martes, 6 de mayo de 2025

MES DE MARÍA MEXICANO o sea LAS FLORES DE MAYO CONSAGRADAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. (1868). DÍA 5.

 



Por Lucio Marmolejo.

Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.

Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores.



DÍA CINCO: 5 de mayo.

 

Visita a la Imagen de NUESTRA SEÑORA DE LA DEFENSA, que se venera en la santa Iglesia Catedral de la ciudad de Puebla.

 


   La Imagen Sacratísima de Nuestra Señora de la Defensa, es a no dudarlo, una de las mas célebres de la República Mexicana: la opulenta ciudad de Puebla en ella tiene puesta su confianza, y la dilatada experiencia de casi dos siglos ha manifestado la mucha justicia con que allí la colocó. Con grande sentimiento nos vemos precisados a compendiar la prodigiosa cuanto interesante historia de esta Santa Imagen; pero no podemos salir de los estrechos límites de una obra de esta clase.




   En la sierra de Tlaxcala, y poco distante de la ciudad de este nombre, hacia vida eremítica mi varón justo, llamado Juan Bautista de Jesús, quien era dueño de esta Imagen, que amaba con la mayor ternura, y de la cual experimentaba continuas maravillas: dio cuenta de esto a su confesor, quien le mandó que hiciese por escrito una relación de los prodigios que hubiese observado; y hecho el escrito, lo llevó al Lllmo. Sr. Obispo de Puebla, D. Juan de Palafox, el cual mandó levantar información jurídica de lo que en él se contenía, y traer a Puebla la sagrada Imagen, para colocarla en la Santa Iglesia Catedral.

   Los prodigios observados por el ermitaño, eran continuos y asombrosos: ya veía los pájaros y animalillos de la sierra, que, perseguidos por los gavilanes o las fieras, se refugiaban en la ermita de la Virgen, y quedando libres del peligro, manifestaban su reconocimiento; las aves con cantos de dulcísima armonía, y los demás animales con saltos y retozos: ya escuchaba en las noches música melodiosísima, y al indagar la causa, veía la ermita ricamente iluminada por una blanquísima nube, y ángeles en figura de bellísimos niños, que con instrumentos músicos, formaban el celestial concierto: ya veía al demonio llorando desesperado, por las muchas almas que quitaba de sus garras la Virgen Santísima de la Defensa: ya en otra vez desapareció la Santa Imagen, y volviendo a poco, y preguntándole Juan Bautista dónde había ido, le contestó con voz clara y perceptible, que a auxiliar a un siervo suyo: ya, en fin, en otra ves, desgajándose un enorme peñasco del cerro que dominaba la ermita, venia derecho sobre, ella, y la hubiera destruido enteramente; pero al verla el ermitaño, exclamó: «Madre de Dios, defiende tu casa;» y habiendo el peñasco llegado como una vara cerca de la ermita, retrocedió, y dando un salto en el aire, fué rodeando la ermita hasta llegar al plan del cerro, donde se detuvo.

   Estos y otros muchos prodigios escribió Juan Bautista, por orden de su confesor; pero no se atrevía a entregar el escrito, por temor de que le quitaran su querida Imagen: en tal conflicto, acudió a la oración, y la Santísima Señora le habló, y claramente le dijo: «Vaya el papel, que esa es la voluntad de mi Hijo y mia.» El ermitaño obedeció en el acto, entregando el escrito a su confesor, quien lo pasó al Sr. Palafox, el cual, después de levantada la información de que ya se habló, mandó llevar la Santa Imagen a su Palacio, mientras en la Santa Iglesia catedral se le disponía un lugar decente.

   Llegó por este tiempo a Puebla el Almirante D. Pedro Porter Casanate, enviado por el rey de España para procurar la conquista de las Californias: el Obispo lo estimaba como a su amigo y paisano, y para que lo favoreciera en los innumerables peligros de la ardua empresa que acometía, le donó la Imagen de Nuestra Señora de la Defensa, y en todo experimentó el almirante su benéfica protección.

   Volvió D. Pedro a México sin haber conseguido su empresa, y de allí pasó a la ciudad de Lima, capital del Perú, con el Conde de Alva, que fué promovido a aquel virreinato, llevando consigo su querida Imagen: fué luego D. Pedro nombrado capitán general de Chile, y allá llevó también la Imagen, que hizo ver en diversas guerras y conflictos, con cuánta razón se le había puesto la advocación de la Defensa, habiendo experimentado su protección, no solo el capitán general, sino toda la República de Chile, en especial contra los indios araucanos.

