Por Lucio Marmolejo.
Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.
Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores.
DÍA TRECE: 13 de mayo.
Visita a la Imagen de la MADRE SANTÍSIMA DE LA LUZ, que se venera en la iglesia de la Compañía en la ciudad de León.
El venerable
padre Juan Antonio Genovesi, de la Compañía de Jesús, se encontraba a principios
del pasado siglo en la ciudad de Palermo de Sicilia, con ánimo de dedicarse al
bien de sus hermanos, por medio de las santas misiones; y para sacar de ellas
mayor fruto, las puso bajo la protección de María Santísima, y determinó llevar
consigo alguna Imágen suya: pero no sabía resolver por sí mismo en qué forma y
postura ponerla, ni bajo qué advocación venerarla.
Estando en esta perplejidad, acudió a una santa
mujer, a quien solía favorecer la Virgen con su celestial presencia, y le rogó
que, si era posible, inquiriese dé la Madre de Dios cual fuese su beneplácito.
Una mañana, pues, estando en oración la piadosa mujer, arrebatada en Dios, vio
venir para sí a la Reina de los ángeles, con tan extraordinaria pompa de
belleza, de cortejo y de gloria, como antes nunca la había visto. «Derramaba, —dice
el autor de la historia de la Madre Santísima de la Luz, —un torrente de claridad tan viva, tan
copiosa, que en su comparación parecía el Sol una luciérnaga. Pero los rayos de
aquel grande abismo de luz, no se estancaban en los ojos, sino que penetraban
como reverberados al corazón, haciéndole disfrutar dulzuras dignas del Paraíso.
Una tropa de serafines, que la cercaban al vuelo, mantenían sobre la cabeza de
su Emperatriz un como triplicado imperial diadema. Engalanaba el cuerpo
virginal un vestido talar, mas lucido que el Sol y más blanco que la nieve. Una
faja granizada de piedras, las más preciosas del tesoro de las estrellas, le
ceñía con hermosura el talle, y de los hombros garbosamente pendía un manto azul;
y un escuadrón inmenso de ángeles, en ademan de cortesanos, asistía en hábito
de pomposísima gala en torno de su Reina. Sobre todo, robaba los ojos y el corazón
de aquella alma contemplativa, la extraordinaria afabilidad, gracia y
benignidad, que respiraba el augusto semblante de María Virgen, quien parecía
hacer gala en aquel día de mostrarse más que nunca, amable, risueña, afable,
todo agrado y todo amor. Aumentaba el pasmo, el ver a la gran Madre, no sola
como otras veces, sino cargando en el brazo siniestro a su divino Hijo en forma
de niño, y él también con aspecto alegre y risueño.»
Atónita la dichosa mujer con tan insigne y singular
favor, preguntó a la Virgen la causa de aquella extraordinaria pompa. «¿Cómo, —le dijo María, —ya no recuerdas la súplica que debes
hacerme, de parte de aquel religioso, que con tanto empeño te lo rogó? Pláceme
el atenderlo. Dile que me agrada su obsequioso pensamiento, y que quiero ser
retratada en lienzo como ahora me ves: observa bien mi porte» Y al decir esto, se dejó ver en acción de sacar
con su diestra un alma pecadora, que iba ya a sepultarse en la honda garganta
del infierno.
Recordó entonces la piadosa mujer, que el religioso
deseaba que se estuvieran ofreciendo a la Virgen los corazones de los
pecadores, para manifestar que de ella debían esperar su conversión, y lo hizo
presente a la Santísima Señora, quien tuvo la dignación de dar su beneplácito,
y hacer que un ángel se pusiera de rodillas, teniendo en la mano un cestillo
lleno de corazones, los cuales tomó uno por uno el divino Niño, y los santificó
con su tacto. «Anda
ahora, —dijo entonces la Virgen, —y tal como me
has visto, quiero ser retratada, é invocada con el título de Madre Santísima de
la Luz»; cuyo mandato inculcó tan
estrechamente, que por tres veces lo repitió.
