Por Lucio Marmolejo.
Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.
Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores.
DÍA CATORCE: 14 de mayo.
Visita a la Imagen de NUESTRA
SEÑORA DE OCOTLAN, que se venera en su Santuario, extramuros de la ciudad de Tlaxcala.
Por los primeros
años de la conquista se encendió entre los indios de Tlaxcala y sus contornos,
una terrible epidemia, cuyo maligno veneno había hecho ya innumerables
víctimas. Se hallaba entonces
avecindado en los altos de San Miguel un indio, buen cristiano y de natural muy
sencillo, llamado Juan Diego, como el otro
felicísimo indio a quien se apareció en México Nuestra Señora de Guadalupe. Era
sirviente dé los Padres de San Francisco, y en las noches bajaba al pueblo de
Santa Isabel para visitar y servir a los enfermos, y les llevaba agua del rio Sahuapan,
creyendo, en su sencillez, que con solo ella podría aliviarlos. Una de esas
noches, al pasar por la loma que hoy se llama de Ocotlán, se le puso por
delante la Santísima Virgen, e informada del piadoso objeto de su trabajo, lo
llevó a una quebrada de la misma loma, en donde apenas puso sus divinas plantas,
brotó un copioso manantial de agua, que hasta el día se conserva, y le mandó
que de aquella agua diese de beber a los enfermos, asegurándole que luego
sanarían, y añadiendo que diese cuenta de todo a los religiosos de San Francisco
para que fuesen a aquel sitio, en donde encontrarían una Imagen suya, que quería
fuese colocada en una ermita que había en la cima de la misma loma, dedicada a
San Lorenzo.
Fué Juan Diego a su pueblo, y cuantos tomaban
el agua prodigiosa que les presentaba, sanaban al instante, por lo cual los
habitantes acudían después en bandadas al manantial, y la peste desapareció. Al
día siguiente de lo referido, dio cuenta Juan Diego de todo a los religiosos, quienes,
temiendo algún engaño, le dijeron que en la noche llevara más agua, y lo fueron
siguiendo a cierta distancia con disimulo. Mas al llegar al sitio que les había
indicado el indio, se presentó a los misioneros otro grande prodigio. Era aquel
un espeso bosque de pinos, llamados ocotes, los cuales, a semejanza de la
célebre zarza de Moisés, ardían en inocentes llamas, que sin consumirlos
llenaban todo el bosque de la más hermosa claridad; prosiguieron los religiosos
llenos de veneración, y vieron el prodigioso manantial, pero por más que
buscaron con diligencia grande la prometida Imágen, no la pudieron encontrar,
hasta que uno de la comitiva notó que un árbol mucho más corpulento que los
otros, despedía también una claridad mucho más viva; le dieron algunos golpes, y por el sonido conocieron que
dentro existía una gran concavidad, y supusieron luego que allí estaría la
Imágen; pero lo muy entrado de la noche no les permitió nuevas pesquisas, y
solo pusieron una señal a aquel árbol para reconocerlo al día siguiente.
En efecto, al amanecer volvieron los religiosos
acompañados de un concurso muy numeroso, y rajando luego el árbol, encontraron
en él la Imágen prometida, tal cual se ve hasta el día. Los indios le llamaron Ocotlatia o la Señora del Ocote que estuvo
ardiendo, y ahora, corrompido el nombre, se llama Nuestra Señora de Ocotlán. Se
postraron los religiosos a las plantas de la Virgen; resonó el viento con las
aclamaciones de los neófitos, y ordenada una larga procesión, fué llevada la
Imágen Santísima a la ermita de San Lorenzo, y colocada en el altar mayor.
Comenzó desde luego a obrar prodigios,
colocándose por sí misma en el altar, las muchas veces que el sacristán la
quito para volver a poner allí la Imagen de San Lorenzo, y protegiendo a cuantos
acudían a pedirle consuelo, con lo cual crecía más y más la devoción de los tlaxcaltecas.