   Murió D. Pedro, y en su última enfermedad entregó la santa Imágen a los Padres Jesuitas de Chile, con encargo de que la remitieran a Puebla en la primera oportunidad: los padres la enviaron a Lima, y de allí fué remitida a Acapulco, desde donde se dio aviso a Puebla, para que enviaran por la Imágen, y asi lo hizo el venerable cabildo, mandando a la Santísima Señora, entre otras varias alhajas, la hermosa columna de plata sobre la cual está colocada.



   Fué recibida en la piadosa y opulenta Puebla, con demostraciones del más vivo regocijo: las campanas de sus innumerables torres repicaron a vuelo; sus hermosas y dilatadas calles se adornaron con la mayor suntuosidad, y a petición de las religiosas de diversos monasterios, fué la Santa Imágen a visitarlos, antes de ser colocada en la Catedral, y las esposas de Jesucristo se empeñaron a porfía en rendirle los más fervientes homenajes. Fué luego colocada, según queda dicho, en el altar mayor de la Catedral, que llaman de los Reyes, en su columna, según se ve hasta el día, y entre todas las innumerables y riquísimas preseas con que se adorna este espléndido templo, que podemos llamar sin rival, ninguna es de tanto valor para los Poblanos, como la Imágen de Nuestra Señora de la Defensa. Desde su hermoso tabernáculo ha seguido obrando las mismas, y tal vez mayores maravillas, que cuando estaba en poder del hermano Juan Bautista de Jesús, las cuales pueden verse en el «Zodiaco Mariano,» lo que ha hecho aumentar más y más la devoción de los Poblanos, contribuyendo también a ello las muchísimas indulgencias que han concedido a la Santa Imágen los señores Obispos y Nuestro Santísimo Padre Inocencio X.

 

VIDA DE MARÍA.

María, huérfana de sus padres.

 



   Llegó para la Virgen Santísima la terrible hora de prueba, en que debía quedar huérfana, y en tan inmensa pesadumbre darnos el mas brillante ejemplo de resignación a la voluntad de Dios, y en su abandono luego, de constancia en la virtud. Murieron los virtuosos Joaquín y Ana: María sintió despedazado su virginal corazón con tan terrible golpe; y ¿quién de nosotros no lo ha sentido? ¿quién de nosotros no se ha creído morir, por el más intenso de todos los dolores, por el más agudo de todos los pesares, por el más terrible de todos los desconsuelos, al perder una madre cariñosa, ó un tierno padre? Y si nosotros, hombres miserables, hemos experimentado en tan horrible situación dolores más agudos que la muerte, ¿qué no sentiría la inocentísima y sensible María? ¿qué no sentiría, al considerar que se quedaba sola en el mundo, sin apoyo humano ninguno, y en el más terrible abandono? Pero allí sobresalió más su virtud, porque combatida fuertemente por el agilado huracán del mundo, permaneció firme, no obstante, su debilidad, como la roca que azota con impotente furia el impetuoso Océano.

 

 

RESIGNACIÓN DE MARÍA

María, Anémona bellísima.

(Anemone Hortensis)

 



   De cualquiera manera que consideremos a la Santísima Virgen, la encontramos tan bella, que excede en primor a todo lo criado, aun en sus mismas aflicciones: hoy nos la representamos como graciosa anémona, en su resignación a su dolor; es triste y melancólico el color de la anémona, como se hallaba el alma de María, cuando la muerte le arrebató a sus amados padres; pero es en extremo bella y graciosa, por la multitud de sus hojas delicadas, y por lo hermoso de su colocación, y crece fresca y lozana en medio de la furia del aire; así María estaba más hermosa con su dolor, y permaneció firme, escudada con la virtud de la resignación, en medio de la furia de su inmenso pesar. Y después, a semejanza también de la anémona, que, aunque débil y delicada, permanece ilesa en los lugares más batidos por los vientos, según lo indica su nombre, que significa viento, María en su orfandad, débil y delicada criatura, por su sexo, por su edad y por el abandono en que se hallaba, permaneció, no obstante, ilesa en medio de la tempestad del mundo.

