seno íntimo de su amistad y la regala con todas las
delicias de su amor. Si ese mismo Espíritu,
descendiendo sobre los apóstoles, los transformó en hombres nuevos, ¿qué maravillosos efectos no produciría en ese corazón al
cual no descendió como lengua de fuego, sino como un torrente de llamas divinas
para consumir todo lo que hubiera en él de humano y hacerlo digno tabernáculo
de la divinidad? ¡Ah! ¡qué perfecciones no
comunicaría a un corazón con el cual quería unirse con nudos tan estrechos de
amor! -El entendimiento humano es demasiado limitado para sondear tan hondos
misterios y la lengua humana impotente para narrar tan grandes maravillas.
Pero lo que da al corazón de María una excelencia
más augusta es su calidad de Madre de Dios. Es ésta una dignidad incomparable
que abisma y confunde. Si Dios, cuando está unido a una criatura por la
caridad, le comunica tantas perfecciones y gracias, ¿qué
torrente de gracias y qué cúmulo de perfecciones lo comunicaría a su Madre
durante los nueve meses que habitó en su seno? ¡Qué
emociones tan duras y tan santas harían latir el corazón de María cuando
llevaba en sus brazos y estrechaba contra su pecho al divino infante! ¡Qué
santidad comunicaría a su Madre durante los treinta años que vivió con ella
bajo el techo de un mismo hogar, en un comercio tan íntimo y en mutuas y
diarias comunicaciones!
Honremos,
pues, con un culto digno y homenajes de amor y de alabanzas al corazón
inmaculado de María, santuario de la divinidad, relicario de virtudes y dechado
de las más sublimes perfecciones. Amemos con amor ardiente y agradecido a ese
corazón que ardió por nosotros en tan vivas llamas de amor: es el corazón de
una madre que se sacrifica por sus hijos; es el corazón de una Reina, lleno de
piedad y de misericordia para con sus pobres vasallos; es el corazón de la
buena y amable Pastora que buscaba a la oveja descarriada, que la carga
amorosamente sobre sus hombros y la conduce al abrigado aprisco.
EJEMPLO
María, Salud de los que la invocan
Uno de los muchos
peregrinos a quienes el amor a la Reina del cielo conduce a la gruta de
Lourdes, escribía en 1873 lo siguiente:
«Llegado a Lourdes en la mañana del día de
la Asunción, me dirigí inmediatamente a la gruta milagrosa, y vi que un gran
número de personas se acercaban a la reja con un apresuramiento y emoción que
me indicaron que algo de extraordinario acababa de suceder. Pregunté la causa
del movimiento, y se me respondió: Es un milagro que acaba de verificarse, y el
sacerdote a quien la Santísima Virgen ha sanado milagrosamente esta firmando
cédulas para todos aquellos que deseen tener un atestado del milagro. Yo me
acerqué y pude obtener una cédula que llevaba al pie la firma del abate de Musy
de la diócesis de Autún.»
«Todos deseábamos conocer los pormenores del
prodigio; entonces un sacerdote se acercó a la reja y lleno de emoción dijo lo
siguiente a la numerosa concurrencia de peregrinos que allí estaba: Deseáis
saber lo que acaba de pasar, y voy a complaceros para alentar vuestra confianza
en la protección de María. Un sacerdote padecía desde hace veinte años una enfermedad
dolorosa que la ciencia no ha podido aliviar. De once años a esta parte no
podía celebrar el santo sacrificio, y desde hace tres meses estaba enclavado en
una silla rodante sin poder hacer ni el más ligero movimiento… Esta mañana fue
llevado trabajosamente a la cripta para oír una misa que se iba a aplicar por
su salud. En el momento de la elevación ese sacerdote inválido se sintió con
fuerzas para ponerse en pie sin auxilio ajeno; poco después pudo ponerse de
rodillas y terminar la misa en esa posición. Terminada la misa, pudo bajar por
si solo de la cripta a la gruta sin fatiga ni cansancio; y ya lo veis en pie
sin rastro de enfermedad como cualquiera de vosotros; porque sabed que ese
feliz sacerdote, tan bondadosamente curado por María es el mismo que os habla
en este instante.»
«Ayudadme a dar gracias a mi celestial
bienhechora por el extraordinario prodigio de que acabo de ser objeto, a pesar
de mi indignidad; y pedidle conmigo que complete su obra, obteniéndome la
gracia de emplear lo que me queda de vida en ganar muchas almas al amor de su
divino Hijo.»
Mientras esto decía, el sacerdote derramaba abundantes lágrimas, y
lloraban con él todos los presentes… «He aquí,
decían unos la tierra de los prodigios… Que venga la incredulidad,
decían otros, a explicar naturalmente las cosas que
aquí se ven… – María,
exclamaban los de más allá, es la gran bien hechora del mundo…»
Así es en verdad: ¿quién podrá reducir a guarismo
sus beneficios? ¿Quién podrá contar el número de los que han hallado a sus pies
el consuelo, la salud, la gracia y la vida? Más
fácil sería contar las estrellas del cielo y las arenas del mar.
JACULATORIA
Tu corazón ¡oh María!
será mi asilo y refugio
en las penas de la vida.
ORACIÓN
¡Oh
corazón amabilísimo de María! santuario
augusto de la beatísima Trinidad, dechado perfectísimo de todas las virtudes,
yo os amo y bendigo con todas las efusiones del amor más ardiente que pue de
caber en el corazón de un hijo amante. En vuestro corazón ¡oh
María! buscaré yo un asilo en todas las
desgracias de la vida; en vuestro corazón buscaré el consuelo en medio de las
penas que aflijan mi existencia, en vuestro corazón buscaré la paz, la
seguridad y el aliento en medio de los combates que debo librar contra los enemigos
de mi salvación.
Vos seréis ¡oh corazón maternal! el nido, donde, ave fugitiva del
mundo, iré a buscar el reposo que tanto anhela mi corazón. Ved cuan triste y
despedazado lo tienen las aflicciones, las contrariedades y las pasiones que lo
turban; ved como gimo bajo el peso de mis pasadas infidelidades y de mis
numerosos delitos.
¡Oh corazón adorable de María! corazón traspasado por siete agudos puñales de dolor,
corazón el más puro, santo y perfecto, despréndanse de vuestras llagas raudales
de bendiciones que robustezcan mis postradas fuerzas, que alienten mi debilidad
y me consuelen en mis penas y sinsabores. A Vos acude un hijo lloroso que no tiene,
después de Dios, otra esperanza que Vos, ni otro amparo ni otra tabla de
salvación en medio de las tempestades de la vida. Pero ya siento ¡oh corazón
querido! que renace en mi alma la
paz turbada y la esperanza perdida, porque es imposible que sea desoído quien,
como yo, os llama y quien, como este afligido y desamparado hijo, os implora.
Protegedme, y seré salvo por vuestra piedad nunca desmentida. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
Oración final para todos los días
¡Oh María!, Madre de Jesús,
nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos
obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros
agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo
servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo;
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1—Besar
amorosamente alguna imagen de María para avivar en nuestro corazón el amor
hacia ella.
2—Rezar
siete Salves en honra del Corazón inmaculado de María, pidiéndole que nos conceda
la pureza de alma y cuerpo.
3—Hacer
el propósito de honrar de una manera especial a la Santísima Virgen todos los
sábados del año.
Presbítero Vergara Antúnez.







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