En aquella ermita permaneció más de un siglo,
hasta que el presbítero licenciado D. Juan de Escobar, primer capellán del
Santuario, logró con su constancia levantar el hermoso templo en que hoy se
venera. La piedad de los fíeles ha seguido adornándolo y enriqueciéndolo; el
Sr. Br. D. Manuel Loayzaga lo surtió de multitud de alhajas de oro, plata y
pedrería, que adornan todo el templo, y especialmente el soberbio camarín, que es
de una riqueza asombrosa; y los señores Obispos de Puebla, D. Pedro Nogales Dávila
y D. Juan Antonio Lardizábal, concedieron multitud de gracias al Santuario, que
en estos últimos días ha sido reedificado por la piedad de una señora de la
antigua nobleza de México.
La Santa Imágen representa el misterio de la
Concepción Inmaculada de María; es de talla y de perfecta estatura; el rostro
es bellísimo, y se muestra Reina con una rica corona de oro, en que se hallan
esmaltadas multitud de piedras preciosas.
De los muchos prodigios que ha obrado Dios,
por medio de esta Imágen, referiremos los siguientes. Un joven de muy
cristianas costumbres, consecuente con su vocación, tomó el hábito de religioso
en el convento de San Antonio de Puebla; pero a los cuatro meses tuvo en los
ojos una enfermedad, que lo privó enteramente de la vista, por lo que se trató
de despedirlo del convento; el novicio, lleno de pesadumbre, acudió a la Virgen
de Ocotlán, pidiéndole lo consolase en su aflicción, y luego le pareció que,
aunque ciego, veía entre sombras a la Santísima Virgen, percibiendo con
claridad solo las manos, y al momento recobró la vista.
Un niño, llamado Nicolás Iriarte, cayó en un
pozo profundo, y cuando lo sacaron, creyéndolo muerto, lo encontraron vivo y
sano; él aseguró que una hermosa Señora lo había librado dé la muerte en medio
del agua. Su madre lo llevó al Santuario de Ocotlán a dar gracias á Dios, y
luego que el niño vio la Imágen, dijo: «Esta Señora es la que me tuvo con sus manos en el pozo.»
Otros muchos prodigios podríamos referir de esta
Santísima Imágen; pero ya nos vamos extendiendo mucho; baste decir, que Tlaxcala, reconocida, la juró su patrona y de todo el
territorio, el 6 de Abril de 1755, habiendo presidido ese acto solemne el
Lllmo. Sr. Obispo de Puebla Don Domingo Pantaleón Alvarez de Abreu.
VIDA DE MARÍA
Purificación de María.
Era María más
pura que los ángeles, antes y después de su purísimo parto, y, sin embargo,
marcha humilde a purificarse, como si fuera una mujer manchada. ¡Oh
qué asombroso heroísmo de esta Virgen sagrada! someterse a una ley tan degradante, la
que había preferido el título de Virgen a la altísima dignidad de Madre de Dios;
y sin embargo, en la ceremonia de la Purificación, de todo se olvida, no piensa
más que en obedecer al Señor, y todo lo sacrifica por agradarle; pero no es
esto solo; María sabe que su precioso Niño tiene la misión de aplacar la divina
Justicia, ofendida por los hombres; y sin embargo, lo lleva al tribunal inexorable
de ese Dios terrible, que espera una víctima, para apagar con su sangre el
divino furor, provocado desde el principio de los tiempos. Nada, por tanto, es
comparable al heroísmo de esta Madre, todo amor, toda ternura, que, con la
abnegación más admirable, ofrece en sacrificio a su Primogénito, al presentarlo
en el templo, para que el Eterno Padre se apodere de él, y los hombres queden
redimidos. Pero como en premio de tanta virtud,
Dios llena de consuelo a María, al inspirar al santo Simeón y a la profetiza
Anna, que ensalzan regocijados la divinidad del tierno Infante.
HEROÍSMO DE MARÍA
María, bellísima Adelfa.
(Nerium Oleander)
Así como el
laurel ha servido siempre de emblema de la gloria, y las frentes de los héroes han
sido coronadas con él, así, decimos, los poetas han escogido la bella flor de
la adelfa o laurel-rosa para simbolizar el heroísmo, tal vez por ser idéntico
al laurel en el follaje y en el nombre; contemplemos, pues, hoy a María, coronada
de adelfas ir al templo a purificarse y a presentar a su Divino Niño, y ciertamente que, con esos actos,
mereció su frente más laureles que los de los más ínclitos guerreros que presenta
la historia a nuestra admiración; pero como el heroísmo de María no fué de
sangre, de devastación y de exterminio, sino del propio vencimiento de amor al
hombre y de sumisión a Dios, queda perfectamente simbolizado en la adelfa, que
con su follaje, igual al del laurel, manifiesta que
fué Maria verdaderamente una ínclita heroína, y con su linda flor, que su
heroísmo fué mucho más bello, mucho mas grandioso que cualquiera otro, que no
solo llenó a los hombres de admiración, sino también a Dios de complacencia.