 


ORACIÓN

 

   ¡Sacratísima Virgen María, Madre y Señora Nuestra! cualquiera que sea el pasaje de tu vida santísima que examinemos, ofrece a nuestra consideración ejemplos asombradísimos de virtud, para guiarnos en medio de los azares de esta vida; y el de tu resignación en los trabajos, que hoy nos ofrece tu orfandad, es ciertamente uno de los principales, pues en las aflicciones sin número de que está llena la miserable vida, nos servirá de inefable consuelo, y convertirá los pesares en otras tantas prendas de bienaventuranza; rendidamente te damos gracias por este ejemplo, reconocemos su inestimable precio, y nos proponemos imitarlo en cuanto alcancen nuestras fuerzas; el común enemigo de nuestra salvación nos pondrá, es cierto, multitud de tropiezas para impedir que cumplamos este propósito; pero nosotros confiamos mucho en ti para temerlo: en tu Imagen prodigiosa de la Defensa nos has dado un testimonio de lo mucho que nos cuidas; defiéndenos así constantemente, como a la dichosa ciudad de Puebla, para ir a bendecirte en el cielo por toda la eternidad. Amén.

 

 ORACIÓN

Que se dirá todos los días antes de la meditación.

 


   Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.

 

   Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.

 

   Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.


MEDITACIÓN


1º—Ponderemos los felicísimos efectos de la virtud de la resignación; casi destruye los males, hace, por consiguiente, casi feliz nuestra vida de pesares, y nos allana el camino del cielo.

 

2°—Examinemos y admiremos el heroico grado en que María practicó esta virtud; perdió a sus padres; ¿qué mayor aflicción puede sufrir el corazón de un hijo? el mundo se ve vacío, la vida sin flores, y ya solo se espera en el sepulcro; los hombres entonces de ordinario se entregan al exceso de su pesar, se olvidan de buscar consuelo en el pensamiento de la eternidad; y en vez de aprovechar su dolor para acercarse al cielo, desagradan a Dios con su tormento, que asemejan a la desesperación; pero María Señora Nuestra, ¡de qué modo tan diferente se portó! su pesadumbre fué mayor que la del común de los hombres, por su exquisita sensibilidad, y porque quedaba enteramente sola en el mundo y en el más completo abandono; y sin embargo, no exhaló una queja, y ofreciendo a Dios su inmenso dolor, en satisfacción de pecados que no había cometido, adquirió en la divina presencia un mérito de valor inestimable.

 

3º—Pongamos a los ojos de María ese tan grande mérito, y pidámosle que nos defienda de nuestros tres enemigos capitales, especialmente cuando vayamos a morir, y confiemos en que oirá benigna nuestra petición, al recordar que quiso advocarse con el nombre de la Defensa, y lo bien que ha desempeñado un título tan consolador, etc.

 

ORACIÓN

Que se dirá todos los días después de la Meditación.

 


   ¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.

 

—Ave María.





CANTO

 

Está anublada la frente

De la más linda Doncella,

Está eclipsada la Estrella

Más pura y resplandeciente:

Está vertiendo tal llanto

La acongojada María,

Que las piedras moverían

Su doloroso quebranto.

Se encontró huérfana y sola,

Como en las tumbas el nardo,

Y rompió su pecho un dardo,

Que su virtud acrisola.

Murió Joaquín, y María

De llorarlo no acababa,

Cuando su madre lanzaba

La postrimera agonía;

Y bajo la misma losa

Los vio la Virgen doliente,

Y cubrió su bella frente

Con sus manos afanosa.

Pero en medio a su dolor

Y a su mísera orfandad,

Acata con humildad

Las órdenes del Señor.

Y se inmola nuevamente,

Y Dios acepta propicio

El heroico sacrificio

De Virgen tan inocente.

Ya nada tiene en la tierra

La inmaculada María;

Su tesoro, su alegría,

Solo en el cielo se encierra.

Si su cuerpo está en el suelo,

Su espíritu inmaculado,

En éxtasis continuado,

Ya solo vive en el cielo.

Ya solo piensa en su Dios,

Y consuela su orfandad,

Que va de la eternidad,

Caminando siempre en pos.

Y allá a sus padres verá

Adorando a su Criador,

Sin temer ya más dolor

Junto al trono de Jehová.

Allá por siempre abismada,

En sempiternas delicias,

De Dios las tiernas caricias,

Tendrá su alma inmaculada.

 

 

PRACTICA PARA MAÑANA

 

   Se rezará una parte del Rosario a la Santísima Virgen.

 


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