Fué al punto la sierva de Dios a llevar la noticia de lo que pasaba al padre Genovesi, quien dispuso al momento que se hiciera la pintura; pero ni él ni la devota mujer pudieron, por muy graves ocupaciones, asistir al trabajo del pintor, por lo cual la copia salió defectuosa. La piadosa mujer se hallaba lejos de Palermo al concluirse la pintura; pero la Santísima Virgen la hizo ir allá, y tan luego como vio la Imágen, exclamó: «¡Ay, que no es esa, no es esa la forma de que se agrada la Virgen!» y puesta luego en oración, vio á la Madre de Dios, quien le dijo que no solo gustaba, sino que mandaba que se hiciese la pintura tal como había dicho desde el principio, ordenándole que fuera a donde el pintor estaba trabajando, en cuyo punto la encontraría tal como en la pintura debía representarse, para que ella guiara al pintor con la voz, al mismo tiempo que la Santísima Virgen guiaría invisiblemente el pincel. Todo sucedió tal como lo dispuso la gran Señora, y la Imágen quedó concluida, tan bella, tan agraciada, tan majestuosa, que llenó de regocijo y de complacencia al religioso y a la piadosa mujer, y, lo que, es más, agradó tan del todo a la Virgen, que alzó su diestra santísima, y con la señal de la cruz la bendijo.
He aquí referido, en compendio, el origen del título de Madre Santísima de la Luz; pero nosotros preguntamos, con el piadoso anotador de esta historia, ¿qué se ha hecho Imágen tan venerable? ¿dónde está? ¿qué pueblo del mundo católico tiene la dicha de poseerla? ¡Ah! México es la nación dichosa, y de sus pueblos, León, la ciudad de Aldamas, es la afortunada. ¿León, la pobre León? Sí, lo repetimos, ella es la afortunada. Existe en aquella ciudad una antigua y constante tradición, que asegura, que la hermosa y Santa Imágen de la Madre Santísima de la Luz, que se venera en su iglesia de la Compañía, es la misma cuya historia acabamos de referir; tradición que queda comprobada con un manuscrito antiguo, que existe en el reverso de la misma Imágen, firmado por cuatro respetables jesuitas, en que se asegura, que esa Imágen es la original, bendita por la misma Virgen, y que el Padre José María Genovesi la da a la iglesia del nuevo colegio, cuya iglesia está aún sin concluir, y es conocida en León con el nombre de Compañía Nueva, con la condición de que se le haga altar y colateral en el crucero, según lo prometió el Padre Rector Manuel Alvarez en 1752.
De este favor
singular que la Santísima Virgen María se ha dignado otorgar a los leoneses, al
concederles la verdadera y original Imagen de la Madre Santísima de la Luz,
nace sin duda ese tierno afecto, esa devoción sincera y casi innata que estos
le profesan, y de la que en todos tiempos han dado concluyentes pruebas, invocándola
siempre en sus necesidades, y jurándola, por último, en su sagrada Imágen de la
Luz, patrona principal de León, el año de 1849, cuyo juramento fue confirmado
por Nuestro Santísimo Padre Pío IX en 29 de Diciembre de 1851.
VIDA DE MARÍA
María en la Adoración de los Santos Reyes.
Ya los
pastores inclinaron su frente delante del Recién nacido de Belén; pero falta
que la inclinen los grandes dé la tierra; mas ¡ah! la inclinarán; una estrella
misteriosa, figura de la Virgen Santísima, aparece en Oriente, y hace marchar
tres reyes opulentos para adorar al Dios Hombre; pasan por Jerusalén, y llenan
de espanto a Herodes, al preguntarle dónde se hallaba el Recién-nacido, Rey de
los judíos; llegan, por fin, a Belén, y sin asombrarse con aquella pobreza, se
postran en el suelo, adoran al Niño, y le ofrecen dones misteriosos, porque al
ver al Hijo y a la Madre, ya no dudan que aquella es la morada de Dios, pues en
el Niño resplandecía la divinidad, no obstante su
pequeñez, y su debilidad y su pobreza, y en el augusto rostro de la Madre se
ostentaba la más eminente santidad que los siglos han visto, y que llenó de
asombro y de respeto a los reales adoradores del Mesías.
SANTIDAD DE MARÍA
María, hermosísimo y fragantísimo Jazmín.
(Philadelphus floribundus)
No hay
duda que la Santidad de María se hizo patente, de una manera admirable, en la
Adoración de los Santos Reyes, pues según aseguran con razón algunos piadosos
escritores, la sola vista del rostro augusto de María, en donde se descubría
brillando la Santidad mas grande, fué uno de los principales motivos, que hizo
a los reales viajeros no dudar ya de que habían llegado al fin de su jornada.