ORACIÓN
¡Oh
Virgen admirable! mientras más te contemplamos, mayor asombro nos causa
tu prodigiosa perfección; hoy que te vemos presentarte en el templo, para
purificarte, cuando no estabas manchada, y ofrecer a tu Divino Hijo por la salud
del mundo, comprendemos muy bien, que Judith y Esther y tantas otras heroínas
que la Escritura Santa presenta a nuestra admiración, eran solo tu sombra, eran
únicamente una débil figura que anunciaba el heroísmo que debías tú practicar; por él, Señora, te
rogamos que, cubriéndonos con la sombra de tu manto, como a la ciudad de
Tlaxcala con el patrocinio de tu sagrada Imagen de Ocotlán, hagas que
practiquemos fervorosamente todas y cada una de las obligaciones de cristiano, dándonos
tu mano, para que no caigamos en las tentaciones, y asistiéndonos de una manera
especial a la hora de nuestra muerte, para ir a alabarte por toda la eternidad.
Amén.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días antes de la meditación.
Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.
Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.
Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.
MEDITACIÓN
1º—Consideremos a María como la heroína más grande
que han visto los siglos; heroína por su humildad, al ir a purificarse sin estar manchada; heroína, por su
abnegación, al ofrecer en sacrificios su divino Hijo, no obstante, la
intensidad con que lo amaba; heroína,
por su conformidad con la voluntad de Dios, al escuchar
la profecía del santo Simeón.
2º—Ponderemos la bondad suma de Dios Nuestro
Señor, que manda suaves consuelos a sus fieles servidores, aun en medio de las
aflicciones con que los prueba, como lo hizo
con María Santísima, cuyo corazón llenó de gozo inexplicable, al hacer que Simeón
y Anna testificaran en su presencia, de la manera más solemne, la divinidad de
su Hijo.
3º—Contemplemos también la bondad de María
Santísima, que, no obstante, el tiernísimo afecto que profesaba a su precioso
Niño, afecto que no tendrá semejante, ni reuniendo todos los que han tenido y
tendrán todos los corazones, no obstante,
decimos, ofrece a su Hijo por nuestra salud, y ahora nos cuida con maternal afecto
desde el cielo, como lo ha demostrado entre otros modos, al hacer á Tlaxcala el
inestimable presente de su Santísima Imagen de Ocotlán, etc.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días después de la Meditación.
¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.
—Ave María.
CANTO
Ved a María llegar apresurada
Al pórtico magnifico del templo,
A darnos de humildad un alto ejemplo,
Un ejemplo que asombre al querubín.
Vedla llegar como mujer manchada,
Siendo pura muy mas que el Sol
naciente;
Bajos lleva los ojos y la frente;
Sobre el pecho las manos de marfil.
Se va a purificar, cuando es opaco
El cristal más hermoso y trasparente
Cuando es oscuro el ángel inocente,
Y tenebroso el resplandor del Sol,
Delante de esta Virgen sin mancilla,
De esta Paloma inmaculada y bella,
De esta fulgente y misteriosa Estrella,
Que al mismo Dios de admiración llenó.
Vedla ofrecer a su adorado Niño,
Que en brazos lleva con amor muy
tierno,
Porque su sangre libre del infierno
La descendencia mísera de Adán;
Vedla llenarse de consuelo santo,
La voz oyendo de Simeón y Anna,
La Grandeza divina y soberana
De su adorado Hijo proclamar;
Mas vedla luego convertir en duelo
El puro regocijo que sentía,
Oyendo la temible profecía,
Con que su canto concluyó Simeón;
Mas luego acata humilde y resignada
Del Sumo Dios la voluntad divina,
Y con esto de altísima heroína
Sobre su sien el lauro colocó.
PRÁCTICA PARA MAÑANA
Da una limosna, considerando
que es Jesucristo a quien la das en la persona de los pobres.
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