Por eso nosotros recordamos hoy la Santidad incomparable de María, y la
simbolizamos en la preciosa flor del jazmín. En efecto, su primoroso aroma nos
hace recordar el olor Agradable que delante de Dios tienen las oraciones dé los
santos; y muy especialmente las de su Reina María Santísima. Su color blanco
simboliza la pureza de corazón, y la altura en que se ostenta, el lugar
eminente en que coloca Dios a sus amigos, y, por último, hasta el agrado y gozo que se experimenta al entrar
debajo de un tupido toldo de jazmines, nos representa muy bien la inalterable
paz de corazón que disfrutan los santos, y más que nadie María, el jazmín mas lindo
y oloroso del jardín del cielo.
ORACIÓN
¡Oh Santísima Virgen María, Señora nuestra! penetrados de
respeto y de amor te contemplamos en el portal de Belén, al ver a los Santos
Reyes de Oriente, que se acercaron a adorar a tu Santísimo Hijo; por el
consuelo que entonces experimentaste, te rogamos rendidos, que aceptes los pobres
homenajes que te ofrecemos en este mes, para que de ese modo nos consueles y
llenes de placer, y nos hagas avanzar en el camino que conduce a la gloria; no
lo merecemos, Señora, porque nuestra tibieza es mucha; pero tú, que toda eres
bondad, tú, que has agraciado a la venturosa ciudad de León con tu verdadera y
original Imagen de la Madre Santísima de la Luz, tú, que tanto gusto has
manifestado de que te se honre con esa advocación, escucharás benigna los ruegos
de estos tus hijos, que te han consagrado el presente día, por medio de esa
misma Imagen y advocación, y los favorecerás en esta vida, y los auxiliarás en
su muerte, para que te acompañen para siempre en el cielo. Amén.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días antes de la meditación.
Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.
Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.
Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.
MEDITACIÓN
1º—Consideremos la adoración de los Santos Reyes,
como una figura de la vocación de los gentiles a la fe: los reyes eran idólatras, sin parte alguna con el pueblo
escogido; pero vieron la estrella, tocó Dios sus corazones, y siguieron luego
los impulsos de la gracia: imitémoslos, y obedezcamos con gran prontitud las
divinas inspiraciones.
2º— Meditemos en los dones misteriosos que ofrecieron
los Reyes al Niño Dios, a saber: mirra como a hombre, oro como a rey e incienso como a Dios: ofrezcámosle
nosotros incienso de fe, mirra de esperanza
y oro de caridad; incienso de pureza, mirra de mortificación y oro
de observancia, y finalmente, incienso de oración, mirra
de ayuno y oro de limosna.
3º—Meditemos en la Santidad grande que adornaba a
María Señora Nuestra, y pidámosle, por medio
de su Imagen que quiso advocar con el título de Madre Santísima de la Luz, que nos haga santos, para que merezcamos la vida eterna, y
la amistad de Dios Nuestro Señor, etc.
ORACIÓN
Que se dirá todos los días después de la Meditación.
¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.
—Ave María.
CANTO
Ya reverbera luciente
La estrella misteriosa,
Que llevará prontamente
A tres reyes del Oriente
Con su luz esplendorosa.
Para que lleguen fervientes
Donde el Dios Niño se encierra
Y las coronadas frentes
Hagan tocar reverentes
Con el polvo dé la tierra.
Y publiquen que ha nacido
El prometido Mesías,
Y que de frio transido,
Por los brutos asistido,
Pasa las noches y días.
Y obedientes marchan luego
Presurosos, con el alma
Encendida en santo fuego,
Y a Solima sin sosiego
Y a Herodes dejan sin calma.
Llegan por fin a Belén,
Llegan, y luego a María
Tan pura y tan santa ven,
Que hallarse comprenden bien
Con la buscada alegría;
Y entran al portal inmundo,
Y postrándose en el suelo,
Con respeto el más profundo
Adoran al Rey del mundo,
Al Criador de tierra y cielo.
Y con mística alegría,
Humildes le ofrecen dones,
Mirra, incienso y pedrería,
Y otro don de más valía,
El don de sus corazones.
Nosotros también donemos
Al Niño Dios de Belén,
El alma y pecho, y veremos
Que con sus brazos supremos
Los aceptará también.
PRÁCTICA PARA MAÑANA
Renueva con el mayor fervor los votos que hiciste en el bautismo.
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